Lunes XVIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 1 agosto, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 28, 1-17: Ananías, el Señor no te ha enviado, y tú has inducido al pueblo a una falsa confianza
Sal 118, 29. 43. 79. 80. 95. 102: Instrúyeme, Señor, en tus leyes
Mt 14, 13-21: Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente
Mt 14, 22-36: Mándame ir a ti sobre el agua
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Jeremías 28,1-17: Jeremías sufre la contradicción del profeta Ananías que asegura al pueblo una liberación inmediata. Jeremías, desorientado en un principio, cambia de postura y, desenmascarando al falso profeta, denuncia la próxima derrota.
El individuo que va a la búsqueda de sí mismo, considera que la actitud de la sociedad para con él es la de los falsos profetas, puesto que calla una verdad para ofrecer otra; por otra parte, define la verdad de manera tan absoluta y con una publicidad tan bien orquestada, que el individuo se verá obligado a aceptarla, no por convicción, sino para ser bien visto, por causa de su buen nombre o, simplemente, para no hacerse notar. Es, por consiguiente, imposible que una sociedad así concebida tenga una alta concepción de su ética.
El «falso profeta» puede hallarse también en los que defienden la lucidez con fanatismo; los que crean poseer ellos solos la verdad, los que no quieren escuchar, sino que se les escuche. Todo ha de ser moderado por la humildad y el amor.
–De nuevo rezamos unos versos del Salmo 118, el más largo de todo el Salterio. Humildemente se pide al Señor que nos instruya en sus leyes, que nos aparte del falso camino y nos dé la gracia de su voluntad, que no quite de nuestros labios las palabras sinceras, porque queremos esperar en sus mandamientos..., que sea nuestro corazón perfecto en sus leyes, para no quedar avergonzado. A pesar de los lazos y redes del enemigo el fiel medita los preceptos del Señor. Instruídos por Él no nos apartamos de sus mandatos.
–Mateo 14,13-21: La multiplicación de los panes y peces. Se ha querido ver en este hecho a Cristo como un nuevo Moisés, capaz de saciar al pueblo con alimento de vida y conducirlo a los pastos definitivos. Toda la narración de la multiplicación de los panes y de los peces está concebida de tal manera que aparece realmente Cristo, no como Moisés, sino como superior a él, ofreciendo un alimento de más valor que el antiguo maná, liberando al pueblo del legalismo en que había caído la ley de Moisés, triunfando sobre las aguas del mar y abriendo acceso a la verdadera Tierra Prometida, no solamente a los miembros del pueblo elegido, sino también a los mismos paganos. San Juan Crisóstomo comenta este milagro:
«Por el lugar en que se hallaban, por el hecho de no darles de comer sino pan y peces, y dársele a todos en igual medida y en común y que a nadie se le procurara mayor porción que a otro, el Señor daba a las muchedumbres lecciones varias de humildad, de templanza, de caridad, de aquella igualdad que había de imperar entre todos y de la comunidad de bienes en que habían de vivir... Él les dio partidos los cinco panes y éstos se multiplicaban en manos de los discípulos. Y no acaba aquí el prodigio, sino que el Señor hace que sobren, y que sobren no sólo panes sino también fragmentos. Estos mostraban que eran restos de aquellos panes, y los ausentes podían fácilmente comprobar el milagro.
«Podía muy bien el Señor haber hecho que las gentes no sintieran hambre, pero sus discípulos no se hubieran dado cuenta de su poder, pues eso mismo había sucedido con Elías (3 Re 17,9-16). El hecho fue que los judíos quedaron tan maravillados de este milagro, que intentaron proclamarlo rey, cosa que no hicieron en ningún otro prodigio del Señor. ¡Qué palabra, pues, pudiera explicar cómo se multiplicaban aquellos cinco panes, cómo corrían como un río por el desierto, cómo fueron bastantes para tan ingente muchedumbre? Eran, en efecto, cinco mil hombres sin contar las mujeres ni los niños. Máxima alabanza de aquel pueblo, pues seguían al Señor a par de hombres y mujeres, ¿Cómo se formaron los fragmentos? Porque éste es otro milagro no menor que el primero. Y hubo tantos que se llenaron doce canastos, en número igual, ni más ni menos al de los apóstoles. Tomando, pues, los fragmentos, los dio el Señor no a las muchedumbres, sino a los apóstoles, pues las gentes eran aún más imperfectas que los apóstoles» (Homilía 49,3 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Jeremías 28,1-17
a) Otro gesto simbólico por parte de Jeremías (después de los del cinturón de lino y el taller del alfarero): aparece caminando por la calle encorvado, con un yugo de madera al cuello.
El débil rey Sedecías cree que, con la ayuda militar de otros reyes vecinos, va a poder resistir a Nabucodonosor. El profeta le quiere disuadir, dándole a entender que, como castigo de los males que han hecho, van a caer en la esclavitud. Es inevitable.
Pero el drama surge cuando se le enfrenta un profeta de la corte, Ananías, asegurando a las autoridades que Dios les librará una vez más, que no tengan miedo: van a vencer a los ejércitos del norte. A Jeremías le gustaría poder anunciar eso mismo: «Amén, así lo haga el Señor». Pero no va a ser así Cuando Ananías rompe el yugo de madera, Jeremías, de momento, se retira, pero luego, iluminado por una nueva voz de Dios, anuncia, no un yugo de madera, sino uno de hierro, y adelanta que el propio Ananías va a morir muy pronto.
b) Profetas verdaderos y falsos. Todos dicen que hablan en nombre de Dios, pero los falsos suelen decir las palabras que la gente quiere oir, palabras demagógicas que tranquilizan y bendicen la situación. Ananías «induce a una falsa confianza»: ni le cabe en la cabeza que Jerusalén pueda caer. Mientras que los verdaderos, como Jeremías, intentan ser fieles a la voluntad de Dios y se atreven a denunciar los pecados de sus oyentes y, muy a su pesar, a anunciar castigos.
¿Es buen padre el que siempre da la razón a su hijo? ¿es buen educador el que siempre concede lo que gusta a sus alumnos? ¿quién es buen profeta y quién,no? Jesús decía: «por sus frutos los conoceréis». Pero qué difícil es discernir, también ahora, entre la auténtica voz de Dios y la que obedece, más bien, a intereses personales o a los postulados de la mayoría o de los poderosos! Es difícil, por ejemplo, para los responsables de la Iglesia discernir qué movimientos son del Espíritu con mayúscula, y cuáles, de otros espíritus con minúscula.
En nuestra vida personal, o en el ámbito de una familia o comunidad religiosa o parroquial, ¿buscamos la voluntad de Dios con sinceridad, cuando hacemos discernimiento comunitario para tomar decisiones? ¿o nos engañamos, buscándonos a nosotros mismos y manipulando, más o menos conscientemente, «la voluntad de Dios»?
Tendremos que pedir con el salmo: «instrúyeme, Señor, en tus leyes, apártame del camino falso, no quites de mi boca las palabras sinceras... sea mi corazón perfecto en tus leyes».
2. Mateo 14,13-21
En el ciclo dominical A, por haberse leído ayer domingo este mismo evangelio, el Leccionario sugiere que hoy se lea el de mañana, martes (Mt 14, 22-36). Entonces, el martes se leerá el evangelio alternativo que se ofrece para ese día (Mt 15,1-2.10-14).
a) La multiplicación de los panes es un milagro que los evangelios cuentan hasta seis veces. Mateo y Marcos, dos cada uno, seguramente porque hubo dos escenas diferentes. Hoy leemos la primera de Mateo.
Jesús, al enterarse de la muerte del Bautista, intenta retirarse a un lugar solitario, pero la gente no le deja. A él, como siempre, «le dio lástima y curó a los enfermos». Su actividad misionera es intensa: predica la Buena Nueva de la salvación, cura a los enfermos, atiende a todos y, como vemos hoy, también les da de comer.
Es un milagro cargado de simbolismo. En el AT, Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Jesús cumple en plenitud las figuras del AT. Además, muestra un corazón lleno de misericordia y un poder divino como Enviado e Hijo de Dios.
b) El relato es también un programa para la comunidad de los seguidores de Jesús.
Ante todo, el lenguaje del evangelio se parece mucho al de nuestra Eucaristía: «tomó... pronunció la bendición... partió... se los dio...». No podemos no pensar en ese Pan que Jesús multiplica para nosotros cada vez que celebramos la Eucaristía, el signo sacramental que él mismo nos encargó que celebráramos en memoria de su Pascua.
Pero, cada vez que leemos esta escena, también aprendemos la lección de la solidaridad con los que pasan hambre, con los que buscan, con los que andan errantes por el desierto. La consigna de Jesús es sintomática: «dadles vosotros de comer». La Iglesia no sólo ofrece el Pan con mayúscula. También el pan con minúscula, que puede traducirse por cultura y cuidado sanitario y preocupación por la justicia en favor de los débiles y la solidaridad de los que tienen con los que no tienen...
En cada misa, el Padrenuestro nos hace pedir el pan nuestro de cada día, el pan de la subsistencia y, luego, pasamos a ser invitados al Pan que es el mismo Señor Resucitado que se ha hecho nuestro alimento sobrenatural. Hay un doble pan porque el hambre también es doble: de lo humano y de lo trascendente. Y la «fracción del pan» debería ser tanto partir el Pan eucarístico como compartir el pan material con el hambriento.
Jesús, con esta dinámica del pan material y del pan espiritual, ayuda a las personas a pasar del hambre de lo humano al hambre de lo divino. De la luz de los ojos a la luz interior de la fe, en el caso del ciego. Del agua del pozo al agua que sacia la sed para siempre, a la mujer samaritana. Lo mismo tendremos que hacer nosotros, los cristianos. El lenguaje de la caridad es el que mejor prepara los ánimos para que acepten también nuestro testimonio sobre los valores sobrenaturales.
«Instrúyeme, Señor, en tus leyes, apártame del camino falso» (salmo II)
«Dadles vosotros de comer» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 28,1-17
El episodio que se narra en este fragmento tomado de Jeremías, que probablemente tengamos que situar hacia el año 594-593 a. de C., plantea la cuestión del discernimiento entre la verdadera y la falsa profecía. Nabucodonosor había exiliado a un grupo de judíos, junto con su rey Jeconías-Joaquín, a Babilonia y había saqueado el templo (cf. 2 Re 24,10ss): el profeta Jananías predice la liberación de los deportados y también la restitución de los enseres del templo. Para apoyar su profecía, lleva a cabo una acción simbólica: rompe el yugo que Jeremías se había puesto en el cuello como signo de la pesada dominación a la que Babilonia había sometido a Judá (vv 10ss; cf. Jr 27). Jeremías recuerda a Jananías y a todos los presentes que una profecía sólo es auténtica cuando se cumple (vv. 7-9; cf. Dt 18,21ss; Jr 23,16-18). Por su parte, espera que Dios le hable. A pesar de que también él desea un futuro de libertad y de paz (v 6), no puede dejar de ser fiel a aquella palabra que le ha seducido, que le hace arder por dentro con una fuerza irresistible y que anuncia desventuras y castigos (cf. Jr 20,7-9).
Jeremías, dócil instrumento en manos de YHWH, proclama la Palabra verdadera, aunque resulte impopular: Babilonia hará aún más pesado su propio dominio, sin que Judá tenga la posibilidad de sustraerse del mismo (vv. 12-14). El castigo que le espera al falso profeta Jananías será inexorable e inminente (vv 15ss; cf. Dt 18,20): su muerte atestiguará la autenticidad de la profecía de Jeremías (v. 17).
Evangelio: Mateo 14,13-21
La noticia de la decapitación de Juan el Bautista sugiere a Jesús alejarse de la gente (v 13a) para huir del presumible intento de matarle a él también, que ya era objeto de conjura por parte de los fariseos (cf. Mt 12,14). Sin embargo, Jesús no abandona la misión que el Padre le ha confiado (cf. Jn 10,10) y atiende amorosamente la petición de gestos de salvación por parte de la muchedumbre (vv 13b-14). El amor de Jesús cura la enfermedad y sacia el hambre. Con todo, quiere tener necesidad de la disponibilidad de los discípulos para entregarse a sí mismos y todo lo que poseen (vv. 16ss).
El relato de los cinco panes que, después de haber sido bendecidos y partidos, calma el hambre de una multitud de persona (v 21) anticipa, en la intención del evangelista, el de la institución de la eucaristía (cf. Mt 26,26). Los discípulos serán sus ministros y distribuirán a los otros el pan que Jesús les ha dado a ellos (v 19). Del mismo modo que, por la oración de Eliseo, con veinte panes fue saciada el hambre de cien personas y aún sobró (2 Re 4,42-44), así también, y de un modo aún más significativo, aparecen aquí doce cestas repletas con las sobras de la comida milagrosa (v. 20).
MEDITATIO
Jeremías habla de verdaderos y falsos profetas. Dado que todos debemos ser profetas verdaderos, puesto que todos pertenecemos a un pueblo profético, ¿cómo hemos de proceder para llegar a ser verdaderos profetas? No resulta fácil, en efecto, ser profetas verdaderos, entre otras cosas porque es preciso decir no las palabras que agradan, sino las palabras que salvan. Y las palabras que salvan pueden molestar, ser consideradas como anacrónicas o apocalípticas, inoportunas o exageradas u otras cosas, de suerte que, por lo general, son descalificadas en virtud de un mecanismo instintivo de defensa.
El verdadero profeta es una persona libre, interiormente libre. Es una persona a la que no le preocupan las audiencias, sino la fidelidad a Dios. Es una persona que se construye a diario sobre Dios, que se compara de manera prioritaria con su Palabra y está preocupada por no traicionarla.
El profeta -y todo cristiano lo es- se va construyendo lentamente, porque él mismo debe pasar de los condicionamientos de este mundo a la fidelidad a Dios. Debe realizar en sí mismo ese trabajoso camino que le lleva a ver las cosas con los ojos de Dios. Siempre «con gran temor y temblor», porque sabe que su manera de pensar puede sobreponerse o hacer de pantalla al modo de pensar de Dios.
Con todo, Dios necesita un pueblo profético para hacer oír su Palabra en la historia siempre complicada de este mundo, atareado en perderse por senderos que no llevan a ninguna parte.
ORATIO
¡Cuántas palabras, Dios mío! Me quedo trastornado en medio de tanto rebote de voces que me alcanzan e intentan imponerse. A veces ni siquiera consigo distinguir las palabras llenas de significado de las que están vacías, envolturas aparentes de la nada. ¿Cómo reconocer las palabras que engendran vida y cómo distinguirlas con claridad de aquellas que la extinguen? Dentro de mí mismo, Señor, tu Palabra se me presenta como una entre tantas, y la confundo, y no capto su sonido y su eco profundo... ¿Qué palabras digo, entonces, Dios mío? Jirones de «cosas ya oídas». Y llego a sentirme sólo un repetidor de cosas que se dan por descontado, de frases hechas, según lo que esté de moda.
Me detengo un momento, Señor: tú me hablas para que yo hable de ti. Tú te hiciste Palabra por nosotros y yo estoy llamado a hacerme palabra por los otros: no una palabra-conjunto-de-sonidos, sino una palabra-vida, una palabra-persona, una palabra-entrega-de-sí-mismo. Que yo obtenga de ti el coraje de ser para mis hermanos, para mis hermanas, esa palabra que los alimenta, que sacia su deseo de verdad y de sentido.
CONTEMPLATIO
¡Oh Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal que me aparta del amor de las cosas eternas, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan.
No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia.
Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar.
Dame, en lugar de todas las consolaciones del mundo, la suavísima unción de tu espíritu, y, en lugar del amor carnal, infúndeme el amor de tu nombre.
Hijo, conviene que lo des todo por el todo, y no ser nada de ti mismo.
Sabe que el amor de ti mismo te daña más que ninguna cosa del mundo.
Según fuere el amor y afición que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas.
Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna.
No codicies lo que no te conviene tener. No quieras tener lo que te puede impedir y quitar la libertad interior (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, III, 26,3; 27,1; San Pablo, Madrid 1997, pp. 181-183).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Habla, Señor: anunciaré tu Palabra» (cf. Jr 28,12).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El camino de la experiencia gradual de Dios fue también, para la Iglesia de los orígenes, el camino de una libertad cada vez mayor. Para mí, la vía de la mística es el auténtico camino hacia la libertad.
Por el camino místico nos tropezamos, en primer lugar, con nuestra verdad personal. Y sólo la verdad nos hará libres. Descubrimos aquí los modelos de vida de los que somos prisioneros, nuestros modos de ver ilusorios que distorsionan la realidad y a causa de los cuales nos hacemos mal. Cuanto más nos acercamos a Dios, con mayor claridad reconocemos nuestra verdad. Cuanto más unidos estamos a Dios, más libres nos volvemos.
Todos anhelamos la libertad, pero la verdadera libertad no consiste en la liberación con respecto a una soberanía externa a nosotros mismos, sino que consiste en la libertad interior, en la libertad respecto al dominio del mundo, en la libertad respecto al poder de los otros hombres y mujeres, y respecto a la libertad de las constricciones interiores y exteriores.
Debe quedar claro que la libertad constituye un aspecto esencial del mensaje cristiano y que todo camino espiritual auténtico conduce al final a la libertad interior. Y esto es así porque la experiencia de Dios y la experiencia de la libertad están intrínsecamente conectadas (Anselm Grün, Non farti del mate, Brescia 1999, pp. 9ss [edición española: Portarse bien con uno mismo, Sígueme, Salamanca 1999]).