Viernes XXI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 22 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Co 1, 17-25: Predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los hombres, pero para los llamados a Cristo, sabiduría
Sal 32, 1-2. 4-5. 10ab y 11: La misericordia del Señor llena la tierra
Mt 25, 1-13: Que llega el esposo, salid a recibirlo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 1,17-25: Predicación de Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero sabiduría para los creyentes. Oigamos a San Agustín:
«La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. No tenemos, pues, un corazón como el vuestro. Reciba la cruz de Cristo, póngala en la frente, donde está el asiento del pudor; allí precisamente donde antes se nota el rubor; póngala allí para no avergonzarse de ella... Lo necio de Dios es más sabio que la sabiduría de los hombres» (Sermón 174,3).
Y San Teodoro Estudita:
«¡Oh don preciosísimo de la Cruz! ¡Qué aspecto tiene más esplendoroso!... Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es un madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud a que la tenía sometido el diablo. Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costado, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza... Aquella suprema sabiduría, que, por así decir, floreció en la cruz, puso de manifiesto la jactancia y la arrogante estupidez de la sabiduría mundana» (Sermón en la Adoración de la Santa Cruz).
–El Salmo 32 nos muestra que los proyectos del Señor subsisten siempre, contra todo criterio meramente humano. Así manifiesta su misericordia que llena toda la tierra. Por eso «los justos aclaman al Señor, que merece la alabanza de los buenos, dan gracias al Señor con cítaras y tocan en su honor el arpa de diez cuerdas... La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho. Deshace los planes de los malvados y frustra sus proyectos». Todo esto nos debe mover a poner en Dios toda nuestra confianza.
–Mateo 25,1-13: Llega el Señor, salid a recibirlo. La parábola de las diez vírgenes es muy aleccionadora. El tiempo de la vida presente ha de ser un tiempo de espera del Señor. Hemos de estar siempre en vela esperándolo y bien preparados. San Agustín expone con frecuencia este pasaje evangélico en sus sermones:
«Estas cinco y cinco vírgenes son la totalidad de las almas de los cristianos. Pero cinco prudentes y cinco necias. Toda alma que vive en un cuerpo se asocia al número cinco, porque se sirve de los cincos sentidos. Fueron y entraron las cinco prudentes. ¡Cuán muchos sois, hermanos míos, en el nombre de Cristo! Hállense entre vosotros las cinco vírgenes prudentes. Vendrá, en efecto, la hora; vendrá y en el momento que desconocemos. Vendrá a media noche, estad en vela... Si, pues, hemos de dormir, ¿cómo estaremos en vela? Vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras. Y una vez que te hayas dormido en el cuerpo, ya llegará el momento de levantarte. Cuando te hayas levantado, prepara las lámparas. Que no se te apaguen entonces, que ardan con el aceite interior de la conciencia..., entonces te introducirá el Esposo en la Casa en la que nunca duermes, en la que tu lámpara nunca puede apagarse. Hoy, en cambio, nos fatigamos y nuestras lámparas fluctúan en medio de vientos y tentaciones de este mundo. Pero arda con vigor nuestra llama para que el viento de la tentación más bien acreciente el fuego que no lo apague» (Sermón 93).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 1,17-25
a) Pablo aborda el tema de la «sabiduría» verdadera.
Como decíamos en la introducción de ayer, la temática de esta carta, escrita a una comunidad griega, se va a referir con frecuencia a la relación entre el «conocimiento» y la «caridad», entre la «gnosis» y el «ágape».
Los judíos «piden signos». Los griegos «buscan sabiduría». Pero la fe cristiana es «fuerza de Dios», es el lenguaje de la cruz («nosotros predicamos a Cristo crucificado»), que puede parecer necedad a los griegos y a los judíos, escándalo. Pero que es la verdadera «sabiduría de Dios», que siempre se muestra sorprendente y no sigue los criterios ni de los judíos ni de los griegos. Más bien parece como si Dios quisiera desprestigiar lo que los hombres llamamos sabiduría, demostrando que es necedad, mientras que lo que nosotros despreciamos como necio o débil es a sus ojos lo sabio y fuerte.
b) Este planteamiento lo hace Pablo a unos cristianos que proceden de la mentalidad griega, pagados de sí mismos y de su avanzada filosofía humana.
Pero puede resultar oportuno también para nosotros. Todos necesitamos reajustar mentalidades. Porque los criterios de «sabiduría» de este mundo no siempre coinciden con los de Jesús. Debemos «evangelizar» la cultura de nuestro tiempo, llenarla de Cristo, no «dejarnos evangelizar» por ella. Aunque tomamos en serio cada cultura y apreciamos los múltiples valores que existen en nuestra sociedad, lo que tenemos que hacer los cristianos es impregnarla de la sabiduría de Dios, como hizo Pablo con la cultura helénica.
Pablo empieza diciendo que lo suyo es evangelizar, no tanto bautizar: lo cual no cabe interpretarlo como negación de los sacramentos en la vida eclesial, sino como afirmación de la prioridad lógica de la evangelización y de la fe, sobre todo en un ambiente saturado de paganismo. Eso sí, Pablo anuncia el Evangelio «no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo».
La sabiduría cristiana se basa en Cristo, aunque chocaba en el ambiente helénico y sigue chocando también en la cultura actual. Pero es la que nos lleva a la verdadera felicidad: «nosotros predicamos a Cristo crucificado... fuerza de Dios y sabiduría de Dios».
Sigue siendo verdad lo que ya afirmaba el salmista sobre los caminos de Dios y los nuestros: «el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad».
2. Mateo 25,1-13
a) Sigue la enseñanza de Jesús sobre la vigilancia. Ayer ponía el ejemplo del ladrón que puede venir en cualquier momento, y el del amo de la casa, que deseará ver a los criados preparados cuando vuelva. Hoy son las diez jóvenes que acompañarán, como damas de honor, a la novia cuando llegue el novio.
La parábola es sencilla, pero muy hermosa y significativa. Naturalmente, como pasa siempre en las parábolas, hay detalles exagerados o inusuales, que sirven para subrayar más la enseñanza que Jesús busca. Así, la tardanza del novio hasta medianoche, o la negativa de las jóvenes sensatas a compartir su aceite con las demás, o la idea de que puedan estar abiertas las tiendas a esas horas, o la respuesta tajante del novio, que cierra bruscamente la puerta, contra todas las reglas de la hospitalidad oriental...
Jesús quiere transmitir esta idea: que todas tenían que haber estado preparadas y despiertas cuando llegó el novio. Su venida será imprevista. Nadie sabe el día ni la hora. Israel -al menos sus dirigentes- no supieron estarlo y desperdiciaron la gran ocasión de la venida del Novio, Jesús, el Enviado de Dios, el que inauguraba el Reino y su banquete festivo.
b) «Velad, porque no sabéis el día ni la hora». ¿Estamos siempre preparados y en vela? ¿llevamos aceite para nuestra lámpara? La pregunta se nos hace a nosotros, que vamos adelante en nuestra historia, se supone que atentos a la presencia del Señor Resucitado -el Novio en nuestra vida, preparándonos al encuentro definitivo con él.
Que no falte aceite en nuestra lámpara. Es lo que tenían que haber cuidado las jóvenes antes de echarse a dormir. Como el conductor que controla el aceite y la gasolina del coche antes del viaje. Como el encargado de la economía a la hora de hacer sus presupuestos.
Se trata de estar alerta y ser conscientes de la cercanía del Señor a nuestras vidas. Todos somos invitados a la boda, pero tenemos que llevar aceite.
No hace falta, tampoco aquí, que pensemos necesariamente en el fin del mundo, o sólo en la hora de nuestra muerte. La fiesta de boda a la que estamos invitados sucede cada día, en los pequeños encuentros con el Señor, en las continuas ocasiones que nos proporciona de saberle descubrir en los sacramentos, en las personas, en los signos de los tiempos. Y como «no sabemos ni el día ni la hora» del encuentro final, esta vigilancia diaria, hecha de amor y seriedad, nos va preparando para que no falte aceite en nuestra lámpara. Al final, Jesús nos dirá qué clase de aceite debíamos tener: si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos visitado al enfermo. El aceite de la fe, del amor y de las buenas obras.
Cuando celebramos la Eucaristía de Jesús, «mientras esperamos su venida gloriosa», se nos provee de esa luz y de esa fuerza que necesitamos para el camino. Jesús nos dijo: «el que me come, tiene vida eterna, yo le resucitaré el último día».
«Nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1ª lectura II)
«Velad, porque no sabéis el día ni la hora» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 1,17-25
Pablo no ha sido enviado a bautizar, sino a evangelizar (v 17). Al decir esto, no pretende infravalorar el bautismo; sólo insiste en que su vocación -lo que realiza su identidad en el proyecto divino- es la predicación del Evangelio. Bautizar en el nombre de Jesús sin dárselo a conocer al bautizado es un absurdo.
Por otra parte, en el orden cronológico y de la gracia, la predicación precede a la fe y, por consiguiente, al bautismo (Rom 10,14ss). Ahora bien, ¿cómo predicar a Jesús? Pablo no lo hace con discursos de elocuente y penetrante sabiduría. Es posible que Pablo escriba aquí bajo la impresión del reciente «fracaso» de su predicación en el areópago de Atenas. La experiencia ha reforzado su convicción: predicar significa anunciar a Cristo crucificado, el único que nos da la salvación. La Palabra de Dios, sobre todo «la Palabra de la cruz», es en sí misma viva y eficaz (c f. Heb 4,12), no tiene necesidad de apoyo humano; es más, la sabiduría humana corre el riesgo de oscurecerla, de amortiguar su fuerza cortante.
Pablo, citando el Antiguo Testamento y usando su arte retórica, insiste en lo que para él tiene una importancia decisiva. Cristo crucificado es «escándalo» para los judíos, por el hecho de que, por haber sido colgado del madero, era alguien sobre el que recaía la maldición de la Ley (Dt 21,23), y «locura» para los paganos, en cuanto que a éstos les repugnaba una divinidad que se hubiera dejado crucificar. Ahora bien, precisamente a través de la cruz es como Dios manifiesta su poder. Los cristianos, procedentes tanto del judaísmo como del paganismo, en cuanto «llamados» por Dios a la fe, deben sintonizar con la lógica divina y vivir según la sabiduría de la cruz que según la humana.
Evangelio: Mateo 25,1-13
Esta parábola pone de relieve los mismos temas tratados en la anterior: el momento desconocido del retorno del Señor y la necesidad de vigilar y estar preparados. Con todo, el tejido narrativo y el contexto son diferentes: en vez del amo se espera aquí al esposo; en lugar del siervo fiel y del siervo malvado se habla aquí de cinco vírgenes sensatas y cinco necias. El lector de esta parábola, que no tiene paralelos en los otros sinópticos, puede tropezar con una serie de elementos de no inmediata comprensión: la reacción extremadamente severa y desproporcionada del esposo, la actitud poco caritativa de las vírgenes sensatas, etc. Sin embargo, el significado global es claro, sobre todo si leemos esta parábola en el contexto de la comunidad primitiva en la que vivía Mateo.
Toda la Iglesia espera expectante la venida del Señor, invocando con insistencia: «Maraná tha: ven, Señor», pero es de necios no tener en cuenta que éste puede «retrasarse». Cuando en el corazón de la noche se alza el grito: «Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro» (v. 6), los cristianos tienen que encontrarse preparados, no con las manos vacías, sino con la lámpara alimentada con el aceite de las buenas obras realizadas con amor día tras día.
No basta con estar preparado físicamente, no basta con el simple hecho de ser creyentes para salvarse. «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Cuando las vírgenes necias llamen a la puerta y griten: «Señor, señor, ábrenos» (v 11), recibirán la terrible respuesta: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12). El esposo esperado puede revelarse un juez severo para quien tenga su amor apagado.
MEDITATIO
«Los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría.» Pablo describe muy bien las motivaciones religiosas de su tiempo. ¿Cómo se presenta la situación en nuestros días? A nuestro alrededor pululan nuevas expresiones de religiosidad, algunas de tipo sincretista, otras siguen la fascinación de lo exótico, otras aún apelan al sentimiento. La dificultad que representa predicar un Evangelio que se basa en la «locura de la cruz» no es menor que las dificultades encontradas en la comunidad de Corinto.
¿Qué le «piden» o qué «buscan» en él los discípulos de Jesús? Durante su vida terrena aparece ya Jesús como «el gran buscado». Lo buscan, en efecto, muchas personas, de modo particular o en grupo, con motivaciones variadas e intensidades diversas. En su nacimiento fue buscado por unos magos venidos de lejos para adorarle, por los pastores invitados por el mensajero celestial, y por Herodes, que quería matarle. Siendo adolescente en Jerusalén, lo buscan con ansia sus padres, al creerlo perdido. Durante su ministerio público es buscado por unos discípulos fascinados, por enfermos deseosos de ayuda y por adversarios dispuestos a cogerle en algún fallo. Hacia el final de su vida fue buscado por los sacerdotes y por los maestros de la Ley para eliminarlo, por Judas para traicionarle y por los soldados para capturarlo. Tras su muerte, lo buscaban también tanto amigos como enemigos en su sepulcro.
¿Y se deja encontrar Jesús? No siempre. Ante quien lo busca con la pretensión de encontrarle a su propia manera Jesús reacciona sistemáticamente con un rechazo claro. En Cafarnaún, cuando le dicen los discípulos: «Todos te buscan», Jesús responde de modo irónico: «Vamos a otra parte» (Mc 1,37ss). Muchos de los que hoy buscan a Jesús podrían recibir de él la misma respuesta, o peor aún, la que el esposo dio a las vírgenes necias: «Os aseguro que no os conozco».
ORATIO
Señor, tú nos has prometido: «Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; llamad, y os abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren» (Mt 7,7), ayúdame a saber buscarte. A buscar no tus milagros, no tus dones, sino a ti, Hijo de Dios, que por amor moriste en la cruz para salvarme a mí y a todos.
Haz que no deje nunca de buscarte, sino que «al buscarte te encuentre; y al encontrarte te busque aún más» (san Agustín). Haz que yo sienta también la invitación que dirigiste a tus primeros discípulos que te buscaban: «Venid y ved» (Jn 1,39).
Y si, por motivos que sólo tú conoces, no quisieras que te encontrara enseguida, o debiera demorarse tu venida, haz que sepa velar pacientemente con las lámparas llenas de aceite. Cuando llames a mi puerta, haz que corra con solicitud a tu encuentro (cf. Ap 3,20) y, cuando llame a tu puerta, ábreme.
CONTEMPLATIO
Esta parábola de las vírgenes y la siguiente de los talentos se asemejan a la anterior del criado fiel y del otro ingrato y consumidor de los bienes de su señor. En conjunto, son cuatro las comparaciones que, en términos diferentes, nos dirigen la misma recomendación, es decir, el fervor con que hemos de dar limosna y ayudar al prójimo en todo cuanto podamos, comoquiera que de otro modo no es posible salvarse. Pero en la parábola de los criados se habla, de modo más general, de todo género de ayuda que hemos de prestar a nuestro prójimo; en ésta de las vírgenes nos encarece el Señor particularmente la limosna, y de modo más enérgico que en la parábola pasada. Porque en ésta castiga al mal siervo, aquel que golpea a sus compañeros y se emborracha y dilapida los bienes de su señor; en esta otra, al que no aprovecha ni da generosamente de lo suyo a los necesitados. Porque las vírgenes fatuas llevaban, sin duda, aceite, pero no abundante, y por eso son castigadas.
Mas ¿por qué motivo nos presenta el Señor esta parábola en la persona de unas vírgenes y no supuso otra cualquiera? Grandes excelencias había dicho sobre la virginidad: Hay eunucos que se castraron a sí mismos por amor del Reino de los Cielos. Y: El que pueda comprender que comprenda. Por otra parte, sabe el Señor que la mayoría de los hombres tienen una alta idea sobre la misma virginidad. Y a la verdad, cosa es por naturaleza grande, como se ve claro por el hecho de que en el Antiguo Testamento no fue practicada por aquellos santos y grandes varones y en el Nuevo no llegó a imponerse por necesidad de Ley. En efecto, no la mandó el Señor, sino que dejó a la libre voluntad de sus oyentes practicarla o no. De ahí que diga también Pablo: Acerca de las vírgenes, no tengo mandamiento del Señor. Alabo ciertamente a quien la guarde, pero no obligo al que no quiera ni hago de ella un mandato. Ahora bien, puesto que tan grande cosa es la virginidad y de tanta gloria goza entre los hombres, por que nadie al practicarla se imaginara haberlo ya hecho todo y anduviera tibio y descuidado en las demás virtudes, pone el Señor esta parábola, que basta para persuadirnos de que la virginidad, y aun todos los otros bienes, sin el bien de la limosna, es arrojada entre los fornicadores, y entre éstos pone el Señor al hombre cruel y sin misericordia. Y ello con mucha razón, pues el uno se dejó vencer del amor de la carne, y el otro del amor del dinero. Y no es igual el amor de la carne que el dinero. El de la carne es más ardiente y más tiránico. De ahí que cuanto el adversario es más débil, menos perdón merecen los derrotados. De ahí también que llame el Señor fatuas a aquellas vírgenes, pues, habiendo pasado el trabajo mayor, lo perdieron todo por el menor. Por lo demás, lámparas llama aquí al carisma mismo de la virginidad, a la pureza de la castidad, y aceite, a la misericordia, a la limosna, a la ayuda de los necesitados (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 78, 1 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Oh Señor, mi destino está en tus manos» (Sal 16,5).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En primer lugar, la vida en sí misma es el don más grande que se pueda ofrecer -cosa que nosotros olvidamos constantemente-. Cuando pensamos en nuestra entrega a los demás, lo que nos viene de inmediato a la mente son nuestros talentos únicos: nuestras capacidades para hacer cosas especiales particularmente bien [...]. Sin embargo, cuando hablamos de talentos, tendemos a olvidar que nuestro verdadero don no es lo que podemos hacer, sino quiénes somos. La verdadera pregunta no es: «¿Qué podemos ofrecernos el uno al otro?», sino: «¿Quiénes podemos ser para los otros?» Es a buen seguro una cosa estupenda que podamos repararle algo al vecino, ofrecerle consejos útiles a un amigo, sabios pareceres a un colega, volver a dar la salud a un enfermo o anunciar una buena noticia a un feligrés. Pero hay un don que es el mayor de todos. Se trata del don de nuestra vida, que brilla en todo lo que hacemos. Al envejecer, descubro cada vez más que el don más grande que tengo para ofrecer es mi alegría de vivir, mi paz interior, mi silencio y mi soledad, mi sentido del bienestar. Cuando me pregunto: «¿Quién me es de más ayuda?», debo responder: «Aquel o aquella que esté dispuesto a compartir conmigo su vida».
Es útil practicar una distinción entre talentos y dones. Nuestros dones son más importantes que nuestros talentos. Podemos tener sólo pocos talentos, pero tenemos muchos dones. Nuestros dones son los muchos modos a través de los que expresamos nuestra humanidad. Forman parte de lo que somos: amistad, bondad, paciencia, alegría, paz, perdón, amabilidad, amor, esperanza, confianza, etc. Estos son los verdaderos dones que hemos de ofrecer a los otros (H. J. M. Nouwen, Sentirsi amati, Brescia "1999, p. 91 [edición española: Tú eres mi amado, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).