Martes XXIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 6 septiembre, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Co 6, 1-11: ¡Un hermano tiene que estar en pleito con otro y además entre paganos!
Sal 149, 1-2. 3-4. 5-6: El Señor ama a su pueblo
Lc 6, 12-19: Escogió a doce y los nombró apóstoles
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 6,1-11: Paz entre todos. Si surge un pleito, se debe proceder con moderación, y tratando de resolverlo entre cristianos. El Evangelio dignifica la ley humana, que puede ser justa. El mismo San Pablo apeló al tribunal romano: «soy ciudadano de Roma». Pero los corintios, como señala San Juan Crisóstomo, disputaban y pleiteaban entre sí. Contrariaban el Evangelio con muchas transgresiones:
«Una, no poder soportar pacientemente una injuria; otra, ser autor de una ofensa; después buscar árbitros para este altercado; por último, usar tales procedimientos con un cristiano, su hermano en la fe» (Homilía sobre I Cor 6,7-8).
En el cristianismo la ley humana y civil puede adquirir otra dimensión, otra superación. Son muchas las veces en que la Iglesia se ha visto obligada a censurar las diversas legislaciones de los pueblos. Ella es la que determina el sentido de la ley natural. Da luego San Pablo una lista de pecados que son inadmisibles entre cristianos. Con ellos no podrán heredar el Reino de Dios. Dice San Agustín:
«Habrá, pues, un cielo nuevo y una tierra nueva que habitarán los justos, donde no habrá ningún impío, ni un malvado, ni un perverso. Quien se encuentre entre estos últimos, piense donde le gustaría habitar, mientras le queda tiempo para cambiar» (Sermón 161,3).
–El Señor ama a su pueblo. Por eso cantamos con el Salmo 149 al Señor un cántico nuevo, que resuena su alabanza en la asamblea de los fieles... Él nos ha dado una ley santa para librarnos de toda la esclavitud del pecado. «Alabemos su nombre con danzas, cantémosle con tambores y cítaras. Él adorna con la victoria a los humildes. Festejemos su gloria. Cantemos jubilosos en común, con vítores a Dios en la boca. Esto es un gran honor para sus fieles».
–Lucas 6,12-19: Pasó la noche en oración. Luego escogió a sus apóstoles. Es impresionante las veces que los Evangelios nos narran la oración de Jesucristo. Era un coloquio sin igual con el Padre en unión con el Espíritu Santo. Comenta San Ambrosio:
«Pasó la noche orando. Te da un ejemplo, te traza el modelo que has de imitar. ¿Qué es necesario que tú hagas por tu salvación, cuando Cristo pasa la noche en oración? ¿Qué debes hacer tú, cuando quieres realizar un deber piadoso, si Cristo, al enviar a los apóstoles, ha orado y ha orado solo? En ninguna parte encuentro, si no me equivoco, que Él haya orado con los apóstoles; siempre ora solo; pues los augurios humanos no pueden captar el plan de Dios, y nadie puede tener parte en el pensamiento íntimo de Cristo. ¿Quieres saber que no ha orado por sí, sino por mí?
«Llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, para enviarlos, sembradores de la fe, para propagar el auxilio de la salvación de los hombres por todo el universo. Advierte al mismo tiempo el plan celestial: no son los sabios, ni los ricos, ni los nobles, sino pecadores y publicanos los que Él ha escogido para enviarlos, para que no pareciese que habían sido manejados por la habilidad, redimidos por la riqueza, atraídos por el prestigio del poder y de la nobleza; para que prevaleciese la verdad en sí misma y no el encanto del discurso. También Judas fue elegido, no por imprudencia, sino por providencia.
«¡Qué grande es la verdad, que ni siquiera la desvirtúa el ministro enemigo! ¡Qué grandeza de carácter del Señor, que ha querido más bien comprometer a nuestros ojos su juicio, que no su amor! Había aceptado la fragilidad del hombre y ni siquiera rehusó este aspecto de dicha fragilidad. Él ha querido el abandono, ha querido la traición de un apóstol, para que tú, si un compañero te abandona, si un compañero te traiciona, tomes con calma el error de tu juicio, el derroche de tu beneficio» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V,43-45).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 6,1-11
a) Otro de los desórdenes que Pablo quiere corregir es el de los pleitos que surgen en la comunidad de Corinto, y que algunos llevan a los tribunales paganos.
Para el apóstol es intolerable que haya pleitos, pero, si los hay, deben resolverse fraternalmente, sin acudir a la jurisdicción del fuero civil o penal. Ya que los corintios están tan orgullosos de su "sabiduría" (¡son griegos!), Pablo, con ironía, les dice: "¿no os da vergüenza? ¿es que no hay entre vosotros ningún entendido que sea capaz de arbitrar entre dos hermanos?".
Aduce varios argumentos:
- los cristianos estamos destinados, al fin de la historia, a "juzgar al mundo": cuánto más estas pequeñeces de ahora;
- lo mejor sería que tuviéramos tanta paciencia que nadie se diera fácilmente por ofendido, sobre todo tratándose de hermanos, y así no habría pleitos: "¿no estaría mejor sufrir la injusticia?",
- y enumera una serie de situaciones pecaminosas que nos excluirían de heredar el reino de Dios: inmorales, idólatras, adúlteros, invertidos, ladrones, difamadores... (le gusta concretar: cf. las listas de Ga 5,19-21 y de Ef 5,3-6).
b) Una familia y una comunidad cristiana deberían saber "lavar la ropa sucia en casa", con una actitud tolerante, imitando la misericordia de Cristo, que refleja la de Dios Padre. Jesús nos dijo lo de presentar la otra mejilla. Aquí Pablo dice: "¿no sería mejor dejarse robar?". Son actitudes difíciles, porque a todos nos gusta que se respeten nuestros derechos y salirnos con la nuestra. Pero alguien tiene que romper la espiral de la violencia o del rencor. A todos Dios nos ha tenido que perdonar: "os lavaron, os consagraron, os perdonaron invocando al Señor Jesucristo y al Espíritu de nuestro Dios", como ha dicho Pablo. Ahora se trata de que nosotros tengamos una actitud semejante de perdón para con los demás, sin estar siempre alzando la bandera de nuestros derechos y de las (presuntas) ofensas que hemos recibido.
¡Qué impresión más pobre hace el que una familia airee sus tensiones internas con personas ajenas! ¡Qué mal efecto produce el que los miembros de una comunidad parroquial o religiosa hablen mal los unos de los otros! Tendríamos que saber dialogar y resolver nosotros mismos estos "pleitos", cediendo todos un poco y poniendo cada uno su parte de perdón y de capacidad de humor.
2. Lucas 6,12-19
a) Antes de contar la elección de los doce apóstoles, Lucas nos dice expresamente que "Jesús subió a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios".
Es el evangelista que más énfasis pone en la figura de Jesús orante. Aquí se dispone a elegir, entre los discípulos que le siguen, a doce apóstoles (palabra griega para "enviados"), pero el evangelio da importancia al hecho de que antes se pasa la noche orando a su Padre.
Son doce: un número que puede verse como simbólico de muchas cosas (los doce meses del año, o los signos del zodíaco), pero sobre todo de las doce tribus de Israel. Así, Jesús manifiesta que el nuevo Israel, la Iglesia, viene a sustituir y cumplir lo que se había empezado en el antiguo.
La lista de los doce aparece varias veces en el evangelio, con ligeras diferencias de orden, que aquí no nos interesa subrayar. Los doce no son grandes personalidades. Le van a defraudar en más de una ocasión. Pero es el estilo de Dios, que va eligiendo para su obra a personas débiles.
A partir de ahora estos doce van a acompañar muy de cerca a Jesús, y van a colaborar en su evangelización, en sus signos de curación y de liberación del mal. Aunque tendrán que madurar mucho para ser los colaboradores que Jesús necesita para la salvación del mundo.
b) La comunidad de Jesús es "apostólica". Está cimentada en la piedra angular, que es Cristo Jesús. Pero también tiene como fundamento a los apóstoles que él mismo eligió como núcleo inicial de la Iglesia.
Todos los bautizados formamos la comunidad, el Cuerpo de Cristo, que es la Cabeza. Él es el Pastor, la Luz, el Maestro. Pero a la vez recordamos que mandó a sus apóstoles que enseñaran y que fueran pastores y luz para el mundo. Detrás de ellos vinieron sus sucesores, como Pablo y Bernabé y Timoteo y Tito, ministros en una comunidad compuesta por innumerables hombres y mujeres. Ahora, nosotros. No todos somos "sucesores de los apóstoles", como el Papa y los Obispos, pero sí todos somos miembros activos de la Iglesia.
Esta comunidad "apostólica" es la que colabora con el Resucitado y su Espíritu en el trabajo que él hizo en directo, mientras vivió sobre la tierra: anunciar la buena noticia a todos, curar enfermos, liberar a los atormentados por los espíritus malos...
Si entonces dice Lucas que "salía de él una fuerza que los curaba a todos", lo mismo se tendría que poder decir de su Iglesia, de nosotros. Desde hace dos mil años este mundo no ve a Jesús, pero debería sentir la fuerza curativa y liberadora de la comunidad de Jesús, en todos los ambientes, también en los más cercanos de la vida familiar y social y de nuestro trabajo.
"Es un fallo que haya pleitos entre vosotros" (1ª lectura II)
"Salía de él una fuerza que los curaba a todos" (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 6,1-11
De este fragmento se desprende otra situación de la vida comunitaria: algunos cristianos de Corinto, en su deseo de dirimir algunos litigios, apelan a tribunales paganos en vez de resolverlos entre ellos. El apóstol interviene, como siempre, con gran claridad y autoridad. Pongamos de manifiesto los tonos típicos de su intervención.
El discurso de Pablo es, en primer lugar, provocador (vv. 1,1-3): emplea un tono bastante fuerte para suscitar una sacudida en la conciencia de sus interlocutores sobre la gravedad y el carácter delicado de algunas de sus actitudes, pero lo hace, sobre todo, para recordarles que el juicio entre hermanos de la misma fe debería obedecer a criterios que esa misma fe sugiere y es capaz de formular. En caso contrario, debería deducirse que la fe cristiana de esa comunidad es absolutamente incapaz de orientar la vida de los creyentes y de iluminar sus decisiones.
A continuación, el discurso de Pablo se vuelve irónico (vv 4-10): pretende nada menos que suscitar en los corintios un sentido de vergüenza por el simple hecho de que entre ellos no se encuentre ninguna persona entendida que pueda hacer de árbitro entre hermano y hermano. Se trata de una ironía mezclada de tristeza y tal vez también de rabia, actitudes que ya conocemos bien, porque Pablo las ha manifestado también en otros lugares de sus cartas.
Al final, el discurso se vuelve teológico (v. 11): en efecto, Pablo vuelve aquí al centro de su enseñanza y, refiriéndose al gran acontecimiento del bautismo, les recuerda a todos los cristianos de Corinto la novedad del don recibido: «Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios». De la novedad del don depende, como es obvio, la novedad de la vida.
Evangelio: Lucas 6,12-19
Siguiendo una indicación que le resulta entrañable, refiere Lucas que Jesús se retira a la montaña para orar y se pasa allí toda la noche (v. 12). Aunque la relación entre la oración de Jesús y la elección de los Doce no aparece de manera explícita, a la luz de la fe es más que legítimo establecer una relación íntima entre la seriedad de la acción que Jesús va a realizar y su actitud orante frente al Padre. La elección de los Doce está emparejada a una llamada: «Llamó de entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles» (v 13). La vocación y la misión son inseparables entre sí: en caso contrario, la misión, en vez de equivaler al ministerio, se reduce a ser un oficio. Por otra parte, la vocación, sin el atraque en la misión, sería una acción incompleta.
«A quienes dio el nombre de apóstoles» (v 13b): da la impresión de que Lucas cae aquí en un anacronismo, puesto que, a lo que parece, apóstol es un término típicamente pascual. Pero conocemos muchos de estos flash-back llevados a cabo no sólo por Lucas, sino también por Juan. Esto no supone ningún problema para nosotros; es más, nos alegra ver la luz pascual proyectada sobre el tiempo del ministerio público de Jesús, como para decir que esa misma luz se proyecta de hecho en nuestra vida y en nuestra historia. Por último, la relación de Jesús con la muchedumbre se caracteriza, una vez más, de un doble modo: la gente viene para escuchar a Jesús y para ser curada de sus enfermedades (v 18). En ambos casos se trata, para Lucas, de una «fuerza» que da autoridad a su enseñanza y eficacia a sus acciones taumatúrgicas.
MEDITATIO
Puesto que la elección de los doce apóstoles constituye el centro del relato evangélico de hoy, parece oportuno meditar sobre la apostolicidad de la Iglesia. Como es sabido, ésta es una de las características de la Iglesia de Cristo, junto con la unidad, la santidad y la catolicidad.
Señalemos, en primer lugar, que no estamos frente a notas meramente jurídicas, es decir, que serían tales por derivar de un estatuto o de un acto humano en virtud del cual podría nacer sólo una sociedad más o menos perfecta. Se trata, más bien, de notas espirituales, esto es, dadas a la Iglesia por el Espíritu Santo y por el Señor resucitado. La Iglesia de Cristo no llega a ser apostólica en un determinado punto de su itinerario, sino que nació apostólica.
El motivo principal consiste en el hecho de que el mismo Jesús es el apóstol por excelencia, el misionero del Padre. Jesús no es sólo el fundador de la Iglesia, sino, antes aún, su salvador: la Iglesia nació del costado abierto de Cristo crucificado, con el poder del «espíritu» que exhaló desde lo alto de la cruz (cf. Jn 19,30). A la misión que Jesús ha confiado a los Doce durante su ministerio público (cf Mt 10,1 ss) le corresponde otra más importante después de la resurrección (cf. Mt 28,16-20).
Ahora bien, es preciso estar atentos y no confundir la apostolicidad de la Iglesia con su carácter misionero, aunque subsista entre ambos un nexo íntimo y profundo. La apostolicidad ha nacido de la Iglesia y está ligada al colegio de los Doce; mientras que el carácter misionero es tarea de la Iglesia y está ligado a la persona de todos sus miembros; la primera constituye un artículo de nuestra fe: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica», mientras que el segundo es objeto de nuestro testimonio.
ORATIO
Oh Señor, es propio del hombre discreto hacer brotar modos de comportamiento cada vez más honestos, unidos a la progresiva transparencia de la vida: concédeme envejecer así.
Es propio del hombre discreto poseer calma en su juicio, lo que le hace imparcial en todo y le libera de toda corrupción: concédeme relacionarme así. Es propio del hombre discreto tener un respeto profundo por los otros, así como la capacidad de abrirse a los juicios ajenos: concédeme alegrarme así. Es propio del hombre discreto valorar la vida con todas sus sombras y todas sus luces: concédeme crecer así. Es propio del hombre discreto favorecer el crecimiento de la persona sin retorsiones, castigos inútiles, prejuicios y cierres: concédeme obrar así.
Oh Señor, concédeme la discreción, esa ciencia práctica de la vida y de la fe que me hace libre desde el punto de vista emocional, capaz de discernimiento y justo en el juicio para señalar a todos el camino hacia el bien.
CONTEMPLATIO
Con razón, pues, hermanos, hemos de anhelar, buscar y amar a aquel que es la Palabra de Dios en el cielo, la fuente de la sabiduría, en quien, como dice el apóstol, están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, tesoros que Dios brinda a los que tienen sed.
Si tienes sed, bebe de la fuente de la vida; si tienes hambre, come el pan de la vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente: nunca dejan de comer y beber y siempre siguen deseando comer y beber. Tiene que ser muy apetecible lo que nunca se deja de comer y beber, siempre se apetece y se anhela, siempre se gusta y siempre se desea; por eso, dice el rey profeta: Gustad y ved qué dulce, qué bueno, es el Señor.
Dios misericordioso, piadoso Señor, haznos dignos de llegar a esa fuente. En ella podré beber también yo, con los que tienen sed de ti, un caudal vivo de la fuente viva de agua viva. Si llegara a deleitarme con la abundancia de su dulzura, lograría levantar siempre mi espíritu para agarrarme a ella y podría decir: «¡Qué grata resulta una fuente de agua viva de la que siempre mana agua que salta hasta la vida eterna!».
Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua, para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna (san Columbano, Instrucción 13 sobre Cristo fuente de vida, 2ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Habéis sido purificados, consagrados y salvados en nombre de Jesucristo» (1 Cor 6,11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Tienes una buena noticia para darme y me haces suspirar tanto por ella?
-¿Yo una buena noticia? Tengo el infierno en el corazón, ¿y tendré una buena noticia para ti? Dime, si lo sabes, cuál es esa buena noticia que esperas a través de mí.
Que Dios ha tocado tu corazón y quiere hacerte suyo, respondió con calma el cardenal.
-¡Dios! ¡Dios! ¡Si lo viera! ¡Si pudiera sentirlo! ¿Dónde está ese Dios?
¿Tú me lo preguntas? ¿Tú? ¿Y quién lo tiene más cerca que tú? ¿No lo sientes en el corazón, no sientes que lo oprime, que lo agita, que no te deja estar, y, al mismo tiempo, te atrae, te hace presentir una esperanza de quietud, de consuelo, de un consuelo que será pleno, inmenso, en cuanto lo reconozcas, lo confieses, lo implores?
-¡Es cierto! Tengo algo aquí que me oprime, que me corroe. Pero ese Dios, si es que existe, si es lo que dicen, ¿qué quiere hacer de mí? [...].
¿Qué puede hacer Dios contigo? Perdonarte? ¿Salvarte? ¿Llevar a cabo en ti la obra de la redención? ¿No son cosas magníficas y dignas de él? Piensa. Si yo que soy un hominicaco, un miserable, y estoy lleno de mí mismo, si yo, tal cual soy, me atormento ahora de este modo por tu salud, que por ella daría con gozo (él me es testigo) estos pocos días que me quedan, ¡piensa! ¡cuánta, cómo debe de ser la caridad de aquel que me infunde ésta tan imperfecta, pero tan viva! ¡Cómo te ama, cómo te quiere! ¡Cómo debe de ser el que me manda y me inspira con un amor por ti que me devora!
(A. Manzoni, I romessi sposi, diálogo entre Federico Borromeo y el Anónimo [edición española: Los novios, Círculo de Lectores, Barcelona 1997]).