Miércoles XXIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 11 septiembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Col 3, 1-11: Habéis muerto con Cristo; en consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros
Sal 144, 2-3. 10-11. 12-13ab: El Señor es bueno con todos
Lc 6, 20-26: Dichosos los pobres. ¡Ay de vosotros, los ricos!
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Colosenses 3,1-11: Hemos muerto con Cristo. Hemos resucitado con Él. Busquemos los bienes de allá arriba, donde está Cristo. No los de la tierra. Hemos sido renovados por el bautismo. Buscamos lo absoluto, no lo de vida precaria. A esto nos induce el creer en la presencia en nuestra vida de una persona: El Espíritu de Cristo. Desde ese momento no dependemos más que de la persona de Cristo que nos da vida.
La experiencia auténtica de la fe nos invita a descubrir que no se vive por uno mismo, sino por Cristo que es nuestra vida. Comenta San Agustín:
«Si vivimos bien hemos muerto y resucitado, quien en cambio aún no ha muerto ni ha resucitado, vive mal todavía; y, si vive mal, no vive; muere para no morir. ¿Qué significa muere para no morir? Cambie para no ser condenado. Repito las palabras del Apóstol: «Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba»... A quien aún no ha muerto, le digo que muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vivía mal, pero ya no vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado» (Sermón 231,3ss).
–Con el Salmo 144 decimos, una vez más: «El Señor es bueno con todos. Bendigamos al Señor día tras día, alabemos su nombre por siempre jamás». Él nos ha hecho morir al hombre viejo, al pecado, y resucitar con Cristo glorioso a una vida nueva. Grande es el Señor y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. Nos ha llenado con sus gracias y dones. Que todas las criaturas den gracias al Señor, que lo bendigan los fieles, que proclamen la gloria de su reinado, que hablen de su hazañas. Hemos sido salvados, ¿qué mejor hazaña se podría explicar a los hombres? El reinado del Señor es un reinado perpetuo, su gobierno va de edad en edad.
–Lucas 6,20-26: Bienaventuranzas y maldiciones. Un programa de vida que hemos de elegir libremente. Las bienaventuranzas no son prometidas a los pobres porque sean pobres, y las maldiciones no conciernen a los ricos por ser ricos. Jesús elogia a los primeros porque viven en dos mundos a la vez: el presente y el escatológico, y amenaza a los segundos que sólo viven en un mundo: el que arrastra al que lleva una vida confortable.
Satisfecho de lo que posee, el rico no busca la profundidad de su ser y, por otra parte, nada le invita a hacerlo. Sobreviene un cambio, como el que nosotros vivimos, y los ricos son llevados con el mundo, exteriorizando a veces su miedo, su desesperación, su odio y su rencor.
El pobre solo posee su soledad, pero si la vive con gran generosidad y entrega, esto mismo le lleva a las profundidades de la fe, en donde percibe otro mundo. Solitario dentro de este orden, él es rico de la participación en este otro orden de cuyas victorias y cuya proximidad él ya participa. Él es el revelador de este más allá que llega a través de suertes y desgracias, éxitos y fracasos, victorias y traiciones.
Con la venida de Cristo se dan virtualmente todos los bienes, puesto que en Él halla finalmente la bienaventuranza su realización; y por Él se dará el Espíritu Santo, suma de todos los bienes. Solo el que haya puesto a Cristo en el centro de su fe, puede oír sus bienaventuranzas y evitar sus maldiciones. Nos importa seguir decididamente a Cristo con toda generosidad, con gran amor y entrega total.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Colosenses 3,1-11
a) Pablo sigue con su razonamiento de coherencia. Si los cristianos de Colosas son conscientes de que "han resucitado con Cristo", deben ser consecuentes y buscar "los bienes de allá arriba" y no los de este mundo.
En el orden del ser, el ontológico, ya ha sucedido -por el bautismo- que "habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios", y "habéis resucitado con Cristo", y "cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria".
Pero eso no sólo es una realidad futura. Ya desde ahora funciona esta unión con el misterio de muerte y resurrección de Cristo. Hay cosas a las que renunciar: "dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros". Pablo enumera una serie de situaciones pecaminosas: la fornicación, la codicia, la avaricia, ira, coraje, calumnias y groserías: "despojaos de la vieja condición humana, con sus obras". Algunos de estos ejemplos apuntan a las costumbres sexuales. Otros, a la caridad fraterna. Otros, a la avaricia del dinero, que es una idolatría.
Los cristianos, despojados del pecado, deben abrazar las obras de Cristo: "revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador". Según esta nueva condición, "no hay distinción entre judíos y gentiles, entre esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos". En las relaciones con los demás se notará si hemos asimilado el estilo de vida de Cristo.
b) Los sacramentos cristianos se tienen que notar luego en la vida. Es muy hermoso poder decir que el bautismo nos ha hecho morir con Cristo y resucitar con él a una nueva vida. Eso es una realidad misteriosa y consoladora. Pero Pablo nos recuerda la consecuencia: "ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba". Estamos arraigados en este mundo y realizamos en él una tarea muy importante: vivir y ayudar a vivir. Pero "buscar las cosas de allá arriba" significa vivir con una mentalidad no terrena, según las pasiones e instintos que a todos nos atan de alguna manera. Significa ser libres, resucitados, "revestidos de la nueva condición" de cristianos, que todos somos conscientes que exige, no tanto unos conocimientos, sino un modo distinto de vida.
La lista de peligros que citaba Pablo nos la podría recordar también hoy, invitándonos a una conducta sexual justa, una caridad sin ira ni maldad, evitando la codicia y la avaricia del dinero, que son unos dioses falsos que atan a sus seguidores.
La motivación siempre es la misma: "habéis resucitado con Cristo", "vuestra vida está con Cristo", "Cristo es vida nuestra", "Cristo es la síntesis de todo y está en todos"... ¿Se nota en nuestras vidas, concretamente, que día tras día escuchamos la palabra de ese Cristo y recibimos su Cuerpo y su Sangre? ¿se nos va comunicando su "nueva condición", o seguimos aferrados a la terrena?
2. Lucas 6,20-26
a) Al bajar Jesús de la montaña, donde había elegido a los doce apóstoles, empieza en Lucas lo que los autores llaman "el sermón de la llanura" (Lc 6,20-49), que leeremos desde hoy al sábado, y que recoge diversas enseñanzas de Jesús, como había hecho Mateo en el "sermón de la montaña".
Ambos empiezan con las bienaventuranzas. Las de Lucas son distintas. En Mateo eran ocho, mientras que aquí son cuatro bienaventuranzas y cuatro que podemos llamar malaventuranzas o lamentaciones. En Mateo están en tercera persona ("de ellos es el Reino"), mientras que aquí en segunda: "vuestro es el Reino").
Jesús llama "felices y dichosos" a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de su fe. Pero se lamenta y dedica su "ay" a otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo.
Se trata, por tanto, de cuatro antítesis. Como las que pone Lucas en labios de María de Nazaret en su Magníficat: Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos. Es como el desarrollo de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios le ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.
b) Nos sorprende siempre esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran o a los pobres o a los perseguidos? La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos y según los criterios de este mundo. En nuestra sociedad se felicita a los ricos y a los que tienen éxito y a los que gozan de salud y a los que son aplaudidos por todos.
En estas ocasiones es cuando recordamos que ser cristianos no es fácil, que no consiste sólo en estar bautizados o hacer unos rezos o llevar unos distintivos. Sino en creer a Jesús y fiarse de lo que nos enseña y en seguir sus criterios de vida, aunque nos parezcan difíciles. Seguro que él está señalando una felicidad más definitiva que las pasajeras que nos puede ofrecer este mundo.
Es la verdadera sabiduría, el auténtico camino de la felicidad y de la libertad. La del salmo 1: "Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos: es como un árbol plantado junto a corrientes de agua... No así los impíos, no así, que son como paja que se lleva el viento". O como la de Jeremías: "Maldito aquél que se fía de los hombres y aparta de Yahvé su corazón... Bendito aquél que se fía de Yahvé y a la orilla de la corriente echa sus raíces" (Jr 1 7,5-6). O como la de la parábola del pobre y del rico: ¿quién es feliz en definitiva, el pobre Lázaro a quien nadie hacía caso, o el rico Epulón que fue a parar al fuego del castigo? Jesús llama felices a los que están vacíos de sí mismos y abiertos a Dios, y se lamenta de los autosuficientes y satisfechos, porque se están engañando: los éxitos inmediatos no les van a traer la felicidad verdadera.
¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está, en las cosas aparentes y superficiales?
"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba" (1a lectura I)
"Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" (evangelio).