Martes XIX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 8 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ez 2, 8—3, 4: Me dio a comer el volumen y me supo en la boca dulce como la miel
Sal 118, 14. 24. 72. 103. 111. 131: ¡Qué dulce, Señor, es al paladar tu promesa!
Mt 18, 1-5. 10. 12-14: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeñitos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Ezequiel 2,8–3,4: Comió el volumen y le supo dulce como la miel. Dios presenta al profeta Ezequiel un libro para que se lo coma. Contiene ese libro la revelación del Señor. La imagen expresa la identificación de la voz del profeta con la palabra de Dios. San Gregorio Magno dice:
«El libro que llenó las entrañas se ha hecho en la boca dulce como la miel, porque los que de veras han aprendido a amarle en las entrañas de su corazón, ésos saben hablar dulcemente del Señor omnipotente. Si la Sagrada Escritura es dulce al paladar de éstos, cuyas vísceras vitales están llenas de los mandatos de Él, porque a quien los lleva impresos interiormente para vivir, a ése le es agradable hablar de ellos. En cambio, no resulta dulce el sermón a quien una vida réproba está remordiendo dentro de la conciencia.
«De ahí la necesidad de que quien predica la palabra de Dios considere primero cómo debe vivir, para que luego, de su vida, deduzca qué y cómo debe predicar; porque en la predicación, la conciencia enamorada de Dios edifica más que el arte de hablar; pues amando lo celestial, dentro de sí mismo lee el predicador el modo de persuadir cómo deben despreciarse las cosas terrenas» (Homilía 10, 13 sobre Ezequiel).
–Con unos versos del Salmo 118 oramos: «Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. Tus preceptos son mi delicia, tus decretos mis consejeros. Más estimo yo los preceptos de tu boca, que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué dulce al paladar tu promesa! más que miel en la boca. Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos».
–Mateo 18,1-5.10.12-14: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Esta es una de las reglas que se han de seguir en la vida comunitaria de la Iglesia: es necesaria la sencillez para entrar en el Reino de los cielos. San Jerónimo enseña:
«Si alguno fuere tal que imita a Cristo en su humildad, en él se recibe a Cristo. Y, para que cuando les suceda esto a los apóstoles no lo consideren una gloria personal, prudentemente añade que deberán ser recibidos no por sus méritos, sino en honor a su Maestro. Pero el que escandalice... Aunque ésta pueda ser una condenación general de los que provocan escándalos, sin embargo, según el contexto, también se puede ver en ella una crítica de los apóstoles quienes, al preguntarle quién era el mayor en el Reino de los cielos, parecían disputarse los honores. Si hubieran perseverado en ese defecto, podían perder a aquéllos que llamaban a la fe por causa del escándalo, al ver que los apóstoles se disputaban los honores.
«Sus palabras: «sería preferible para él que le atasen al cuello una piedra de moler», se refieren a una costumbre del país. Éste era entre los antiguos judíos el castigo de los grandes criminales: se los arrojaba al fondo del mar con una piedra atada al cuello. Es preferible, sin embargo, para él, porque es mucho mejor recibir el castigo inmediato que ser reservado para los tormentos eternos (2Pe 2,9)... Cada uno de los fieles sabe lo que le hace daño o turba su corazón y lo somete a menudo a tentación. Es preferible una vida solitaria que perder la vida eterna por las necesidades de la vida presente» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,5.6.8).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Ezequiel 2,8 -3,4
a) Ezequiel nos cuenta un gesto simbólico que le hizo realizar Dios: «comer» el rollo de su Palabra, antes de predicarla a los demás.
No era una Palabra fácil ni agradable: estaba llena de «elegías, lamentos y ayes». Y, sin embargo, el profeta reconoce que le supo «dulce como la miel». Algo parecido a lo que le pasó a Jeremías, que también tuvo que decir palabras desagradables a sus contemporáneos, pero no podía dejar de decirlas, porque eran como fuego devorador dentro de su ser (Jr 20,9).
Sólo después de haber comido el rollo recibe Ezequiel el encargo: «anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras».
b) A un profeta -y todos lo somos, porque se nos encarga ser «testigos de Dios en el mundo»- le resulta muy significativo el gesto.
A los que explicamos catequesis y predicamos y escribimos, este gesto simbólico nos interpela de modo especial. Antes de hablar a los demás, tenemos que «comer» la Palabra de Dios: acogerla, rumiarla, digerirla, interiorizarla. Sólo entonces podemos transmitirla y será creíble nuestro testimonio, y no diremos palabras oídas o aprendidas en un libro, sino vividas primero por nosotros.
Ezequiel era un desterrado en medio de su pueblo, solidario con su dolor (más o menos a la fuerza). Ahora come la Palabra de Dios: se hace solidario de ella. Así puede hacer de mediador: transmitir al pueblo la voz de Dios y a Dios la oración de su pueblo. Nos recuerda a Jesús, que también tomó en serio su papel de mediador sacerdote. No nos habló, por ejemplo, del sentido del sufrimiento por haberlo aprendido en los libros, sino por haberlo experimentado él mismo.
Cuando en la misa escuchamos las lecturas bíblicas, se nos invita a que «comamos», que «comulguemos con Cristo Palabra». Luego será la hora de comulgar con Cristo Pan.
Es la «doble mesa» que nos prepara y nos lanza después, en la vida, al testimonio cristiano en la familia, la comunidad o la sociedad. Antes de ser predicadores, somos oyentes. Ojalá también lo seamos con un ejercicio constante de la meditación o de la «lectio divina» de esa Palabra, para que penetre en nosotros y nos configure con la mentalidad y la voluntad de Dios.
Y aunque la palabra que escuchamos -y que transmitimos- no siempre es consoladora y fácil, sino exigente y dura, ojalá nos pase como a Ezequiel y como al salmista: «Tus preceptos son mi delicia... qué dulce al paladar tu promesa, más que miel en la boca... tus preceptos son la alegría de mi corazón». Y, además, no sólo comuniquemos las palabras que a nosotros nos gustan, sino todas las que Dios ha pronunciado. Con valentía y constancia. Aunque parezca que este mundo no las quiere oír.
2. Mateo 18,1-5.10.12-14
a) El capitulo 18 de san Mateo, que leemos desde hoy al jueves, nos propone el cuarto de los cinco discursos en que el evangelista organiza las enseñanzas de Jesús. Esta vez, sobre la vida de la comunidad. Por eso se le llama «discurso eclesial» o «comunitario».
La primera perspectiva se refiere a quién es el más importante en esta comunidad. Es una pregunta típica de aquellos discípulos, todavía poco maduros y que no han penetrado en las intenciones de Jesús. La respuesta, seguramente, los dejó perplejos.
El más importante no va a ser ni el que más sabe ni el más dotado de cualidades humanas: «llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino». ¿Un niño el más importante?
La parábola de las cien ovejas y de la que se descarría parece que hay que interpretarla aquí en la misma linea que lo del niño: cada oveja, por pequeña y pecadora que parezca, comparada con todo el rebaño, es preciosa a los ojos de Dios: él no quiere que se pierda ni una.
b) Nos convenía la lección, si somos de los que andan buscando los primeros lugares y creen que los valores que más califican a un seguidor de Jesús son la ciencia o las dotes de liderazgo o el prestigio humano.
Hacerse como niños. Los niños tienen también sus defectos. A veces, son egoístas y caprichosos. Pero lo que parece que vio Jesús en un niño, para ponerlo como modelo, es su pequeñez, su indefensión, su actitud de apertura, porque necesita de los demás. Y, en los tiempos de Cristo, también su condición de marginado en la sociedad.
Hacerse como niños es cambiar de actitud, convertirse, ser sencillos de corazón, abiertos, no demasiado calculadores, ni llenos de sí mismos, sino convencidos de que no podemos nada por nuestras solas fuerzas y necesitamos de Dios. Por insignificantes que nos veamos a nosotros mismos, somos alguien ante los ojos de Dios. Por insignificantes que veamos a alguna persona de las que nos rodean, tiene toda la dignidad de hijo de Dios y debe revestir importancia a nuestros ojos: «Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».
Jesús vino como el Siervo, no como el Triunfador. No vino a ser servido, sino a servir. Nos enseñó a no buscar los primeros lugares en las comidas, sino a ser sencillos de corazón y humildes. Los orgullosos, los autosuficientes como el fariseo que subió al Templo, ni necesitan ni desean la salvación: por eso no la consiguen.
«Come este volumen y vete a hablar a la Casa de Israel» (1a lectura II)
«Tus preceptos son mi delicia» (salmo II)
«Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos» (evangelio).