Jueves XVIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 4 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 31, 31-34: Haré una alianza nueva, y no recordaré sus pecados
Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19: Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Mt 16, 13-23: Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Jeremías 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados. El anuncio de una nueva alianza constituye un hito en la predicación del profeta. La antigua alianza, basada en la ley escrita, cederá su puesto a una Alianza nueva, cuya ley estará grabada en los corazones de los fieles. Se trata de la Alianza nueva y eterna que Cristo asegura que se ha realizado en su Sangre, según las palabras del relato de la institución de la Eucaristía. Exclama Clemente de Alejandría:
«¡Salve, Luz! Desde el cielo brilla una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte, Luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esta Luz es la vida eterna, y todo lo que de ella participa vive, mientras que la noche teme a la luz y, ocultándose de miedo, deja el puesto al día del Señor; el universo se ha convertido en Luz indefectible, y el ocaso se ha transformado en aurora. Esto es lo que quiere decir la «nueva creación» (Gál 6,15); porque el Sol de justicia (Mal 4,2), que atraviese en su carroza el universo entero, recorre asimismo la humanidad imitando a su Padre...
«Él fue quien transformó el ocaso en amanecer, quien venció la muerte por la resurrección, quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó al cielo;... Da leyes a su inteligencia y las graba en su corazón. ¿De qué leyes se trata? Pues «todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor, oráculo de Yavé; ya que perdonaré su culpa y no recordaré más su pecado» (Jeremías, 31,34)» (Exhortación a los paganos 11,114,4-5).
No hay oposición entre los dos Testamentos, sino cumplimiento en uno de lo que en el otro se había prometido. Todo es un acto continuado de la misericordia divina.
–De nuevo repetimos algunos versos del Salmo 50: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro..., renuévame por dentro... enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a Ti; los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias».
–Mateo 16,15-23: Tú eres Pedro, te daré las llaves del Reino de los cielos. Pedro proclama en nombre de los Doce su fe en que Jesús es el Mesías y Éste lo proclama dichoso y le anuncia su futura misión en la Iglesia. Muchas veces ha comentado San Agustín este pasaje evangélico:
«Él les dijo: «Los hombres que pertenecen al hombre dicen esto y aquello; pero vosotros, hombres ciertamente, que pertenecéis al Hijo del Hombre, ¿quién decís que soy yo?» Entonces respondió Pedro, uno por todos, la unidad en todos: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo». Cristo encarece su humildad; Pedro confiesa la majestad de Cristo. Era justo y conveniente que fuera así. Escucha, Pedro, lo que Cristo se hizo por ti y tú di quien se hizo Hijo del Hombre por ti. «¿Quién dice la gente que soy yo, el Hijo del Hombre?» ¿Quién es Este que por ti se hizo Hijo del Hombre?... «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo». Yo, dijo, recomiendo mi humildad; tú reconoce mi divinidad. Yo digo que me he hecho por ti; di tú cómo te hice a ti (Hebreos 3,12-15):» (Sermón 306, D).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Jeremías 31, 31-14
a) Terminamos hoy la lectura de Jeremías, para empezar, desde mañana, la de otros profetas. Y la última página seleccionada es también optimista: nos anuncia una Nueva Alianza.
En el AT nunca se había dicho que fuera a haber otra Alianza distinta de la del Sinaí, tantas veces rota por el pueblo, pero mantenida siempre en pie por la fidelidad de Dios.
Ahora, el profeta, como fruto de una maduración espiritual de su fe, anuncia, de parte de Dios, que a esa primera Alianza le va a seguir otra, definitiva, mucho más profunda y personal: «meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo».
Si la de la primera se podio decir que había constituido un fracaso por parte del pueblo, Dios no ceja en su empeño y anuncia otra mejor, una Alianza de fe, de conocimiento de Dios, de perdón y reconciliación. Se trata de la interiorización de la Alianza.
b) «Vienen días...». Los cristianos estamos convencidos de que esa Nueva Alianza, que ha llevado a plenitud la del pueblo de Israel, se ha cumplido en Cristo Jesús.
Es la Alianza que él selló, no con sangre de animales, como la del Sinaí, sino con su propia Sangre en la cruz. Es la Alianza de la que nos ha querido hacer participes cada vez que celebramos el sacramento memorial de su Pascua, la Eucaristía: «tomad y bebed todos de él: éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna...».
Pero toda alianza, y más la Nueva de Cristo, nos compromete a un estilo de vida coherente. Participar de la Eucaristía supone una actitud concreta a lo largo de la jornada.
No vaya a ser que también de nosotros se tenga que quejar Dios como de Israel, por nuestra incoherencia.
El salmo nos sitúa en la dirección justa cuando apunta a un corazón renovado, humilde y alegre a la vez, un corazón vuelto a Dios: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... devuélveme la alegría de tu salvación...».
2. Mateo 16,13-23
a) La página de Mateo es doble: contiene una alabanza de Jesús a Pedro, constituyéndolo como autoridad en su Iglesia y, a la vez, una reprimenda muy dura al mismo Pedro, porque no entiende las cosas de Dios.
Ante todo, la alabanza. Jesús pregunta (hace una encuesta) sobre lo que dicen de él: unos, que un profeta, o que el mismo Bautista. Y, ante la pregunta directa de Jesús («y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»), Pedro toma la palabra y formula una magnífica profesión de fe: «tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Jesús le alaba porque ha sabido captar la voz de Dios y, con tres imágenes, le constituye como autoridad en la Iglesia, lo que luego se llamará «el primado»: la imagen de la piedra (Pedro = piedra = roca fundacional de la Iglesia), la de las llaves (potestad de abrir y cerrar en la comunidad) y la de «atar y desatar».
Pero, a renglón seguido, Mateo nos cuenta otras palabras de Jesús, esta vez muy duras. Al anunciar Jesús su muerte y resurrección, Pedro, de nuevo primario y decidido, cree hacerle un favor: «no lo permita Dios, eso no puede pasarte»; y tiene que oír algo que no olvidará en toda su vida: «quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar: tú piensas como los hombres, no como Dios». Antes le alaba porque habla según Dios. Ahora le riñe porque habla como los hombres. Antes le ha llamado «roca y piedra» de construcción.
Ahora, «piedra de escándalo» para el mismo Jesús.
b) En nosotros pueden coexistir una fe muy sentida, un amor indudable hacia Cristo y, a la vez, la debilidad y la superficialidad en el modo de entenderle.
No se podía dudar del amor que Pedro tenía a Jesús, ni dejar de admirar la prontitud y decisión con que proclama su fe en él. Pero esa fe no es madura: no ha captado que el mesianismo que él espera (fruto de la formación religiosa recibida) no coincide con el mesianismo que anuncia Jesús, que incluye su muerte en la cruz.
Todos tendemos a hacer una selección en nuestro seguimiento de Cristo. Le confesamos como Mesías e Hijo de Dios. Pero ya nos cuesta más entender que se trata de un Mesías «crucificado», que acepta la renuncia y la muerte porque está seriamente comprometido en la liberación de la humanidad. No nos agrada tanto que sus seguidores debamos recorrer el mismo camino. Como a Pedro, nos gusta el monte Tabor, el de la transfiguración, pero no, el monte Calvario, el de la cruz. A Jesús le tenemos que aceptar entero, sin «censurar» las páginas del evangelio según vayan o no de acuerdo con nuestra formación, con nuestra sensibilidad o con nuestros gustos.
Más tarde, ayudado en su maduración espiritual por Cristo, por el Espíritu y por las lecciones de la vida, Pedro aceptará valientemente la cruz: cuando se tenga que presentar ante las autoridades que le prohíben hablar de Jesús, cuando sufra cárceles y azotes, y, sobre todo, cuando tenga que padecer martirio en Roma. Valió la pena la corrección que Jesús le dedicó.
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (salmo II)
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios» (evangelio)
«Tú piensas como los hombres, no como Dios» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 31,31-34
El retorno de todo Israel a su territorio y el restablecimiento de una vida libre y armoniosa alcanza su cima en la estipulación de la «alianza nueva» (v. 31). Este anuncio, punto culminante de la profecía de Jeremías y, tal vez, de toda la literatura profética, declara que la intervención de YHWH marca un cambio en el curso de la historia. El es el Señor, que, inclinándose sobre Israel, lo ha llevado sobre sus alas (cf. Dt 32,11; Os 11,4) y, con la alianza del Sinaí lo ha constituido en propiedad suya (cf. Dt 32,9). Sin embargo, la infidelidad ha sido constante a lo largo de la vida del pueblo (v 32): Israel se ha mostrado incapaz de observar los mandamientos -leyes de vida-, faltando al compromiso asumido (cf. Ex 24,3; Jos 24,24).
He aquí, pues, la novedad de la intervención de YHwH: la Ley no volverá a ser exterior al hombre, no volverá a estar escrita en tablas de piedra, sino que será interior, estará escrita «en su corazón» (v. 33). La fidelidad a esa Ley se lleva a cabo no tanto a través de observancias rituales formales como a través de la interiorización de valores, como la obediencia y el amor, y su actuación. Eso es algo que será posible para todo el mundo, sin distinción: YHWH crea la condición necesaria para ello perdonando el pecado. Se trata de una renovación radical de la persona, de suerte que cada uno se encuentre en condiciones de conocer la voluntad de Dios impresa en lo más íntimo de sí mismo y de ponerla en práctica (v 34a): de este modo, se lleva a cabo la recíproca pertenencia entre Dios y el hombre (v 33c), don de la infinita misericordia divina.
Evangelio: Mateo 16,13-23
El evangelio de Mateo marca un giro decisivo a partir del episodio narrado en el fragmento de la liturgia de hoy, en el que Jesús comprueba la comprensión que tienen los discípulos de su identidad (v 15). Si las obras y las palabras de Jesús de Nazaret habían manifestado su misión mesiánica de un modo comprensible a la gente, que reacciona creyendo en él (vv. 13ss), a excepción de los habitantes de Nazaret (cf. 13,53-58), los discípulos, por boca de Pedro, reconocen asimismo su naturaleza divina (v 16).
En esta escena cobra un gran relieve la persona de Pedro. Éste, a la profesión de fe en el Hijo de Dios, le opone, a renglón seguido, el rechazo al Siervo de YHWH (vv. 21 ss). Primero recibe de Jesús una autoridad plena respecto a la comunidad de los discípulos (vv. 18ss; cf los símbolos de las llaves y de las acciones de atar y desatar) y, poco después se le llama «Satanás», puesto que su modo de ver resulta antitético con respecto al de Dios y representa un obstáculo para Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre (v. 23).
Las contradicciones que marcan el discipulado de Pedro (cf. Mc 14,26-31.66-72) otorgan un relieve particular a la obra de la gracia divina en la fragilidad humana: en eso consiste el misterio de la Iglesia, cuyo «jefe» es tal no por méritos personales, sino porque Dios le confía el servicio que lo constituye en punto de referencia para los hermanos. Es Dios quien garantiza la firmeza de la comunidad en la lucha que desarrollan el mal y la muerte contra el amor y la vida (v 18). La confianza respecto a Pedro es plena: sus decisiones las hará suyas Dios (v. 19). Pero el mesianismo sufriente encarnado por Jesús ha sido elegido libremente y es imposible detenerlo: la salvación y la gloria pasan inequívocamente por la cruz (v. 21).
MEDITATIO
La alianza entre Dios y el hombre no se basa en las cualidades y en las actitudes vencedoras del hombre, sino en el don gratuito de Dios. La debilidad humana no representa un obstáculo; más aún, Dios hace comprender al apóstol Pablo que su poder divino se manifiesta precisamente en la debilidad. Tampoco es obstáculo el pecado: Dios es siempre el Padre misericordioso que perdona al pecador, que hasta le sale al encuentro y cancela toda su culpa. El obstáculo es la presunción de ponerse en el sitio de Dios, erigirse en competidor y rival suyo: es la antigua culpa del Génesis que llevó al hombre a hacerse como Dios.
No se nos pide más que acoger el don de la comunión que Dios nos ofrece: es ésta una verdad que debería colmarnos de alegría. Qué arduo resulta, en cambio, estar con las manos abiertas, sin cerrarlas para dominar lo que recibimos, apoderándonoslo y administrándolo como si fuera propiedad nuestra... La altivez satánica relega a la soledad, a la miseria interior, a la separación desesperante. La humildad rica de gratitud por el don inmenso recibido edifica la comunidad. Y nosotros, ¿dónde nos reconocemos?
Dejar aflorar la Palabra que el Espíritu Santo pronuncia en nosotros y nos revela la verdad de Dios y de nosotros mismos... Aprender a iluminar la conciencia, a escucharla y a seguir el soplo de Dios en nuestro corazón... Sintonizar nuestro modo de sentir y de pensar con los de Dios... Simplemente, ser cristianos.
ORATIO
Tú eres aquel que se me ha acercado y se ha interesado por mí.
Tú eres aquel que me quiere junto a sí y me ofrece su amistad.
Tú eres aquel que sabe distinguir entre lo que tiene valor eterno y lo que es fruto de la contingencia.
Tú eres aquel que ni se esconde ni se camufla, que se declara abiertamente y no se echa atrás. Tú eres aquel que ama para siempre y que, para no renegar del amor, acepta sufrir y morir.
«Oh Dios, tú eres mi Dios»: que yo permanezca en tu amor.
CONTEMPLATIO
Cuando por don de tu gracia, Señor, te busco con todo mi corazón y me alegro de haber aprendido a conocer tu rostro –el único que desea mi rostro–, ¿qué supone, te lo suplico, el hecho de que vuelva a encontrarme de improviso apartado? ¿Acaso no me he convertido a ti, o bien tú estás todavía fuera de mí? Si no me he convertido, conviérteme, Dios de las potencias. Tú, que me has dado el querer, dame el poder, y que se cumpla, en mí y por mí, cualquier cosa que tú quieras. Quiero, oh Dios, hacer tu voluntad, y en los mandamientos abrazo tu Ley, en medio de mi corazón. Existe, no obstante, otra ley tuya, inmaculada, que convierte a las almas, pero no la conozco, Señor; ésta permanece en lo escondido de tu rostro, donde yo no merezco entrar. Si una sola vez me dejaras entrar allí para verla, como la pluma del «escriba que escribe veloz» –tu Espíritu Santo– la transcribiría en mi corazón dos o tres veces, para tener a donde recurrir, y, comprendiendo mis obras, caminaría en la sencillez y la confianza (Guillermo de Saint-Thierry, Dalla meditazione alía preghiera, Magnano 1987, pp. 87ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jr 31,33).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En el texto de Marcos la pregunta no va de los auditores o discípulos a Jesús (como en Jn 1,39; o Mt 11,3). La interpelación viene del Señor mismo y se dirige a quienes le han acompañado un tiempo y han sido testigos de sus gestos y palabras. Pregunta hecha, entonces, no a gente que no lo conoce o que ha tenido poco contacto con él, sino a aquellos que tienen motivo para saber algo de él porque lo han seguido. Son sus discípulos. Es una demanda que invita a una profesión de fe, aunque tal vez no obtenga todavía como respuesta sino la expresión de una duda o de una perplejidad. El lenguaje es directo y no da lugar a escapatorias. Hay más; el interrogante no es hecho a una persona, sino al conjunto de discípulos: ustedes. Pregunta dirigida a un grupo, lo que obliga a una respuesta colectiva también. La profesión de fe será comunitaria, e igualmente la eventual duda o perplejidad.
La interpelación presenta una cierta cadencia. Ella se hace en dos pasos, la pregunta es doble en verdad. La primera cuestión es «¿quién dice la gente que soy yo?». La misión de Jesús ha sido pública, en el ambiente se puede tener y seguramente se tiene una opinión sobre él. Lo preguntado es entonces cómo los discípulos reciben y procesan esa opinión, cómo repercute en ellos lo que dice la gente. Esto es ya una pregunta sobre la fe de los discípulos mismos, porque un aspecto de nuestra propia fe es lo que otros descubren en ella. La opinión sobre Jesús, entonces como ahora, no descansa sólo en lo que las personas ven en él mismo, sino también en lo que perciben en quienes se proclaman sus seguidores. Y, precisamente, capítulos antes Marcos nos ha narrado el envío de los discípulos para cumplir una tarea evangelizadora (6, 6-13). La cuestión es también, por eso, una manera de decir: ¿qué testimonio han dado ustedes de mí?
Este primer interrogante no es una preparación para llegar al segundo. Se trata de una auténtica pregunta sobre la fe de sus interlocutores directos, porque refiriendo lo que otros piensan ponemos siempre de lo nuestro, nos identificamos con esa opinión, tomamos distancia frente a ella o la rechazamos. Además, esto nos puede recordar que la respuesta a la cuestión sobre Jesús no es algo que nos pertenezca en forma privada. Tampoco atañe sólo a la Iglesia. Cristo está más allá de sus fronteras e interpela a toda la humanidad; el Concilio Vaticano II nos lo recordó con claridad. «¿Quién dice la gente que soy yo?» es una pregunta que, precisamente porque escapa a esos linderos, sigue vigente para la comunidad de discípulos de ayer y de hoy. En efecto, es importante para la fe eclesial saber lo que los demás piensan de Jesús y de nuestro propio testimonio como discípulos. Saber escuchar nos llevará a una mejor y eficaz proclamación de nuestra fe en el Señor ante la faz del mundo.
La forma concreta de proclamar el amor gratuito de Dios y su Reino tiene inevitables consecuencias para el orden religioso, social y económico imperante en la época de Jesús. Así lo percibieron quienes buscaron y ordenaron su ejecución (cf. Mc 3,1-6). Las dificultades y la conflictividad que teme Pedro (¡y nosotros con él!) son provocadas fundamentalmente por la misión misma. Esta hostilidad no viene de que el mensaje del Mesías sea político (lo que a todas luces no es, sobre todo en el sentido estricto del término), sino justamente porque es un anuncio religioso que toma la existencia humana entera.
Lo que provoca el rechazo de Pedro es su resistencia a aceptar las consecuencias del reconocimiento de Jesús como el Cristo. Los v. 34 y 35 precisan las condiciones del seguimiento de Jesús. Eso es lo que Pedro recusa. No basta reconocer a Cristo en Jesús; es necesario aceptar lo que eso implica. Creer en Cristo es también asumir su práctica, porque una profesión de fe sin seguimiento es incompleta,; tal como se afirma en Mateo, «no todo el que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre» (7,21). La ortodoxia, la recta opinión exige una ortopraxis, es decir, un comportamiento acorde con la opinión expresada.
La práctica del seguimiento mostrará lo que está detrás del reconocimiento del Mesías (G. Gutiérrez, Beber en su propio pozo en el itinerario espiritual de un pueblo, Sígueme, Salamanca, 1998, pp. 64-66.69-70).