Viernes XVII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 30 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 26, 1-9: El pueblo se juntó en el templo del Señor
Sal 68, 5. 8-10. 14: Que me escuche tu gran bondad, Señor
Mt 13, 54-58: ¿No es el hijo del carpintero? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Jeremías 26,1-9: El pueblo se juntó en el templo del Señor. Nueva exhortación de Jeremías para que el pueblo se mantenga fiel a la ley de Dios, de lo contrario le vendrá la ruina y desolación. Esta exhortación le acarrea la incomprensión y el castigo por parte de los hombres que no quieren salir de su pecado y tener espíritu para un culto de mente y corazón, interior y comprometido. Pero todo eso conduce al ateísmo, como lo indicó Pablo VI: «la secularización es un terreno fértil para el ateísmo» (19-III-1971). La Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium subraya más de diez veces el carácter sagrado de la liturgia y afirma que «es acción sagrada por excelencia».
–Mateo 13,54-58: ¿De dónde le viene a Cristo toda su doctrina? Es la pregunta que se hacían sus paisanos. Su doctrina y su autoridad hizo estallar de admiración a sus paisanos, pero era una admiración de escándalo. Conocían a sus familiares y sabían que el Mesías nadie sabría de dónde venía. Pero, por sus hechos y doctrina podían deducir que un mero hombre no podía hacerlos. Comenta San Jerónimo:
«Observa la necedad de los nazarenos: se preguntan asombrados de dónde le viene la sabiduría a la Sabiduría y de dónde el poder al Poder. El error es evidente; pensaban que era el hijo del carpintero... El error de los judíos es nuestra salvación y la condenación de los herejes. Hasta tal punto veían en Jesucristo el hombre que pensaban que era hijo de un carpintero. ¿Te asombras de que se equivoquen con respecto a sus hermanos cuando se equivocan con respecto al padre?
«La envidia hacia un conciudadano es casi natural. No consideran las obras actuales del hombre, sino que recuerdan la debilidad de su infancia, como si ellos mismos no hubieran alcanzado la edad madura por esas mismas etapas. No allí muchos milagros a causa de su incredulidad. No porque no pudiera hacer muchos milagros también para estos incrédulos, sino para no condenar, haciendo muchos, a sus conciudadanos incrédulos.
«Asimismo puede entenderse de otra manera que Jesús haya sido despreciado en su casa y en su patria, es decir, en el pueblo judío. Por eso hizo allí pocos milagros, para que no fueran totalmente inexcusables. Pero cada día hace signos más grandes entre los gentiles por medio de sus apóstoles, no tanto sanando los cuerpos como salvando las almas» (Comentario al Evangelio de Mateo 13,53-58).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Jeremías 26,1-9
a) La escena representa uno de los momentos culminantes de la vida del profeta Jeremías: delante del pueblo y de las autoridades (acaba de subir al trono el rey Joaquín), anuncia de parte de Dios que deben convertirse de sus malos caminos. Si no lo hacen, Dios permitirá la desgracia total y el Templo será destruido. Como lo había sido el de Silo, siglos antes (el templo donde había crecido el joven Samuel).
La reacción es violenta. Como lo suele ser siempre ante la voz de un profeta auténtico, que no anuncia cosas agradables a los oídos del pueblo o de los jefes, sino lo que Dios le dicta en conciencia: «eres reo de muerte!». Lo mismo que, cien años antes, Dios había salvado al pueblo de la amenaza de Senaquerib, así ahora creen que les volverá a salvar. Jeremías les asegura que no: su infidelidad a la Alianza ha llegado demasiado lejos.
b) No es que un cristiano se tenga que dedicar a anunciar catástrofes ni malas noticias. Al contrario: un cristiano cree en la Buena Noticia y la difunde donde puede.
La Buena Noticia es siempre que Dios tiene planes de salvación para todos, sobre todo ahora, a partir de la Pascua de Jesús. Jeremías pone en sus labios unos propósitos de bondad: «a ver si escuchan y se convierte cada cual de su mala conducta y me arrepiento del mal que medito hacerles». Dios no quiere, en principio, el castigo, sino que «se conviertan y vivan». Lo suyo es perdonar.
Pero una Buena Noticia -como la amistad, como el amor, como la fiesta- es exigente.
Pide correspondencia, y un género de conducta coherente con los planes de Dios. Cuando un cristiano -desde el Papa hasta el último bautizado- da testimonio de los valores de Dios, en medio de un mundo atraído por otros ídolos y valores más o menos superficiales, la reacción no suele ser precisamente de entusiasmo. Por eso ha habido y sigue habiendo tantos mártires.
Para ser profeta se necesita valentía, como la de Jeremías, que no se calló, a pesar de las amenazas. Como la de Pedro ante el Sanedrín o la de Pablo ante sus enemigos. Sobre todo, como la de Jesús ante sus acusadores, que le llevaron a la muerte. A un cristiano de hoy, seguramente, también le toca sufrir, renunciar a opciones que para otros parecen permitidas. Pero no cede en su seguimiento de Cristo. Aunque tenga que repetir las palabras del salmo: «que me escuche tu gran bondad, Señor... por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro, soy un extraño para mis hermanos, porque las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. Pero mi oración se dirige a ti... que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude».
2. Mateo 13,54-58
a) En su pueblo, Nazaret, Jesús no tuvo mucho éxito.
Sus paisanos quedaron bloqueados por la pregunta: «¿de dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros?». Fueron testigos de sus milagros, admiraron su sabiduría, pero no fueron capaces de dar el salto y aceptarlo como el enviado de Dios.
Un profeta no es recibido en su patria: «y desconfiaban de él».
Hay que reconocer que no les faltaba parte de razón a sus paisanos, al mostrarse reacios a ver en su vecino al Mestas y Salvador. Jesús es un maestro atípico, no ha estudiado en ninguna escuela famosa, es un obrero. Pero, con tantas pruebas, tenían que haber superado su desconfianza inicial.
b) Pasar de la incredulidad a la fe es un salto difícil. Se trata de un don de Dios y, a la vez, de mantener una actitud honrada por parte de la persona.
En el mundo actual, como entre los contemporáneos de Jesús, existen muchos elementos que condicionan a favor o en contra, la opción de fe de una persona. En Nazaret, el origen sencillo de Jesús (le esperaban más solemne y glorioso). Para los dirigentes del pueblo, la valentía y la exigencia del mensaje que predicaba. Unos le consideraban un fanático; otros, aliado con el demonio. Muchos no llegaron a creer en él: «vino a su casa y los suyos no le recibieron». Los que creyeron fueron los sencillos de corazón, a quienes Dios sí les reveló los misterios del Reino.
Seguro que conocemos personas que han quedado bloqueadas y no llegan a aceptar el don de la fe. ¿Les ayudamos? ¿son convincentes o, al menos, estimulantes nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, a fin de poderles ayudar en su decisión de fe?
«Mi oración se dirige a ti, que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude» (salmo II)
«Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta» (evangelio).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 26,1-9
Este fragmento abre una nueva sección del libro de Jeremías (capítulos 26-29), que se distingue de la precedente (capítulos 1-25). En la que ahora comienza, se narran en prosa las circunstancias relativas a los mensajes del profeta. Concretamente, el capítulo 26 presenta el contexto de las palabras pronunciadas por el profeta en la entrada del templo y recogidas en el capítulo 7. Durante el reinado del impío Joaquín, que había frustrado las esperanzas de reforma religiosa suscitadas por su padre, Josías, pronuncia Jeremías el duro discurso del que aquí se nos ofrece una síntesis. El Señor envía al profeta al templo, presumiblemente con ocasión de una fiesta religiosa que atrae a muchas personas a Jerusalén (v. 2), a proclamar unas palabras importantes, unas palabras que deberá pronunciar sin omitir nada: está en juego la conversión del pueblo o su castigo (v 3). Jeremías llama a todos a la responsabilidad respecto a la Palabra del Señor, cuya escucha constituye el punto de partida para convertirse. Precisamente con este fin ha ido enviando Dios, a lo largo de toda la historia de Israel, a los profetas, hombres de la Palabra (v. 5). Ahora bien, quien no sigue las advertencias de los profetas y no se comporta en conformidad con la Palabra del Señor no puede pretender encontrar la salvación sólo por el hecho de frecuentar el templo. La actitud asumida respecto a la Palabra es discriminadora: si escucharla y obedecerla es vivir, no escucharla y no obedecerla es morir. En este caso, el pueblo depositario de la bendición será maldito en virtud de su elección (v 6).
Evangelio: Mateo 13,54-58
Terminado el «sermón en parábolas», recoge Mateo otro material narrativo, cuyo variado contenido marca la progresiva separación entre Jesús e Israel y manifiesta la formación específica dada al grupo de los discípulos (cf. Mt 13,54-17,27).
El episodio que abre la sección, y que constituye el fragmento litúrgico de hoy, nana el rechazo que opusieron a Jesús sus paisanos. Del estupor inicial producido por su enseñanza (v. 54) se pasa a la pregunta fundamental sobre la identidad del Nazareno. Los fariseos habían respondido a ella declarándolo afiliado al bando del príncipe de los demonios, por cuya autoridad habría hecho los milagros (cf. 12,24). Los habitantes de Nazaret, sin embargo, no dan respuesta alguna. El conocimiento que tienen de su paisano y de su familia se convierte en un obstáculo para creer que sea él el Mesías: no es posible que un hombre de la condición de Jesús tenga «esa sabiduría y esos poderes milagrosos» (v. 55ss). Jesús constata a través de su propia experiencia la verdad del dicho proverbial que reza: «Nadie es profeta en su tierra» (cf v. 57). La suerte de su mensaje y de su misma persona no es diferente a la reservada a los profetas del Antiguo Testamento y de todos los tiempos: rechazo, burla, desprecio, persecución; a menudo, también muerte violenta. Y dado que los milagros suponen la fe, que es lo único que permite comprender su verdadero significado, la incredulidad de los habitantes de Nazaret se convierte en un impedimento para que Jesús pueda hacerlos (v. 58).
MEDITATIO
La fe es acogida y adhesión total a la persona de Jesús. No es posible aceptar a Jesús en parte, sólo en aquellos aspectos que puedan parecernos más agradables y comprensibles. Si aceptar a Jesús y la Palabra del Padre que él nos comunica lanza por los aires nuestras ideas y proyectos, incluso religiosos, si descubrimos que Jesús es diferente de la imagen que nos habíamos hecho de él, entonces se nos presenta la ocasión de convertirnos, es decir, de abandonar nuestros puntos de vista y dirigir nuestra mirada sobre Jesús tal como es, disuadiéndonos de nuestros razonamientos. Si esto nos incomoda demasiado y nos mofamos de quien nos invita a no camuflar el rostro de Dios, difícilmente podremos ver los signos de su presencia vivificante entre nosotros.
La invitación a escuchar a los profetas va rebotando a lo largo de los siglos y llega hasta nosotros. En Jesús se ha pronunciado la Palabra de Dios de manera total, y desde hace dos mil años nunca han faltado en la Iglesia hombres y mujeres que con su vida, sus escritos y su predicación han reavivado entre sus contemporáneos la conciencia de la belleza y las exigencias del Evangelio. También hoy están presentes entre nosotros, pero ¿los escuchamos?
ORATIO
¡Haz que te conozca, Señor! No quiero quedar encerrado en las angustias de mis ideas sobre ti, unas ideas tan mezquinas, tan limitadas... Haz que te conozca como eres, en tu belleza, en tu verdad, en tu sencillez. Haz que te conozca. Y para ello, Señor, libérame de los sucedáneos de los que me rodeo, de las falsas certezas en las que me apoyo. Deseo, quiero declarar mi fe en ti, Señor siempre sorprendente, que remueves mis certezas construidas a la medida de mi tranquilo vivir.
Oh Dios, a quien tengo miedo de entregarme y cuya falta me consume; Dios de mi mediocridad y de mi nostalgia del absoluto; Dios que caminaste en Jesús entre nosotros y exaltaste nuestra vida, haz que te conozca, porque, oh Señor de mi vida, creo en ti.
CONTEMPLATIO
Bajó de los cielos a la tierra por causa de la humanidad que sufre; se revistió de nuestra humanidad en el seno de la Virgen y nació como hombre. El fue quien nos sacó de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al Reino eterno. Fue perseguido en David y deshonrado en los profetas. Fue él quien se encarnó en el seno de la Virgen, fue colgado en la cruz, sepultado en la tierra y, resucitado de entre los muertos, subió a las alturas de los cielos (Melitón de Sardes, «Homilía sobre la Pascua» 65-67, en SC 123,95-101).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Que yo te escuche, Señor, y me convierta a ti» (cf. Jr 26,3).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
¿Decir en veinte renglones quién es Jesucristo? Para los cristianos, Jesús es Dios. -Aunque no para todos: la divinidad de Cristo ha dividido desde siempre a la cristiandad. - Pocos dogmas como éste han sido defendidos o combatidos con tanta fogosidad. – La imagen de Cristo se refleja siempre en la conciencia de cada uno según sus propios conocimientos.
Para los judíos, durante los siglos de su exilio, el Crucificado ha sido también el Crucificador. En nombre de Cristo se han promulgado leyes antisemitas, en nombre de Cristo ha sido discriminado, perseguido, expulsado, asesinado con excesiva frecuencia Israel a ruegos de muchas Inquisiciones. Jesús: un vínculo de unión entre Israel y los gentiles, que une y separa en igual medida. Justo, sabio, profeta: un «loco» entre los «locos» de Israel, en la medida en que toda verdadera profecía confina con la locura que condena nuestra sensatez. Un judío «central», decía Martin Buber. Un judío único, como todos y cada uno podemos constatar. Unico por su esplendor y por la contradicción que ha introducido –como una levadura– en el corazón de las naciones. Un misterio –así prefieren definirlo los teólogos cristianos, a los que responden con el silencio los teólogos judíos–. Pero veinte líneas son incluso demasiadas para hablar de un misterio. O bien, en ese caso, es que el que lo intenta no sabe de lo que está hablando (André Chouraqui, en A.-M. Carré [ed.], Per lei, chi é Gesú Cristo?, Roma 1973 [edición española: Para ti, quién es Jesucristo, Narcea, Madrid 1972]).