Martes XVIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 2 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 30, 1-2. 12-15. 18-22: Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así. Cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob
Sal 101, 16-18. 19-21. 29 y 22-23: El Señor reconstruyó Sión y apareció en su gloria
Mt 15, 1-2. 10-14: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua
Mt 14, 22-36: Mándame ir a ti sobre el agua
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Jeremías 30,1-2.12-15.18-22: Se cambiarán la suerte de las tiendas de Jacob. No obstante la desgracia vaticinada, Dios pronuncia palabras de consuelo, por boca del mismo profeta. La derrota exterior es consecuencia del pecado, pero vendrá la reconstrucción y la alegría. Sigue la Alianza porque Dios es siempre fiel a sus promesas. El mesianismo no ha muerto. No puede morir. Espera la venida del Mesías: Cristo. San Jerónimo distingue entre la aflicción del pecador y la del inocente:
«Existen diferentes tipos de aflicciones. Una es la aflicción que padece el pecador como castigo sin remisión; otra es la que padece para que se arrepienta; otra distinta es la que uno puede sufrir, no para que se arrepienta de alguna falta pasada, sino para que no la cometa en el futuro; otra, en fin, es la que padecen muchos, no para que se arrepientan de un pecado pasado ni para impedir que lo cometan en el futuro, sino para que cuando uno es salvado inesperadamente de la aflicción, ame con mayor ardor la esperada potencia del que le salva. De esta forma cuando el sufrimiento alcanza al inocente, permite que por su paciencia obtenga un cúmulo de méritos. Como hemos dicho, a veces el pecado es afligido para recibir un castigo sin remisión, tal como se dice a Judea al ser condenada: «te golpeé con la desgracia del enemigo, con un castigo cruel» (Jer 30,14). Y añade: «¿por qué me invocas en la aflicción? Tu dolor es incurable» (ib. 30,15)» (Libros morales sobre Job prefacio, 12).
–Las ideas de la lectura anterior siguen en estos versos del Salmo 101, escogidos como responsorial: «El Señor reconstruyó Sión y apareció en su gloria. Los gentiles temerán su nombre, los reyes del mundo su gloria, cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca su gloria, y se vuelva a la súplica de los indefensos y no desprecie sus peticiones, cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor».
Dios es eterno y por eso los hijos de sus siervos subsistirán y encontrarán una habitación estable en el país que Él les ha asignado. Su posteridad vivirá eternamente en su presencia. La eternidad de Dios aparece para el salmista como el gran motivo de esperanza para él y para la ciudad santa. La tradición cristiana ha meditado este Salmo como plegaria de Cristo en su Pasión. Él resucitó y esta Resurrección es nuestra liberación. «El salario del pecado es la muerte, pero el don de Dios es la vida eterna en Cristo Señor nuestro» (Rom 6,23).
–Mateo 14,22-36. Cristo andando sobre las olas. Es un signo más del misterio de su persona que se presenta como Hijo de Dios ante sus discípulos. Comenta este evangelio San Jerónimo:
««Tened confianza. Soy yo. No temáis». Pone remedio a lo que interesaba en primer lugar; a los que tienen miedo les manda: tened confianza, no temáis. En cuanto a lo que sigue: Yo soy, sin especificar quién es, podían conocer por la voz que les era conocida a quien les hablaba en las oscuras tinieblas de la noche, o bien se acordaban de Aquel que sabían había hablado a Moisés: Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros.
«Pero le respondió: «Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre las aguas». En todas partes encontramos la ardentísima fe de Pedro... También ahora, con la misma ardiente fe de siempre, mientras los otros callan él cree poder hacer por la voluntad del Maestro, lo que éste podía por naturaleza. Mándalo y al punto las aguas se volverán sólidas y mi cuerpo, pesado por sí mismo, se volverá liviano... Era ardiente la fe de su alma pero la fragilidad humana lo arrastraba hacia las profundidades. Es abandonado por un momento a la tentación para que aumente su fe y para que comprenda que ha sido salvado no por una oración fácil, sino por el poder del Señor...
«Si al Apóstol Pedro cuya fe y corazón ardiente evocamos antes, si a él que había pedido con gran confianza al Señor mándame ir a ti sobre las aguas, por haber tenido miedo un momento se le dice: «hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?», ¿qué se nos dirá a nosotros que no tenemos ni siquiera una parte de esa poca fe?» (Comentario al Evangelio de Mateo 14,27-31).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Jeremías 30,1-2.12-15.18-22
a) Los últimos capítulos que leemos de Jeremías pertenecen al «libro de la consolación»: tienen un tono esperanzador. Cuando todavía era posible, anunciaba al pueblo el castigo, para invitarle a la conversión. Ahora que ya ve inminente la destrucción, les dirige palabras de ánimo, asegurándoles que los planes de Dios, a pesar de todo, son de salvación.
La página de hoy empieza de una manera que parece trágica: «no hay remedio... no hay medicinas... tu llaga es incurable». El profeta le dice al pueblo que todo lo que le pasa es por culpa de «la muchedumbre de tus pecados». Los males inminentes -están a punto de ser llevados al destierro por Nabucodonosor- los interpreta como escarmiento, para que aprendan a ser más fieles a la Alianza. «Tus amigos (los falsos dioses) te olvidaron, ya no te buscan».
Pero en seguida se ve al Dios misericordioso, que sigue amando a su pueblo a pesar de sus infidelidades: «yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob... será reconstruida la ciudad... de ella saldrán alabanzas y gritos de alegría». Y anuncia para el futuro una era más risueña: «saldrá de ella un príncipe... vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios».
No sabemos a qué próximo futuro se refiere Jeremías: ¿al reinado de Josías? ¿o está hablando a los desterrados del reino del Norte, anunciándoles la próxima caída de Nínive y su regreso?
b) La herida era incurable, pero Dios es un Dios que sabe curar. «Yo cambiaré». «Yo reconstruiré».
Eso sigue siendo verdad ahora, y con mayor motivo. Porque Dios nos ha enviado a ese príncipe que guía a su pueblo a una nueva Alianza: Cristo Jesús. Nosotros pertenecemos a ese nuevo pueblo y podemos alegrarnos de que nuestro Dios es el Dios de la misericordia y de la reconstrucción.
En nuestra propia persona, en nuestra comunidad más cercana o en la Iglesia, podemos estar viviendo situaciones que nos parecen de «heridas incurables» o de ruinas en el edificio. Pero escuchamos la voz de Dios: «yo cambiaré la suerte... los multiplicaré... vosotros seréis mi pueblo». No cabe el pesimismo. Incluso del mal quiere Dios que saquemos bien. Estas situaciones de dolor o de deterioro nos pueden servir para madurar, para ser más humildes.
El salmo nos invita a la confianza: «Cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca su gloria... el Señor ha mirado desde su excelso santuario para escuchar los gemidos de los cautivos... los hijos de tus siervos vivirán seguros...». Sigamos creyendo en el futuro.
Sigamos creyendo en la Pascua y en el amor de Dios.
2. (Ciclos B y C) Mateo 14,22-36
a) El simpático episodio de Pedro, que se hunde en las aguas del lago, describe bien el carácter de este impetuoso discípulo y nos ayuda a sacar lecciones provechosas para nuestra vida.
Después de la multiplicación de los panes, Jesús se retira al monte a solas a orar, mientras sus discípulos suben a la barca y se adentran en el lago. Durante la noche se levanta el viento y pasan momentos de miedo, miedo que se convierte en espanto cuando ven llegar a Jesús, en la oscuridad, caminando sobre las aguas.
Ahí se convierte Pedro en protagonista: pide a Jesús que le deje ir hacia él del mismo modo, y empieza a hacerlo, aunque luego tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a dudar y se hunde. Pedro es primario y un poco presuntuoso. Tiene que aprender todavía a no fiarse demasiado de sus propias fuerzas (el evangelio no nos dice qué cara pondrían los demás discípulos al presenciar el ridículo de Pedro).
La presencia de Jesús hizo que amainara el viento. La reacción del grupo de apóstoles está llena de admiración: «realmente eres Hijo de Dios».
b) Ante todo, mirándonos al espejo de Jesús, aprendemos cómo compaginaba su trabajo misionero -intenso, generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es donde encontraba, también él, la fuerza para su entrega a los demás. ¿No será ésta la causa de nuestros fracasos y de nuestra debilidad: que no sabemos retirarnos y hacer oración? ¿es la oración el motor de nuestra actividad? No se trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles.
Para que nuestra actividad no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano, desde las motivaciones de Dios.
La barca de los discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa (cuando Mateo escribe su evangelio, la comunidad ya sabe muy bien lo que son los vientos contrarios). También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus tempestades particulares. En ambos casos, hay una diferencia decisiva: sin Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando le dejamos subir, el viento amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar la respuesta de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en él.
La aventura de Pedro también nos interpela, por si tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la decisión de Pedro, que deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos en lo fácil. Lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió.
La vida nos da golpes, que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «Señor, sálvame». Seguramente Jesús nos podrá reprochar también a nosotros: «¡qué poca fe! ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios».
2. (Ciclo A) Mateo 15,1-2.10-14
Si el evangelio de Pedro se ha adelantado al lunes, hoy se proclama el texto alternativo: la discusión de Jesús con los fariseos sobre lavarse o no las manos antes de comer.
a) En el evangelio encontramos varias de estas polémicas: las normas relativas al sábado o al ayuno, por ejemplo. Hoy se trata del rito de lavarse las manos, al que los fariseos daban una importancia exagerada.
No debió gustarles nada el tono liberal de la respuesta de Jesús. Como siempre, el Maestro da más importancia a lo interior que a lo exterior: lo que entra en la boca no mancha; es lo que sale de la boca lo que sí puede ser malo. Los fariseos se escandalizan. Cuando Jesús se entera de esta reacción, lanza un ataque duro: «la planta que no haya plantado mi Padre, será arrancada de raíz... son ciegos, guías de ciegos».
b) ¿Caemos nosotros, alguna vez, en «escándalo farisaico», o sea, no motivado o, al menos, no por razones proporcionadas a nuestra reacción?
Hacia qué se dirige nuestro cuidado o nuestro escrúpulo: hacia cosas externas o hacia actitudes internas, que son las que verdaderamente cuentan? Jesús no condena las normas ni las tradiciones, pero si su absolutización. No es que los actos externos sean indiferentes, pero, a veces, nos refugiamos en ellos con demasiada facilidad, para tranquilizar nuestra conciencia, sin ir a la raíz de las cosas. Jesús, en el sermón de la montaña, nos ha enseñado a hacer las cosas no para ser vistos, sino por convicción interior.
¿No habrá caído la moral cristiana en el mismo defecto de los fariseos, con una casuística exagerada respecto a detalles externos, sin poner el necesario énfasis en las actitudes del corazón o de la mentalidad, que son la raíz de los actos concretos? A veces, la letra ha matado el espíritu (baste recordar los extremos a los que se llegaba respecto al ayuno eucarístico desde la medianoche, o los trabajos que se podían hacer o no en domingo).
La limpieza exterior de las manos o de los alimentos tiene su sentido, pero es mucho menos importante que los juicios interiores, las palabras que brotan de nuestra boca y las actitudes de ayuda o de enemistad que radican en nuestro corazón.
«Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios» (1ª lectura II)
«Señor, sálvame» (evangelio I) «Ánimo, soy yo. No tengáis miedo» (evangelio I)
«No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella» (evangelio II).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 30,1-2.12-15.18-22
El pasaje está tomado del llamado «Libro de la consolación», compuesto por los capítulos 30-31 del libro de Jeremías. Se trata de una colección de oráculos que se remontan, probablemente, al primer período de la actividad del profeta y que, aunque al principio estuvo dirigida al Reino de Israel, se extendió también después al de Judá.
Jeremías muestra el valor educativo del sufrimiento que aflige al pueblo (vv. 12-15), obligado al exilio y a la dominación extranjera desde hace ya un siglo. La aplicación de la ley del talión al pueblo infiel, según la doctrina de la retribución temporal, tendrá un efecto purificador: Israel comprenderá que no son las naciones extranjeras, cuyo favor busca (v. 14), sino YHWH quien cuida de él y le asegura la restauración. Esta última aparece descrita en los vv. 18-21 como efecto de la compasión de Dios (v 18a). Las imágenes a las que recurre el profeta evocan una ciudad en fiesta: los edificios, antes arrasados, son reconstruidos (v. 18b) y sus numerosos habitantes son honrados por Dios y temidos por los otros pueblos (vv. 19ss). A la cabeza de la nación habrá un rey israelita adepto a YHWH (cf. Dt 17,15a). En este oráculo puede entreverse la esperanza de Jeremías en la reunificación del pueblo elegido y en su recuperación de la plena soberanía. La fórmula de alianza (v 22) sella la recobrada libertad en la fidelidad a Dios auspiciada por el profeta.
Evangelio: Mateo 14,22-36
El relato de la tempestad calmada por Jesús ha sido colocado por Mateo en el contexto de unos episodios orientados específicamente a la formación del grupo de los discípulos (Mt 14,13-16,20), que preceden al magno «discurso sobre la vida de la comunidad cristiana» (capítulo 18). Esto confiere al texto un peculiar carácter eclesiológico.
El evangelista había narrado ya una tempestad (8,23-27) que sorprendió a los discípulos mientras dormía el Maestro. De aquel relato se había desprendido ya el carácter excepcional de la autoridad de Jesús, una autoridad que había suscitado la pregunta por su identidad; al mismo tiempo, Jesús había reafirmado la necesidad de la fe (cf. 8,10) para poder seguirle (cf. 8,19ss). Aquí se desencadena la tempestad cuando la barca se encuentra en medio del lago y mientras Jesús, que previamente se había separado de los discípulos, ora en soledad (14,22ss). Su llegada milagrosa engendra en ellos turbación y miedo (v. 26). Sin embargo, sus palabras de ánimo les tranquilizan (v 27). Y no sólo esto: también animan a Pedro a imitar a su Maestro caminando sobre las olas (vv. 28ss). Pero se hace necesaria otra intervención de Jesús a fin de que la fe vacilante del discípulo pueda apoyarse totalmente en aquel que es el único que da la salvación (vv. 30ss). Por la misma experiencia de salvación pasan todos aquellos que de algún modo entran en contacto con Jesús (vv. 34-36); se trata de una experiencia que manifiesta la verdadera identidad del Salvador: «Verdaderamente, eres Hijo de Dios» (v. 32).
O bien, si el domingo precedente se ha leído el evangelio del ciclo A:
Evangelio: Mateo 15,1-3.10-14
El pasaje, ambientado en Galilea, se desarrolla en torno a una controversia entre Jesús y «algunos fariseos y algunos maestros de la Ley venidos de Jerusalén» (v. 1). Estos toman como motivo de polémica el hecho de que los discípulos no practiquen las acostumbradas abluciones rituales. Jesús rebate de manera explícita las acusaciones esgrimidas por sus adversarios, retorciendo contra ellos una acusación bastante grave y «sustancial», la de haber sustituido el «mandato de Dios» por simples y opinables tradiciones humanas (v. 2). A continuación, en la segunda parte de la perícopa litúrgica, el Nazareno -primero en público, dirigiéndose a la gente (vv. 10ss), y después en privado, dirigiéndose sólo al círculo de los discípulos (vv. 12-14)- desarrolla su pensamiento de manera breve, tanto a propósito de la invalidez de las leyes jurídicas sobre los alimentos como respecto al empleo hipócrita que hacen los fariseos de la Ley de Moisés. De este modo, queda descalificada definitivamente la mediación -por ser guías ciegos- de los fariseos: para Mateo, la comunidad cristiana naciente no está obligada a seguirles.
La actitud de Jesús que de ahí se desprende en conjunto es la de alguien que ha venido a volver a dar una transparencia plena a la voluntad originaria de Dios. Y desarrolla esta tarea remitiendo más a la interioridad de la persona que a prácticas exteriores -minuciosas y convencionales- que se erigen en un arsenal de seguridades que se construye el hombre para «alcanzar» a Dios. En efecto, en la tradición judía, las distinciones entre lo puro y lo impuro, y lo mismo cumple decir de otras muchas realidades religiosas, se agigantan con frecuencia hasta convertirse en un polo de interés tan importante que llega a oscurecer el verdadero centro de la religiosidad (el amor gratuito y preveniente de Dios), recordado tan a menudo por la predicación de los profetas.
Pues bien, Jesús se refiere a este filón veterotestamentario. También hoy nos enseña a nosotros cuál es la verdadera jerarquía de los valores, el significado genuino de la revelación. Es el interior de la persona («lo que sale de la boca», nosotros diríamos «el corazón»: cf la claridad radical del v 11) lo que tiene una efectiva importancia en la relación con Dios o lo que puede «manchar» el camino de la redención, más que abrir a la persona para que reciba el don del amor que salva.
MEDITATIO
«Jesús» significa «YHWX salva». Él, el Hijo de Dios, proclama y realiza la voluntad del Padre: que todos los hombres se salven. La salvación que Dios nos ofrece es una salvación concreta, histórica, comienzo de la vida eterna que será la comunión con él, la experiencia inexpresable del amor, de la alegría, de la fiesta sin fin. Esto nos hace invulnerables contra los distintos tipos de sufrimientos que marcan la vida humana, en virtud de su naturaleza limitada y frágil y, por estar herida por el pecado, amenazada por la angustia.
La presencia de Dios junto a nosotros, en nuestro acontecer terreno, aparece frecuentemente más como una ausencia o, en cualquier caso, no parece ser eficaz. Ante nuestros ojos, empañados por el miedo a vivir, su imagen se confunde con la imagen de los numerosos mercaderes de soluciones fáciles e inmediatas para salir de la angustia. A veces, se interponen entre nosotros y él ritos convencionales y tradiciones de los antiguos. Estamos tan acostumbrados a los sucedáneos de Dios que ya no sabemos reconocerle a él mismo. Más aún, Dios nos desorienta porque no le conocemos como él se da a conocer. Nos espanta porque fácilmente queremos verlo según nuestra imaginación y no tal como él se muestra a nosotros.
En medio del remolino que supone la imposibilidad que sentimos para encontrar vías de escape por nosotros mismos, podemos hacer nuestro el grito de Pedro: «¡Señor, sálvame!», y tener la esperanza cierta de oírnos repetir lo que somos: gente de poca fe, siempre dispuesta a dudar. Con nuestra débil fe podemos reconocer que Jesús es el salvador, sólo él, y nadie más. Todo instante es el momento oportuno para el encuentro decisivo con él, en lo íntimo y en lo profundo de nuestro ser.
ORATIO
¿Por qué dudo? Porque tu presencia, Jesús, me resulta en ocasiones incomprensible, tu venida a mi encuentro no pasa por los senderos de mis lógicas y no te veo allí donde tú estás. Te quisiera a mi medida, quisiera que fueras alguien que resuelve mis desgracias, un antídoto contra los infortunios y las posibles calamidades.
¿Por qué dudo? Porque tu salvación abarca mi humanidad y la transfigura a tu semejanza divina, y me produce vértigo. Si sigues apoyándome, Señor, también yo con mi titubeo dubitativo podré confiarme a tu mano. Que pase junto a ti, a través de las oleadas del tiempo, a la dulcísima quietud de la eternidad.
CONTEMPLATIO
El justo está en manos de Dios, y sucede casi por milagro que hasta sus mismos pecados le ayudan a hacerse mejor. ¿Acaso no nos ayudan a mejorar nuestras caídas cuando nos disponen a ser más humildes y atentos? ¿No sucede acaso como si la mano de Dios fuera la que levanta a los que tropiezan? En este sentido, el alma de quien tiene fe puede repetir: «Tú eres mi apoyo». Dios se muestra tan dispuesto a socorrer a quien está cayendo que tenemos casi la impresión de verlo intentando ayudar exclusivamente a cada individuo que lo ha invocado (Bernardo de Claraval, Commento al salmo 90, Alba 1977, pp. 59ss [edición española: Obras completas de san Bernardo, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1984]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Tú te compadeces de tu pueblo, Señor» (cf. Jr 30,18a).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Sé que dependo de un ser trascendente cuyo nombre no conozco. Llamo «Dios» a lo que es insondable. Se trata de un artista dotado de una fuerza inigualable. Las férreas leyes de la naturaleza o de la belleza del cosmos no pueden ser explicadas recurriendo exclusivamente a las cualidades de la materia. Existen realidades que se sustraen a nuestra experiencia. Por nuestra parte, conseguimos imaginar lo que es desconocido sólo a través del modelo de lo que ya conocemos, y de ahí proceden las dudas y la incredulidad.
Sólo si nos insertamos en un orden superior, si nos inclinamos frente a aquello que no sabemos explicar y tenemos la suficiente humildad para reconocer que no somos nosotros quienes hemos creado el mundo y ni siquiera estamos en condiciones de descifrarlo, sólo si comprendemos que no nos es lícito poner nuestra voluntad al mismo nivel que la del Creador, sólo así podremos configurar nuestra vida sin amarguras, resignación ni nihilismo (Z. M. Raudive, Briciole di vita e di speranza, Cinisello B. 4,1992, pp. 86ss).