Lunes XXII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 29 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Co 2, 1-5: Os he anunciado el testimonio de Cristo crucificado
Sal 118, 97. 98. 99. 100. 101. 102: ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
Lc 4, 16-30: Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres. Ningún profeta es bien mirado en su tierra
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 2,1-5: Anuncio de Cristo crucificado. Es el tema de la predicación paulina. San Pablo ha llegado al conocimiento y al amor de la Cruz de Cristo, después de largos años de incomprensión en el judaísmo. Como sus contemporáneos judíos, no podía ni imaginar un Mesías crucificado. Escribe Orígenes:
«Y es así que la palabra de los que a los comienzos predicaron la religión cristiana, y trabajaron en la fundación de las Iglesia de Dios y, por tanto, su enseñanza tuvo ciertamente fuerza persuasiva, pero no como la que se estila en los que profesan la sabiduría de Platón o de cualquier otro filósofo, hombres al cabo y que nada tienen fuera de la naturaleza humana. La demostración, empero, de los apóstoles de Jesús era dada por Dios y tomaba su fuerza persuasiva del espíritu y del poder (1 Cor 2,4). Así se explica que su palabra corriera rápida y agudísimamente (Sal 147,4) o, por mejor decir, la palabra de Dios, que por su medio convertía a muchos que pecaban por natural tendencia y por costumbre; a los que nadie, ni a fuerza de castigos, hubiera hecho mudar de vida, los cambió la palabra viva, formándolos y moldeándolos a su talante» (Contra Celso 3,68).
Es lo mismo que afirma San Pablo: «no me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado».
–Con esta ciencia de la Cruz, San Pablo hace suya, y nosotros también, la doctrina de esos versos del Salmo 118: «¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! Todo el día la estoy meditando. Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, siempre me acompaña. Soy más docto que todos mis maestros, más sagaz que los ancianos... no me aparto de tus mandamientos, porque Tú me has instruido».
–Lucas 4,15-30: Evangelización de los pobres. Lectura en la sinagoga de Nazaret del pasaje de Isaías 58,6; 61,1-2. Comenta San Ambrosio:
«Ve aquí la Trinidad perfecta y coeterna. La escritura nos afirma que Jesús es Dios y hombre, perfecto en lo uno y en lo otro; también nos habla del Padre y del Espíritu Santo. Pues el Espíritu Santo nos ha sido mostrado cooperando, cuando en la apariencia corporal de una paloma descendió sobre Cristo en el momento en el que el Hijo de Dios era bautizado en el río y el Padre habló desde el cielo. ¿Qué testimonio podemos encontrar más grande que el de Él mismo, que afirma haber hablado en los profetas? El fue ungido con un óleo espiritual y una fuerza celestial, a fin de inundar la pobreza de la naturaleza humana con el tesoro eterno de su resurrección, de eliminar la cautividad del alma, iluminar la ceguera espiritual, proclamar el año del Señor, que se extiende sobre los tiempos sin fin y no conoce las jornadas del trabajo, sino que concede a los hombres frutos y descanso continuos. Él se ha entregado a todas las tareas, incluso no ha desdeñado el oficio de lector, mientras que nosotros, impíos, contemplamos su cuerpo y rehusamos creer en su divinidad que se deduce de sus milagros» (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib. IV,45).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 2,1-5
a) La Carta primera a los corintios la empezamos a leer el jueves de la semana pasada, y nos acompañará todavía tres semanas. Vimos ya cómo Pablo planteaba el tema de la "sabiduría" humana, la griega, comparada con la cristiana, la espiritual.
Pablo insiste: lo que él ha predicado a los habitantes de Corinto no estaba basado en "sublime elocuencia" ni en "sabiduría humana", sino en "el poder del Espíritu", "el poder de Dios". Se muestra valiente presentando a los griegos, tan satisfechos con su filosofía, la figura de Cristo Jesús, y "éste crucificado", lo que parece la antítesis de la sabiduría y la paradoja mayor para una cultura que aprecia sobre todo la coherencia y la profundidad de un sistema de pensamiento.
b) El mundo de hoy no parece tampoco tener oídos muy prestos a escuchar el mensaje de Cristo crucificado.
Más bien nos regalamos con palabras bonitas y con sabidurías más o menos persuasivas de este mundo. La comunidad cristiana, desde hace dos mil años, se presenta ante el mundo "débil y temerosa", como Pablo en Grecia, porque sabe, por una parte, que el mensaje que predica es difícil (Cristo crucificado) pero, por otra, que la palabra misma que anuncia tiene una fuerza intrínseca capaz de hacerla fructificar en los ambientes menos predispuestos. Pablo fracasó en Atenas, cuando en el Areópago intentó revestir su mensaje de lenguaje helénico más cuidado. Ahora anuncia la cruz de Cristo.
Para Dios, la fuerza verdadera está en lo sencillo y lo débil. En la cruz de Cristo, símbolo del fracaso y de la fragilidad, está la sabiduría y la clave para la salvación. Una invitación a que no nos dejemos engañar por los señuelos de unas palabras brillantes ni de unas ideologías deslumbrantes.
¿En qué nos apoyamos nosotros: en argumentos filosóficos, en recursos pedagógicos, en la eficacia de los métodos pedagógicos? ¿o en la fuerza del Espíritu de Dios? El salmo nos dice dónde está la fuente del verdadero saber: "tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, soy más docto que todos mis maestros, porque medito tus preceptos, no me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido".
2. Lucas 4,16-30
a) Vamos a leer desde hoy hasta el final del Año Cristiano, a las puertas del Adviento, al evangelista Lucas.
Empezamos con su capítulo cuarto, porque en Adviento y Navidad ya lo hicimos con los tres primeros: la anunciación, el nacimiento, la infancia de Jesús y su Bautismo en el Jordán.
Y empezamos con una escena bien significativa, programática, que se puede decir que da sentido a todo el ministerio mesiánico de Jesús: su primera predicación en la sinagoga de su pueblo Nazaret.
Una escena densa, muy bien narrada por Lucas, con una serie de detalles significativos:
- la costumbre de ir a la sinagoga todos los sábados,
- la invitación para que lea (de pie) al profeta; las lecturas de la Ley las hacían los rabinos; las de los profetas las podían hacer los laicos, como Jesús, que hubieran cumplido los treinta años;
- el pasaje de Isaías lo recuerda Lucas, porque es como el programa mesiánico de Jesús: "el Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para dar la libertad a los oprimidos... para anunciar el año de gracia del Señor";
- el comentario es del mismo Jesús (sentado), con unas primeras palabras que son como la definición de lo que es una homilía: "hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír";
- las primeras reacciones de admiración y aprobación por parte de sus paisanos,
- que, sin embargo, quedan bloqueados en su camino de fe porque conocen demasiado a Jesús: "¿no es éste el hijo de José?";
- la queja de Jesús sobre esta falta de fe, comparada con la acogida que ha encontrado en otros pueblos; cita dos refranes o dichos de la época: "médico, cúrate a ti mismo", y "ningún profeta es bien mirado en su tierra";
- la segunda reacción, esta vez de ira, ante estas palabras, hasta el punto de querer acabar con él despeñándolo por el barranco;
- pero Jesús "se abrió paso entre ellos y se alejaba".
b) Jesús aparece desde la primera página como el Enviado de Dios, su Ungido, el lleno del Espíritu. Y aparece también como el que anuncia la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.
Lucas va a ser para nosotros un buen maestro para que sepamos presentar a Jesús, también a nuestro mundo de hoy, como el salvador de los pobres. "Me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres". En la Plegaria Eucarística IV damos gracias a Dios Padre porque nos ha enviado a su Hijo Jesús, el cual "anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo (la alegría)". Es un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante las próximas semanas: el que atiende a los pobres, el que quiere la alegría para todos, el que ofrece la liberación integral a los que padecen alguna clase de esclavitud. ¿Es éste también el programa de su comunidad, o sea, de nosotros? ¿se puede decir que estamos anunciando la buena noticia a los pobres? ¿y somos nosotros mismos esos pobres que se dejan alegrar por el anuncio de Jesús?
La admiración, primero, y el rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las reacciones que Jesús va a suscitar a lo largo de su ministerio, acabando en la cruz. Y también de lo que pasará a su Iglesia a lo largo de los siglos, como muy bien se encargó de describir el mismo Lucas en su libro de los Hechos. Con la convicción de que después de la cruz viene la resurrección. Pero, mientras tanto, no nos extraña que fracasen muchos de nuestros esfuerzos, como fracasó Jesús en muchas ocasiones.
Jesús es en verdad el "año de gracia" que Dios ha preparado para la humanidad, al enviarlo -hace ahora dos mil años- como salvador y "evangelizador". Ojalá también nosotros le miremos como sus paisanos al principio: "toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él". [...]
"Hoy se cumple esta Escritura". Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó (lo solemos saber ya), sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, la del AT y la del NT, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal y la homilía deben buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su Historia de Salvación.
"Que vuestra fe no se apoye en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios" (1ª lectura II)
"Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 2,1-5
Frente a una comunidad que amenaza con profanar la pureza de la fe cristiana con algunos principios de la mentalidad grecopagana, Pablo siente el deber de tener que llamar la atención de todos sobre el acontecimiento central del cristianismo: el misterio pascual de Cristo, el Señor.
En sustancia, son tres los pensamientos que remacha: «Sólo Jesucristo, y éste crucificado» (v. 2) constituye el acontecimiento histórico que hemos de creer para llegar a la salvación. La mediación histórica que hemos de acoger consiste en la predicación, y ésta se caracteriza por su debilidad humana («Me presenté ante vosotros débil, asustado y temblando de miedo»: v 3) y no por la prepotente demagogia de ciertos predicadores de otros caminos de salvación. Por último, es la fe, como acogida de la Palabra de la cruz, la que revela el poder del Dios que salva. La vida cristiana no conoce otras características, y el apóstol interviene con todo el peso de su autoridad para reconducir a los cristianos de Corinto al camino recto, aunque esto entrañe fatiga a causa del deber de abandonar determinadas prácticas que son contrarias al carácter específico de la fe en Cristo.
Estos tres acontecimientos -Cristo crucificado, la predicación apostólica y la fe- mantienen entre sí un orden jerárquico: Pablo es muy consciente de ello, y lo experimentó personalmente en el camino de Damasco el día de su conversión. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el mensaje de Cristo crucificado llega a los potenciales creyentes por medio de la predicación apostólica, que se concentra y se agota en la proposición del mensaje pascual de Cristo muerto y resucitado. Es precisamente en este momento providencial cuando, según Pablo, se manifiesta y se vuelve eficaz la «demostración del poder del Espíritu» (v 4), que invade tanto al que evangeliza como a los que son evangelizados.
Evangelio: Lucas 4,16-30
La predicación de Jesús en Nazaret empieza con un rito: entra en la sinagoga, se levanta a leer, le entregan el libro y al abrirlo encuentra el pasaje... (vv l6ss). El momento es muy solemne y Lucas lo subraya con vigor: es una característica que se puede detectar con bastante facilidad en todo el relato. La página profética es proclamada por el mismo Jesús, que no tarda en dar la interpretación de la misma: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v 11). Jesús es verdadero profeta, incluso el profeta escatológico (c f. Lc 16,16), porque la profecía que proclama se cumple en su predicación, en sus gestos, en su persona. Por eso su tiempo es un kairós -un tiempo providencial- para cualquiera que se abra mediante la escucha a la acogida del mensaje que salva. Y es la presencia de Jesús en persona la que justifica el valor de este «hoy» (v. 21). Lucas registra también la reacción de los presentes: en parte, positivamente estupefactos por las cosas que decía y por el modo como las decía («palabras de gracia»: v 22); en parte, negativamente impresionados y, por eso, críticos respecto al mismo Jesús (w. 28ss). Como siempre, la reacción a la propuesta de salvación es de signo doble y contrario.
Encontramos, a continuación, una larga sección polémica: Jesús intuye que el ánimo de los presentes está, por lo general, indispuesto respecto a su predicación y presenta dos proverbios -el del médico y el del profeta (vv. 23.24)- que dejan entender con claridad lo que Jesús quiere decir. Las dos referencias bíblicas a las viudas de los tiempos de Elías y a los leprosos del tiempo de Eliseo (vv. 25-27) tienen también el objetivo polémico de desmantelar las disposiciones interiores de los presentes. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que, al final, Jesús sea objeto de una reticencia común y del rechazo más ciego.
MEDITATIO
Tanto Pablo como Lucas tocan en esta liturgia de la Palabra el tema de la predicación. Este se sitúa en el comienzo del camino de la fe, que por su propia naturaleza lleva a la salvación. Es ésta una ocasión propicia para detenernos en el valor teológico de la predicación, entendida como acto litúrgico que, en cuanto tal, participa de la economía sacramental. Esta última, en efecto, nos viene dada a través de los signos litúrgicos -y entre ellos hemos de enumerar, a buen seguro, la predicación-, los cuales «realizan lo que significan».
La predicación es antes que nada un acontecimiento de gracia: como los habitantes de Corinto, como los contemporáneos de Elías y de Eliseo y como los contemporáneos de Jesús, también nosotros nos encontramos situados no ante un acontecimiento puramente humano, aunque en ocasiones sea digno de admiración, sino ante un gesto que, aunque sea en medio de la debilidad, es portador de un mensaje ajeno -el de Dios- y de una gracia que viene de lo alto. La predicación cristiana se vale de las profecías veterotestamentarias, pero se sitúa en el presente histórico: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar». La referencia a los tiempos pasados no es, obviamente, un alarde de cultura, sino más bien memoria actualizadora de algunas profecías que contienen una promesa divina. De modo similar, la referencia al presente histórico no es violencia a la libertad de los individuos, sino más bien una invitación autorizada a no prescindir, por pereza o por ligereza, de la Palabra de Dios.
Por último, la predicación apostólica se encuentra en el comienzo de un itinerario de fe que Pablo, entre otros, se encarga de trazar también en los dos primeros capítulos de su primera carta a los cristianos de Tesalónica. Quien tenga la paciencia de leerlos encontrará en ellos un esbozo bastante completo de la «teología de la predicación». De todos modos, aconsejamos sopesar todo esto con lo que escribe Pablo en 1 Tes 2,13: «Por todo ello, no cesamos de dar gracias a Dios, pues al recibir la Palabra de Dios que os anunciamos, la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en realidad, como Palabra de Dios, que sigue actuando en vosotros los creyentes».
ORATIO
Señor Jesús, hablaste ayer, pero, sordos a tu mensaje de salvación, «todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de indignación». Sigues hablando hoy para proclamar de nuevo el amor del Padre que nos libera de toda opresión, pero pocos te escuchan y te aceptan. Hablarás mañana y tu anuncio seguirá siendo de nuevo incómodo y muchos intentarán alejarte. ¿Por qué?
Tu Palabra, Señor, sólo encuentra morada en un corazón abierto al Espíritu y a la sorprendente novedad de tu Evangelio: al que anuncia le es indispensable hacerse un corazón impregnado de verdad, libre de miedos, de objetivos personales, de presiones inútiles; estar preocupado únicamente por hacer conocer al Padre y su amor ilimitado por la humanidad; al que escucha le es indispensable tener un corazón deseoso de conocer al Señor que pasa y le invita. Tu Palabra, Señor, tiene siempre en sí misma el poder de sanar y de curar: con tal de que sea acogida libremente, nos transforma por dentro y obra maravillas.
CONTEMPLATIO
¿Os dais cuenta, hermanos, de lo peligroso que puede resultar callarse? El malvado muere, y muere con razón; muere en su pecado y en su impiedad, pero lo ha matado la negligencia del mal pastor. Pues podría haber encontrado al pastor que vive y que dice: Por mi vida, oráculo del Señor, pero como fue negligente el que recibió el encargo de amonestarlo y no lo hizo, él morirá con razón, y con razón se condenará el otro. En cambio, como dice el texto sagrado: «Si advirtieses al impío, al que yo hubiese amenazado con la muerte: Eres reo de muerte, y él no se preocupa de evitar la espada amenazadora, y viene la espada y acaba con él, él morirá en su pecado, y tú, en cambio, habrás salvado tu alma». Por eso precisamente, a nosotros nos toca no callarnos, mas vosotros, en el caso de que nos callemos, no dejéis de escuchar las palabras del Pastor en las sagradas Escrituras (san Agustín, Sermón sobre los pastores, 46,20ss, en CCL 41, 546ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Un gran profeta ha surgido entre nosotros» (Lc 7,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuando se habla de ciencia de la cruz, no hemos de entender la palabra ciencia en el sentido habitual. No se trata de una teoría, es decir, de un simple conjunto de proposiciones verdaderas -reales o hipotéticas- ni de una construcción ideal ensamblada por el proceso lógico del pensamiento. Se trata más bien de una verdad ya admitida -una teología de la cruz-, pero que es una verdad viva, real, activa. Es sembrar en el alma como un grano de trigo, que echa raíces y crece, dando al alma una impronta especial y determinante en su conducta, hasta el punto de resultar claramente discernible en el exterior. En este sentido es en el que [...] hablamos de ciencia de la cruz. De este estilo y de esta fuerza -elementos vitales que actúan en lo más profundo del alma- brota también la concepción de la vida, la imagen que cada hombre se hace de Dios y del mundo, de modo que tales cosas puedan encontrar su expresión en una construcción intelectual, en una teoría [...]. [No obstante], sólo se llega a poseer una scientia crucis cuando experimentamos la cruz hasta el fondo. De eso estuve convencida desde el primer momento, por eso dije de corazón: Ave crux, spes unica (E. Stein, Scientia crucis, Milán 1960, pp. 23ss [edición española: Ciencia de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 1994]).