Viernes XX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 22 agosto, 2018 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ez 37, 1-14: Huesos secos, escuchad la Palabra del Señor. Os haré salir de vuestros sepulcros, casa de Israel
Sal 106, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia
Mt 22, 34-40: Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Ezequiel 37,1-14: El Espíritu del Señor vivifica todo. Visión de los huesos que vuelven a la vida: profecía sobre el resurgir del pueblo de Dios. Habrá una nueva restauración nacional comparable a una nueva creación animada por el Espíritu de Dios a través del profeta. Comenta Orígenes:
«Grande es el misterio de la resurrección y difícil de contemplar para la mayoría de nosotros. Pero la Escritura lo afirma en muchos lugares, especialmente en aquellas palabras de Ezequiel: Profetiza sobre estos huesos y diles: Vosotros huesos secos, oíd la palabra del Señor... Cuando vengan la auténtica resurrección del verdadero y perfecto cuerpo de Cristo, los que ahora son miembros de Cristo y entonces serán huesos secos, serán reunidos hueso a hueso y articulación a articulación; y ninguno que no esté articulado podrá entrar a formar parte del hombre perfecto que tiene las proporciones de la edad perfecta del cuerpo de Cristo (Ef 4,13). Entonces una multitud de miembros formará un solo cuerpo, en cuanto que todos los miembros, aunque sean muchos, entrarán a formar parte de un solo cuerpo» (Comentario al Evangelio de San Juan 10,228ss).
–Con el Salmo 106 decimos: «Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia, que lo confiesen los redimidos por el Señor, los que rescató de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países: Norte, Sur, Oriente y Occidente..., se les iba agotando la vida, pero gritaron al Señor en su angustia y los arrancó de la tribulación»... Toda la vida cristiana debe ser una constante acción de gracias, una eucaristía, cantada y vivida para gloria de Dios. La Eucaristía no solo es el centro de la vida cristiana, sino que en ella se hace palpable la misericordia del Señor que eleva al hombre a una resurrección constante para identificarse con Cristo. El mundo sobrenatural de la gracia y de la vida eterna se presenta en la Biblia como una segunda creación y un retorno a la felicidad del paraíso.
–Mateo 22,34-40: Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. Síntesis de toda la religión cristiana: el amor. San Agustín ha comentado este pasaje evangélico muchas veces:
«¿Qué nos ha prometido Dios? Hermanos míos, ¿qué he decir que sea deseable para nosotros? ¿Qué puedo decir? ¿Es oro? ¿Es plata? ¿Son posesiones? ¿Son honores? ¿Es algo de lo que conocemos en la tierra? Si es así, es algo despreciable. Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni subió nunca al corazón del hombre es lo que ha preparado Dios a los que le aman (1 Cor 2,9). En pocas palabras voy a decirlo: no sus promesas, sino Él mismo.
«Quien lo hizo todo es mayor que todo; quien dio forma a todo es más hermoso que todo, quien dio fuerza a todo es más poderoso que todo. Así, pues, en comparación con Dios, nada es cualquier cosa que amemos en la tierra. Es poca cosa, es nada eso que amamos; nosotros mismos nada somos. El mismo amante debe sentirse vil en comparación de lo que debe amar. No es otra cosa que aquella caridad que debe brotar de todo el corazón, de todo el alma, de toda la mente. Pero añadió: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estos dos mandamientos se compendian la ley y los profetas (Mt 22,37.39.40), de forma que si amas al Señor, sabes que te amas a ti mismo, si en verdad amas al Señor. Si, por el contrario, no amas a Dios, ni siquiera a ti mismo te amas. Cuando aprendas a amarte a ti mismo amando a Dios, arrastra al prójimo hacia Dios para que juntos disfrutéis del bien, del gran bien, que es Dios» (Sermón 301,A,6).