Lunes XIX Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 8 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ez 1, 2-5. 24─2, 1a: Era la apariencia visible de la Gloria del Señor
Sal 148, 1-2. 11-12ab. 12c-14a. 14bcd: Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria
Mt 17, 21-26: Lo matarán, pero resucitará. Los hijos están exentos de impuestos.
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Ezequiel 1,2.5.24-2,1: La gloria del Señor. El Señor se muestra bajo la forma de un fuego abrasador. La descripción hace resaltar la trascendencia omnipotente de Dios sobre el universo creado. San Gregorio Magno enseña:
«Del buen fuego está escrito: «Yo vine a traer fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?» (Lc 12, 49). Según esto, se trae fuego a la tierra cuando el alma terrena, inflamada por el ardor del Espíritu Santo, quema totalmente sus deseos carnales. Pero del mal fuego se dice: «el fuego abrasador que ha de consumir a los enemigos» (Heb 10,27), porque el corazón perverso se consume en su malicia; pues como el fuego del amor eleva la mente, así el fuego de la malicia la hace caer por tierra; pues así como el Espíritu Santo eleva el corazón que Él llena, así el ardor de la malicia le inclina siempre a lo bajo...
«No dice la visión de la gloria, sino: una semejanza de la gloria, a saber, para mostrar que, por más atención que ponga la mente humana, aunque rechace del pensamiento todos los fantasmas de imágenes corporales, aunque ya aparte de los ojos del alma todos los espíritus finitos, con todo, mientras permanezca en carne mortal, no puede ver la gloria de Dios tal como es, sino que lo que de ella resplandece en el alma una semejanza es, no ella misma» (Homilía 2 y 8 sobre Ezequiel).
–El Salmo 148 nos ofrece un contenido precioso en relación con la lectura anterior: «Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria... Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, ángeles, sus ejércitos, jóvenes, doncellas, viejos y niños, el único nombre sublime»... Dios merece toda alabanza por la creación, por sus maravillas en la historia de la salvación y, sobre todo, por la redención realizada por Jesucristo y prolongada en la vida de la Iglesia, especialmente en la sagrada Eucaristía, con todo lo que ésta lleva consigo.
–Mateo 17,21-24: Lo matarán pero resucitará. Luego de haber anunciado por segunda vez su cercana pasión, Jesús responde a la pregunta acerca del impuesto del Templo, volviendo a insistir sobre todo en la libertad de los hijos de Dios ante tal impuesto. Pero Jesús no es ningún revolucionario: quiere evitar el escándalo que provocaría si rechazase pagar el canon, especialmente en favor del Templo. San Jerónimo dice:
«Nuestro Señor era hijo de rey según la carne y según el espíritu, como descendiente de la estirpe de David y como Verbo del Padre omnipotente. Luego como hijo de rey no debía pagar el impuesto pero, dado que ha asumido la debilidad de la carne, ha debido «cumplir toda justicia» (Mt 3,15). Desdichados de nosotros que estamos censados bajo el nombre de Cristo y no hacemos nada digno de tan grande majestad; Él, por nosotros, ha llevado la cruz y ha pagado el impuesto, nosotros no pagamos impuestos en su honor. [Los miembros del clero no pagaban impuestos después que Constantino reconoció el cristianismo] y como si fuéramos hijos de rey, estamos dispensados de los tributos...
«No sé qué admirar primero aquí, si la presciencia del Salvador o su grandeza; la presciencia porque sabía que el pez tenía una moneda en la boca y que era el primero que iba a ser capturado; su grandeza y su poder porque a una palabra suya se formó una moneda en la boca del pez y su palabra realizó lo que iba a suceder.
«En sentido místico me parece que este pez capturado en primer lugar es aquel que estaba en el fondo del mar y moraba en las profundidades saladas y amargas para ser liberado por el segundo Adán, él, el primer Adán, y por lo que se había encontrado en su boca, es decir, su confesión, fue entregado por Pedro al Señor. Y está bien que sea dado precisamente ese precio, pero está dividido en dos partes, por Pedro es entregado como precio por un pecador, en cambio nuestro Señor no había conocido pecado ni se había hallado mentira en su boca (Is 53,9; 1 Pe 1,22)» (Comentario al Evangelio de Mateo 17,25-27).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Ezequiel 1,2-5.24 - 2,1
Iniciamos hoy la lectura de un nuevo profeta, Ezequiel. Lectura que se prolongará durante dos semanas.
Ezequiel es un profeta muy singular, lleno de fantasía, imaginativo, con un lenguaje cargado de simbolismos. Era sacerdote en Jerusalén cuando, junto con otros muchos israelitas, fue deportado al destierro de Babilonia. Es un profeta, por tanto, que comparte con el pueblo la experiencia del mayor desastre nacional y religioso. Estamos entre los años 597-570 antes de Cristo.
Allí, junto al río Quebar, tiene las primeras visiones, con las que Dios quiere dar a entender a los que están en el destierro, pero también a los que se han quedado en Jerusalén -por poco tiempo, porque a la primera deportación va a seguir pronto la segunda-, cuáles son sus planes de salvación.
a) El pueblo está en el destierro. El profeta Ezequiel, también. Y a orillas del río, el profeta tiene la primera visión misteriosa.
Una visión mezcla de elementos cósmicos (viento, nube, relámpagos) y misteriosos: cuatro seres vivientes, con estrépito de alas, y sobre todo uno en forma humana, rodeado de luz y fuego. El profeta nos explica esta figura: «era la apariencia visible de la Gloria del Señor».
Esto es lo principal: también allí, en tierra extranjera, les alcanza la mano bondadosa de Dios. Dios ha viajado con su pueblo al destierro. Se abre la puerta de la esperanza.
b) En los períodos más dramáticos de la historia, Dios sigue cercano a su pueblo, suscitando profetas que ayuden a sus hermanos y les transmitan su voz. Personas que viven las mismas dificultades que los demás, y así, desde esa solidaridad, ejercen su misión profética.
Ante una desgracias personal o colectiva, estaría mal hecha la pregunta: ¿cómo lo permite Dios? ¿dónde está Dios en este momento? Porque el primero que compadece (que «padece-con») es Dios. Como cuando su pueblo sufría en Egipto. Como cuando pasaba hambre y sed en el desierto. Como cuando está en el destierro. Nunca deberíamos perder esta convicción. Aunque no sepamos explicarnos el porqué de los males que nos pasan ahora.
Probablemente, no tendremos visiones de ciencia ficción como las de Ezequiel para transmitir a los demás. Pero, si tenemos fe, sabremos ver la cercanía de Dios en los acontecimientos, en las personas, en la Iglesia, en sus sacramentos. Jesús nos dijo: «yo estaré con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre estaré yo», «tomad este pan, es mi Cuerpo»
Con esta convicción, nos tiene que salir espontánea la alegría del salmista: «Alabad al Señor en el cielo... los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños, alaben el nombre del Señor... él acrece el vigor de su pueblo». Pues nos hacen falta vigor y ánimos en nuestra vida.
2. Mateo 17,21-26
a) Después de un nuevo anuncio de su muerte y resurrección -que entristece mucho a sus discípulos-, el pasaje de hoy se refiere al pago de un tributo por parte de Jesús.
Desde tiempos de Nehemías era costumbre que los israelitas mayores de veinte años pagaran, cada año, una pequeña ayuda para el mantenimiento del Templo de Jerusalén: dos dracmas (en moneda griega) o dos denarios (en romana). Era un impuesto que no tenía nada que ver con los que pagaban a la potencia ocupante, los romanos, y que recogían los publicanos.
Jesús pagaba cada año este didracma a favor del Templo, como afirma en seguida Pedro. Cumple las obligaciones del buen ciudadano y del creyente judío. Aunque, como él mismo razona, el Hijo no tendría por qué pagar un impuesto precisamente en su casa, en la casa de su Padre. Pero, para no dar motivos de escándalo y crítica, lo hace. En otras cosas no tiene tanto interés en no escandalizar (el sábado, el ayuno). Pero no se podrá decir que apareciera interesado en cuestión de dinero.
Lo del pez resulta difícil de explicar: probablemente, se refiere a una clase de peces con la boca muy ancha y que, a veces, se encontraban con monedas tragadas. En esta ocasión, encuentran un «estáter», que valía cuatro dracmas, lo suficiente para pagar por Jesús y por Pedro, con quien se ve que tiene una relación muy especial.
b) El pequeño episodio nos recuerda, por una parte, cómo Jesús se encarnó totalmente en su pueblo, siguiendo sus costumbres y normas. Como cuando fue circuncidado o presentado por sus padres en el Templo, pagando la ofrenda de los pobres. También en lo civil recomendó: «dad al César lo que es del César».
Aunque la enseñanza principal de Jesús fue cumplir la voluntad de Dios sobre nuestra vida: les anuncia a los suyos su disponibilidad total ante la misión que se le ha encomendado, salvar a la humanidad con su muerte y resurrección.
También a nosotros nos toca cumplir las normas generales de convivencia social, por ejemplo, las referentes a los tributos. No sólo por evitar sanciones, sino porque «la corresponsabilidad en el bien común exige moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto y la defensa del país» (Catecismo n. 2240).
Y, como en el evangelio de hoy se trata de un impuesto religioso, el de la ayuda al culto del Templo, es útil recordar que todos nos deberíamos sentir corresponsables de las necesidades de la comunidad eclesial, colaborando de los diversos modos que se nos proponen: trabajo personal, colectas de dinero para el mantenimiento del culto, la formación de los ministros, las actividades benéficas, las misiones, etc.
«Se apoyó sobre mí la mano del Señor» (1a lectura II)
«El acrece el vigor de su pueblo» (salmo II)
«Al Hijo del Hombre lo matarán pero resucitará al tercer día» (evangelio).