Viernes XVII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 31 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Lv 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37: En las festividades del Señor os reuniréis en asamblea litúrgica
Sal 80, 3-4. 5-6ab. 10-11ab: Aclamad a Dios, nuestra fuerza
Mt 13, 54-58: ¿No es el hijo del carpintero? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Levítico 23, 1.4-11.15-16.27.34-37: Asambleas litúrgicas en las solemnidades del Señor. Entre los judíos se encuentran estas solemnidades litúrgicas: Pascua y los Azimos, Pentecostés, Día de Expiación y Fiesta de la Tiendas.
Las fiestas para los israelitas tienen un sentido muy preciso que supera su origen. No se trata ya de una sumisión del hombre a la naturaleza, sino de su comunión con Dios en la realización de una historia de salvación. Las fiestas judías conmemoran las principales etapas de esta colaboración de la libertad de Dios con la del hombre en la construcción del mundo y en la orientación de su historia.
Con todo, esto no llegó a su plenitud sino con Jesucristo: Él es nuestra Pascua, nuestro Pan ázimo, nuestra Nueva Alianza, nuestra promesa de felicidad. Todas las fiestas cristianas son esencialmente los misterios de Cristo reactualizados sacramentalmente, por medio de los cuales nos ponemos en contacto con su Persona y recibimos su gracia para unirnos más a Él en el amor. Si esto desaparece la fiesta carece de sentido.
–Otra vez nos encontramos con el Salmo 80 para reflexionar sobre la lectura anterior. Esto indica la solemnidad con que comienza este himno, invitando a una alegría extraordinaria, acompañada con toda clase de instrumentos músicos, panderos, cítaras, arpas, trompetas... «Aclamad a Dios nuestra fuerza... Acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena que es nuestra fiesta, porque es una ley en Israel, un precepto del Dios de Jacob, una norma establecida para José al salir de la tierra de Egipto...» Todo esto tiene un gran sentido religioso, porque las fiestas litúrgicas han de ser una fuente de alegría, y una afirmación rotunda de la soberanía de Dios, el Dios único. Celebramos el comportamiento bienhechor y salvífico de Dios para con el hombre y que Él es el único que puede exigir el tributo de reverencia y sumisión del hombre.
–Mateo 13,54-58: ¿De dónde le viene a Cristo toda su doctrina? Es la pregunta que se hacían sus paisanos. Su doctrina y su autoridad hizo estallar de admiración a sus paisanos, pero era una admiración de escándalo. Conocían a sus familiares y sabían que el Mesías nadie sabría de dónde venía. Pero, por sus hechos y doctrina podían deducir que un mero hombre no podía hacerlos. Comenta San Jerónimo:
«Observa la necedad de los nazarenos: se preguntan asombrados de dónde le viene la sabiduría a la Sabiduría y de dónde el poder al Poder. El error es evidente; pensaban que era el hijo del carpintero... El error de los judíos es nuestra salvación y la condenación de los herejes. Hasta tal punto veían en Jesucristo el hombre que pensaban que era hijo de un carpintero. ¿Te asombras de que se equivoquen con respecto a sus hermanos cuando se equivocan con respecto al padre?
«La envidia hacia un conciudadano es casi natural. No consideran las obras actuales del hombre, sino que recuerdan la debilidad de su infancia, como si ellos mismos no hubieran alcanzado la edad madura por esas mismas etapas. No allí muchos milagros a causa de su incredulidad. No porque no pudiera hacer muchos milagros también para estos incrédulos, sino para no condenar, haciendo muchos, a sus conciudadanos incrédulos.
«Asimismo puede entenderse de otra manera que Jesús haya sido despreciado en su casa y en su patria, es decir, en el pueblo judío. Por eso hizo allí pocos milagros, para que no fueran totalmente inexcusables. Pero cada día hace signos más grandes entre los gentiles por medio de sus apóstoles, no tanto sanando los cuerpos como salvando las almas» (Comentario al Evangelio de Mateo 13,53-58).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Levítico 23, 1.4-11.15-16.27.34-37
Estrenamos un nuevo libro del AT: el Levítico. Desde hace semanas estamos siguiendo la historia del pueblo de Israel, empezando desde Abrahán. Ya hemos leído, en lectura semi-continua, el Génesis y el Éxodo. Ahora, el Levítico y, después, seguiremos con el Libro de los Números, el Deuteronomio, Josué, los Jueces y Rut.
El Levítico contiene muchas prescripciones relativas al culto y a la santidad de vida del pueblo de Israel: los sacrificios (capítulos 1-7), los sacerdotes (8-10), las reglas de pureza (11-16), las normas de santidad (17-26). De este último apartado leemos, hoy y mañana, dos pasajes: las fiestas del año y el año jubilar (capítulos 23 y 25).
a) Aquí se describen -según la versión «sacerdotal»- las principales fiestas de Israel, en las que ya se han unido los elementos más antiguos del mundo rural y el recuerdo de las intervenciones de Dios en la historia de la salvación:
- Pascua, en el mes primero del año, el de Nisán, en la que se juntan las antiguas fiestas agrícolas de los ácimos y los corderos con el recuerdo de la liberación de Egipto;
- Pentecostés, a los cincuenta días, cuando, junto a la fiesta de las gavillas y los primeros frutos de la cosecha, se celebra la Alianza sellada en el Sinaí;
- la fiesta de la Expiación (Yom-Kippur), en el mes séptimo, ya en el otoño, con ritos de penitencia y ofrenda de sacrificios;
- la de las Tiendas o Tabernáculos, también en el mes séptimo, con ocasión de la vendimia, cuando se recuerda la marcha por el desierto, construyendo, para unos días, unas cabañas en el campo.
En cada una de estas fiestas convocan una «asamblea litúrgica», ofreciendo sacrificios a Yahvé y, a la vez, en su honor, se abstienen del trabajo. El salmo resalta, sobre todo, la parte litúrgica: «acompañad, tocad los panderos... tocad la trompeta... aclamad a Dios, nuestra fuerza: yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto».
b) En todas las culturas y religiones, la fiesta es un elemento valioso en la dinámica de la vida de fe comunitaria.
También los cristianos damos importancia a la celebración de nuestras fiestas, algunas de las cuales son herencia de las de Israel, pero con contenido cristiano. Celebramos el domingo cada semana, que una vez al año se convierte en la Pascua del Señor, con su muerte y resurrección, preparada por la Cuaresma y prolongada por una Cincuentena festiva que termina con Pentecostés. Además, a lo largo del año, celebramos otras fiestas del Señor, de la Virgen y de los Santos.
La fiesta nos ayuda en nuestro camino de fe:
- despierta nuestra memoria de pueblo redimido por Dios en Cristo;
- alimenta nuestra identidad y nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia del Señor;
- da a nuestra existencia una dimensión de alegría, rompiendo la rutina de la vida cotidiana;
- nos ayuda a liberarnos de la esclavitud del tiempo y del trabajo;
- no sólo recuerda, sino que, en cierto modo, actualiza y hace presente el acontecimiento que celebramos: el Dios que, en otro tiempo, se mostró salvador, sigue ofreciendo la salvación a su pueblo; la Pascua de Jesús no ha terminado y se nos comunica, también hoy, en su celebración anual y en la Eucaristía diaria;
- la fiesta es memoria y presencia y, a la vez, anuncio del futuro, porque Cristo nos ha prometido que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos;
- también en nuestras celebraciones humanas -cumpleaños, bodas de plata y oro-, celebrar una fiesta es celebrar el pasado, el presente y el futuro, lo que da a nuestro camino por la vida un sentido y una fuerza especiales.
Nuestra fiesta es una Persona, Jesús, el Señor Resucitado. En torno a él nos reunimos para celebrar la Eucaristía diaria, el domingo semanal y las fiestas anuales. Y así vamos participando de su vida, y encontramos el sentido de nuestro camino hacia la fiesta eterna del cielo.2. Mateo 13,54-58
a) En su pueblo, Nazaret, Jesús no tuvo mucho éxito.
Sus paisanos quedaron bloqueados por la pregunta: «¿de dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros?». Fueron testigos de sus milagros, admiraron su sabiduría, pero no fueron capaces de dar el salto y aceptarlo como el enviado de Dios.
Un profeta no es recibido en su patria: «y desconfiaban de él».
Hay que reconocer que no les faltaba parte de razón a sus paisanos, al mostrarse reacios a ver en su vecino al Mestas y Salvador. Jesús es un maestro atípico, no ha estudiado en ninguna escuela famosa, es un obrero. Pero, con tantas pruebas, tenían que haber superado su desconfianza inicial.
b) Pasar de la incredulidad a la fe es un salto difícil. Se trata de un don de Dios y, a la vez, de mantener una actitud honrada por parte de la persona.
En el mundo actual, como entre los contemporáneos de Jesús, existen muchos elementos que condicionan a favor o en contra, la opción de fe de una persona. En Nazaret, el origen sencillo de Jesús (le esperaban más solemne y glorioso). Para los dirigentes del pueblo, la valentía y la exigencia del mensaje que predicaba. Unos le consideraban un fanático; otros, aliado con el demonio. Muchos no llegaron a creer en él: «vino a su casa y los suyos no le recibieron». Los que creyeron fueron los sencillos de corazón, a quienes Dios sí les reveló los misterios del Reino.
Seguro que conocemos personas que han quedado bloqueadas y no llegan a aceptar el don de la fe. ¿Les ayudamos? ¿son convincentes o, al menos, estimulantes nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, a fin de poderles ayudar en su decisión de fe?
«Aclamad a Dios, nuestra fuerza» (salmo I)
«Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta» (evangelio).