Miércoles XIX Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 14 agosto, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Dt 34, 1-12: Murió Moisés, como había dicho el Señor, y ya no surgió otro profeta como él
Sal 65, 1-3a. 5 y 8. 16-17: Bendito sea Dios, que nos ha devuelto la vida
Mt 18, 15-20: Si te hace caso, has salvado a tu hermano
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Deuteronomio 34,1-12: No surgió otro profeta como Moisés. Moisés sube al monte Nebo, desde donde el Señor le hace ver la tierra prometida. Después de la muerte de aquél, le sucedió Josué, ya que por la imposición de las manos había recibido el espíritu de sabiduría (Num 27,18-23).
Para Israel es Moisés el profeta sin igual (Dt 34,10ss), por el que Dios liberó a su pueblo, selló con él su alianza, le reveló su ley. Es el único al que, juntamente con Cristo da el Nuevo Testamento el nombre de «mediador». Pero, al paso que por la mediación de Moisés (Gal 3,19), su siervo fiel (Heb 3,5), dio Dios la ley al solo pueblo de Israel, a todos los hombres los salva por la mediación de Cristo (1 Tim 2,4ss), su Hijo (Heb 3,6); «la ley nos fue dada por Moisés; la gracia y la verdad nos han venido por Jesucristo» (Jn 1,17). Este paralelismo entre Moisés y Jesucristo pone en evidencia la diferencia de los dos Testamentos.
–Con el Salmo 65 cantamos un himno de acción de gracias por la liberación: «Bendito sea Dios, que nos ha devuelto la vida». Por eso se invita a toda la tierra a cantar a Dios, a tocar para su nombre, a ver las obras de Dios, sus proezas en favor de los hombres. «Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, haced resonar sus alabanzas...»
Las liberaciones que tuvieron lugar en el pueblo de Israel eran figuras y señales de una liberación más completa, que se llevaría a cabo con Cristo Redentor. Por eso también nosotros cantamos y nos llenamos de júbilo y queremos que todos los pueblos aclamen al Señor. Para todos ha venido la liberación, con la Encarnación de Cristo. Son muchos los beneficios que debemos a Dios, tanto en el orden de la naturaleza, como en el orden sobrenatural. Bien podemos decir también nosotros: «Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo: a Él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua».
–Mateo 18,15-20: Si te hace caso has salvado a tu hermano. La paz entre todos los miembros de la comunidad. El tema importante de este pasaje evangélico es el perdón. San Jerónimo escribe:
«Si nuestro hermano ha pecado contra nosotros y nos ha perjudicado en algo, tenemos la posibilidad, más bien la obligación, de perdonarlo, porque se nos ha prescrito que perdonemos sus deudas a nuestros deudores (Mt 6,12); pero si alguien hubiera pecado contra Dios, no depende de nosotros... Nosotros, indulgentes con las injurias que se hacen a Dios, manifestamos odio por las ofensas que nos hacen. Y debemos corregir al hermano en privado, no sea que, si ha perdido una vez el pudor y la vergüenza, permanezca en pecado.
«Y, si nos escucha, ganamos su alma y por la salud de otro procuramos también la nuestra. Pero si se niega a escucharnos, que se llame a un hermano; si se niega a escuchar a éste, llámese a un tercero, ya sea para tratar de corregirlo ya para amonestarlo delante de testigos. Pero si tampoco a ellos quisiere escucharlos, entonces hay que decirlo a muchos para que lo detesten y el que no pudo ser salvado por la vergüenza se salve por las afrentas» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,17).
San Agustín comenta:
«Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir... Si corriges por amor propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente... Considera por las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él... ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo, si pecas contra un miembro de Cristo?» (Sermón 82,1-5).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Deuteronomio 34,1-12
a) Terminamos hoy la lectura del Deuteronomio, y con él, la del Pentateuco el grupo de los primeros cinco libros de la Biblia. Y lo hacemos con el relato sobrio por demás, de la muerte del gran protagonista de las últimas semanas.
Muere a la vista de la tierra que Dios había prometido a Abrahán y sus descendientes.
Los ciento veinte años no habría que entenderlos como números aritméticos, sino simbólicos: Moisés muere habiendo llevado a cabo la misión que se le había encomendado.
La historia sigue. Ahora, bajo la guía de Josué, el pueblo se dispone a la gran aventura de la ocupación de la tierra de Canaán. Pero, dentro de la discreción del pasaje, es lógico que se haga un breve resumen de la figura de Moisés y que se nos diga que «ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara».
Gran profeta, amigo de Dios, solidario de su pueblo, hombre de gran corazón, líder consumado, gran orante, convencido creyente, que ha dejado tras sí la impresión de que no es él, un hombre, sino Dios mismo el que ha actuado a favor de su pueblo. El protagonista ha sido Dios. Incluso en su muerte, Moisés es discreto: no se conoce dónde está su tumba.
El salmo parece que pone en sus labios esta invitación: «Aclama al Señor, tierra entera, cantad himnos a su gloria, venid a ver las obras de Dios... venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo: a él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua».
b) Ojalá se pudiera resumir nuestra vida, y la misión que realizamos, cada cual en su ambiente, con las mismas alabanzas que la de Moisés. Recordemos las veces que lo nombra el mismo Jesús. Y cómo en la escena de la Transfiguración en el monte, aparece Moisés, junto con Elías, acompañando a Jesús en la revelación de su Pascua y de su gloria.
¿Se podrá decir de nosotros que hemos sido personas unidas a Dios, que hemos orado intensamente? ¿y que hemos estado en sintonía con el pueblo, sobre todo con los que sufren, trabajando abnegadamente por ellos? ¿se podrá alabar nuestro corazón lleno de misericordia?
Tal vez no se nos permitirá ver el fruto de nuestro esfuerzo, como Moisés no vio la tierra hacia la que había guiado al pueblo durante cuarenta años de esfuerzos y sufrimientos. Pero no se nos va a examinar por los éxitos y los frutos a corto plazo, sino por el amor y la entrega que hayamos puesto al colaborar en la obra salvadora de Dios.
2. Mateo 18,15-20
a) Sigue el «discurso eclesial o comunitario» de Jesús, esta vez referido a la corrección fraterna.
La comunidad cristiana no es perfecta. Coexisten en ella el bien y el mal. ¿Cómo hemos de comportarnos con el hermano que falta? Jesús señala un método gradual en la corrección fraterna: el diálogo personal, el diálogo con testigos y, luego, la separación, si es que el pecador se obstina en su fallo.
b) Todos somos corresponsables en la comunidad. En otras ocasiones, Jesús habla de la misión de quienes tienen autoridad. Aquí afirma algo que se refiere a toda la comunidad: «lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Cuando un hermano ha faltado, la reacción de los demás no puede ser de indiferencia, que fue la actitud de Caín: «¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?». Un centinela tiene que avisar. Un padre no siempre tiene que callar, ni el maestro o el educador permitirlo todo, ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino, ni un obispo dejar de ejercer su gula pastoral en la diócesis. No es que nos vayamos a meter continuamente en los asuntos de otros, pero nos debemos sentir corresponsables de su bien. La pregunta de Dios a Caín nos la dirige también a nosotros: «¿qué has hecho con tu hermano?».
Esta corrección no la ejercitamos desde la agresividad y la condena inmediata, con métodos de espionaje o policíacos, echando en cara y humillando. Nos tiene que guiar el amor, la comprensión, la búsqueda del bien del hermano: tender una mano, dirigir una palabra de ánimo, ayudar a rehabilitarse. La corrección fraterna es algo difícil, en la vida familiar como en la eclesial. Pero cuando se hace bien y a tiempo, es una suerte para todos: «has ganado a un hermano».
Una clave fundamental para esta corrección es la gradación de que nos habla Cristo: ante todo, un diálogo personal, no empezando, sin más, por una desautorización en público o la condena inmediata. Al final, podrá ocurrir que no haya nada que hacer, cuando el que falta se obstina en su actitud. Entonces, la comunidad puede «atar y desatar», y Jesús dice que su decisión será ratificada en el cielo. Se puede llegar a la«excomunión», pero eso es lo último. Antes hay que agotar todos los medios y los diálogos. Somos hermanos en la comunidad.
Corrección fraterna entre amigos, entre esposos, en el ámbito familiar, en una comunidad religiosa, en la Iglesia. Y acompañada de la oración: rezar por el que ha fallado es una de las mejores maneras de ayudarle y, además, nos enseñará a adoptar el tono justo en nuestra palabra de exhortación, cuando tenga que decirse.
«No surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara» (1a lectura I)
«Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (evangelio).