Miércoles XVII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 31 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 34, 29-35: Al ver la cara de Moisés, no se atrevieron a acercarse a él
Sal 98, 5. 6. 7. 9: Santo eres, Señor, Dios nuestro
Mt 13, 44-46: Vende todo lo que tiene y compra el campo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 34, 29-35: Al ver el rostro iluminado de Moisés no se atrevieron a acercarse a él. San Pablo alude a esto en su carta segunda a los Corintios 3,18: en la nueva Alianza, los discípulos reflejan como en un espejo la gloria del transformado en su misma imagen. Moisés aparece como un hombre de Dios, capaz de un acercamiento especial con Yavé y su misterio y sembrando con ello su misión de mediador. Comenta San Juan Crisóstomo:
«El cristiano, purificado por el Espíritu Santo en el sacramento de la regeneración es transformado, según la expresión del Apóstol, en imagen del mismo Jesucristo. No solamente contempla la gloria del Señor, sino que toma para sí mismo algunos rasgos de esta gloria divina... El alma regenerada por el Espíritu Santo recibe y difunde a su alrededor el resplandor de la gloria celeste que le ha sido comunicado» (Homilía sobre 2 Cor,7).
–Rezamos con el Salmo 98: «Santo eres, Señor, Dios nuestro... Moisés y Aarón, con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su nombre, invocaban al Señor y Él respondía. Dios les hablaba desde la columna de nube, oyeron sus mandatos y la ley que les dio».
Ciertamente, Moisés, Aarón y Samuel fueron tres grandes siervos de Dios que tuvieron con Él una gran intimidad; pero el cristiano tiene un privilegio mayor y es que puede conocer a Dios trascendente en la Persona de Cristo, como dice San Juan: «A Dios nadie le vio jamás, Dios unigénito que está en el seno del Padre, Ése lo ha dado a conocer» (Jn 1,18).
–Mateo 13,44-45: Vende todo lo que tiene y compra el campo. Son dos parábolas casi idénticas: perla y tesoro. Al hallar eso el buen mercader vende todo lo que tiene para comprar algo de mucho más valor. San Hilario de Poitiers escribe:
«Con la parábola del tesoro en el campo, Él muestra las riquezas de nuestra esperanza puesta en Él. Efectivamente, Dios ha sido encontrado en un hombre; para comprarlo deben ser vendidas todas las riquezas de este mundo. Así adquiriremos las riquezas eternas, el tesoro celestial, dando vestido, comida y bebida a quienes de ello tengan necesidad. Mas es necesario observar que el tesoro se ha encontrado escondido... El tesoro ha estado escondido porque debía ser comprado también el campo. En efecto, con el tesoro en el campo, como hemos dicho, se entiende Cristo encarnado, que se encuentra gratuitamente. La enseñanza de los Evangelios es de suyo completa. Pero no hay otro modo de utilizar y poseer este tesoro con el campo si no es pagando, ya que no se poseen las riquezas celestiales sin sacrificar el mundo» (Comentario al Evangelio de San Mateo 13,7).
San Agustín dice que la piedra preciosa es la caridad:
«También vuestra sociedad es un negocio de cosas espirituales, para ser semejante a los mercaderes que buscan la piedra preciosa. Esta no es otra que la caridad, que será derramada en vuestros corazones por el Espíritu Santo que os será dado» (Sermón 212,1).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Éxodo 34,29-35
a) Cuando Moisés bajaba del Sinaí, del encuentro con Dios, tenía el rostro radiante.
El relato habla de cuándo se ponía Moisés un velo por la cara y cuándo se lo quitaba.
Por eso, en la iconografía, se le representa muchas veces con dos rayos de luz que le brotan de la frente.
El Éxodo resalta, de modo particular, que Moisés actúa de mediador, que intercede ante Dios por su pueblo y le comunica a éste la palabra de Dios. Es un hombre de Dios y un hombre del pueblo. Cercano a los dos.
Por eso el Salmo dice de él: «Moisés y Aarón con sus sacerdotes... invocaban al Señor y él respondía, Dios les hablaba desde la columna de nube».
b) ¿Nos brilla el rostro después de haber estado orando y celebrando, en la presencia de Dios?
Moisés bajó de los cuarenta días del monte -días de oración, soledad y experiencia religiosa-, y todos se lo notaron. Cuando terminamos Ejercicios espirituales o un retiro mensual o, sencillamente, nuestra celebración de la Eucaristía o de la Oración de las Horas o nuestra meditación, ¿se nos nota? No hace falta que nos brille el rostro y tengamos que cubrirnos con un velo para no deslumbrar. Lo que se nos tendría que notar en la cara es una actitud de fe en Dios, de alegría, de esperanza, de entrega gozosa al trabajo, de optimismo.
No nos quedamos en la montaña de la oración. Bajamos al valle del trabajo y la misión.
Pero lo hacemos conjugando oración y entrega, como Moisés, impregnando de oración el trabajo y llevando el compromiso misionero a nuestra oración. Personas de Dios. Personas entregadas a su trabajo. Todos mediadores, de alguna manera, entre Dios y la humanidad.
A los ministros en la comunidad Pablo nos recuerda que se nos tendría que notar la gloria de Dios, como se le veía a Moisés, y eso que su ministerio era pasajero y el nuestro, ya definitivo, porque es colaboración con Cristo Jesús (cf. 2 Co 3,7 y su comentario el jueves de la semana 10a). Pero extiende a todos su exhortación: «todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos» (2 Co 3,18).
El resplandor de Dios se llama Cristo Jesús, al que en uno de los mejores himnos, le llamamos «Luz gozosa de la santa gloria del Padre». Los que entramos en comunión con él por la oración y, sobre todo, por la Eucaristía, debemos reflejar luego, en nuestro modo de actuar en la vida, esa luz ante los demás.
2. Mateo 13,44-46
a) Dos parábolas más, muy breves, y ambas coincidentes en su intención: la del que encuentra un tesoro escondido bajo tierra y la del comerciante que, entre las perlas, descubre una particularmente preciosa. Los dos venden cuanto tienen, para asegurarse la posesión de lo que sólo ellos saben que vale tanto.
Hoy Jesús hubiera podido añadir ejemplos como el del que juega en bolsa y sabe qué acciones van a subir, para invertir en ellas, o el de un coleccionista que descubre por casualidad un cuadro o una partitura o una moneda de gran valor. Y no digamos, un pozo de petróleo.
b) Es una sabiduría rara -la verdadera sabiduría- la de descubrir cuáles son los valores auténticos en esta vida, y cuáles, no, a pesar de que brillen más o parezcan más atrayentes.
¿Qué es más importante: el dinero, la salud, el éxito, la fuerza, el gozo inmediato? ¿o la felicidad, el amor verdadero, la cultura, la tranquilidad de conciencia?
Pero todavía es más necesaria la verdadera sabiduría cuando se trata de descubrir cuáles son los valores del Reino que Dios más aprecia, cuáles sus planes sobre nosotros, los que nos conducen a la verdadera felicidad. A veces, son verdaderamente un tesoro escondido o una perla única.
Muchos cristianos, jóvenes y mayores, tienen la suerte de poder agradecer a Dios el don de la fe, o de haber descubierto en una determinada vocación el camino que Dios les destinaba, o de haberse encontrado con Cristo Jesús, como Pablo cerca de Damasco, o como Mateo cuando estaba sentado a su mesa de impuestos, o como los pescadores del lago que oyeron la invitación de Jesús.
Y lo han dejado todo y han encontrado la alegría y el pleno sentido de sus vidas. En la vida religiosa. O en el ministerio sacerdotal. O en una vida cristiana comprometida y vivida con coherencia, para bien de los demás.
Es una buena inversión. Aunque no sea aplaudida por este mundo ni cotice en la Bolsa.
«Cuando Moisés bajó del monte, tenía radiante la cara» (1a lectura I)
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo» (evangelio).