Martes XVII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 31 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 33, 7-11; 34, 5b-9. 28: El Señor hablaba con Moisés cara a cara
Sal 102, 6-7. 8-9. 10-11. 12-13: El Señor es compasivo y misericordioso
Mt 13, 36-43: Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 33, 7-11; 34, 5-9.28: Moisés habla con el Señor cara a cara. En medio de las tiendas del pueblo se halla la Tienda del Encuentro, en que reside la gloria de Dios, y en donde Moisés reside intercede en favor de su pueblo. Esta presencia de Dios en medio de su pueblo se verificará en plenitud en la Encarnación, cuando la Palabra hecha carne establezca su tienda entre los hombres.
A raíz del incidente del becerro de oro, vino a producirse una ruptura entre Dios y su pueblo. Ruptura que Moisés simboliza en su mismo comportamiento. Esta ruptura entre el pueblo y Moisés sirve de ocasión para describir la vida mística del Patriarca. San Gregorio de Nisa lo explica así:
«Hemos descrito la vida de Moisés como un ejemplar de perfección, por el que pueden dibujarse los rasgos de esta belleza manifestada en un hombre. Que Moisés alcanzó la perfección posible al hombre, se manifiesta en el testimonio de la voz divina: «has hallado, dice, gracia a mis ojos y te conozco por tu nombre» (Ex 33,17). Además él fue llamado «amigo de Dios» (Ex 13,11) por Dios mismo. Y queriendo Dios, airarse por los pecados de su pueblo, perderlos a todos, Moisés prefiere morir con el pueblo a vivir sin el pueblo, y Dios, obrando como amigo, se aplacó (Ex 3211-14). Todo lo cual manifiesta que Moisés llega a la cumbre de la perfección humana» (Libro de la vida de Moisés).
–Con el Salmo 102 decimos: «El Señor es compasivo y misericordioso, hace justicia, defiende a los oprimidos, enseñó sus caminos a Moisés..., lento a la ira, rico en clemencia, no acusa siempre ni guarda rencor perpetuo, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas..., siente el Señor ternura por su fieles».
Es un canto maravilloso al amor de Dios. La santidad de Dios es, ante todo, la trascendencia, por la cual Dios es totalmente distinto de los hombres. Es el Todo Otro. Mas el Dios infinitamente grande se inclina como un Padre sobre sus hijos. A todos quiere, a todos desea salvar, mas ¿qué hace el hombre?
–Mateo 13,36-43: La cizaña arrancada y quemada simboliza el fin del tiempo. Cristo da a conocer que en el estado actual del Reino una lucha constante enfrentará al Hijo del hombre con el Maligno, pero al final vencerá y los justos brillarán como el sol. Comenta San Agustín:
«Ved lo que preferimos ser en su campo; considerad cuáles nos hallará la siega. El campo que es el mundo, es la Iglesia, difundida por el mundo. Quien es trigo persevere hasta la siega; los que son cizañas, háganse trigo. Porque entre los hombres y las espigas de verdad o la cizaña real hay esta diferencia: cuando nos referimos a la agricultura, la espiga es espiga y la cizaña. Pero en el campo del Señor, esto es, la Iglesia, a veces lo que era trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo y nadie sabe lo que será mañana...
«Escuchad, carísimos granos de Cristo; escuchad carísimas espigas de Cristo; escuchad carísima mies de Cristo; reflexionad sobre vosotros mismos, mirad a vuestra conciencia, interrogad a vuestra fe, preguntad a vuestra caridad, despertad vuestra conciencia y si os reconocéis mies de Cristo, traed a vuestra mente: «quien perseverare hasta el fin, ése será salvo» (Mt 10,22). Pero quien al escudriñar su conciencia, se encontrare entre la cizaña, no tema cambiarse. Todavía no hay orden de cortar; aún no llegó la siega; no seas hoy lo que eras ayer; o no seas mañana lo que eres hoy» (Sermón 73, A,1-2).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Éxodo 33,7-11; 34,5-9.28
a) Dos pasajes distintos aparecen en la lectura de hoy: el que se refiere a la «tienda del encuentro», junto al campamento, y el diálogo de Moisés con Dios, en la montaña. Se notan, en todo este relato del Éxodo, diversas «manos» o tradiciones que se van sobreponiendo, dando una cierta sensación de idas y vueltas.
Pero algo aparece siempre claro: al pecado y la debilidad del pueblo responde, por una parte, Moisés con su solidaridad e intercesión, y sobre todo Dios, con su amor y su paciencia.
La «tienda del encuentro o de la reunión», a las afueras del campamento que van montando a lo largo de su recorrido por el desierto, es un símbolo de que Dios no les abandona. Se visibiliza de alguna manera en forma de nube y habla con Moisés, el mediador, «cara a cara». Moisés es un hombre de intensa oración, además de un guía eficaz del pueblo.
En lo alto de la montaña, donde pasa cuarenta días, Moisés describe a Dios como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad»: una de las definiciones más repetidas en el AT. Es interesante que la justicia de Dios («castiga la culpa hasta la tercera y cuarta generación») se ve sobrepasada por su bondad tolerante («misericordioso hasta la milésima generación» .
De nuevo aparece Moisés intercediendo con buen corazón, a pesar de los disgustos que le da ese pueblo: «si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de cerviz dura: perdona nuestras culpas y pecados, y tómanos como heredad tuya».
b) Si los israelitas apreciaban la cercanía de Dios en la tienda del encuentro, los cristianos estamos mucho más motivados para agradecer su presencia en todo momento de nuestra vida, visibilizada, sobre todo, en la Eucaristía y en su prolongación del sagrario.
Jesús no nos abandona, él es «Dios-con-nosotros», luz y alimento para el camino.
No veremos ninguna nube a la puerta de nuestras iglesias, ni podremos hablar «cara a cara» con Dios. Pero sí sabemos que no estamos solos en nuestra vida. Podemos decir, con más razón que el pueblo de Israel, «que mi Señor vaya con nosotros... tómanos como heredad tuya». Haremos bien en conseguir momentos de silencio y de «encuentro» con Dios, de experiencia de oración ante él. No hará falta que vayamos cada vez a un retiro de cuarenta días en el monte, ni que lleguemos a sentir fenómenos místicos de unión con Dios.
Pero debemos saber escapar del campamento de la actividad y tomar aliento en la cercanía de Dios. No sólo Moisés fue amigo de Dios. También a nosotros se nos ha dicho: «vosotros sois mis amigos... no os llamo ya siervos, a vosotros os he llamado amigos» (Jn 15,14-15).
Además, sobre todo cuando presentamos a Dios en la catequesis o en la predicación, deberíamos repetir gozosamente la definición de Dios que nos da Moisés y que nos repite el salmo 102 (que hoy podríamos rezar después de comulgar o en otro momento de calma y meditación): «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia: no está siempre acusando...».
Finalmente, como ayer, deberemos espejarnos en Moisés y en su oración de intercesión por el pueblo. Sería útil que leyéramos los números 2566-2577 del Catecismo, en los que se describe la oración de los creyentes del AT sobre todo de Moisés, para animarnos a ser, también nosotros, personas de oración intensa y, a la vez, portavoces ante Dios de esta humanidad a la que pertenecemos, para ayudarla a que se encamine a la salvación.
2. Mateo 13,36-43
a) Jesús mismo nos explica la parábola que leíamos el sábado, la de la cizaña que crece junto al trigo en el campo. O sea, es él quien nos hace la homilía.
Dios siembra buena semilla, el trigo. Pero hay alguien -el maligno, el diablo- que siembra de noche la cizaña. A los discípulos, siempre dispuestos a cortar por lo sano, Jesús les dice que eso se hará a la hora de la siega, al final de los tiempos, cuando tenga lugar el juicio y la separación entre el trigo y la cizaña. Entonces sí, los «corruptores y malvados» serán objeto de juicio y de condena, mientras que «los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre».
b) De nuevo se nos recuerda que el juicio no nos corresponde a nosotros. Le pertenece a Dios y lo hará al final. Mientras tanto, el bien y el mal coexisten en nuestro campo.
Parece la defensa de una comunidad que no sólo tiene «santos» y «perfectos», sino también personas pecadoras y débiles. Nuestra comunidad no debe ser elitista, con entrada exclusiva para los perfectos (naturalmente, según la concepción maniquea que solemos tener, nosotros seríamos los «perfectos» y los «justos»). Sino que en la Iglesia, como en el campo de la parábola, hay trigo y cizaña. Y en la red, peces buenos y malos, como nos dirá Jesús pasado mañana.
No nos deberíamos escandalizar demasiado fácilmente del mal que nos parece ver a nuestro alrededor. Y, en todo caso, hemos de ser tolerantes, con paciencia «escatológica».
Al que peor le tendría que saber que haya aparecido cizaña en su campo es al sembrador, Dios, o el mismo Cristo. Y nos enseñan que hay que saber esperar, respetando la libertad de las personas y el ritmo de los tiempos. Dios sigue creyendo en el hombre, a pesar de todo.
Eso sí, tenemos que discernir el bien y el mal -no todo es trigo- y luchar para que triunfen el bien y los valores que ha sembrado Jesús, y seguir rezando «venga a nosotros tu Reino» y «líbranos del mal (o del maligno)». Convivir con el mal no significa aceptarlo.
Pero todo eso lo hacemos con un talante no violento. Sin medidas drásticas ni coactivas.
Con la fuerza de una semilla que se abre paso y de un fermento que llegará a transformar la masa, según las dos parábolas de ayer. Conscientes de que el juicio -«arrancar la cizaña»- pertenece a los tiempos últimos y no nos toca a nosotros.
«El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia» (1a lectura I)
«Que mi Señor vaya con nosotros» (1a lectura I)
«La cosecha es el fin del tiempo» (evangelio).