Jueves XIX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 8 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ez 12, 1-12: Emigra a la luz del día, a la vista de todos
Sal 77, 56-57. 58-59. 61-62: No olvidéis las acciones de Dios
Mt 18, 21—19, 1: No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Ezequiel 12,1-12: Emigra a la luz del día, a la vista de todos: Dios invita al profeta a que imite la emigración a fin de anunciar la futura deportación y el destierro, y de modo especial el ocaso del reinado de Sedecías, el último rey de Judá. Es el castigo de aquellos que «tienen ojos para ver y no ven; y oídos para oír y no oyen». Con estas palabras repetidas varias veces, reprocha Cristo el desinterés de algunos de sus oyentes ante las realidades de lo alto que les enseña.
La emigración es constante en nuestros tiempos: campos absorbidos por las ciudades; países pobres por los ricos; ciudades en paro por las de mucho trabajo... Es un signo de las limitaciones del hombre. Todo desplazamiento viene a ser como un desarraigo de la persona. El cristiano debe ver todo esto con un criterio sobrenatural: llevar la cruz, acogida al hermano, caridad constante en unos y en otros... Así contribuimos a hacer una humanidad más conforme a los mandatos de Dios y a Dios mismo. Se ha de dar en la Iglesia una preocupación grande para que la vida espiritual y la práctica religiosa de los emigrantes no decaigan, sino que se vivifiquen.
–Con el Salmo 77 proclamamos: «No olvidéis las acciones de Dios... Tentaron a Dios Altísimo y se rebelaron, desertaron y traicionaron... Dios los oyó y se indignó... entregó su pueblo a la espada»... La historia de Israel, resumida en este Salmo, es una historia de Alianza de Dios con su pueblo, marcada por la fidelidad inquebrantable de Dios y por las infidelidades humanas. Es ocasión de hacer una gran revisión de vida. ¿hay en nosotros infidelidades? Volvámonos a Dios, que es un Padre misericordioso y nos perdona siempre. Es San Pablo quien nos dice que todo lo del Antiguo Testamento sucedió como ejemplo para nosotros, para nuestra vida de cristianos (1 Cor 10,11-13). Aceptemos con humildad esas lecciones y actuemos en consecuencia: correspondamos con un mayor amor a los beneficios inmensos que Dios nos otorga.
–Mateo 18,21–19,1: Perdón constante. Jesucristo indica a Pedro que se ha de perdonar sin límites, sin medida y eso mismo enseña con la parábola del rey que quiso ajustar las cuentas. Comenta San Agustín:
«Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil. Se debe, pues, la obediencia realmente salutífera para cumplir lo mandado. En efecto, todo hombre al mismo tiempo que es deudor ante Dios tiene a su hermano por deudor... Se queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometan contra nosotros» (Sermón 83,2 y 4).
San Jerónimo comenta:
«Sentencia temible si el juicio de Dios se acomoda y cambia de acuerdo a las disposiciones de nuestro espíritu. Si no perdonamos una pequeñez a nuestros hermanos, las cosas grandes no nos serán perdonadas por Dios. Como cada uno puede decir: «Yo no tengo nada contra él, él sabe, tiene a Dios por juez, no me importa lo que quiere hacer, yo le he perdonado», el Señor confirma su sentencia y destruye totalmente la simulación de una paz fingida diciendo: «Si cada uno no perdona de corazón a su hermano»» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,35).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Ezequiel 12,1-12
a) Dios invita a su profeta a que, delante de todos, haga un gesto profético: salir de la ciudad como emigrante. En efecto, Ezequiel prepara el ajuar, se lo pone al hombro en un hatillo, con lo mínimo imprescindible para el viaje, abre un boquete en el muro y sale de la ciudad.
La intención es que todos entiendan que es inevitable el destierro, la segunda deportación por parte de los babilonios. Son un pueblo rebelde. Confían en que Dios, como contra Senaquerib, un siglo antes, les sacará de apuros, pero no se convierten de sus malos caminos. Esta vez Dios les deja a las consecuencias de su pecado y permite que sean desterrados. El rey Sedecías, al que los babilonios han dejado en Jerusalén después de la primera deportación, intentó huir de la ciudad por un boquete, pero fue descubierto y detenido.
El salmo reconoce humildemente los motivos de este desastre nacional: «tentaron a Dios y se rebelaron, negándose a guardar sus preceptos... con sus ídolos provocaban sus celos... Dios rechazó a Israel, abandonó sus valientes al cautiverio...».
b) Un profeta es una persona que debe ir indicando a los demás cuáles son los caminos de Dios. Qué es lo que va bien y qué hay que corregir, para no ir a la ruina.
Unas veces, lo dice de palabra; otras, con su propia vida. Como en el caso de Ezequiel: «hago de ti una señal para la Casa de Israel».
Los cristianos debemos asimilar de tal manera la Palabra de Dios, que la encarnemos en nuestra propia existencia, y de este modo, quienes nos vean puedan reconocer «la señal» que Dios les está haciendo. Cada uno en su ámbito, somos profetas: estamos proclamando con nuestro género de vida los valores básicos de la existencia humana, los caminos que nos llevarán al desastre personal y comunitario, y los que conducen a la felicidad. Los cristianos que hacen profesión de vida consagrada, por ejemplo, son «señales vivientes» en medio de la comunidad, significando y fomentando, con sus votos de pobreza, castidad y obediencia, nuestra lucha contra las tentaciones más características de nuestro mundo.
Faltan profetas que abran boquetes en los muros de esta sociedad de consumo y salgan con decisión fuera de la trama de la moda o de la superficialidad, siguiendo el estilo de vida de Jesús, por muy en contra que vaya de lo que se aplaude en el mundo de hoy. Más duros y sordos que el pueblo de Israel no serán nuestros contemporáneos. No tenemos que perder la esperanza: como Dios, y su profeta, que van acumulando gestos proféticos, a ver si alguna vez el pueblo reacciona y se convierte.
2. Mateo 18,21-19,1
a) Si ayer era la corrección fraterna, hoy Jesús, en su «sermón comunitario», sigue dando consignas sobre el perdón de las ofensas.
La propuesta de Pedro ya parecía generosa. Pero Jesús va mucho más allá: setenta veces siete significa siempre.
La parábola exagera a propósito: la deuda perdonada al primer empleado es ingente. La que él no perdona a su compañero, pequeñísima. El contraste sirve para destacar el perdón que Dios concede y la mezquindad de nuestro corazón, porque nos cuesta perdonar una insignificancia.
Lo propio de Dios es perdonar. Lo mismo han de hacer los seguidores de Jesús. El aviso es claro: «lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
b) Es el nuevo estilo de vida de Jesús, ciertamente más exigente que el de los diez mandamientos del AT.
¿No es demasiado ya perdonar siete veces? ¿y no será una exageración lo de setenta veces siete? ¿no estaremos favoreciendo que reincida el ofensor? ¿y dónde queda la justicia? Pero Jesús nos dice que sus seguidores deben perdonar. Como él, que murió perdonando a sus verdugos. Pedro, el de la pregunta de hoy, experimentó en su propia persona cómo Jesús le perdonó su pecado.
En torno al año Jubilar del 2000, deberíamos conceder amnistía a nuestros hermanos.
En la Biblia, el Jubileo comportaba el perdón de las deudas y la vuelta de las propiedades a su primer dueño. Nosotros tal vez no tengamos tierras que devolver ni deudas económicas que remitir. Pero sí podemos perdonar esas pequeñas rencillas con los que conviven con nosotros. Esposos que se perdonan algún fallo. Padres que saben olvidar un mal paso de su hijo o de su hija. Amigos que pasan por alto, elegantemente, una mala pasada de algún amigo. Religiosos que hacen ver que no han oído una palabra ofensiva que se le escapó a otro de la comunidad.
En el Padrenuestro, Jesús nos enseñó a decir: «perdónanos como nosotros perdonamos». En el sermón de la montaña nos dijo lo de ir a reconciliarnos con el hermano antes de llevar la ofrenda al altar y lo de saludar también al que no nos saluda... Ser seguidores de Jesús nos obliga a cosas difíciles. Recordemos que una de las bienaventuranzas era: «bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
El gesto de paz antes de ir a comulgar tiene esa intención: ya que unos y otros vamos a recibir al mismo Señor, que se entrega por nosotros, debemos estar, después, mucho más dispuestos a tolerar y perdonar a nuestros hermanos.
«¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿hasta siete veces?» (evangelio).