Jueves XXI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 22 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Co 1, 1-9: Por él habéis sido enriquecidos en todo
Sal 144, 2-3. 4-5. 6-7: Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi Rey
Mt 24, 42-51: Estad preparados
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Corintios 1,1-9: Enriquecidos por Cristo. Agradece San Pablo las gracias inefables con que han sido enriquecidos los fieles de Corinto. San Juan Crisóstomo comenta:
«Un médico no trata del mismo modo al paciente al inicio de la enfermedad y cuando está convaleciente, un maestro no usa el mismo método con los niños y con los que requieren una enseñanza más elevada. Así actúa el Apóstol: escribe según las necesidades y según el tiempo» (Homilía sobre la Carta a los Romanos 5,3).
Y sigue diciendo el mismo autor:
«La llama el Apóstol Iglesia de Dios para designar que la unidad es el carácter esencial y necesario. La Iglesia de Dios es una en los miembros y no forma más que una Iglesia con todas las comunidades extendidas en el universo, porque la palabra Iglesia no es la designación del cisma, sino de la unidad, de la armonía, de la concordia...
«No hay verdadera paz, como no hay verdadera gracia, sino las que vienen de Dios. Poned esta paz divina y no tendréis nada que temer, aunque fuerais amenazados por los mayores peligros, ya sea por los hombres, ya sea incluso por los mismos demonios. Al contrario, para el hombre que está en guerra con Dios por el pecado, mirad cómo todo le da miedo» (Homilía sobre I Cor 4,2).
–Con el Salmo 144 proclamamos: «Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi Rey... Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. Una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas; alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas. Encarecen ellos tus temibles proezas, y yo narro tus grandes acciones; difunden la memoria de tu inmensa bondad y aclaman tus victorias».
Todo cuanto digamos en su honor es poco, pues las gracias y dones que nos ha otorgado son innumerables y mucho más estimables que las otorgadas al pueblo de Israel, como lo manifiestan sin cesar los escritos de los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia.
–Mateo 24,42-51: Estad preparados. Cristo exhorta con varias parábolas a la vigilancia y a la perseverancia en la fidelidad. San Juan Crisóstomo insiste mucho en ello al explicar este lugar en el Comentario del Evangelio de San Mateo:
«Insiste todavía más y repite por qué ha afirmado que ni los ángeles ni Él mismo conocen el día ni la hora del fin del mundo, sino sólo el Padre, porque no les convenía a los apóstoles saberlo. Introduce el ejemplo del padre de familia, es decir, de Él mismo, y de sus fieles servidores, los apóstoles, para exhortarles a la vigilancia, a fin de que, esperando la recompensa, distribuyan a sus compañeros, a su tiempo, el alimento de la doctrina... Esto mismo se lo enseña para que sepan que el Señor vendrá en el momento menos pensado y para exhortar a los administradores a la vigilancia y a la solicitud»...
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Corintios 1,1-9
Durante tres semanas y media vamos a leer la primera Carta de Pablo a los Corintios.
Corinto era y es una gran ciudad, puerto de mar, situada también en Grecia, como la de Tesalónica, pagana, con mala fama en cuanto a sus costumbres.
Esta comunidad cristiana la fundó Pablo en su estancia de los años 51-52 y, por lo que se ve, era una comunidad muy viva, con cualidades y con problemas. Virtudes y defectos de unos cristianos de hace dos mil años, que nos iluminan en nuestra vida comunitaria de ahora.
Parece que Pablo les escribió cuatro cartas: se han conservado la segunda y la cuarta, las que llamamos «primera y segunda a los Corintios». La primera, que es la que empezamos a leer hoy, la escribió hacia el 56 o 57, desde Éfeso, en su tercer viaje. Su temática no es la que podríamos llamar «judía» (la relación entre la fe y la ley), ni tampoco la típicamente «cristiana» (el seguimiento de Cristo), sino una más «helénica»: la relación entre el conocimiento y el amor (entre la «gnosis» y el «ágape»). La finalidad de las recomendaciones de Pablo será la edificación de la comunidad, por encima de los entusiasmos filosóficos y carismáticos que puedan tener los Corintios.
a) El comienzo no puede ser más positivo y esperanzador. Pablo describe a los cristianos como «el pueblo santo que Jesucristo llamó», «la Iglesia de Dios que está en Corinto», los que han recibido «la gracia de Dios en Cristo Jesús», los que han «sido enriquecidos en todo», los que «no carecen de ningún don».
Destaca, sobre todo, el don de la sabiduría, «en el hablar y en el saber». Los griegos se distinguen por su sabiduría, son maestros en filosofía. También los convertidos parece que estaban muy satisfechos de este don, lo que Pablo irá constatando, no sin cierta ironía, a lo largo de toda la carta.
Pero lo que más subraya Pablo es el protagonismo de Jesús: en los versículos que leemos hoy, nada menos que nueve veces aparece su nombre. Jesús es quien da sentido a toda la gracia que Dios ha hecho a los Corintios y a su respuesta de fe.
b) Haremos bien en ir leyendo esta carta como escrita para nosotros mismos, deseando merecer las alabanzas de Pablo y procurando corregirnos de sus reproches, si es que se nos pueden aplicar. La de Corinto es una comunidad cristiana que vive en un ambiente pagano: de ahí su actualidad pastoral.
La Escritura no se proclama en nuestras celebraciones para que nos enteremos de que hace veinte siglos las comunidades tenían tales o cuales problemas. Sino para que nos miremos al espejo y procuremos que nuestros caminos vayan coincidiendo cada vez más con los de Dios.
Ojalá tuviéramos todos esa riqueza de gracia y de dones de que habla Pablo. Y al mismo tiempo, nos «mantengamos firmes hasta el final», porque todos somos llamados «a participar de Jesucristo, Señor nuestro, y él es fiel».
También en nuestra generación, una comunidad cristiana, situada en medio de una sociedad pagana o distraída, tiene que cumplir su misión evangelizadora, anunciadora de la salvación de Dios, como pide el salmo de hoy: «una generación pondera tus obras a otra, y le cuenta tus hazañas... difunden la memoria de tu inmensa bondad y aclaman tus victorias».
2. Mateo 24,42-51
a) Nos quedan tres días de lectura del evangelio de san Mateo. Y los tres tienen un mismo tema: el discurso «escatológico» de Jesús, el quinto y último de los que Mateo nos ofrece en su evangelio, organizando los dichos de Jesús (cf. lo que decíamos el lunes de la décima semana).
El discurso escatológico se refiere a los acontecimientos finales y, en concreto, a la actitud de vigilancia que debemos tener respecto a la venida última de Jesús.
Hoy nos lo dice con dos comparaciones muy expresivas: el ladrón puede venir en cualquier momento, sin avisar previamente; el amo puede regresar a la hora en que los criados menos se lo esperan. En ambos casos, la vigilancia hará que el ladrón o el amo nos encuentren preparados.
b) Nos va bien que nos recomienden la vigilancia en nuestra vida.
No es que sea inminente el fin del mundo, con la aparición gloriosa de Cristo. Ni que necesariamente esté próxima nuestra muerte. Pero es que la venida del Señor a nuestras vidas sucede cada día, y es esta venida, descubierta con fe vigilante, la que nos hace estar preparados para la otra, la definitiva. Toda la vida está llena de momentos de gracia, únicos e irrepetibles. Los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado: ¿desperdiciamos nosotros otras ocasiones de encuentro con el Señor?
El estudiante estudia desde el principio de curso. El deportista se esfuerza desde que empieza la etapa o el campeonato. El campesino piensa en el resultado final ya desde la siembra. Aunque no sean inminentes ni el examen ni la meta definitiva ni la cosecha. No es de insensatos pensar en el futuro. Es de sabios. Día a día se trabaja el éxito final. Día a día se vive el futuro y, si se aprovecha el tiempo, se hace posible la alegría final.
«Estad en vela»: buena consigna para la Iglesia, pueblo peregrino, pueblo en marcha, que camina hacia la Venida última de su Señor y Esposo. Buena consigna para unos cristianos despiertos, que saben de dónde vienen y a dónde van, que no se dejan arrastrar sin más por la corriente del tiempo o de los acontecimientos, que no se quedan amodorrados por el camino.
Estar en vela no significa vivir con temor, ni menos con angustia, pero sí con seriedad. Porque todos queremos escuchar, al final, las palabras de Jesús: «muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».
«El os mantendrá firmes hasta el final» (1ª lectura II)
«Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 1,1-9
Pablo ha estado año y medio en Corinto, ha vivido allí un período de intensa actividad evangelizadora, conoce bien las luces y las sombras, los recursos y los problemas de esta comunidad, a la que está ligado por un afecto profundo. El fragmento que hemos leído hoy es el comienzo de la primera carta que dirigió a la comunidad, provocada por ciertas noticias preocupantes y por ciertas preguntas que le habían sometido a su juicio. Siguiendo el esquema epistolar usual, se ponen de relieve en el preámbulo las relaciones que existen entre el remitente y el destinatario. Aquí se presenta Pablo a sí mismo como «apóstol», es decir, «enviado>) (v. 1), con el subrayado de que esta identidad suya le viene de Dios a través de una llamada expresa. Esta autoconciencia de Pablo es firme y segura, y la manifiesta en casi todas sus cartas. Densos de sentido teológico son asimismo los títulos de la comunidad. «La iglesia de Dios que está en Corinto» (v 2) indica que toda comunidad local, aunque tenga unos fundadores humanos, es obra divina. Los miembros de las comunidades locales, en comunión con la Iglesia universal, presente en todo el mundo, han sido santificados por Jesús y están en una continua tensión hacia la santidad plena, que se puede llevar a cabo a través de diferentes formas de vida.
En la acción de gracias, común en sus cartas, Pablo deja aparecer un claro entusiasmo por la riqueza de los dones otorgados a los corintios (vv. 4ss). De estos dones hablará, después, de una manera explícita en los capítulos 12-14. Menciona, en particular, los dones de la «Palabra» y del «conocimiento», que eran los más estimados y buscados por los corintios. Sin embargo, a pesar de haber sido bendecidos con tanta gracia divina, los corintios no deben considerar que ya han llegado a la meta y son perfectos, sino que se deben considerar como gente en camino hacia la manifestación plena de la gloria del Señor. De ahí la recomendación de permanecer firmes en la fe, fiándose de la fidelidad de Dios.
Evangelio: Mateo 24,42-51
Este pasaje se encuentra situado, en el marco redaccional de Mateo, en el último gran discurso de Jesús: el «Discurso escatológico» (capítulos 24 y 25), dominado por la descripción de las tribulaciones de Jerusalén y de las persecuciones por las que pasa la Iglesia, por el anuncio de la crisis cósmica que precederá al final y por la consecuente necesidad de vigilancia. El objetivo del discurso no es meter miedo; al contrario, pretende animar. La historia no tiene sólo un final, sino una consumación; el mundo no camina hacia las catástrofes, aunque las habrá, sino que se abre a una nueva belleza. Pablo dirá que la vida humana es toda ella un trabajo de parto para alumbrar la nueva creación (cf. Rom 8,19ss).
Desde esta perspectiva, Jesús exhorta a la vigilancia en la espera e ilustra este tema con cuatro parábolas, la primera de las cuales es la que hemos leído. «Velad», «estad preparados»: éstas son las palabras claves. En efecto, si bien es cierta la venida del Señor, el momento no lo es. La imagen del «ladrón» (v. 43) da viveza al sentido de imprevisto: era una imagen muy conocida en la Iglesia primitiva y aparece también en el pensamiento de Pablo (cf. 1 Tes 5,2-4). No es sólo el amo el que debe velar la casa; también han de hacerlo los criados que aman al amo y a la casa. El siervo «fiel y sensato» (v. 45) hace las veces del amo, se muestra amoroso con los compañeros y responsable en las tareas que le han sido confiadas. Hace lo contrario que el criado malo, que, al ver que no llega el amo, se aprovecha para dar rienda suelta a sus placeres desenfrenados, se pone a hacer de amo derrochando los bienes y maltratando a sus compañeros. Es de esperar que el final de estos dos criados sea muy diferente.
MEDITATIO
Pablo tranquiliza a los cristianos de Corinto: Dios es fiel, él «os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo». Jesús nos explica en el evangelio con esta parábola lo que significa que nadie tenga de qué acusarlos hasta el final. El Señor nos pone ante dos certezas: nuestra vida tendrá un final, deberemos dar cuenta de nuestra vida al final.
Somos «seres temporales». La Biblia, para hablar de esto, no emplea ni conceptos racionales, ni argumentaciones sistemáticas, sino que asume un lenguaje poético y evocador; introduce símbolos concretos, tomados de la vida diaria: hierba, flores, sombra, soplo, polvo, el tejido cortado por la urdimbre, la lanzadera que corre veloz, las hojas del árbol que caen dejando sitio a otras nuevas, etc. Todos estos símbolos hablan de fragilidad y de caducidad. La muerte es la realidad más cierta de la vida, y es de tontos no tenerla presente. El sabio Ben Sirá enseña: «Como hojas verdes en árbol frondoso, que unas caen y otras brotan, así las generaciones de carne y sangre unas mueren y otras nacen. Toda obra corruptible perece, y suautor se va tras ella» (Eclo 14,18-19). «En todo lo que hagas ten presente tu final» (Eclo 7,36). Quien olvida el pensamiento de su propio final no llega nunca a la madurez de la vida y permanece en la superficie de la misma.
Por largo o corto que sea nuestro vivir en la tierra, no somos amos absolutos de nuestra vida; somos más bien sus administradores. La rendición de cuentas final es necesaria, y no es posible huir ni jugar con astucia. La responsabilidad del siervo de la parábola es múltiple: el amo le ha confiado a sus criados y le ha confiado el cuidado de sus propios bienes. Esa responsabilidad es también la nuestra. Deberemos presentarnos irreprensibles ante el Señor, amo de nuestra vida, ante los otros siervos compañeros de camino, ante la casa que es nuestro mundo y nuestra historia.
ORATIO
Oremos con palabras inspiradas por el salterio:
«Señor, dame a conocer mi fin, y cuántos van a ser mis días; que me dé cuenta de lo frágil que soy. Me diste sólo un puñado de días, mi vida no es nada ante ti; el hombre es como un soplo fugaz, como una sombra que pasa; se afana por cosas fugaces, atesora, sin saber para quién será» (Sal 39,5-7).
«Tú haces que el hombre vuelva al polvo, diciendo: "¡Retornad, hijos de Adán!". Porque mil años son para ti como un día, un ayer que ya pasó, una vigilia de la noche... Enséñanos a calcular nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio» (Sal 90,3-4.12).
«Mis días son como sombra que pasa, y yo me voy secando como el heno. Pero tú, Señor, reinas por siempre, tu fama dura por todas las edades» (Sal 102,12ss).
«El Señor es clemente y compasivo, paciente y lleno de amor; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga de acuerdo con nuestras culpas. Él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos polvo. Los días del hombre son como la hierba: florecen como la flor del campo, pero cuando la roza el viento deja de existir, nadie la vuelve a ver en su sitio. Pero el amor del Señor a sus fieles dura eternamente, y su salvación alcanza a hijos y nietos (Sal 103,8.10.14-17).
CONTEMPLATIO
Luego, otra vez, por que no le preguntaran, añadió: Vigilad, pues, porque no sabéis en qué momento ha de llegar vuestro Señor. No dijo: «Porque no sé», sino: Porque no sabéis. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y puesto tocando a ella, nuevamente los aparta de toda pregunta, pues quiere que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilad, dándoles a entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprended que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera dejado que le perforaran la casa. Por eso, estad también vosotros preparados, pues en el momento que no pensáis vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará él. Así quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquen la virtud. Es como si dijera: si el vulgo de las gentes supieran cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.
Así pues, por que no limitaran su fervor a ese día, el Señor no revela ni el común ni el propio de cada uno, pues quiere que le estén siempre esperando y sean siempre fervorosos. De ahí que también dejó en la incertidumbre el fin de cada uno. Luego, sin velo alguno, se llama a sí mismo Señor, cosa que nunca dijo con tanta claridad. Mas aquí paréceme a mí que intenta también confundir a los perezosos, pues no ponen por su propia alma tanto empeño como ponen por sus riquezas los que temen el asalto de los ladrones. Porque, cuando éstos se esperan, la gente está despierta y no consiente que se lleven nada de lo que hay en casa. Vosotros, empero, les dice, no obstante saber que vuestro Señor ha de venir infaliblemente, no vigiláis ni estáis preparados, a fin de que no se os lleven desapercibidos de este mundo. Por eso aquel día vendrá para ruina de los que duermen. Porque así como el amo, de haber sabido la venida del ladrón, lo hubiera evitado, así vosotros, si estáis preparados, lo evitaréis igualmente (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 77, 2ss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Nuestros ojos pendientes del Señor, nuestro Dios,
esperando que se apiade de nosotros» (Sal 122,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Si la trascendencia divina trasciende y abarca desde dentro el presente, el pasado y el futuro del hombre, en cuanto el hombre haya reconocido el primado del futuro en nuestra temporalidad, el fiel lo pondrá antes que nada, y con razón, en relación con la trascendencia de Dios. Por eso pondrá a Dios en relación con el futuro del hombre y en última instancia, presto que el hombre es persona en una comunidad de hombres, con el futuro de toda la humanidad. Este es un terreno particularmente fértil para una nueva imagen de Dios en nuestra cultura; naturalmente, con el presupuesto de una auténtica fe en la realidad invisible de Dios, verdadera y propia fuente que, partiendo del mundo, estimula la formación de un «concepto» de Dios.
En semejante contexto cultural de vida, el Dios de los fieles se manifiesta a nosotros mismos como «el que viene», como el Dios que es nuestro futuro. Surge aquí entonces un cambio profundo: aquel a quien nosotros, en tiempos pasados, guiados por una imagen del hombre un tanto anticuada y por una concepción vieja del mundo, llamábamos el «totalmente otro» se presenta ahora como el «totalmente nuevo», como alguien que es nuestro futuro y crea un nuevo futuro humano. Se muestra como el Dios que, en Jesucristo, nos proporciona la posibilidad de crear el futuro, esto es, de hacerlo todo nuevo y de superar la historia pecaminosa de nosotros mismos y de todos los demás. Esta nueva cultura hará ciertamente que, de una manera maravillosa, redescubramos el alegre anuncio del Antiguo y del Nuevo Testamento, a saber: que el Dios de la promesa nos da la tarea de ponernos en camino hacia la tierra prometida, hacia una tierra que nosotros, como en un tiempo Israel y siempre con la confianza de la promesa, debemos transformar y hacer fértil (E. Schillebeeckx, Erfahrung aus Glauben, Friburgo 1984, p. 87).