Viernes XXII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 30 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Co 4, 1-5: El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón
Sal 36, 3-4. 5-6. 27-28. 39-40: El Señor es quien salva a los justos
Lc 5, 33-39: Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 4,1-5: El Señor pondrá al descubierto los designios del corazón. Los apóstoles han de ser fieles a su misión. Hemos de dar cuenta al Señor. Comenta San Agustín:
«Ver el corazón es propio de Dios; propio del hombre no es más que juzgar las cosas externas. «No juzguéis, pues, antes de tiempo». ¿Qué significa antes de tiempo? Lo dice a continuación: «Hasta que venga el Señor e ilumine lo que se oculta en las tinieblas». ¿De qué está hablando? Escucha lo que sigue: «Y manifestará los pensamientos del corazón» (1 Cor 4,5). Esto es iluminar lo que se oculta en las tinieblas: manifestar los pensamientos del corazón. Ahora nuestros pensamientos son luminosos para nosotros mismos, para cada uno en particular; mas para nuestros prójimos están en las tinieblas, puesto que no los ven. Allí también Él ha de conocer lo que tú sabes que estás pensando. ¿Por qué temes? Ahora quieres ocultar tus pensamientos, tienes miedo a que se conozcan, quizá en alguna ocasión piensas algo malo, quizá algo torpe o algo vanidoso; allí no pensarás nada que no sea bueno, honesto, verdadero, puro, sincero. Pero esto cuando estés allí. Como ahora quieres que se vea tu rostro, así querrás entonces que se vea tu conciencia» (Sermón 243,5).
–Con el Salmo 36 proclamamos: «El Señor es el que salva a los justos». Confiemos en el Señor. Él será nuestro juez, hagamos el bien, practiquemos la lealtad, que el Señor será nuestra delicia y Él nos dará lo que pide nuestro corazón. No temamos, encomendemos nuestro camino al Señor, confiemos en Él y Él actuará, hagamos su justicia, es decir, cumplamos sus mandamientos y Él nos presentará radiantes. Apartémonos del mal y hagamos el bien. El Señor ama la justicia. En realidad el justo verdadero es solo Cristo. Nosotros hemos de seguirlo, imitarlo, siguiendo en todo sus enseñanzas. Así no temeremos que se vea nuestra conciencia. Pero, además, Él es infinitamente misericordioso.
–Lucas 5,33-39: Solo ayunarán en los días ausentes de Cristo. Es lo que hizo la primitiva Iglesia en los días anteriores a la Pascua, es decir, el Viernes y Sábado Santos. Luego se fue alargando más, hasta llegar a la Cuaresma en el siglo IV. Escribe San Ambrosio:
«¿Qué días son estos en que nos será arrebatado Cristo, siendo así que Él ha dicho: «Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos» (Mt 28,30) y : «Yo no os dejaré huérfanos» (Jn 14,18). Pues es cierto que si Él nos abandonase no podríamos ser salvados. Nada puede arrebatarte a Cristo si tú no quieres. Que no te lo arrebate ni tu vanidad, ni tu presunción, ni presumas de la ley; pues no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores... Los hijos del Esposo, es decir, los hijos del Verbo, elevados por la regeneración del bautismo a la condición de la naturaleza divina, mientras el Esposo estuviera con ellos no podían ayunar.
«Ciertamente no se trata de una prohibición del ayuno con el cual se mortifica la carne y se debilita la sensualidad; pues este ayuno nos lo recomienda Dios. ¿Cómo había de prohibir el Señor el ayuno a sus discípulos, cuando Él mismo ayunaba y cuando les decía que los malísimos espíritus no podían ser superados sino con la oración y el ayuno? (Mt 17,20). También en este lugar llamó al ayuno vestido viejo, que el Apóstol ha estimado se ha de desechar (Gal 3,9.10), para revestirnos el que ha sido renovado por la santificación del Bautismo» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 20.23).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 4,1-5
a) Se ve que el problema de los ministros y su comprensión dentro de la comunidad de Corinto era grave, porque Pablo sigue tratando de él. Estos días pasados hemos visto cómo aludía a la división entre los partidarios de Apolo o de Pablo.
Para él, los apóstoles -y todos los que de alguna manera ejercen un ministerio pastoral en la comunidad- son sólo "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios".
Y por tanto, deben ser "fieles", que es lo que se pide de un administrador. No son dueños, no son protagonistas. No salvan ellos. Predican una palabra que no es suya, sino de Dios.
Por tanto, el prestigio que pueda tener entre los fieles es sólo relativamente importante.
A lo que tiene respeto Pablo es al juicio de Dios, no al que él mismo haga de sí, ni al que puedan hacer de él los corintios, un tanto superficialmente. Si le alaban por algún motivo, no por eso es necesariamente bueno. Si le critican, no por eso es necesariamente malo. El salmo nos asegura que es "el Señor quien salva a los justos... apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles".
b) Es una buena ocasión para que los encargados de una comunidad se examinen a sí mismos: no son sino administradores y servidores de unos bienes que pertenecen a Dios y a la comunidad.
Su actuación debe ser seria, responsable, con la mirada puesta en el juicio de Dios, que es profundo: "él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón". Una persona que tiene autoridad no debe fiarse demasiado de la opinión que tiene de si misma, que será benévola normalmente, ni tampoco depender obsesivamente del juicio que les merezca a los demás.
La crítica de los demás nos tiene que infundir respeto, y nos puede ayudar a madurar y a mejorar nuestro servicio. Y haremos bien en hacer caso de las interpelaciones que se nos hagan con seriedad. Pero tampoco deberíamos estar continuamente pendientes de si agradamos o no a todos: si seguimos nuestra conciencia e intentamos agradar a Dios, podemos tener esa serenidad que parece tener Pablo, porque "la conciencia no le remuerde".
¿Qué buscamos en nuestro trabajo: el aplauso humano o el de Dios? Si la gente habla bien de nosotros, pero a Dios le estamos defraudando con nuestra actuación, malo. Es el juicio de Dios, que escruta nuestro corazón, el que nos debería preocupar.
2. Lucas 5,33-39
a) Empiezan las discusiones con los fariseos: ¿por qué no ayunan los seguidores de Jesús, como hacen todos los buenos judíos, los fariseos y los discípulos del Bautista? Acusan a los discípulos de que "comen y beben", lo mismo que achacarán a Jesús (Lc 7,33s).
El tema no es tanto si ayunar o no, o si el ayuno entra en el programa ascético de Jesús.
Él mismo había ayunado cuarenta días en el desierto y la comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno. Jesús no elimina el ayuno, muy arraigado en la espiritualidad de su pueblo.
El interrogante es si ha llegado o no el Mesías. El ayuno previo a Jesús tenía un sentido de preparación mesiánica, con un cierto tono de tristeza y duelo. Seguir haciendo ayuno es no reconocer que ha llegado el Mesías. Ha llegado el Novio. Sus amigos están de fiesta. La alegría mesiánica supera al ayuno. Luego, cuando de nuevo les "sea quitado" el Novio, porque no les será visible desde el día de la Ascensión, volverán a hacer ayuno, aunque no con tono de espera ni de tristeza.
Sobre todo, Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".
b) Aceptar a Jesús en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de "saber" unas cuantas verdades respecto a él, sino de cambiar nuestro estilo de vida.
Significa vivir con alegría interior. Jesús se compara a sí mismo con el Novio y a nosotros con los "amigos del Novio". Estamos de fiesta. ¿Se nos nota? ¿o vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador?
Significa también novedad radical. La fe en Cristo no nos pide que hagamos algunos pequeños cambios de fachada, que remendemos un poco el traje viejo, o que aprovechemos los odres viejos en que guardábamos el vino anterior. La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales.
Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del AT: les costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús. Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo.
"Cada uno recibirá de Dios lo que merece" (1ª lectura II)
"Confía en el Señor y haz el bien" (salmo II)
"A vino nuevo, odres nuevos" (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 4,1-5
En el seno de la comunidad cristiana de Corinto había algunos que empezaban a contestar la legitimidad y la autenticidad del ministerio que Pablo ejercía entre ellos y sobre ellos. En primer lugar -afirma Pablo-, somos «ministros de Cristo», esto es, servidores, siervos: nada más (v. la). Nos viene espontáneamente a la mente recordar aquellas palabras de Jesús a los apóstoles: «Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10). Este primer rasgo prueba la identidad del apóstol y le define en relación con Cristo, que le ha llamado.
Somos también «administradores de los misterios de Dios» (v lb), esto es, «ecónomos», porque somos responsables de la oikonomía que ve obrando tanto a Dios, que dispensa sus misterios, como a los apóstoles, que han sido llamados a dar lo que han recibido. Este segundo rasgo caracteriza al ministerio apostólico con respecto a los fieles, que tienen derecho a recibir lo que Dios, por manos de sus ministros, dispensa a manos llenas. A los ministros-administradores se les pide que sean «fieles» (v. 2): el término griego empleado puede aludir a la fidelidad personal del apóstol respecto a su Señor, pero expresa, sobre todo, la fidelidad del siervo a su servicio o, mejor aún, a aquel que le ha llamado para este servicio. Por último, el apóstol se siente sometido sólo al juicio de Dios (vv. 3ss): de aquí podemos colegir la extrema libertad de Pablo frente a todos, aunque no respecto a Dios, al que se ha rendido de una vez para siempre y al que ahora permanece sometido en todo y para todo. No es difícil reconocer en estos elementos característicos del ministerio apostólico una auténtica espiritualidad, de la que, por otra parte, Pablo da testimonio en todas sus cartas.
Evangelio: Lucas 5,33-39
En aquel tiempo, 33 los maestros de la Ley y los fariseos le preguntaron a Jesús:
-Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, e igualmente los de los fariseos; en cambio, tus discípulos comen y beben.
34 Jesús les contestó:
-¿Podéis hacer ayunar a los amigos del novio mientras elnovio está con ellos? 35 Llegará un día en que el novio les será arrebatado; entonces ayunarán.
36 Les puso también este ejemplo:
-Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo, porque estropeará el nuevo, y al viejo no le caerá bien la pieza del nuevo. 37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo reventará los odres, se derramará el vino y los odres se perderán. 38 El vino nuevo se echa en odres nuevos. 39 Y nadie habituado a beber vino añejo quiere el nuevo, porque dice: «El añejo es mejor».
De aquí en adelante la liturgia de la Palabra presenta tres páginas evangélicas que relatan tres polémicas mantenidas por Jesús con los discípulos de Juan el Bautista y con los fariseos: una tiene que ver con la práctica del ayuno y dos con la observancia del sábado.
Sabemos que la limosna, la oración y el ayuno constituyen tres compromisos inderogables para los discípulos de Cristo (cf. Mt 6,1-18), pero lo que importa a Jesús es el modo en que sus discípulos aceptan hacer limosna, orar y ayunar. También este pasaje evangélico confirma la importancia del espíritu con el que el ayuno puede y debe ser practicado. La alegoría matrimonial nos impulsa a considerar a Jesús como «el esposo» (vv. 34ss), cuya presencia hoy no puede dejar de ser considerada motivo de alegría, y cuya ausencia mañana será, a buen seguro, motivo de tristeza. La espiritualidad cristiana no podrá separarse nunca de algunas expresiones personalísimas que pueden configurar una relación nuestra no sólo de hijos con su padre, sino también de esposa con esposo. Sabemos que ya desde el Antiguo Testamento se ha desarrollado ampliamente la alegoría matrimonial para iluminar tanto las relaciones de Israel con su Señor como las relaciones de todo creyente con su Dios.
No es difícil caer en la cuenta de que se distingue aquí con bastante claridad los tiempos de Jesús de los tiempos de la Iglesia (es ésta una perspectiva fuertemente lucana, como, por otra parte, han puesto de relieve no pocos exégetas). La Iglesia está representada por los invitados que participan de la alegría del esposo; sin embargo, en otras ocasiones está representada por la esposa o por el amigo del esposo, que está cerca de él y lo escucha (cf. Jn 25,30).
MEDITATIO
Siempre es útil reflexionar sobre la novedad traída por Cristo y atestiguada por el Evangelio: novedad que el fragmento de Lucas que acabamos de meditar pone de manifiesto con las parábolas del traje nuevo y del vino nuevo. Señalemos, en primer lugar, el carácter paradójico con el que nana Lucas la primera parábola: en efecto, no habla simplemente de un pedazo de tela para ponerlo en un traje viejo, sino de la acción de alguien que «corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo». Está claro que Lucas quiere censurar la actitud de aquellos que, al rechazar la novedad del evangelio, acaban por estropear lo que es nuevo sin llevar a su consumación lo que es viejo.
«Nuevo» puede ser entendido en referencia al Antiguo Testamento: en este caso, el verdadero discípulo de Jesús desde los comienzos de su experiencia de fe intuye que la Palabra de Jesús llega como cumplimiento de las profecías y que su adhesión de fe a Jesús le pone en continuidad con todos aquellos que antes de Cristo ya se abrieron a la escucha de la Palabra de Dios y se dejaron guiar por los profetas. «Nuevo» puede ser entendido asimismo en referencia a los maestros alternativos que, con todos los medios posibles, hacían prosélitos también en tiempos de Jesús; en este caso, los apóstoles y los discípulos se encontraron en la necesidad de tomar decisiones drásticas (cf. Jn 6,60-69) para no dejarse hipnotizar por falsos maestros y por guías ciegos e hipócritas (cf. Mt 23,15-17). «Nuevo», por último, puede ser entendido igualmente en referencia a ciertas actitudes que caracterizaban la vida de los discípulos de Jesús antes de su encuentro con el maestro: en este caso, el discípulo de Jesús advierte el deber de dejar para tomar, de abandonar para recibir, de perder para encontrar.
ORATIO
Oh Señor, sácanos del surco de nuestros hábitos. La tarea principal de una persona que quiere madurar es, paradójicamente, la de alcanzar la inocencia de un niño. Oh Señor, dame una mente fresca, inocente, llena de porqués y, por eso mismo, abierta y capaz de conocimiento infinito.
«Nadie corta un trozo de tela de un traje nuevo y lo pone en un vestido viejo.» Oh Señor, concédeme el sentido del buen gusto, que no me mantenga encerrado en lo «viejo», sino que, aun apreciándolo, sepa captar la novedad de tu gracia, dotada siempre de originalidad y elegancia espiritual. Los discípulos de Juan ayunan; los tuyos comen y beben. Oh Señor, concédeme ese sentido del equilibrio que no me liga a la fuerza a normas y prácticas ya superadas, sino que a través de intuiciones afortunadas me conduce a tomar decisiones espontáneas y adaptadas a todo tipo de situaciones.
CONTEMPLATIO
El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.
Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras. Y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma (Pseudo-Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración, en PG 64, 462-466).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Que se nos considere, por tanto, como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Fundamento mi comprensión del mundo, de los otros y de mí mismo en la figura simbólica del siervo de YHWH o, bien, en un amor que no puede ser arrebatado sino ofrecido. El siervo de YHWH, «el cordero de Dios», es exactamente lo contrario que el «chivo expiatorio», ese que todos están de acuerdo en excluir para preservar la unidad del grupo. En el cristianismo, por el contrario, el grupo ha sido fundado por una víctima que fue excluida por los otros, pero que, aceptando ser excluida, denunció y puso al desnudo el sistema del «chivo expiatorio». Con la lógica simbólica de la víctima conforme, la cruz queda sustraída a una interpretación puramente punitiva, en términos de retribución (la sangre derramada a cambio de la Salvación), un hecho al que Job ya había puesto término con su propio sufrimiento. El extraordinario poder de Jesús reside en un sacrificio consentido que va a destruir de manera definitiva todo el sistema que se fundamenta en la víctima. Eso es lo que subraya san Juan cuando hace decir a Jesús: «Nadie tiene poder para quitarme la vida; soy yo quien la doy por mi propia voluntad» (P. Ricoeur, entrevista aparecida en el diario Awenire el 8 de septiembre de 1999).