Martes XIX Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 14 agosto, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Dt 31, 1-8: Sé fuerte y valiente, Josué, porque tú has de introducir al pueblo en la tierra
Dt 32, 3-4a. 7. 8. 9 y 12: La porción del Señor fue su pueblo
Mt 18, 1-5. 10. 12-14: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeñitos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Deuteronomio 31,1-8: Sé fuerte y valiente, se dice a Josué. Moisés exhorta a Josué a que cobre ánimo y energías para que sea capaz de hacer penetrar a Israel en la tierra de promisión. De la misma manera que lo hizo con Josué, Dios aportará la salvación a su pueblo por medio de Jesucristo que nos introducirá en el Reino de los cielos. La historia de la salvación continúa. Los hombres se suceden unos a otros. Todos hemos de realizar la misión que nos corresponde.
Dios quiere llevar a los hombres a una vida de comunión con Él. Esta idea fundamental para la doctrina de la salvación es la que expresa el tema de la alianza. En el Antiguo Testamento dirige todo el pensamiento religioso, pero se ve cómo con el tiempo se va profundizando. En el Nuevo Testamento adquiere una plenitud sin igual, pues ahora tiene ya por contenido todo el misterio de Cristo.
–Como salmo responsorial se han escogido unos versos del Deuteronomio 32: «La porción del Señor fue su pueblo». El tema del pueblo de Dios, en el que se organizan en síntesis todos los aspectos de la vida de Israel, es tan central en el Antiguo Testamento, como lo será en el Nuevo, el tema de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, pero también cuerpo de Cristo. Entre los dos sirve de enlace la escatología profética: en el marco de la antigua alianza, anuncia y describe anticipadamente al pueblo de la Nueva Alianza, aguardado para el fin de los tiempos.
–Mateo 18,1-5.10.12-14: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Esta es una de las reglas que se han de seguir en la vida comunitaria de la Iglesia: es necesaria la sencillez para entrar en el Reino de los cielos. San Jerónimo enseña:
«Si alguno fuere tal que imita a Cristo en su humildad, en él se recibe a Cristo. Y, para que cuando les suceda esto a los apóstoles no lo consideren una gloria personal, prudentemente añade que deberán ser recibidos no por sus méritos, sino en honor a su Maestro. Pero el que escandalice... Aunque ésta pueda ser una condenación general de los que provocan escándalos, sin embargo, según el contexto, también se puede ver en ella una crítica de los apóstoles quienes, al preguntarle quién era el mayor en el Reino de los cielos, parecían disputarse los honores. Si hubieran perseverado en ese defecto, podían perder a aquéllos que llamaban a la fe por causa del escándalo, al ver que los apóstoles se disputaban los honores.
«Sus palabras: «sería preferible para él que le atasen al cuello una piedra de moler», se refieren a una costumbre del país. Éste era entre los antiguos judíos el castigo de los grandes criminales: se los arrojaba al fondo del mar con una piedra atada al cuello. Es preferible, sin embargo, para él, porque es mucho mejor recibir el castigo inmediato que ser reservado para los tormentos eternos (2Pe 2,9)... Cada uno de los fieles sabe lo que le hace daño o turba su corazón y lo somete a menudo a tentación. Es preferible una vida solitaria que perder la vida eterna por las necesidades de la vida presente» (Comentario al Evangelio de Mateo 18,5.6.8).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Deuteronomio 31,1-8
a) Siguiendo el género literario de los testamentos, el Deuteronomio pone en labios de Moisés, cuando ya está a punto de morir, las últimas recomendaciones para su pueblo y para Josué, a quien da la investidura como su sucesor.
Moisés no va a poder entrar en la tierra prometida, por más que se lo haya pedido a Dios. Pero no va a producirse un «vacío de poder» en un momento tan delicado como éste, en que están ya a las puertas de Canaán y se disponen a iniciar su ocupación. En primer lugar, porque Moisés nombra a Josué como guía del pueblo en esta etapa de la entrada y el asentamiento en Palestina. Y, sobre todo, porque Dios sigue acompañándoles también ahora, como lo ha hecho a lo largo de todo el camino por el desierto.
Moisés anima al pueblo y a Josué: «sed fuertes y valientes, no temáis, que el Señor tu Dios avanza a tu lado». Es la convicción que recoge el salmo: «acuérdate de los tiempos remotos... la porción del Señor fue su pueblo... el Señor solo los condujo».
b) Una lección que podemos aprender es de qué manera acepta Moisés el hecho de no poder entrar en la tierra prometida. Oíamos hace unos días -el jueves de la semana 18- cómo Dios se lo anunciaba. Allí se interpretó como un castigo por su poca fe en el episodio del agua de la roca. A Moisés le hacía una ilusión enorme completar su obra: conducir al pueblo desde la esclavitud de Egipto hasta la tierra prometida. Pero no, no puede entrar, aunque desde una altura ya se alcanza a ver.
Moisés no reacciona con amargura. Lo que le preocupa es que el pueblo tenga un guía, que Dios le siga protegiendo, que realicen bien su entrada. A Josué le transmite la autoridad con sincero interés, sin rencor. No hay ninguna palabra agresiva ni de queja en sus labios.
En nuestra vida también nos puede pasar lo mismo: en un momento determinado, lo que nosotros hemos sembrado vemos que lo van a cosechar otros. Un cambio de destino o una enfermedad -o la muerte- pueden truncar nuestros esfuerzos, y otros seguirán nuestro trabajo. ¿Reaccionamos con un corazón magnánimo como Moisés, o nos llenamos de amargura y depresiones? ¿somos capaces de animar al pueblo, de apoyar a nuestro sucesor? ¿o nos encerramos en la depresión, con sentimientos de envidia o de fracaso?
Si reaccionamos como Moisés, será señal de que no nos estábamos buscando a nosotros mismos, sino que lo que nos interesaba era el bien de los demás y la gloria de Dios, que es quien salva y lleva a plenitud nuestra obra. Nosotros somos sólo colaboradores. No protagonistas. Ni imprescindibles. Tenemos que saber retirarnos a tiempo. Con la elegancia espiritual de Moisés.
2. Mateo 18,1-5.10.12-14
a) El capitulo 18 de san Mateo, que leemos desde hoy al jueves, nos propone el cuarto de los cinco discursos en que el evangelista organiza las enseñanzas de Jesús. Esta vez, sobre la vida de la comunidad. Por eso se le llama «discurso eclesial» o «comunitario».
La primera perspectiva se refiere a quién es el más importante en esta comunidad. Es una pregunta típica de aquellos discípulos, todavía poco maduros y que no han penetrado en las intenciones de Jesús. La respuesta, seguramente, los dejó perplejos.
El más importante no va a ser ni el que más sabe ni el más dotado de cualidades humanas: «llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino». ¿Un niño el más importante?
La parábola de las cien ovejas y de la que se descarría parece que hay que interpretarla aquí en la misma linea que lo del niño: cada oveja, por pequeña y pecadora que parezca, comparada con todo el rebaño, es preciosa a los ojos de Dios: él no quiere que se pierda ni una.
b) Nos convenía la lección, si somos de los que andan buscando los primeros lugares y creen que los valores que más califican a un seguidor de Jesús son la ciencia o las dotes de liderazgo o el prestigio humano.
Hacerse como niños. Los niños tienen también sus defectos. A veces, son egoístas y caprichosos. Pero lo que parece que vio Jesús en un niño, para ponerlo como modelo, es su pequeñez, su indefensión, su actitud de apertura, porque necesita de los demás. Y, en los tiempos de Cristo, también su condición de marginado en la sociedad.
Hacerse como niños es cambiar de actitud, convertirse, ser sencillos de corazón, abiertos, no demasiado calculadores, ni llenos de sí mismos, sino convencidos de que no podemos nada por nuestras solas fuerzas y necesitamos de Dios. Por insignificantes que nos veamos a nosotros mismos, somos alguien ante los ojos de Dios. Por insignificantes que veamos a alguna persona de las que nos rodean, tiene toda la dignidad de hijo de Dios y debe revestir importancia a nuestros ojos: «Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».
Jesús vino como el Siervo, no como el Triunfador. No vino a ser servido, sino a servir. Nos enseñó a no buscar los primeros lugares en las comidas, sino a ser sencillos de corazón y humildes. Los orgullosos, los autosuficientes como el fariseo que subió al Templo, ni necesitan ni desean la salvación: por eso no la consiguen.
«Sé fuerte y valiente, que el Señor avanzará junto a ti» (1a lectura I)
«Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos» (evangelio).