Sábado XXII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 4 septiembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Col 1, 21-23: Habéis sido reconciliados y Dios puede admitiros a su presencia como a un pueblo santo sin mancha
Sal 53, 3-4. 6 y 8: Ved que Dios es mi auxilio
Lc 6, 1-5: ¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Colosenses 1,21-23: Reconciliados por Cristo, podemos presentarnos ante Dios santos y sin mancha. Por sí mismo el hombre es incapaz de reconciliarse con Dios, al que ha ofendido con su pecado. La acción de Dios es aquí primera y decisiva. Él no dejó nunca de amarnos y por eso envió a su Hijo para reconciliarnos. El misterio de nuestra reconciliación empalma con el de la Cruz y del gran amor con hemos sido amados (Ef 2,4).
Toda la obra de la salvación está ya realizada por parte de Dios, pero se continúa aplicando a los hombres hasta la parusía final. San Pablo define su misión apostólica como el ministerio de la reconciliación (2 Cor 5,18). Pero hemos de tener presentes que la acción divina no ejerce su eficacia sino para los que están dispuestos a aceptarla por la fe. Por eso dice San Pablo: «Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios» (2 Cor 5,20).
–Con el Salmo 53 decimos: «Ved que Dios es mi auxilio» Le suplicamos ardientemente dentro de nuestra propia miseria: «Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder, oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras». Vemos que el Señor nos escucha y vemos su actuación: «Pero el Señor es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida». Le ofrecemos el sacrificio de acción de gracias. El Señor nos ha reconciliado.
–Lucas 6,1-5: El Hijo del Hombre es también Señor del sábado. Esto es una manifestación de su divinidad, tantas veces proclamada en los evangelios, con sus palabras, con sus obras y con su propia vida. San Ambrosio escribe:
«No solo por la ternura de sus palabras, sino por la misma práctica y por el ejemplo de sus actos, el Señor Jesús comenzó a despojar al hombre de la observancia de la Ley antigua y a revestirlo del vestido nuevo de la gracia. Así lo conduce ya en día de sábado por los sembrados, es decir, que lo aplica a obras fructuosas. ¿Qué quiere decir sábado, mies, espigas? No se trata de un misterio sin importancia. El campo es todo el mundo presente; la mies del campo es, por la semilla del género humano, la cosecha abundante de los santos; las espigas del campo, los frutos de la Iglesia, que los apóstoles remueven por su actividad, nutriéndose y alimentándose de nuestros progresos. Se levantaba ya la mies fecunda de virtudes, con muchas espigas, a las cuales son comparados los frutos de nuestros méritos...
«En adelante, sobre la Ley está la doctrina de Cristo, que no destruye la Ley, sino que la cumple, pues ni siquiera destruye el sábado. Si el sábado ha sido hecho para el hombre, y la utilidad del hombre pedía que el hombre hambriento, que hacía tiempo había sido privado de los frutos de la tierra, evitase el ayuno del hambre antigua, cierto no hay destrucción de la Ley, sino su cumplimiento» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V,28-29.34).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Colosenses 1,21-23
a) Del himno cristológico saca ahora Pablo consecuencias para la comunidad.
Antes de tener fe en Cristo eran "alienados de Dios y enemigos suyos, por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones", pero gracias a ese Cristo que murió en la cruz por todos, "habéis sido reconciliados con Dios" y ahora son "un pueblo santo sin mancha y sin reproche".
Pero queda todavía algo por hacer: "que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza".
b) No basta empezar. También nosotros creemos en Jesús y nos sentimos reconciliados con Dios. Pero nos falta mucho para llegar a ser ese "pueblo sin mancha y sin reproche", superando "la mentalidad de las malas acciones" que también nos tienta a nosotros.
Día tras día estamos empeñados en el compromiso de permanecer firmes en la fe y en la esperanza, de actuar en la vida en coherencia con nuestra fe, de llevar a la práctica ese evangelio, esa Buena Noticia que nos ha traído Jesús y que la Iglesia -Pablo y otros muchos después de él- predican en todo el mundo.
Con el salmo, ponemos nuestra confianza en Dios, que es quien nos da la fuerza para seguir con este programa de crecimiento: "escucha mi súplica. Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida".
2. Lucas 6,1-5
a) Esta vez, la discusión es sobre el sábado.
Jesús apreciaba el sábado y, como buen judío, lo había incorporado a su espiritualidad: por ejemplo, iba cada semana a la sinagoga, a rezar y a escuchar la Palabra de Dios con los demás. Y cumplía seguramente las otras normas relativas a este día.
Bien vivido, el sábado era y sigue siendo un día sacramental de auténtica gracia para los judíos. Pero lo que aquí critica Jesús es una interpretación exagerada del descanso sabático: ¿cómo puede ser contrario a la voluntad de Dios el tomar en la mano unas espigas, restregarlas y comer sus granos, cuando se siente hambre?
El argumento que él aduce es el ejemplo de David y sus hombres, a quienes el sacerdote del santuario les dio a comer "panes sagrados", aunque en principio no eran para ser comidos así (1 Samuel 21).
Jesús habla realmente con autoridad y poder. Se atreve a reinterpretar una de las instituciones más sagradas de su pueblo. Pero sobre todo les debió saber muy mal a los fariseos la última afirmación: "el Hijo del Hombre es señor del sábado".
b) Es una difícil sabiduría distinguir entre lo que es importante y lo que no.
Guardar el sábado como día de culto a Dios, día de descanso en su honor, día de la naturaleza, día de paz y vida de familia, día de liberación interior, sí era importante. Que no se trabajara el sábado en la siega era una cosa, pero que no se pudieran tomar y comer unos granos al pasar por el campo, era una interpretación exagerada. No valía la pena discutir y perder la paz por eso. Es un ejemplo de lo que ayer nos decía Jesús respecto al paño nuevo y a los odres nuevos.
Cuántas ocasiones tenemos, en nuestra vida de comunidad, de aplicar este principio.
Cuántas veces perdemos la serenidad y el humor por tonterías de estas, aferrándonos a nimiedades sin importancia. Lo que está pensado para bien de las personas y para que esponjen sus ánimos -como la celebración del domingo cristiano- lo podemos llegar a convertir, por nuestra casuística e intransigencia, en unas normas que quitan la alegría del espíritu. El domingo es un día que tiene que ser todo él, sus veinticuatro horas, un día de alegría por la victoria de Cristo y por nuestra propia liberación.
Con la Eucaristía comunitaria en medio, pero con el espíritu liberado y gozoso: un espíritu pascual.
El legalismo exagerado también puede matar el espíritu cristiano. Por encima de todo debe quedar la misericordia, el amor.
"Gracias a la muerte de Cristo habéis sido reconciliados con Dios" (1a lectura I)
"El Hijo del Hombre es señor del sábado" (evangelio).