Miércoles XVIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 7 agosto, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Nm 13, 1-3a. 26—14, 1. 26-30. 34-35: Despreciaron una tierra envidiable
Sal 105, 6-7a. 13-14. 21-22. 23: Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo
Mt 15, 21-28: Mujer, qué grande es tu fe
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Años impares
–Números 13,2-3.26; 14,1,26-30.34-35: Despreciaron una tierra envidiable. Las noticias de los exploradores de la tierra prometida es acogida con murmuraciones. Dios castigó la incredulidad. La grandeza de estos hechos no puede ser disimulada por las perversiones y abusos propios de gran parte de los que se revelan. La misma rebelión contra Dios es ya una gran perversión. Dice Orígenes:
«En este mismo libro que tenemos en las manos: cuando regresaron los exploradores, enviados a inspeccionar la tierra, y diez de ellos, con sus informes pésimos, infundieron desesperación al pueblo, pero los otros dos, a saber, Caleb y Josué, anunciaron las ventajas (Num 13 y 14) y exhortaron al pueblo a permanecer en lo propuesto, les valió del Señor un mérito inmortal, no tanto su confesión, cuanto el miedo de sus compañeros» (Homilía sobre los Números 16-17,9).
La presencia de Dios es siempre fecunda de promociones humanas, sobre todo después de Cristo, que ha iluminado con su vida y doctrina todas las situaciones en que podemos encontrarnos los hombres. Siempre hemos de proceder con gran espíritu de fe, de sumisión y de reverencia a Dios, a Cristo, a su Iglesia, que se rige por pastores escogidos por Él. No hay que dudar: Cristo está presente en su Iglesia hasta la consumación de los siglos, como Él mismo prometió, y su palabra no puede fallar.
No podemos ser desorientados por las revoluciones, por los díscolos, los insumisos, los orgullosos, los autosuficientes que niegan toda autoridad al Papa y a los obispos en comunión con él.
–De nuevo el Salmo 105 nos sirve de meditación a la lectura anterior: «acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo: Hemos pecado con nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades... Olvidaron las obras de Dios, no se fiaron de sus planes, ardieron de avidez en el desierto y tentaron a Dios en la estepa... Se olvidaron de Dios, su Salvador»... También nosotros, por nuestros pecados, hemos sido rebeldes. Necesitamos convertirnos a Dios con todo nuestro corazón. Muchas veces nuestra misma historia está descrita en esas páginas bíblicas. Es una historia de caídas, de rebeliones, de traiciones... Es la historia del mismo Dios que sigue nuestros pasos y nos llama constantemente a la conversión y a la penitencia. Es la historia de nosotros que, arrepentidos, volvemos a Dios.
–Mateo 15,21-28: Mujer ¡qué grande es tu fe! Curación de la hija de la Cananea. San Jerónimo elogia la fe de esta mujer:
«Admira en la persona de la mujer cananea la fe, la paciencia, la humildad de la Iglesia; la fe porque creyó que su hija podía ser sanada, la paciencia porque a pesar de tantos rechazos persevera rogando, la humildad cuando no se compara a los perros sino a los cachorros. Los perros son los paganos llamados así a causa de su idolatría, los perros que alimentados con sangre y con cadáveres se vuelven rabiosos (cf. Ap 22,15).
«Observa que esta cananea, perseverando en su petición, lo llama primero Hijo de David, luego Señor, y finalmente lo adora como Dios... «Yo sé, dice, que no merezco el pan de los hijos, que no puedo recibir todo su alimento ni sentarme a su mesa con su padre. Pero me contento con los restos reservados a los cachorros, para que por la humildad de las migas pueda llegar al honor de compartir todo el pan». ¡Oh admirable mudanza de las cosas! En otro tiempo Israel era hijo, nosotros, perros, Por la diversidad de la fe se cambia el orden de los nombres... Nosotros escuchamos con la sirofenicia y la hemorroísa: «Grande es tu fe, que te sucede como deseas», e «Hija, tu fe te ha salvado»» (Comentario al Evangelio de Mateo 15,26-27).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Números 13,2-3.26;14,1.26-30.34-35
a) Estando ya cerca de la tierra soñada, Moisés envió unos exploradores -unos espías- para que reconocieran el terreno y vieran las posibilidades de entrar, por fin, en el país que Dios había prometido a su padre Abrahán.
Es un episodio que tiene importancia en la historia de Israel, porque viene a explicar porqué no entraron ya en Canaán, sino que estuvieron durante cuarenta años -el tiempo de una generación- dando vueltas como nómadas por el desierto, cuando la marcha desde Egipto hasta Palestina podía haberse hecho en unos meses.
El informe de los exploradores es bueno y malo a la vez. Bueno, por las condiciones de la tierra en sí, un poco exageradas (recordemos las imágenes que suelen representar a dos hombres llevando un enorme racimo colgado de un palo). Malo, porque se han dado cuenta de que los pobladores de aquella tierra no están dispuestos -naturalmente- a cederla a otros.
El pueblo reacciona con pesimismo. Se contagian fácilmente la duda y el desánimo. Arrecian las murmuraciones. Antes protestaban del desierto. Ahora, de que tengan que entrar en una tierra difícil. Les falta confianza en Dios y prefieren no acometer todavía la «conquista» de Canaán, a pesar de que hay un grupo, el de Caleb, que sí estaría dispuesto. El castigo son los cuarenta años de peregrinación por el desierto. Se lo han buscado ellos: esta «generación del desierto» no entrará en Palestina (tampoco Moisés y los otros jefes, excepto Josué). Dios les ha dejado a su pereza, a su indecisión, a su falta de iniciativa y valentía.
b) Cuando reflexionamos sobre la situación del mundo de hoy, o leemos estadísticas sobre el estado de la juventud o de la Iglesia, ¿no somos demasiado propensos al pesimismo? ¿llegamos a dudar del futuro de la humanidad, del cristianismo, de la vida religiosa, de esta juventud? ¿sólo contamos con nuestras fuerzas o, sobre todo, con la ayuda de Dios y de su Espíritu?
Sí, es verdad que se pierde la fe, que hay pocas vocaciones, que la familia no es lo que era, que la Iglesia está llena de imperfecciones. En parte, también por culpa nuestra. Podemos decir con el salmo: «hemos pecado, hemos cometido maldades, se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto...».
Pero no debería ser ésa nuestra actitud definitiva, sino la de optar por la confianza.
Confiar no significa cruzarse de brazos, esperando que Dios lo haga todo. Significa seguir trabajando con ilusión, seguros de que la gracia de Dios sigue actuando y realiza maravillas. Que es él quien riega y da eficacia y fruto a nuestro trabajo. Dios no cabe en ningún ordenador. Dios no sale en las estadísticas.
Tendríamos que seguir escuchando, a pesar de las apariencias en contra, la palabra repetida de Dios: «no tengáis miedo... Yo estoy con vosotros». Y seguir creyendo que, después de la noche, viene siempre la aurora. Que al invierno le sigue la primavera. Que la Pascua siempre está activa. Y que dentro de las personas hay muchas cualidades buenas.
Como Moisés, deberíamos estar dispuestos a pedirle a Dios por este mundo concreto en que vivimos, no el que quisiéramos idealmente. Como dice el salmo, «Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio». ¿Pedimos los castigos de Dios sobre este «mundo perverso» o, más bien, intercedemos ante Dios para que siga teniendo paciencia una vez más, como el agricultor con la higuera estéril, dándole tiempo para rehabilitarse?
2. Mateo 15,21-38
a) Una mujer extranjera consigue de Jesús la curación de su hija. Es una escena breve, pero significativa. Jesús sale por primera vez fuera del territorio de Israel, a Tiro y Sidón, el actual Líbano.
Mateo no sólo quiere probar el buen corazón de Jesús y su fuerza curativa, sino también el acierto de que la Iglesia en el momento en que escribe su evangelio se haya vuelto claramente hacia los paganos. Eso sí, anunciando primero a Israel el cumplimiento de las promesas, antes de pasar a los otros pueblos.
Desde luego, Jesús no le pone la cosa fácil a la buena mujer. Primero, hace ver que no ha oído. Luego, le pone unas dificultades que parecen duras: lo de Israel y los paganos, o lo de los hijos y los perritos. Ella no parece interpretar tan negativas estas palabras y reacciona con humildad e insistencia. Hasta llegar a merecer la alabanza de Jesús: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas».
b)La mujer pagana es un modelo de fe. Su oración por su hija enferma, que ella cree que está poseída por «un demonio muy malo», es sencilla y honda: «Ten compasión de mí, Señor» (en griego: Kyrie, eleison).
No se da por vencida ante la respuesta de Jesús y va respondiendo a las «dificultades» que la ponen a prueba. Es uno de los casos en que Jesús alaba la fe de los extranjeros (el buen samaritano, el otro samaritano curado de la lepra, el centurión romano), en contraposición a los judíos, los de casa, a los que se les podría suponer una fe mayor que a los de fuera. La fe de esta mujer nos interpela a los que somos «de casa» y que, por eso mismo, a lo mejor estamos tan satisfechos y autosuficientes, que olvidamos la humildad en nuestra actitud ante Dios y los demás. Tal vez, la oración de tantas personas alejadas, que no saben rezar litúrgicamente, pero que la dicen desde la hondura de su ser, le es más agradable a Dios que nuestros cantos y plegarias, si son rutinarios y satisfechos.
«Nuestros padres en Egipto no comprendieron tus maravillas» (salmo I)
«Ten compasión de mí, Señor» (evangelio).