Jueves XXIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Co 8, 1b-7. 11-13: Al pecar contra los hermanos, turbando su conciencia insegura, pecáis contra Cristo
Sal 138, 1-3. 13-14ab. 23-24: Guíame, Señor, por el camino eterno
Lc 6, 27-38: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 8,1-7. 11-13: Si pecamos contra los hermanos, turbando su conciencia, pecamos contra Cristo. Procedamos sin escandalizar a nadie. Comenta San Agustín:
«¡Ojalá pudiesen pensar todos en un solo y único amor! Solo él vence todo y sin él nada vale todo lo demás, el que dondequiera que se halle atrae a todos hacia sí. Él es el que no envidia. ¿Buscas la causa? Fíjate en lo que sigue: «No se infla...» El primer vicio es la soberbia y luego la envidia... Crezca, pues, el amor en vosotros y el alma se hace sólida, porque no se infla. La ciencia, dice el Apóstol, infla... Amad, pues, la ciencia, pero anteponedle el amor. La ciencia, si está sola, infla; mas como el amor edifica, no permite que la ciencia infle» (Sermón 364,6).
–Con el Salmo 138 decimos: «Guíame, Señor, por el camino eterno. El Señor nos sondea y nos conoce..., de lejos penetra nuestros pensamientos, distingue nuestro camino y nuestro descanso, todas nuestras sendas le son familiares... Es Él quien nos ha creado. Démosle gracias, porque nos ha escogido portentosamente y sus obras son admirables». Pidámosle con fe que nos guíe por el camino eterno. En Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17,28).
–Lucas 6,27-38: Sed compasivos como lo es Dios, nuestro Padre. El amor que Cristo enseña es universal. De lo sagrado obtenemos mayor fuerza para amar con plena eficacia. San Clemente Romano exhorta:
«Seamos, pues, humildes, hermanos, deponiendo toda jactancia, ostentación, insensatez y arrebato de ira y cumplamos lo que está escrito. Dice, en efecto, el Espíritu Santo: «No se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el fuerte en su fuerza...» (Jer 9,23-24; 1 Cor 1,31; 2 Cor 10,7). ¿Y qué más, si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús aquellas que habló enseñando la benignidad y la longanimidad? Dijo, en efecto, de esta manera: «compadeceos y seréis compadecidos, perdonad para que os perdonen a vosotros. De la misma manera que vosotros hiciereis, así se hará también con vosotros... Con la medida que midiereis, se os medirá a vosotros» (Lc 6,31-38)» (Carta a los Corintios 13,1-2).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 8,1-7.11-13
a) Esta vez la consulta de los Corintios se refiere a los famosos "idolotitos", o sea, a las carnes inmoladas a los falsos dioses, a los ídolos ("comer lo sacrificado").
Aquellos cristianos estaban acostumbrados, antes de convertirse, a participar en banquetes cúlticos en honor de tal dios o tal diosa, comiendo carne gratis y celebrando fiesta con la comunidad de los adoradores del dios. ¿Pueden continuar haciéndolo?
La razón parece válida: como ya saben (¡la sabiduría de los griegos, otra vez!) que los tales dioses no existen, porque sólo existe un Dios, el Padre de Jesús, podrían comer tranquilamente esa carne, comprándola, por ejemplo, en las carnicerías o cuando asisten a una cena a la que han sido invitados. Este razonamiento lo saben hacer los "fuertes", los que ya están liberados de escrúpulos.
Pero hay otros hermanos que son más "débiles": y Pablo quiere que se respete a estos hermanos de conciencia más delicada, que se podrían escandalizar.
La "sabiduría" de los fuertes "llevará al desastre al inseguro, a un hermano por quien Cristo murió".
b) El criterio de la caridad para con los hermanos es más importante que el de la sabiduría, el del conocimiento, o incluso que el de los derechos propios.
En rigor, se podría comer carne inmolada a los ídolos en un contexto no sagrado. Pero si hay alguien a quien eso va a escandalizar, entonces debemos renunciar a nuestro derecho: "si por cuestión de alimento peligra un hermano mío, nunca volveré a comer carne, para no ponerlo en peligro".
Entre nosotros no será exactamente el caso de los "idolotitos" el que nos ponga en esta encrucijada, pero hay muchos otros en que mis "derechos" pueden chocar con la conciencia delicada de un hermano: maneras de hablar y de actuar que en sí tal vez no son reprobables, pero que pueden ocasionar el que otros se debiliten en sus convicciones.
Entonces vale el argumento de Pablo: "al pecar de esa manera contra los hermanos, turbando su conciencia insegura, pecáis contra Cristo".
Uno puede ser "progresista" en sus ideas y en sus costumbres. Pero la delicadeza para con la conciencia de los demás es una finura espiritual que se nos puede exigir como una de las maneras concretas de caridad fraterna. El respeto al hermano va por encima de nuestro "conocimiento" y nuestro "derecho". Estamos en el binomio central de la Carta: la "gnosis" (el conocimiento) y la "ágape" (la caridad). La opinión de Pablo es clara: "el conocimiento engríe, lo constructivo es el amor mutuo".
2. Lucas 6, 27-38
a) Si las bienaventuranzas de ayer eran paradójicas y sorprendentes, no lo son menos las exhortaciones de Jesús que leemos hoy: "amad a vuestros enemigos". La enseñanza central de Jesús es el amor.
Es como si la cuarta bienaventuranza ("dichosos cuando os odien y os insulten") la desarrollara aparte. El estilo de actuación que él pide de los suyos es en verdad cuesta arriba:
- amad a vuestros enemigos,
- haced el bien a los que os odian,
- bendecid a los que os maldicen,
- orad por los que os injurian,
- al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra,
- al que te quite la capa, déjale también la túnica...
La lista es impresionante. Y Jesús, con sus recursos pedagógicos de antítesis y reiteraciones, concreta todavía más: si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?; si hacéis el bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?; si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis?
b) Esta página del evangelio es de ésas que tienen el inconveniente de que se entienden demasiado. Lo que cuesta es cumplirlas, adecuar nuestro estilo de vida a esta enseñanza de Jesús, que, además, es lo que él cumplía el primero.
Después de escuchar esto, ¿podemos volver a las andadas en nuestra relación con los demás? ¿nos seguiremos creyendo buenos cristianos a pesar de no vernos demasiado bien retratados en estas palabras de Jesús? ¿podremos rezar tranquilamente, en el Padrenuestro, aquello de "perdónanos como nosotros perdonamos"?
Jesús nos propone dos claves, a cual más expresiva y exigente, para que midamos nuestra capacidad de bondad y amor:
- "tratad a los demás como queréis que ellos os traten"; es una medida comprometedora, en positivo, porque nosotros sí queremos que nos traten así; y, en negativo, un aviso: "la medida que uséis la usarán con vosotros";
- "sed compasivos como vuestro Padre es compasivo"; cuando amamos de veras, gratuitamente, seremos "hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos".
Desde luego, los cristianos tenemos de parte de nuestro Maestro un programa casi heroico, una asignatura difícil, en la línea de las bienaventuranzas de ayer. Saludar al que no nos saluda. Poner buena cara al que sabemos que habla mal de nosotros. Tener buen corazón con todos. No sólo no vengarnos, sino positivamente hacer el bien. Poner la otra mejilla. Prestar sin esperar devolución. No juzgar. No condenar. Perdonar...
"El conocimiento engríe, lo constructivo es el amor mutuo" (1ª lectura II)
"Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 8,1 b-7.11-13
La situación vital que considera Pablo en este fragmento de su primera carta a los cristianos de Corinto nos permite alcanzar la centralidad del misterio pascual de Cristo a través de otro camino: el de la caridad cristiana.
Vivían en Corinto algunos cristianos que, en virtud de su seguridad, ostentada más que arraigada en su corazón, se exponían con excesiva facilidad a provocar escándalos en otros creyentes, sobre todo en los menos firmes en la fe. Hacían gala de comer carne sacrificada a los ídolos, cosa que para los otros, si no estaba completamente prohibida, era al menos muy inconveniente. Y de esta guisa se contraponían en aquella comunidad los fuertes y los débiles, en un combate que, en vez de suscitar emulación por la pureza de la vida cristiana, sembraba escándalo y ruina espiritual.
A todos -a los fuertes y a los débiles- les recuerda Pablo dos verdades fundamentales: los ídolos son dioses falsos y embusteros, celosos de nuestra libertad y déspotas con respecto a nosotros, mientras que «para nosotros no hay más que un Dios: el Padre de quien proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos» (v 6). No nos encontramos ante un monoteísmo filosófico, fruto de una investigación puramente humana, sino ante la revelación de Dios como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, del que nos viene no sólo el mandamiento del amor, sino también la posibilidad de cumplirlo.
La segunda verdad es, una vez más, la del misterio pascual de Cristo: «Y así, porque tú te las das de sabio, puede perderse ese que tiene la conciencia poco formada, ese que es un hermano por quien Cristo murió» (v 11).
En este caso el acontecimiento de la muerte y resurrección de Jesús aparece en pleno contraste con la actitud de quienes, en el seno de la comunidad y mediante el escándalo, provocan la muerte, aunque sólo sea espiritual, de un hermano en la fe, tal vez sin esperanza de resurrección.
Evangelio: Lucas 6,27-38
Este fragmento se presenta como un eco de las bienaventuranzas evangélicas; más aún, nos ayuda a descubrir el fundamento primero y último de toda bienaventuranza cristiana.
«Amad a vuestros enemigos» (vv. 27.35): el discurso no podría ser más claro. De este modo se destaca Jesús, como maestro y como guía, frente a todos los demás rabinos de su tiempo: no sólo contrapone el amor al odio, sino que exige que el amor de sus discípulos se concentre precisamente en aquellos que les odian. Un ideal de vida tan exigente y tan sublime no ha sido pedido ni lo será nunca por ningún maestro. No se trata, como es obvio, de un amor abstracto, sino de un amor que se traduce en multitud de pequeños gestos que, día tras día, interpelan y verifican la autenticidad del mismo amor. Para Jesús, sería ridículo amar sólo a los que nos aman: no habría en ello mérito alguno y, sobre todo, nuestro amor no sería signo distintivo de nuestra exclusiva e inequívoca pertenencia a Cristo: «También los pecadores aman a quienes los aman» (v 32).
La enseñanza de Jesús acaba con aquella famosa expresión en la que Lucas sustituye la palabra «perfección», que emplea Mateo, por la de «misericordia»: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (v. 36). En la lógica de la espiritualidad evangélica no se da otra perfección que no sea la de un amor fraterno que revela nuestra identidad filial respecto a Dios; no hay otra meta hacia la que tender más que la de un amor que sabe perdonar porque ha experimentado el don del perdón; no existe ningún otro mandamiento para observar más que el de tender a la imitación de Dios, que es amor misericordioso, por medio de actos de bondad y de misericordia.
MEDITATIO
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»: así termina el fragmento evangélico de hoy, mientras que Mateo, en el texto paralelo, escribe: «Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (5,48). ¿Por qué esta diferencia? ¿Se trata acaso de una contradicción o hemos de buscar en otra dirección?
Comenzaremos por señalar que, probablemente, la de Lucas podría ser la redacción más próxima a las palabras del Jesús histórico: nos viene espontáneamente a la cabeza pensar que Mateo, como buen judío convertido, tienda a señalar a sus destinatarios una meta de erfección según las exigencias de la nueva Ley, la inaugurada por Jesús. De este modo. y según Mateo, el cristiano se sitúa en plena continuidad con la más auténtica espiritualidad veterotestamentaria. A Lucas le gusta recordar explícitamente una enseñanza, difundida también en el Primer Testamento, que caracteriza a Dios como amor misericordioso (cf. Ex 34,6; Dt 4,31; Sal 78,38; 86,15), por el simple hecho de que esto constituye el mensaje central de todo el magisterio de Jesús de Nazaret. Si consideramos bien las cosas, en efecto, cada palabra, cada parábola, cada gesto de Jesús, no hace otra cosa que poner de manifiesto la verdad del Dios-amor, grande y misericordioso, amor paciente e indulgente, amor preveniente e incondicionado.
Debemos señalar, por último, que, en Dios, la perfección y la misericordia se identifican, y Lucas, como buen pedagogo, quiere que la perfección del discípulo alcance la misma meta del Maestro: amar hasta la entrega de sí mismo, sin reservas ni intereses; amar hasta el extremo de las propias fuerzas, sin arrepentimientos ni revanchas; amar a todos siempre, sin exceptuar a nadie.
ORATIO
Oh Señor, el amor no fue, para ti, una discusión de salón, y mucho menos un sueño vago y abstracto; no lo consideraste una cualidad o adorno del yo de la que gloriarnos, no lo intercambiaste con el sentimentalismo romántico, no lo definiste, porque no es una realidad estática.
Al contrario, Señor, el amor para ti es un arco iris de colores que hemos de abrazar sin barreras entre blancos y negros, judíos y gentiles, griegos y romanos, jóvenes y viejos, hombre y mujer, amigos y enemigos, buenos y malos. Es un sentimiento dinámico e indefinible porque, como la vida, es constantemente engendrador
de algo nuevo, está en la base de todas tus relaciones: Pedro, la viuda, el ladrón, Zaqueo, los pequeños, la adúltera, Lázaro y tantos otros. Oh Señor, para ti vivir significa amar: éste es el don más grande que nos dejaste.
CONTEMPLATIO
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y, si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.
Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia a la que se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.
Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo:
Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra (Cesáreo de Arles, Sermón 25, 1, en CCL 103, 1 1 1 ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Pecando contra los hermanos y haciendo daño a su conciencia mal formada, pecáis contra Cristo» (1 Cor 8,12).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Viendo Dios que los hombres se hacen atraer por beneficios, quiso cautivarlos para su amor por medio de los suyos. Dijo por tanto: «Quiero atraer a los hombres para que me amen con aquellos lazos con que los hombres se hacen atraer, a saber: con los vínculos del amor». Esos fueron precisamente los dones que Dios hizo al hombre. El, después de haberlos dotado de alma con potencias a su imagen, de memoria, intelecto y voluntad, así como de un cuerpo provisto de sentidos, creó para él el cielo y la tierra y tantas otras cosas, todas ellas por amor al hombre; a fin de que sirvieran al hombre y éste le amara por gratitud a tantos dones.
Pero Dios no se contentó con darnos todas estas hermosas criaturas. Para hacerse con todo nuestro amor, llegó a dársenos todo él mismo. El Padre eterno llegó a darnos a su mismo y único Hijo. Al ver que todos nosotros estábamos muertos y privados de su gracia a causa del pecado, ¿qué hizo? Por su amor inmenso -más aún, como escribe el apóstol, por el excesivo amor que nos tenía-, mandó a su Hijo amado para que satisficiera por nosotros y para devolvernos así aquella vida que el pecado nos había arrebatado. Y al darnos a su Hijo (no perdonando a su Hijo para perdonarnos a nosotros), junto con el Hijo nos dio todo bien: su gracia, su amor y el paraíso (Alfonso M° de Ligorio, Pratica di amare Gesú Cristo, 1, 1-5 [edición española: Práctica del amor a Jesucristo, Rialp, Madrid 1999]).