Viernes XVIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 5 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
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Nah 2, 1; 2, 2; 3, 1-3. 6-7: Ay de la ciudad sanguinaria
Dt 32, 35cd-36ab. 39abcd. 41: Yo doy la muerte y la vida
Mt 16, 24-28: ¿Qué podrá dar un hombre para recobrar su alma?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Nahúm 1,15; 2,2; 3,1-3.6-7: ¡Ay de la ciudad sangrienta! Nahúm, contemporáneo de Jeremías, anuncia el final del poder sirio. El profeta es el alegre mensajero que trae la noticia de la salvación, al tiempo que anuncia la ruina de Nínive, la ciudad enemiga. Yavé es realmente el Señor de toda la historia. San Jerónimo explica que:
«El padre únicamente corrige al que ama; el maestro únicamente reprende al alumno que ve de más agudo ingenio; si el médico deja de curar, es que ha perdido toda esperanza. Y si tú replicaras que así como Lázaro recibió los males en su vida, así yo también soportaré resignado mis sufrimientos, para que se me conceda la gloria futura, el Señor no tomará dos veces venganza de los mismos (Nah, 1,9). Por qué Job, hombre santo y sin tacha, y justo entre los de su tiempo, tuvo que sufrir tantas calamidades está explicado en su mismo libro» (Carta 68,1, a Castriciano).
–El salmo responsorial se ha tomado del capítulo 32 del Deuteronomio: «Yo doy la muerte y la vida... El Señor defenderá a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos...» El Señor es justo. Si castiga, será hasta lo señalado por Él y al mismo tiempo quien ha sido en cierto sentido escogido como instrumento de su justicia recibirá su paga por su mala acción. Él dice: daré su paga al adversario». Porque Dios es único, un acontecimiento que tuvo lugar en Nínive, según la lectura anterior, repercutió en Jerusalén. Por la misma razón, un pueblo hundido en la desgracia recupera la felicidad prometida a sus antepasados. Siempre hemos de tener gran confianza en Dios.
–Mateo 16,24-28: ¿Qué podrá dar un hombre para recobrar la vida? Después del anuncio de la Pasión, Jesús les indica a los suyos que habrán de seguirle en el sufrimiento y en la muerte. Llegará, sin embargo, un día en el que Cristo volverá en su gloria para el premio final. Algunos de sus discípulos tendrán un anticipo de semejante venida en la visión de Jesús transfigurado. San Agustín comenta:
«El hombre se perdió por primera vez causa del amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amad y hubiese antepuesto a Dios; no se hubiese inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de Él. Amarse uno a sí mismo no es otra cosa que querer hacer su propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte no amándote... Cuanto tiene de bueno, atribúyalo a Aquél por quien ha sido hecho; cuanto tiene de malo, es de cosecha propia.
«No hizo Dios lo que de malo existe en él; pierda lo que hizo si esto le causó defección. «Niéguese a sí mismo, dijo, y tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24). ¿A dónde hay que seguir al Señor? Sabemos adonde va: hace pocos días hemos celebrado su solemnidad. Resucitó y subió al cielo: allí hay que seguirle. No hay motivo alguno para perder la esperanza; no porque el hombre pueda algo, sino por la promesa de Dios... Sigan a Cristo los miembros que allí tienen su lugar, cada uno en su género, en su puesto...
«Tomen su cruz, es decir, mientras están en este mundo toleren por Cristo cuantos sufrimientos les procure el mundo. Amen al único que no sufre engaño, el único que no engaña. Ámenle porque es verdad lo que promete. Mas como no lo da al instante, la fe titubea. Resiste, persevera, aguanta, soporta la dilación: todo esto es llevar la cruz» (Sermón 96).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Nahúm 2,1.2; 3,1-3.6ss
El profeta Nahúm, de cuyo librito está tomado el pasaje litúrgico de hoy, desarrolló su actividad en el Reino de Judá, probablemente durante la segunda mitad del siglo VII a. de C. Sus oráculos anuncian el final del poder asirio, que dominaba por entonces con una gran ferocidad toda la región del Oriente Medio. La crueldad de Nínive, capital de Asiria, está descrita con realismo e intensidad (3,1-3): el fraude y la rapiña constituyen su política; el estruendo de los carros de guerra se eleva a lo alto; sus soldados, animados por una furia homicida, siembran a su paso violencia y muerte. El profeta contempla el final de tanto horror: el anuncio que proclama es la noticia de la liberación.
El pueblo puede celebrar con alegría la salvación y la paz recuperadas (2,1), que YHwH le concede humillando al opresor (3,6). Nahúm tiene, pues, un mensaje de consolación para Judá, mientras que Nínive -símbolo del caos y de las fuerzas del mal que amenazan la armonía del orden querido por el Creador- no tiene quien la consuele (3,7).
Evangelio: Mateo 16,24-28
Jesús ha confirmado su propia identidad de Mesías y de Hijo de Dios y ha indicado asimismo el carácter sufriente de su mesianismo (cf. Mt 16,16-17.21): ahora habla de aquellos que desean seguirle. La suerte del discípulo no será diferente a la del Maestro (cf. 10,24ss); más aún, toda actitud y toda decisión del discípulo tendrán significado para su relación con la vida del Maestro.
La escala de valores y de prioridades está determinada, en consecuencia, por la referencia a la persona de Jesús, cuyo recorrido histórico de sufrimiento vivido en el amor habrá de apropiárselo el discípulo (v. 24). Éste experimentará la paradoja del «perder para conservar», del «morir para vivir» (v. 25). Con sus obras manifestará la decisión fundamental de poner a Jesús, y no a sí mismo, en el centro de su vida; su recompensa la recibirá en el momento del juicio (v. 27; cf. 25,31-40).
El Siervo de YHWH, sin embargo, es también el Juez escatológico; el Mesías humillado es también el Rey glorioso. Podrán comprenderlo bien algunos que le están escuchando (v 28), dado que durante su vida terrena tendrán lugar los acontecimientos anunciados (cf. 16,21).
MEDITATIO
Los atropellos y las violencias de todo tipo parecen garantizar la seguridad y la prosperidad de los fuertes, al precio de la aniquilación de los débiles. Sin embargo, no es ésta la verdad de la vida, y la historia nos muestra la precariedad del poder humano, registrando el desmoronamiento de imperios políticos, económicos, ideológicos, que se presentaban (y se presentan) como indestructibles.
La lógica que vence es otra: perder la propia vida, es decir, consumirla en el servicio a los otros, sin rechazar el sufrimiento que de ello pueda derivarse, y seguir amando de todos modos. Como hizo Jesús. Cuando vivo así, me convierto en anuncio silencioso –aunque eficaz–de la auténtica liberación.
ORATIO
Señor Jesús, quisiera seguirte por el camino que tú recorres. Siento que no me obligas a ir contigo, sólo me invitas. Y he comprendido que sólo tu camino es el camino de la vida; más aún, que tú eres el Camino y la Vida. Sé que, caminando contigo y como tú, amar se conjuga con sufrir, y siento miedo: me gustaría un amor más barato. Desde mi punto de vista, absorbido por completo en el presente, dar equivale a perder y es un pésimo negocio. Sin embargo, el amor que no se entrega por completo no es sino una copia camuflada del egoísmo.
Que yo pueda aprender, caminando tras tus pasos, la fuerza de la entrega sin condiciones. Infúndeme la fuerza de los pequeños y la desconfianza respecto a todo aquello que tiene el olor agrio de la violencia, que obtiene porque usurpa, que vence porque aniquila. Pon mis pasos en los tuyos, Jesús, que yo aprenda la sabiduría de tu amor crucificado.
CONTEMPLATIO
Sé fiel, queridísima hermana, a aquel a quien has hecho tus promesas. Por él mismo, en efecto, serás coronada con el laurel de la vida. Breve es nuestra fatiga aquí, pero la recompensa es eterna; que no te confundan los estrépitos del mundo que huye como una sombra; soporta de buena gana los males adversos, y que los bienes prósperos no te exalten. Estos, en efecto, requieren la fe, y aquéllos la exigen.
Oh queridísima, mira hacia el cielo al que nos invita, toma la cruz y sigue a Cristo, que nos precede; en efecto, tras las diferentes y abundantes tribulaciones, gracias a él, entraremos en su gloria (Clara de Asís, Scritti, Vicenza 1986 [edición española: Escritos de santa Clara y documentos complementarios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1993]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Envía, Señor, a tu mensajero de paz» (cf. Nah 2,1).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El sufrimiento no está por debajo de la dignidad humana. A saber: se puede sufrir de modo digno o indigno del hombre. Esto es lo que quiero decir: la mayor parte de los occidentales no comprende el arte del dolor, y así viven obsesionados por mil miedos. La vida que vive la gente ahora no es ya una verdadera vida, hecha como está de miedos, resignación, amargura, odio, desesperación. Dios mío, todo esto se puede comprender muy bien, pero si una vida así queda suprimida, ¿se suprime mucho después? Debemos aceptar la muerte, incluso la más atroz, como parte de la vida. No vivimos cada día una vida entera, ¿tiene mucha importancia que vivamos algunos días más o menos? Estoy a diario en Polonia, sobre lo que muy bien podemos llamar campos de batalla; en ocasiones me oprime una visión de estos campos que se han vuelto verdes de veneno; estoy a diario al lado de hambrientos, de maltratados y de moribundos, pero también estoy junto al jazmín y a este trozo de cielo que hay detrás de mi ventana: en una vida hay sitio para todo. Para la fe en Dios y para un final miserable.
Debemos tener también la fuerza necesaria para sufrir solos y no ser una carga para los otros con nuestros propios miedos y nuestros propios fardos. Lo debemos aprender aún y nos deberían educar recíprocamente para esto, si es posible con dulzura y, si no, con severidad.
Cuando digo: de un modo u otro ya he hecho mis cuentas con la vida, no lo digo por resignación. No hay resignación, no la hay ciertamente. ¿Qué quiero decir? ¿Tal vez que ya he vivido esta vida mil veces, y otras tantas veces estoy muerta y, por consiguiente, no puede sucederme ya nada nuevo? No, se trata de un vivir la vida mil veces minuto a minuto, y dejar también un espacio al dolor, un espacio que, hoy, no puede ser pequeño. ¿Supone, pues, una gran diferencia que en un siglo sea la Inquisición la que hace sufrir a los hombres y la guerra y los pogromos en otro?
El dolor ha exigido siempre su lugar y sus derechos de una manera o de otra. Lo que cuenta es el modo como lo soportamos y si estamos en condiciones de integrarlo en nuestra propia vida y, al mismo tiempo, de aceptar asimismo la vida. A veces debo inclinar la cabeza bajo el gran peso que tengo sobre la nuca, y entonces siento la necesidad de unir las manos, casi con un gesto automático, y podría permanecer sentada así durante horas. Soy todo, estoy en condiciones de soportar todo, cada vez mejor, y a la vez estoy segura de que la vida es bellísima, digna de ser vivida y está repleta de significado. A pesar de todo. Lo que no quiere decir que uno se encuentre siempre en el estado de ánimo más elevado ni pleno de fe. Podemos estar cansados como burros después de haber realizado una larga caminata o haber tenido que hacer una larga cola, pero eso también forma parte de la vida, y dentro de ti hay algo que no te abandonará nunca más (E. Hillesum, Diario 1941-1943, Milán, 2000, pp. 136ss).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Nahum 1,15; 2,1; 3,1-3.6-7
a) Terminado el resumen de Jeremías que hemos ido siguiendo durante dos semanas, escuchamos hoy una síntesis del breve libro de un profeta poco conocido: Nahum, del siglo VII antes de Cristo.
Son unas ideas muy guerreras. El profeta se alegra de la caída de Nínive. Se ve que los asirios que habían sido los que llevaron al destierro hacía años al reino del Norte- eran, de verdad, sanguinarios y crueles, y se habían ganado el odio de todos los pueblos vecinos.
Nahum se alegra de la caída de su capital, Nínive, en manos de los medos y babilonios, que la arrasaron. Nahum describe con trazos muy realistas la destrucción de la perversa ciudad: látigos, carros, caballos, espadas, lanzas, heridos, cadáveres...
La ruina de los asirios supone, de momento, la paz para Israel: «el heraldo que pregona la paz» y llena de alegría a Judá. Aunque, luego, resultará que los babilonios no serán mejores y llevarán, a su vez, al reino del Sur al destierro.
b) La historia va dando vueltas. Imperios que parecían firmes se desploman. Hace miles de años y ahora. Dios sigue «derribando de sus tronos a los poderosos», como cantaba en su Magníficat María de Nazaret.
El salmo lo dice de otra manera: «el día de su perdición se acerca, porque el Señor defenderá a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos... mirad: yo doy la muerte y la vida...».
Para que sea verdad lo que dijo Jesús, «los que empuñen espada, a espada perecerán» (Mt 26,52), no hace falta que se trate cada vez de un castigo de Dios. La historia misma, con sus fuerzas interiores, va acelerando subidas y caídas, y se encarga de que el mal no quede impune y que los orgullosos reciban lecciones de humildad.
Páginas proféticas como la de hoy nos enseñan a ver la historia con perspectiva. A no entusiasmarnos demasiado por nadie ni por nada, ni a hundirnos tampoco por nadie ni por nada. Y, sobre todo, a confiar siempre en el amor de Dios, que nunca cierra las puertas al futuro, que siempre tiene planes de repuesto para salvar a los que quieren ser salvados, o sea, a los humildes y sencillos: «a los pobres les llena de bienes, y a los ricos los despide sin nada».
2. Mateo 16,24-28
a) Las palabras de Jesús parecen como una continuación de la reprimenda que ayer había dirigido a Pedro, al que no le gustaba oír hablar de la cruz.
Jesús avisa a sus seguidores que, al igual que él mismo, en su camino hacia la Pascua, a todos ellos les tocará «negarse a si mismos», «cargar con la cruz», «seguirle», «perder la vida». Y así la ganarán y recibirán el premio definitivo. Parecen y son paradojas: pero se trata de los caminos de Dios, muy distintos de los nuestros.
Ese final («algunos verán llegar al Hijo del Hombre en majestad») no sabemos a qué se refiere: tal vez, a la escena de la transfiguración, que Mateo cuenta a renglón seguido (aunque nosotros no la leamos en esta lectura continuada).
b) El que mejor ejemplo nos ha dado de un camino hecho de renuncia y de cruz es el mismo Jesús. Como siempre, lo que enseña, lo cumple él el primero.
Pedro, quien, al principio, se mostraba tan reacio a aceptar a Jesús como «el Siervo que se entrega por los demás», después de la experiencia de la Pascua y de Pentecostés, será uno de los testigos más valientes de Cristo, orgulloso de poder sufrir por él, hasta su martirio en Roma, bajo Nerón.
Estamos avisados. Podrá resultarnos duro el camino de la vida cristiana, pero no nos debe sorprender. Jesús ya nos lo ha advertido, para que no nos llamemos a engaño. No nos ha prometido éxitos y dulzuras en su seguimiento. Eso si: no nos va a defraudar, porque «pagará a cada uno según su conducta», y no se dejara ganar en generosidad.
«Mirad los pies del heraldo que pregona la paz» (1ª lectura II)
«El Señor defenderá a su pueblo y tendrá compasión de sus siervos» (salmo II)
«El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga» (evangelio)