Jueves XVII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 31 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 40, 14-19. 32-36: La nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó el santuario
Sal 83, 3. 4. 5-6a y 8a. 11: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos!
Mt 13, 47-53: Reúnen los peces buenos en cestos y tiran los malos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 40, 14-19.32-36: La gloria de Dios en el santuario. Una nube cubría la tienda levantada por Moisés, según las órdenes de Dios. En la Nueva Alianza el verdadero templo de Dios es Cristo.
El tabernáculo, el arca y el sacerdocio aseguran al pueblo la presencia de Dios. No se trata, sin embargo, de una presencia automática. Se percataban de que Yavé sólo está presente donde reinan la fidelidad y la conversión y, sobre todo, con los que son «pobres de Yahvé», como aparece en los capítulos 56, 57, 60, 63 y 66 de Isaías.
La Biblia y la Tradición cristiana son unánimes en encarecer la eficacia santificadora del ejercicio de la presencia de Dios: «anda en mi presencia y sé perfecto», dice Dios a Abrahán (Gén 17,1). Quien está plenamente convencido de que Dios le está mirando, se esforzará en evitar todo lo que pueda ofenderle y procurará estar recogido y hacer todo como corresponde a un hijo de Dios. San Columbano explica:
«Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua Él mismo: «Yo soy un Dios cercano, no lejano». El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esa presencia» (Instrucciones sobre la fe,1).
Para San Ignacio de Antioquía:
«Nada hay escondido para el Señor, sino que aún nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que Él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y Él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifiestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivos más que suficientes para amarlo» (Carta a los Efesios).
–Lógicamente se han escogido algunos versos del Salmo 83 para Salmo responsorial: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos! Mi alma anhela los atrios del Señor... Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre... Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa...» Esto es más cierto en las iglesias cristianas, donde se tiene a Cristo realmente presente en la sagrada Eucaristía. Este Salmo expresa la alegría y el abandono en Dios del que vive en su gracia. Expresa también la felicidad de pertenecer a la Iglesia y poder gozar en las celebraciones litúrgicas los beneficios del amor de Cristo. Los que anhelan la perfección espiritual y la unión con Dios encuentran aquí, en este Salmo, la plegaria que mejor cuadra a sus aspiraciones.
–Mateo 13,47-55: Selección de los peces buenos y abandono de los malos. Es una descripción del juicio final como la que hace San Jerónimo:
«Una vez cumplida la profecía de Jeremías que dice : «He aquí que os envío a muchos pescadores». Andrés, Santiago y Juan, hijos del Zebedeo oyeron estas palabras: «seguidme y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19), entretejieron tomando del Antiguo y Nuevo Testamento la red de las doctrinas evangélicas y la arrojaron al mar de este siglo. Hasta el día de hoy está tendida en medio de las olas y recoge todo lo que cae de estos abismos salados y amargos, es decir, hombres buenos y malos, peces mejores y peores. Cuando llegue la consumación y el fin del mundo, como Él mismo lo explica más claramente a continuación, la red será sacada a la orilla; entonces se mostrará el juicio verdadero, la selección de los pescados. Como en un puerto muy tranquilo, los buenos serán puestos en los recipientes de las mansiones celestiales. Pero el fuego de la gehenna recibirá a los malos para quemarlos y calcinarlos» (Comentario al Evangelio de Mateo 13, 47-49).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Éxodo 40,16-21.34-38
a) Hoy terminamos la lectura del Libro del Éxodo. Y lo hacemos con una perspectiva esperanzadora: Dios está cercano a su pueblo, le acompaña en su camino a través del desierto.
Moisés manda construir lo que aquí se llama «el santuario», que no es todavía el Templo, naturalmente, aunque el lenguaje parece como si quisiera adelantar sus características. Esta tienda, a veces envuelta en una nube misteriosa, será el punto de referencia continuo de la presencia de Dios a su pueblo. Contiene el arca de la alianza, con el documento en que constan las cláusulas de la Alianza.
Pero es una tienda desmontable y peregrina. Cuando el pueblo levantaba el campamento para recorrer una etapa más de su marcha por el desierto, hacia la tierra prometida, Dios también caminaba con ellos, manifestando su presencia por medio de una nube, de día, y una columna de fuego, de noche.
b) La Iglesia de Cristo también es un pueblo peregrino, en marcha. En este camino, nos sentimos acompañados por Dios. El nos ha enviado a su Hijo, el Dios-con-nosotros, que ha «plantado su tienda entre nosotros».
Pensando en la Iglesia a la que pertenecemos, podemos hacer nuestro el Salmo 83: «qué deseables son tus moradas, Señor... dichosos los que viven en tu casa... dichosos los que encuentran en ti su fuerza: caminan de baluarte en baluarte».
Somos pueblo nómada. Pero siempre camina a nuestro lado el Dios de la Alianza, el Dios de Jesús. Jesús mismo. En la Iglesia-comunidad, a la que Pablo llama «la casa de Dios» (l Tm 3, 15) y, de modo particular, en la Eucaristía, el sacramento más entrañable de la cercanía del Señor Resucitado, en el que él mismo en persona se nos da, como alimento para el camino. Y no sólo durante la celebración, sino a lo largo de la jornada, con su presencia eucarística prolongada en el sagrario de nuestras iglesias y capillas.
¿Nos sentimos de verdad y siempre acompañados en nuestro camino?
2. Mateo 13,47-53
a) La de hoy es la última parábola de la serie, y resulta muy parecida a la de la cizaña.
Esta vez, la imagen está tomada, no del trabajo del campo, sino de la pesca en el lago.
Jesús compara su Reino -por tanto, su Iglesia- a una red que los pescadores recogen con peces buenos y malos, y la llevan a la orilla tal como está, sin preocuparse, de momento, de separarlos. Eso ya vendrá después, cuando llegue la hora de separar los buenos y los malos, el día de la selección, al igual que el día de la siega para separar la cizaña y el trigo.
b) De nuevo parece como si se nos quisiera disuadir de la idea de una Iglesia pura. Por el Bautismo hemos entrado en la comunidad de Jesús muchas personas. Pero no tenemos que creer que es comunidad de perfectos, sino también de pecadores.
El mismo Jesús trata con los pecadores, les dirige su palabra, les da tiempo, les invita, no les obliga a la conversión o a seguirle. También ahora en su Iglesia coexisten trigo y cizaña, peces buenos y malos. Es una comunidad universal. Jesús se esfuerza por decirnos que, si alguna oveja se descarría, hay que intentar recuperarla, y, cuando vuelve, la alegría de Dios es inmensa cuando logra reconducirla al redil. Y que no ha venido para los justos, sino para los pecadores. Como el médico está para los enfermos, y no para los sanos.
¿Cuál es nuestra actitud ante las personas que nos parecen débiles y pecadoras? ¿ante la situación de un mundo desorientado? ¿les damos un margen de rehabilitación? ¿o nos portamos tan drásticamente como los que querían arrancar en seguida la cizaña?
Claro que tenemos que luchar contra el mal. Pero sin imitar la presunción de los fariseos, que se tenían por los perfectos, y parecían querer excluir a todos los imperfectos o pecadores. Jesús tiene otro estilo y otro ritmo.
Ojalá, después de todas estas parábolas, podamos decir, como los oyentes de Jesús -no sabemos si con mucha razón- que sí le habían entendido. Que hemos captado la intención de cada una de ellas y nos disponemos a corregir nuestras desviaciones y ponernos en la dirección que él quiere.
«Dichosos los que encuentran en ti su fuerza» (salmo I)
«Al final del tiempo, los ángeles separarán a los malos de los buenos» (evangelio).