Viernes XXII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 4 septiembre, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Col 1, 15-20: Todo fue creado por él y para él
Sal 99, 2. 3. 4. 5: Entrad en la presencia del Señor con vítores
Lc 5, 33-39: Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Colosenses 1,15-20: Todo fue creado por Él y para Él. Himno a Cristo, primogénito de toda criatura. Es la cabeza de la Iglesia. Comenta San Agustín:
«Fue entregado a la afrenta, a la flagelación y a la muerte, y con el ejemplo de su pasión nos enseñó cuánta paciencia requiere el caminar con Él. A su vez, con el ejemplo de su resurrección nos afianzó en aquello que debemos esperar de Él mediante la paciencia... Somos el Cuerpo de aquella Cabeza, en la que se ha realizado ya el objeto de nuestra esperanza. De Él se ha dicho que es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, el primogénito, el que tiene la primacía (Col 1,18)... Y, dado que antes de resucitar nuestra Cabeza recibió el tormento de la flagelación, afianzó también nuestra paciencia... No decaigamos ante el azote, para gozarnos en la resurrección... Aunque no haya llegado la plenitud de nuestro gozo, no por eso nos ha dejado ahora sin gozo alguno, puesto que estamos salvados en esperanza» (Sermón 157,3-4).
–Con el Salmo 99 decimos: «Entrad en la presencia del Señor con vítores». Esto es lo que hemos de hacer al considerar que en Cristo reside toda la plenitud y que nos reconcilió por su sangre en la cruz. Por eso aclamamos al Señor en toda la tierra, le servimos con alegría, entramos con vítores en su presencia. Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño, le damos gracias y bendecimos su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna y su fidelidad por todas las edades». Si todo esto es integrado en nuestra vida, sabremos que el servicio del Dios vivo es la suprema alegría y felicidad; más aún, que la alegría es una forma de servicio: un medio por el cual podemos ser sacrificios vivientes de acción de gracias.
–Lucas 5,33-39: Solo ayunarán en los días ausentes de Cristo. Es lo que hizo la primitiva Iglesia en los días anteriores a la Pascua, es decir, el Viernes y Sábado Santos. Luego se fue alargando más, hasta llegar a la Cuaresma en el siglo IV. Escribe San Ambrosio:
«¿Qué días son estos en que nos será arrebatado Cristo, siendo así que Él ha dicho: «Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos» (Mt 28,30) y : «Yo no os dejaré huérfanos» (Jn 14,18). Pues es cierto que si Él nos abandonase no podríamos ser salvados. Nada puede arrebatarte a Cristo si tú no quieres. Que no te lo arrebate ni tu vanidad, ni tu presunción, ni presumas de la ley; pues no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores... Los hijos del Esposo, es decir, los hijos del Verbo, elevados por la regeneración del bautismo a la condición de la naturaleza divina, mientras el Esposo estuviera con ellos no podían ayunar.
«Ciertamente no se trata de una prohibición del ayuno con el cual se mortifica la carne y se debilita la sensualidad; pues este ayuno nos lo recomienda Dios. ¿Cómo había de prohibir el Señor el ayuno a sus discípulos, cuando Él mismo ayunaba y cuando les decía que los malísimos espíritus no podían ser superados sino con la oración y el ayuno? (Mt 17,20). También en este lugar llamó al ayuno vestido viejo, que el Apóstol ha estimado se ha de desechar (Gal 3,9.10), para revestirnos el que ha sido renovado por la santificación del Bautismo» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. V, 20.23).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Colosenses 1,15-20
a) Pablo eleva un himno a Cristo, que nosotros repetimos -junto con parte del pasaje de ayer- en Vísperas de cada miércoles.
Quiere completar el conocimiento que ya tienen los Colosenses con una mirada más profunda sobre quién es Cristo en el plan de Dios:
- Cristo es imagen de Dios invisible,
- primogénito de toda la creación, porque todo fue creado "por medio de él", "por él y para él",
- es anterior a todo y todo se mantiene en él: existe antes que nada y todo consiste por él,
- es cabeza de la Iglesia,
- el primogénito de los resucitados, el primero en todo,
- en él reside toda plenitud, según la voluntad de Dios
- y en él ha quedado todo reconciliado con Dios, por la sangre de su cruz.
Cristo como centro del cosmos y de la Iglesia, el primero en la creación y en la salvación.
Parece la respuesta de Pablo a las corrientes gnósticas de Colosas, que ponían a los ángeles o a los espíritus astrales por encima de Cristo.
b) Es un himno cristológico profundo, misterioso y consolador para nosotros.
Sobre todo en torno al Jubileo del año 2000, cuando nuestra mirada se ha vuelto a fijar de un modo gozoso en Jesús, nuestro Salvador, es bueno que asumamos esta comprensión de Pablo: Cristo es el que da sentido a todo, a lo cósmico y a lo humano y a lo eclesial. Sólo en él está la clave para entender el plan creador y salvador de Dios, o sea, nuestra identidad como personas y como cristianos, nuestro presente y nuestro destino final.
Ojalá supiéramos también nosotros transmitir con el mismo entusiasmo que Pablo nuestra fe en Cristo Jesús, en medio de este mundo que también parece dar prioridad a otros valores en su comprensión del mundo y de la historia.
2. Lucas 5,33-39
a) Empiezan las discusiones con los fariseos: ¿por qué no ayunan los seguidores de Jesús, como hacen todos los buenos judíos, los fariseos y los discípulos del Bautista? Acusan a los discípulos de que "comen y beben", lo mismo que achacarán a Jesús (Lc 7,33s).
El tema no es tanto si ayunar o no, o si el ayuno entra en el programa ascético de Jesús.
Él mismo había ayunado cuarenta días en el desierto y la comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno. Jesús no elimina el ayuno, muy arraigado en la espiritualidad de su pueblo.
El interrogante es si ha llegado o no el Mesías. El ayuno previo a Jesús tenía un sentido de preparación mesiánica, con un cierto tono de tristeza y duelo. Seguir haciendo ayuno es no reconocer que ha llegado el Mesías. Ha llegado el Novio. Sus amigos están de fiesta. La alegría mesiánica supera al ayuno. Luego, cuando de nuevo les "sea quitado" el Novio, porque no les será visible desde el día de la Ascensión, volverán a hacer ayuno, aunque no con tono de espera ni de tristeza.
Sobre todo, Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".
b) Aceptar a Jesús en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de "saber" unas cuantas verdades respecto a él, sino de cambiar nuestro estilo de vida.
Significa vivir con alegría interior. Jesús se compara a sí mismo con el Novio y a nosotros con los "amigos del Novio". Estamos de fiesta. ¿Se nos nota? ¿o vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador?
Significa también novedad radical. La fe en Cristo no nos pide que hagamos algunos pequeños cambios de fachada, que remendemos un poco el traje viejo, o que aprovechemos los odres viejos en que guardábamos el vino anterior. La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales.
Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del AT: les costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús. Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo.
"En Cristo quiso Dios que residiera toda plenitud" (1a lectura I)
"A vino nuevo, odres nuevos" (evangelio).