Martes XXI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 28 agosto, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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1 Tes 2, 1-8: Deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas
Sal 138, 1-3. 4-6: Señor, tú me sondeas y me conoces
Mt 23, 23-26: Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–1 Tesalonicenses 2,1-8: Entrega total de Pablo por las almas. Responde a las acusaciones que han formulado contra él: mientras estuvo en Tesalónica no buscó otra cosa que agradar a Dios, predicar el evangelio de Jesucristo y estar dispuesto a entregarse por todos, sin ser carga para nadie. San Juan Crisóstomo pone en boca de San Pablo estas palabras:
«Es verdad que os he predicado el Evangelio para obedecer un mandato de Dios. ¡Pero os amo con un amor tan grande que habría deseado poder morir por vosotros! Tal es el modelo acabado de un amor sincero y auténtico. El cristiano que ama a su prójimo debe estar animado por estos sentimientos. Que no espere a que se le pida entregar su vida por su hermano, antes bien debe ofrecerla él mismos» (Homilía sobre I Tes.).
–Oramos con el Salmo 138: «Señor, Tú me sondeas y me conoces... De lejos penetras mis pensamientos... Todas mis sendas te son familiares... Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco». Es un himno a la omnisciencia y omnipresencia de Dios. Se lo ha calificado como la cumbre de la teodicea inspirada. Encaja perfectamente con la lectura anterior. Hay que tener confianza en Dios, a pesar de las contradicciones que puedan presentarnos los hombres. Dios penetra hasta el fondo de la conciencia. Por eso San Pablo pudo decir que Dios prueba sus intenciones. Vivir en la presencia de Dios como consecuencia lógica de nuestra fe.
–Mateo 23,23-36: Siguen las maldiciones del día anterior. La enseñanza doctrinal de Cristo es clara: la fidelidad en las cosas mínimas hace posible un cuidado grande para las cosas fundamentales. Pero no sucedía así en los fariseos del tiempo de Jesucristo. Esto puede darse ahora también, si cuidamos el cumplimiento minucioso de cosas mínimas y dejamos de cumplir los mayores preceptos del Señor, sobre todo los referentes a la caridad. Las cosas pequeñas tienen gran valor, con tal que se hagan por amor de Dios. Ahí está el valor de todas nuestras actuaciones. Se ha escrito que todos los días tenemos que escoger entre el dolor de amar o el dolor, mucho más grande, de no amar. Y solo se ama si se vive en la verdad. «Purifiquemos primero el corazón», como decía San Agustín (Sermón 38).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. I Tesalonicenses 2,1-8
a) Pablo alude en su carta a las dificultades que encontró durante los meses que pasó en Tesalónica y que le obligaron a huir, junto con Silas, por la violenta oposición de los judíos, celosos del éxito de su predicación (cf. Hch 17,1-9).
Pablo defiende el estilo de su apostolado y puede presentar una admirable «hoja de servicios»: en su ministerio apostólico «no procedía de error o de motivos turbios», «no usaba engaños», no predicaba «para contentar a los hombres, sino a Dios», nunca tuvo «palabras de adulación» ni pretendía el «honor de los hombres». Tampoco se le puede acusar de «codicia disimulada».
Más aun: Pablo puede afirmar: «os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestra propia persona». La entrega fue absoluta, y no duda en compararla al amor de una madre: «os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos».
b) Podemos aplicarnos este examen de conciencia sobre nuestra vida cristiana, de modo particular si trabajamos en algún ministerio de animación en bien de la comunidad.
¿Podríamos afirmar de nuestra actuación lo que Pablo asegura de la suya? ¿son tan limpias nuestras intenciones, tan desinteresada y generosa nuestra entrega? ¿en verdad no hay engaño ni fraude ni adulación ni interés económico ni vanidad en nuestro servicio a la comunidad? El salmo nos recuerda que Dios nos conoce por dentro, y es ante él como debemos examinarnos: «Señor, tú me sondeas y me conoces, de lejos penetras mis pensamientos, todas mis sendas te son familiares».
Tal vez nosotros también hemos conocido la «fuerte oposición» o los «sufrimientos e injurias» en nuestro testimonio de vida cristiana. Podemos aprender de Pablo a no acobardarnos nunca y a seguir adelante con entrega total y con la confianza puesta en Dios.
Pablo se compara, por el cariño que siente por los de Tesalónica y por la entrega total que les ha hecho de su vida, a «una madre que cuida de sus hijos». Esta imagen está de actualidad, porque ahora prestemos más atención a la figura de «Dios como Madre», que ya se encuentra en la Biblia: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho? Pues aunque ella llegase a olvidar, yo no te olvido» (Is 49,15), «sobre las rodillas seréis acariciados: como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré» (Is 66,13).
2. Mateo 23,23-26
a) Uno de los defectos de los fariseos era el dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidar las que verdaderamente valen la pena.
Jesús se lo echa en cara: «pagáis el diezmo de la menta... y descuidáis el derecho, la compasión y la sinceridad». De un modo muy expresivo les dice: «filtráis el mosquito y os tragáis el camello». El diezmo lo pagaban los judíos de los productos del campo (cf. Dt 14,22-29), pero pagar el diezmo de esos condimentos tan poco importantes (la menta, el anís y el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida.
Otra de las acusaciones contra los fariseos es que «limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están rebosando de robo y desenfreno». Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.
b) Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros.
En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención. ¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia?
Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: «esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)». A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes.
También el otro ataque nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de «robo y desenfreno». Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro, el corazón lo tenemos impresentable.
Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta. En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús.
«Señor, tú me sondeas y me conoces» (salmo I)
«Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello» (evangelio).