Sábado XIX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 8 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ez 18, 1-10. 13b. 30-32: Os juzgaré a cada uno según su proceder
Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19: Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Mt 19, 13-15: No impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el Reino de los Cielos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Ezequiel 18,1-10.13.30-32: Os juzgué a cada uno según su conducta. Dios da cuenta, por medio del profeta, de la responsabilidad de cada uno de cara al juicio divino: es un llamamiento a la conversión del corazón y al cambio de vida. San Cipriano escribe:
«Cuál y cuánta es la paciencia de Dios se ve en que aguanta con toda calma la afrenta que hacen a su soberanía y dignidad los hombres, levantando templos idolátricos, fabricando estatuas, practicando sacrificios sacrílegos. Se ve en que hace nacer el día y el sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y riega la tierra con lluvias, sin quedar nadie excluido de sus beneficios, porque no discrimina entre justos y malvados. Vemos que, por una equidad inseparable de la paciencia, lo mismo a los inocentes que a los culpables, a los piadosos que a los impíos, a los agradecidos que a los ingratos sirven por disposición de Dios las estaciones, favorecen los elementos, soplan los vientos, corren las fuentes, crecen las mieses, maduran las uvas, florecen los prados.
«Y a pesar de provocar continuamente con ofensas la ira de Dios, sin embargo contiene su cólera y aguarda con calma el día prescrito para la sanción; aunque tiene en sus manos la venganza, prefiere dar tiempo con su clemencia y demora para ofrecer la posibilidad de que ceda alguna vez la prolongada malicia, y los hombres encenagados en errores y crímenes, al menos al final, se vuelvan a Dios, ya que dirige estas advertencias: «No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva» (Ez 18,32)» (De los bienes de la paciencia 3-4).
–Ese espíritu de conversión lo hacemos oración con el Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu, devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso... un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias, Señor». Hasta el fin de los tiempos este Salmo será la plegaria de todo hombre que busca el camino de la salvación y que lucha contra el mal que se anida en su corazón.
–Mateo 19,13-15: No impidáis a los niños que se acerquen a Mí, de ellos es el Reino de los cielos. Oigamos a San Agustín, que en una octava de la Pascua predica:
«De los tales es el Reino de los cielos (Mt 19,14), es decir, de los humildes, de los párvulos en el espíritu. No los despreciéis; no los aborrezcáis. Esta sencillez es propia de los grandes; la soberbia, en cambio, es la falsa grandeza de los débiles, que, cuando se adueña de la mente, levantándola, la derriba; inflándola, la vacía; y de tanto extenderla, la rompe. Él humilde no puede dañar; el soberbio no puede no dañar... Así, pues, si guardáis esta piadosa humildad que la Escritura Sagrada muestra ser una infancia santa, estáis seguros de alcanzar la inmortalidad de los bienaventurados: de los tales es el Reino de los cielos» (Sermón 353,1).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Ezequiel 18,1-10.13.30-32
a) Hoy no va de parábolas o de gestos proféticos. Es un diálogo muy vivo entre Dios y nosotros. El profeta nos recuerda que cada uno es responsable de sus actos y que no nos refugiemos en un falso sentido de culpa colectiva.
El refrán parecía, en cierto modo, justificado: «los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera». La culpa de las generaciones anteriores sería, por tanto, la explicación de que tuvieran que estar sufriendo la afrenta del destierro.
Pero el profeta les pone ante otro planteamiento: cada uno es responsable de lo que hace. Si todos fallan, y tú no, quedarás a salvo: el pecado de los demás no caerá sobre ti.
Si los demás son buenos, pero tú has decidido hacer el mal, no te servirá de nada la bondad de tu familia o de tu comunidad: tendrás que responder de tus actos.
A veces, los profetas ponen de relieve la corresponsabilidad comunitaria. Esta vez, la libertad de cada uno ante Dios y sus hermanos.
b) «Yo juzgaré a cada uno según su proceder».
Instintivamente, buscamos excusas para nuestros fallos y tendemos a echar la culpa a otros. También ahora nos podríamos refugiar en la culpa que tienen la sociedad, la Iglesia, las instituciones, el mundo en que vivimos, el mal ejemplo de los demás. Y, así, disminuir nuestra responsabilidad personal.
Nos va bien que se nos diga que cada uno va construyendo su propia vida y su propio futuro de premio o castigo: ayudado o estorbado por el ambiente que nunca llega a privarnos de nuestra libertad.
Para bien y para mal, cada uno responde de sus actos. Como se salvaron los que habían quedado marcados en la frente con la señal -como leíamos en Ezequiel el miércoles pasado-, a pesar de vivir en una sociedad pervertida así pasa con los que nadan contra corriente en una sociedad secularizada.
Necesitamos tener personalidad y fuerza de voluntad en este mundo. No vale lo de «mal de muchos...». Tenemos que pedir a Dios esa fortaleza con el salmo de hoy: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... afiánzame con espíritu generoso...». Nos va a hacer falta.
El profeta Ezequiel nos presenta una lista impresionante de opciones que tanto entonces como ahora, tenemos que hacer los creyentes: observar la justicia, no ir tras los ídolos, respetar a la mujer del prójimo, no explotar al necesitado, no robar, devolver lo recibido en préstamo, no prestar con usura, juzgar con imparcialidad, caminar según los mandatos de Dios...
No echemos la culpa a los demás. Cuando decimos la oración penitencial del «Yo confieso», démonos claramente golpes en nuestro pecho repitiendo: «por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa». Eso sí, pidiendo a la comunidad, y a la Virgen y a los ángeles y a los santos, que nos ayuden con su intercesión en nuestro camino de fe.
2. Mateo 19,13-15
a) Jesús atendía a todos, y con preferencia a los más débiles y marginados de la sociedad: los enfermos, los «pecadores». En esta ocasión, a los niños que le traen para que los bendiga. A los apóstoles se les acaba pronto la paciencia.
Su frase es toda una consigna: «dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mi».
Y no es sólo por amabilidad. Le gusta ponerlos como modelos de la actitud que deben tener sus discípulos, como ya vimos el martes de esta misma semana «de los que son como ellos es el Reino de los Cielos».
b) Por una parte, volvemos a recoger la lección que Jesús nos da poniendo a los niños como modelos: la sencillez, la limpieza de corazón, la convicción de nuestra debilidad, deben ser nuestras actitudes en la vida humana y cristiana.
Pero esta breve página nos interpela también sobre nuestra actitud hacia los niños. En tiempos de Jesús, no se les tenía muy en cuenta. Ahora ha aumentado claramente el respeto que la dignidad de los niños despierta en la sociedad. En la Iglesia, tal vez, sea la época en que más se les atiende pastoralmente.
A algunos autores, como el protestante O. Cullmann, les parece descubrir en este pasaje de Mateo («no impidáis a los niños acercarse a mí») una alusión al Bautismo de niños: ya en el primer siglo, los niños de familias cristianas eran bautizados, con la garantía de vivir en un clima en que sería posible luego crecer en su fe personal.
La familia cristiana, y toda la comunidad, deben sentirse responsables de evangelizar a los niños, de transmitirles la fe y el amor a Dios. Las ocasiones de esta atención para con los niños son numerosas: el Bautismo, la catequesis como iniciación en los valores cristianos, los demás sacramentos de la iniciación (Confirmación y Eucaristía), las Misas dominicales más pedagógicamente preparadas para niños, los diversos ambientes de su educación cristiana etc.
Ahora los niños no ven a Jesús por la calle para acercarse a él a que les bendiga. Nos ven a nosotros. Y nosotros tenemos que conducirles hacia el amor de Jesús, con todas las consecuencias.
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro» (salmo II)
«No impidáis a los niños acercarse a mí» (evangelio).