Viernes XVIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 7 agosto, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Dt 4, 32-40: Amó a tus padres y después eligió a su descendencia
Sal 76, 12-13. 14-15. 16 y 21.: Recuerdo las proezas del Señor.
Mt 16, 24-28: ¿Qué podrá dar un hombre para recobrar su vida?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Deuteronomio 4, 32-40: Amo a tus padres y después eligió su descendencia. Llama la atención Moisés sobre la misericordiosa elección del Señor en favor de Israel, a quien se ha dado a conocer y ha colmado de beneficios. Por eso el pueblo escogido ha de corresponder con gran amor, manifestado en la observancia de sus mandatos, que en definitiva son para bien de todos los hombres.
Tres acontecimientos del pasado retienen la atención de este pasaje bíblico: Dios se ha acercado a Israel comprometiéndose en las promesas de los patriarcas yendo a busca a su pueblo exiliado en Egipto, e introduciéndolo en la tierra prometida. El mismo y único Dios es el autor de estos tres acontecimientos: ¿por qué no habrá de ser también el autor de los acontecimientos que nos preocupan? Dios es único; por tanto su amor dura para siempre...
La palabra de Dios no se limita al pasado; también tiene actualidad ahora y la tendrá en el futuro; si esa Palabra espera una respuesta del hombre, esa respuesta es tan necesaria hoy como ayer y no es otra que una correspondencia de amor.
–Seguimos con la misma idea en el Salmo 76 escogido como responsorial: «Recuerdo las proezas del Señor, Sí recuerdo tus antiguos portentos, medito todas tus obras y considero tus hazañas. Dios mío, tus caminos son santos... Tú, oh Dios, haciendo maravillas...»
El cristiano, con mirada de fe, ha de saber leer en los caminos de la Providencia, que saca bienes aun de los mismos males. Por muy mal que nos parezca la situación del mundo, el cristiano ha de saber que Cristo ha prometido su asistencia a la Iglesia y una acogida favorable a la oración perseverante. Nunca hemos de desconfiar de que los antiguos portentos de la historia de la salvación se pueden renovar en nuestros días, como de hecho se renuevan en tantos movimientos más o menos silenciosos y en tantos actos heroicos patentes a los ojos de Dios.
–Mateo 16,24-28: ¿Qué podrá dar un hombre para recobrar la vida? Después del anuncio de la Pasión, Jesús les indica a los suyos que habrán de seguirle en el sufrimiento y en la muerte. Llegará, sin embargo, un día en el que Cristo volverá en su gloria para el premio final. Algunos de sus discípulos tendrán un anticipo de semejante venida en la visión de Jesús transfigurado. San Agustín comenta:
«El hombre se perdió por primera vez causa del amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amad y hubiese antepuesto a Dios; no se hubiese inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de Él. Amarse uno a sí mismo no es otra cosa que querer hacer su propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte no amándote... Cuanto tiene de bueno, atribúyalo a Aquél por quien ha sido hecho; cuanto tiene de malo, es de cosecha propia.
«No hizo Dios lo que de malo existe en él; pierda lo que hizo si esto le causó defección. «Niéguese a sí mismo, dijo, y tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24). ¿A dónde hay que seguir al Señor? Sabemos adonde va: hace pocos días hemos celebrado su solemnidad. Resucitó y subió al cielo: allí hay que seguirle. No hay motivo alguno para perder la esperanza; no porque el hombre pueda algo, sino por la promesa de Dios... Sigan a Cristo los miembros que allí tienen su lugar, cada uno en su género, en su puesto...
«Tomen su cruz, es decir, mientras están en este mundo toleren por Cristo cuantos sufrimientos les procure el mundo. Amen al único que no sufre engaño, el único que no engaña. Ámenle porque es verdad lo que promete. Mas como no lo da al instante, la fe titubea. Resiste, persevera, aguanta, soporta la dilación: todo esto es llevar la cruz» (Sermón 96).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Deuteronomio 4,32-40
A partir de hoy, y durante cinco días, leeremos el Deuteronomio, el último de los cinco libros del Pentateuco.
Este título significa «segunda ley», pues contiene la despedida de Moisés, con el repaso que hace de los cuarenta años de marcha por el desierto y las normas que recuerda a su pueblo. Al principio de la travesía, en el Sinaí, les entregó la primera ley, la Alianza. Ahora, cuando están a punto de entrar en Canaán, Moisés, antes de morir, les deja como testamento la recomendación de que cumplan aquella Alianza.
El libro del Deuteronomio tuvo una historia especial: había sido medio olvidado hasta que fue descubierto el año 622, en tiempos del joven rey Josías, a quien le vino muy bien para urgir la reforma religiosa que había emprendido, animado por el profeta Jeremías.
a) Sigue la historia de Israel. Moisés interpela frontalmente a su pueblo, despertando su memoria histórica: ¿cómo puede ser que un pueblo desoiga a un Dios como Yahvé, que se ha preocupado tanto de ellos a lo largo de esos años?
La catequesis que hace Moisés se basa en las actuaciones de Dios para terminar pidiendo un estilo de vida más concorde con la alianza que han hecho: «tú has oído la voz de Dios... amó a tus padres y eligió a su descendencia, él en persona te sacó de Egipto... el Señor es el único Dios... guarda sus preceptos y mandamientos». El monoteísmo que subraya fuertemente se debe, no a cavilaciones filosóficas, sino a la historia.
b)Nosotros contamos con capítulos nuevos en esta catequesis y en esta memoria agradecida. Dios, además de liberar a Israel de la esclavitud, nos ha enviado a su Hijo para liberarnos a todos del pecado y de la muerte. Tenemos más razones para sentir admiración y gratitud hacia Dios y para responder a su amor con el nuestro, intentando cumplir su voluntad en nuestras vidas.
Cuando presentamos a Dios (o a Jesús) en nuestra predicación o en nuestra catequesis, no tendríamos que apoyarnos tanto en filosofías o definiciones sino en la historia de la salvación, tal como aparece en el AT y en el NT. El de Moisés es un «credo histórico», no un «credo teológico». «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos...».
Es lo que hace el salmo de hoy: «Recuerdo las proezas del Señor, medito todas tus obras... ¿qué dios es tan grande como nuestro Dios?». Nosotros lo podemos recitar con más conocimiento de causa y con unas consecuencias más coherentes en las respuestas de nuestra vida diaria.
2. Mateo 16,24-28
a) Las palabras de Jesús parecen como una continuación de la reprimenda que ayer había dirigido a Pedro, al que no le gustaba oír hablar de la cruz.
Jesús avisa a sus seguidores que, al igual que él mismo, en su camino hacia la Pascua, a todos ellos les tocará «negarse a si mismos», «cargar con la cruz», «seguirle», «perder la vida». Y así la ganarán y recibirán el premio definitivo. Parecen y son paradojas: pero se trata de los caminos de Dios, muy distintos de los nuestros.
Ese final («algunos verán llegar al Hijo del Hombre en majestad») no sabemos a qué se refiere: tal vez, a la escena de la transfiguración, que Mateo cuenta a renglón seguido (aunque nosotros no la leamos en esta lectura continuada).
b) El que mejor ejemplo nos ha dado de un camino hecho de renuncia y de cruz es el mismo Jesús. Como siempre, lo que enseña, lo cumple él el primero.
Pedro, quien, al principio, se mostraba tan reacio a aceptar a Jesús como «el Siervo que se entrega por los demás», después de la experiencia de la Pascua y de Pentecostés, será uno de los testigos más valientes de Cristo, orgulloso de poder sufrir por él, hasta su martirio en Roma, bajo Nerón.
Estamos avisados. Podrá resultarnos duro el camino de la vida cristiana, pero no nos debe sorprender. Jesús ya nos lo ha advertido, para que no nos llamemos a engaño. No nos ha prometido éxitos y dulzuras en su seguimiento. Eso si: no nos va a defraudar, porque «pagará a cada uno según su conducta», y no se dejara ganar en generosidad.
«Dios amó a tus padres, él en persona te sacó de Egipto» (1a lectura I)
«El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga» (evangelio).