Lunes XXIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 11 septiembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Col 1, 24—2, 3: Dios me ha nombrado ministro de la Iglesia para anunciaros a vosotros el misterio escondido desde siglos
Sal 61, 67. 9: De Dios viene mi salvación y mi gloria
Lc 6, 6-11: Estaban al acecho para ver si curaba en sábado
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Colosenses 1,24-2,3: Pablo, ministro de la Iglesia, nombrado por Dios, para anunciar el misterio de la salvación. Pero esto no lo hace sin dolor, contradicciones y luchas. Todo esto es un instrumento válido para hacer crecer a la Iglesia.
La afirmación de que en Cristo «están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» se fundamenta en que Cristo –Dios hecho hombre– es la encarnación de la misma Sabiduría divina, pues la Sabiduría es uno de los nombres que se aplican en la Sagrada Escritura a la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Por eso comenta San Atanasio:
«Dios, ya que no ha querido darse a conocer, como en tiempos anteriores, por la imagen y sombra de sabiduría que aparece en las criaturas, sino que determinó que la verdadera Sabiduría en persona se encarnara, se hiciera hombre y sufriera muerte de cruz, para que en adelante pudieran lograr la salvación todos los fieles por la fe, que en la cruz tiene su punto de apoyo» (Sermón 2 contra los arrianos).
Y San Jerónimo comenta:
«Ese tesoro en el que están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3) es la Palabra de Dios, que aparece encerrada en la carne de Cristo; o la Sagrada Escritura, en la que está guardada la noticia del Salvador. Cuando alguno lo encuentra en ellas, debe despreciar todas las ganancias de este siglo para poseer a Aquel a quien encontró» (Comentario al Evangelio de San Mateo 13,44).
–«De Dios nos viene la salvación y la gloria», dice el Salmo 61. Nuestra alma descansa en Dios porque Él es nuestra esperanza. Solo Él es nuestra Roca y salvación, nuestro Alcázar, por eso no vacilaremos. Confiamos en Él, en Él desahogamos nuestro corazón, pues es nuestro refugio. Cristo es nuestro modelo. No tuvo una vida fácil, vivió austeramente, trabajó, fue incomprendido, abandonado, traicionado: vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, lo rechazaron. Murió en una cruz... Se abandonó enteramente al Padre. Este es también nuestro camino: abandono total en Dios.
–Lucas 6,6-11: Estaban al acecho para ver si curaba en sábado. Los enemigos de Cristo lo espían para tener algo con qué atacarlo, pero Él los desbarata. La gloria de Dios está servida en primer lugar por su bondad para con los infelices. Liberar a un pobre de las cadenas del mal es una consecuencia que siempre hemos de sacar de la santificación del Domingo y de los días de fiesta. Oigamos a San Ambrosio:
«Con esta ocasión Cristo arguye a los judíos que, por sus falsas interpretaciones, violaban los preceptos de la Ley, juzgando que estaba prohibido en sábado realizar incluso obras buenas, ya que la Ley, prefigurando en el presente la fisonomía del futuro, prohibía las obras malas, no las buenas. Pues, si se ha de descansar de las obras de este mundo, sin embargo, no es un acto vacío de buenas obras descansar en la alabanza del Señor.
«Has oído las palabras del Señor, que dice: «Extiende la mano». He aquí el remedio común y general. Y tú, que crees tener la mano sana, cuídate de que la avaricia y el sacrilegio no la contraigan. Extiéndela con frecuencia: extiéndela hacia ese pobre que implora; extiéndela para ayudar al prójimo, para llevar socorro a la viuda, para arrancar de la injusticia al que tienes sometido a una vejación inicua; extiéndela hacia Dios por tus pecados. Así es como se extiende la mano, así es como se cura» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V,39-40).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Colosenses 1,24 a 2,3
a) Dos cosas fundamentales hace Pablo en su ministerio: evangelizar y sufrir.
La principal es, naturalmente, la evangelización. Dios le ha nombrado ministro y anunciador del "misterio que ha tenido escondido desde siglos y que ahora ha revelado a su pueblo". Este misterio es la salvación en Cristo, o, como él dice: "que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria". O bien: "este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer".
Para cumplir este ministerio, Pablo está dispuesto a soportarlo todo. Habla del "empeñado combate" que libra en las varias comunidades: "amonestamos a todos, enseñamos a todos, para que todos lleguen a la madurez en su vida cristiana: ésta es mi tarea, en la que lucho denodadamente".
En esta lucha, Pablo ha asumido también el sufrimiento: "me alegro de sufrir por vosotros". La razón profunda de esta disponibilidad es: "así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia".
b) Si nosotros tuviéramos ese "motor" de la fe en Cristo, también estaríamos dispuestos a cualquier cosa para poderlo anunciar, que es a lo que hemos sido llamados todos los cristianos: padres, amigos, educadores, sacerdotes, religiosos. Si no evangelizamos -por pereza o por frialdad o por miedo- tal vez muchas personas se quedarán sin enterarse de ese plan salvador que Dios quiere dar a conocer a todos.
La condición es que nosotros mismos estemos convencidos, que Cristo sea "para nosotros la esperanza de la gloria" y la razón de ser de todo. Entonces seremos tan valientes y generosos como Pablo. Él escribe esta carta desde la cárcel, donde está detenido por predicar a Cristo. Pero no le pueden hacer callar.
Mirándonos en el espejo de Pablo, ya sabemos que seguramente nos tocará sufrir. Pero, como él, hemos de alegrarnos de poder sufrir, porque así nos incorporamos al dolor del mismo Cristo, en su misterio pascual, y contribuimos a la salvación de los demás.
Cuando celebramos la Eucaristía, memorial del sacrificio de Cristo, podemos aportar al altar, incluidos simbólicamente en el pan y el vino que aportamos, "los gozos y las fatigas de cada día", como nos invita a veces el sacerdote antes de la oración sobre las ofrendas.
Unimos a la ofrenda definitiva de Cristo lo que hayamos tenido que sufrir para ser fieles testigos suyos en el mundo, contentos de incorporar nuestra pequeña cruz a la de Cristo.
Es valiente la afirmación de Pablo: "completo en mi carne los dolores de Cristo". ¿Qué le falta a la pasión de Cristo? Que sea también nuestra. Así hay un intercambio misterioso: el dolor de Cristo se hace nuestro y el nuestro se une al suyo. Y así podemos colaborar con él en la llegada del Reino a este mundo.
2. Lucas 6,6-11
a) De nuevo la tensión en torno al cumplimiento del sábado. Esta vez no por las espigas que comían por el campo, sino por una curación hecha en la sinagoga precisamente en sábado.
Jesús se da cuenta del dolor de aquel hombre. El enfermo con el brazo paralizado no le dice nada, pero se debía leer en su cara la súplica. Los fariseos están al acecho para ver qué hará. Jesús "sabía lo que pensaban", y primero les provoca con su pregunta: "¿qué está permitido en sábado?". No contestaron. Entonces Jesús, "echando una mirada a todos" (Lucas no dice, como Marcos, que esta mirada estuvo "llena de ira y tristeza"), curó al buen hombre.
La reacción no se hizo esperar: "ellos se pusieron furiosos".
b) Es evidente que Jesús no desautoriza aquella institución tan válida del sábado, el día dedicado al culto de Dios, a la alegría, al descanso laboral, a la oración, a la vida de familia, al agradecimiento por la obra de la creación. Más aún, parece como si él ese día acumulara sus gestos curativos y salvadores.
Lo que critica es una comprensión raquítica, más preocupada por cumplir unas normas, muchas veces inventadas por las varias escuelas, que por el espíritu de fe que debe impregnar la vivencia de este día. No se podrá trabajar en sábado, y por tanto no habrá que hacer curas médicas a no ser que sean necesarias. Pero extender el brazo y decir una palabra de curación ¿es trabajar? El recoger unas espigas y comer sus granos al pasear por el campo, ¿es un trabajo equiparable a la siega?
Las escuelas de los fariseos habían llegado a interpretar el sábado convirtiéndolo en día de preocupación casuística en vez de en día de libertad. Jesús enseña actitudes más profundas, más preocupadas por el espíritu que por la letra. Y nosotros tendríamos que aplicar esta enseñanza a muchos detalles de nuestras normas de vida. Las normas están muy bien, y son necesarias, pero sin llegar a un legalismo formalista. No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre (cf. Mc 2,27).
Hay instituciones muy válidas y llenas de espíritu: el domingo cristiano, la celebración de la Eucaristía, el rezo de la Liturgia de las Horas. Realidades que tienen importancia para la vida de fe, y que necesitan, dado su carácter de comunitarias, unas normas para su realización. Pero no se tenían que haber rodeado, en la historia, de normas tan estrictas y minuciosas que a veces ahogan la alegría de su celebración. En vez de esponjar el ánimo y alegrarse con Dios y dedicarle una alabanza sentida y celebrar su comida pascual en el día consagrado a él, a veces nos hemos limitado a crear un clima de mero cumplimiento exterior.
Lo mismo pasa con la relación entre el culto (la celebración de la sinagoga en sábado) y la caridad fraterna (¿puedo curar a este buen hombre?). Para Cristo hay que saber conjugar las dos cosas. Va a la sinagoga, porque es sábado, pero también cura el brazo paralítico de aquella persona. Y, por el tono del relato, se nota claramente que da prioridad a la persona que a la institución.
Los cristianos debemos rezar y celebrar la Eucaristía en domingo. Y a la vez, precisamente ese día, nos deberíamos mostrar fraternos y sanantes, con detalles de caridad y buen corazón con las personas cercanas que, aunque no nos lo pidan, ya sabemos que necesitan nuestro interés y nuestro cariño.
"Así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia" (1a lectura I)
"Le dijo: extiende el brazo. Él lo hizo y su brazo quedó restablecido" (evangelio).