Lunes XVII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 26 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 13, 1-11: El pueblo será como ese cinturón que ya no sirve para nada
Dt 32, 18-19. 20. 21: Despreciaste a la Roca que te engendró
Mt 13, 31-35: El grano de mostaza se hace un arbusto y vienen los pájaros a anidar en sus ramas
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Jeremías 13,1-11: El pueblo será como ese cinturón que ya no sirve para nada. Con un gesto profético, Jeremías da a en-tender que Dios rechazará a Judá y a Jerusalén, puesto que su pueblo se ha apartado de Él.
La imagen del cinturón es elocuente. Yahvé ha hecho de Israel algo entrañablemente suyo, y este pueblo vive de la intimidad misma que Dios le propone. En cuanto Israel rompe sus compromisos con su Señor, pierde automáticamente su razón de ser, como el cinturón de cuero expuesto a la humedad. Así nos sucede también a nosotros. Nuestra filiación divina nos hace mucho más cercanos a Dios que el antiguo Israel, nos hizo el Señor más entrañablemente suyos; el pecado nos convierte en cinturón inservible. Desposeído de la gracia, por la que participamos en la propia naturaleza divina, coherederos con Cristo de su gloria..., todo lo perdimos.
Pero hemos de reaccionar vigorosamente contra esa situación tan calamitosa y arrepentirnos de nuestros pecados. El Señor siempre nos aguarda con gran misericordia.
–Lo mismo sigue en el canto responsorial, tomado del Deuteronomio 32: «Despreciaste a la Roca que te engendró... olvidaste a Dios. Lo vio el Señor e, irritado, rechazó a sus hijos e hijas... Son una generación depravada... Se han hecho un dios ilusorio... Ídolos vacíos». ¡Cuántas veces podría dirigirnos el Señor esas mismas quejas. Siempre que pecamos nos ponemos en las mismas circunstancias que Israel. Dice San Agustín:
«Todo lo que quieres y deseas es bueno. No quieres tener una bestia mala, un siervo malo, un vestido malo, una villa mala, una casa mala... Todo lo quieres bueno, pues sé tú también bueno que todo lo quieres bueno. ¿Dónde has tropezado, para que entre todas las cosas buenas que quieres, sólo tú quieres ser malo» (Sermón 297).
–Mateo 13,31-35: El grano de mostaza se hace arbusto... Así el Reino de los cielos, pequeño al principio y luego esplendoroso. San Juan Crisóstomo comenta esta parábola:
«¿Quiénes, pues, y cuántos serán los que crean? A fin de quitarles este temor, incítalos a la fe por medio de esta parábola del grano de mostaza y les hace ver que, de todos modos, se propagaría la predicación del Evangelio. De ahí que les ponga delante la imagen de una legumbre muy propia para el objeto que el Señor se proponía... Quiso el Señor dar una prueba de su grandeza, pues así exactamente sucederá con la predicación del Reino de Dios. Y, a la verdad, los más débiles, los más pequeños entre los hombres, eran los discípulos del Señor; mas como había entre ellos una fuerza grande, desplegóse ésta y se difundió por todo el mundo» (Homilía 46,2 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Jeremías 13,1-11
a) Las acciones simbólicas les sirven a los profetas para expresar su mensaje con una pedagogía popular. En este caso, Jeremías hace el gesto del cinturón de lino.
Un cinturón de lino puede ser un adorno muy hermoso, ceñido al vestido. Pero si se deja mojar y no se cuida, se estropea y ya no sirve para nada. Así le pasa al de Jeremías: escondido en el río Éufrates, al cabo de un tiempo, está ya totalmente podrido y no se puede ni presentar.
La intención es simbólica. El cinturón es el pueblo de Israel, que en otro tiempo fue tan hermoso que el mismo Dios se «lo ponía» como adorno y se alegraba de él. Pero la idolatría lo ha estropeado. Ya aquí, en su tierra, tentado por otros dioses. Pero mucho más en los países paganos del Norte: el Eufrates en Babilonia, que sería el lugar del destierro y de la contaminación. No hace falta pensar que Jeremías viajó hasta allá (más de mil kilómetros). Es un gesto que simboliza los «viajes» que el pueblo infiel hace fuera de la casa paterna. Y, entonces, Israel ya no sirve para nada.
b)Se nos puede aplicar muy bien la parábola a nosotros.
Los cristianos -y más si somos religiosos o ministros ordenados- deberíamos ser el adorno de la Iglesia, y Dios mismo tendría que poder estar orgulloso de nosotros. Como de un lazo vistoso y de un cinturón que adorna el vestido.
Pero corremos también el peligro de estropearnos por la «humedad», por las tendencias anticristianas del mundo en que vivimos.
Ojalá no tengamos que oír el lamento del salmo de hoy: «despreciaste a la Roca que te engendró y olvidaste al Dios que te dio a luz... Ellos me han dado celos con un dios ilusorio, me han irritado con ídolos vacíos». El amor va unido a los celos de los que habla el salmo.
¡Cuántas veces comparan los profetas el amor -y el desamor- entre Dios y su pueblo con la fidelidad o la infidelidad en la vida conyugal. «Pero no me escucharon».
Jesús nos dijo que si la sal se estropea, ya no sirve. Que si una luz se esconde, ya no tiene ninguna utilidad. Aquí se nos dice que un adorno estropeado es mejor tirarlo. ¿Nos toca algo de la queja?
2. Mateo 13,31-35
a) Estamos todavía en el capítulo de las parábolas de Jesús: esta vez, dos muy breves, la del grano de mostaza y la de la levadura en el pan.
Un grano de mostaza se convierte en una planta respetable. La intención es clara: Dios parece elegir lo pequeño e insignificante, pero luego resulta que, a partir de esa semilla, llega a realizar cosas grandes.
La levadura también es pequeña, pero puede hacer fermentar toda una masa de harina y permite elaborar un pan sabroso.
Es el estilo de Dios. No irrumpe espectacularmente en el mundo, sino a modo de una semilla que brota y germina silenciosamente y se convierte en planta. Como la levadura, que, también silenciosamente, transforma la masa de harina.
b) Esta manera de actuar de Dios, a partir de las cosas sencillas, se ha visto sobre todo con Jesús. Se encarnó en un pueblo pequeño (a su lado había otros como Egipto, Grecia y Roma), y se valió de personas sin gran cultura ni prestigio (no recurrió a los sumos sacerdotes o doctores de la ley). Pero el Reino que él sembró, a pesar de que fue rechazado por los dirigentes de su tiempo, se ha convertido en un árbol inmenso, que abarca toda la tierra, transformando la sociedad y produciendo frutos admirables de salvación.
También en nuestros días tenemos la experiencia de cómo sigue obrando Dios. Con personas que parecen insignificantes. Con medios desproporcionados. Con métodos nada solemnes ni milagrosos, pero eficaces por su fuerza interior. Y suceden maravillas, porque lo decisivo no son los medios y las técnicas humanas, sino Dios, con su Espíritu, quien da fuerza a esa semilla o a esos gramos de levadura.
La Eucaristía que celebramos es algo muy sencillo. Unos cristianos que nos reunimos, que escuchamos lo que Dios nos quiere decir, y realizamos ese gesto tan sencillo y profundo como es comer pan y beber vino juntos, que el mismo Jesús nos ha dicho que son su Cuerpo y Sangre. Pero esa Eucaristía es como el fermento o el grano que luego fructifica -debería fructificar- durante la jornada, transformando nuestras actitudes y nuestro trabajo.
Tal vez nos gustarían más las cosas espectaculares. Pero «el Reino está dentro» (Lc 17,20), y no fuera. Y, si le dejamos, produce abundante fruto y transforma todo lo que toca.
Como es increíble lo que puede producir un granito pequeño sembrado en tierra, es increíble y esperanzador lo que puede hacer la semilla del Reino -la Palabra de Dios, la Eucaristía- en nuestra vida y en la de los demás, si somos buen fermento y semilla dentro del mundo.
«Este pueblo que sigue a dioses extranjeros, ya no sirve para nada» (1ª lectura II)
«El Reino de los Cielos se parece a la levadura» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 13,1-11
La Palabra del Señor conduce a Jeremías a realizar una acción simbólica. Las acciones del profeta, típicas del profetismo, e incluso su misma vida, se convierten en mensaje dirigido a los presentes, a cada uno en particular o, en ocasiones, al mismo profeta. La reacción que tales acciones suscitan son, por lo general, de escarnio, de desprecio y, en cualquier caso, de incomprensión. El profeta interviene entonces explicitando el mensaje o interpretando el acontecimiento, que contiene, según los casos, un aviso, una amenaza, un deseo.
En este pasaje se le pide a Jeremías que compre una faja de lino, que se la ponga varios días y la esconda después en la grieta de una roca del río (vv 1-5). El mensa-je queda ilustrado por medio de una doble comparación: del mismo modo que la faja se ciñe al cuerpo de quien se la pone, así también Israel estaba llamado a adherirse al Señor, respondiendo de manera positiva a la alianza con la que el Señor se había ligado antes a él. Puesto que el pueblo ha contravenido la alianza no escuchando la Palabra del Señor, siguiendo sus propias ideas y hasta dedicándose a la idolatría, ha faltado a su vocación, ha dejado de cumplir el servicio para el que Dios lo había elegido, convirtiéndose, como una faja podrida, en algo que ya no sirve para nada (vv. 10ss).
Evangelio: Mateo 13,31-35
Con las parábolas del grano de mostaza y de la levadura, pretende añadir Jesús otros elementos a la comprensión del misterio del Reino de Dios. Ya ha hablado de la oposición que encuentra la Palabra (cf. Mt 13,3-7) y puesto en guardia contra la impaciencia de los que pretendan eliminar de inmediato los obstáculos (cf. 13,27-30). Ahora pone de relieve el contraste entre unos inicios bien modestos y desarrollos extraordinariamente grandes. En efecto, así como la semilla pequeña tiene en sí una energía capaz de hacerla germinar hasta convertirla en un árbol de notables proporciones (w. 3 l ss), así también se dilatará el Reino de Dios, que, en estos momentos, parece destinado a la derrota. Y así como la fuerza irresistible de un poco de levadura hace fermentar una gran cantidad de harina (v. 33), así también la Palabra de Dios, recibida en el corazón del hombre, le abre a la Verdad y, «escondidos» entre la gente, los cristianos de todos los tiempos se convierten en portadores del alegre anuncio y en testigos del amor de Dios por todo el mundo. Con las palabras del salmista, Mateo da una respuesta ulterior a la pregunta del «porqué» de las parábolas: con ellas no se pretende ocultar, sino ayudar a penetrar, de manera profunda, en el misterio de Dios y de su Reino (vv. 34ss).
MEDITATIO
Nuestro tiempo, que contempla el predominio del «hombre económico», está escandido por el ritmo frenético e implacable de la eficiencia, de una productividad que debe ser eficaz a cualquier precio. Parece imposible sustraerse a esta lógica.
La Palabra del Señor nos propone una lógica diferente para leer al hombre y su vida terrena: Dios está presente en el corazón de la realidad, puesto que es su Creador. San Pablo dirá que ni quien planta ni quien riega es determinante para el resultado final; sólo lo es Dios, que da el desarrollo y el crecimiento a la semilla y, más tarde, a la planta (cf. 1 Cor 3,7).
Dios, lejos de invitarnos a una inactividad fatalista, nos proporciona el criterio del compromiso, exhortándonos a la confianza en él y a la esperanza. El hombre es verdaderamente tal si se adhiere a Dios, si responde con todo su ser al amor de Dios.
La dignidad, el valor del hombre para Dios, se basa en el ser y no en el tener o el hacer. ¿Y para nosotros? ¿No nos arriesgamos muchas veces a dejarnos deslumbrar por las luces del éxito mundano y aturdir por la publicidad sistemática, por la que nos dejamos arrastrar aquí o allá, lejos de nosotros mismos y de Dios, tras aquel que hace más ruido?
La Palabra de Dios, su incidencia en la historia, pa-rece destinada al fracaso; el testimonio de los cristianos se presenta como un fenómeno de una minoría ilusa. Es el momento de renovar nuestra fe en el poder del Espíritu Santo y nuestro compromiso en la adhesión a su inspiración.
ORATIO
La fiebre del protagonismo hace presa en todos, oh Señor. Tampoco yo, en mi pequeñez, me siento inmune a ella. Te agradezco que me hagas comprender que soy, ciertamente, necesario, pero no indispensable. A veces, las mismas circunstancias de la vida me obligan a tomar conciencia de ello, pero yo me agito, me rebelo, me siento también ofendido, porque no veo reconocido mi valor, que, a menudo, considero superior al de los otros...
Te doy gracias por repetirme que sólo en comunión contigo, oh fuerza mía, lo puedo todo (cf. Flp 4,13) y participo en el milagro de producir resultados grandiosos, diferentes a los que podemos leer en los balances industriales de final de ejercicio, pero cuyos frutos nutren el ser de manera profunda. Necesito que me lo recuerden, para aprender esa verdadera sabiduría que me hace vivir como si todo dependiera de mí y, al mismo tiempo, como si todo dependiera de ti.
CONTEMPLATIO
Por nosotros mismos, somos ramas secas, inútiles, infructuosas, e incapaces de pensar, por lo general, cosa alguna por nosotros mismos; toda nuestra capacidad viene de Dios, que nos ha hecho idóneos para el servicio y capaces de cumplir su voluntad. Nuestras obras, como un pequeño grano de mostaza, no son en modo alguno comparables en grandeza al árbol de la gloria que producen; sin embargo, tienen, a pesar de todo, la fuerza y la virtud para producirlo, porque proceden del Espíritu Santo, el cual, por medio de una admirable infusión de su gracia en nuestros corazones, hace suyas nuestras obras, aunque nos las deja al mismo tiempo a nosotros.
Nos deja, como parte nuestra, todo el mérito y todo el provecho de nuestros favores y de nuestras buenas obras, y nosotros, por nuestra parte, le dejamos todo el honor y toda la alabanza, reconociendo que el inicio, el progreso y el remate de todo bien que llevemos a cabo depende de su misericordia. Nosotros le damos la gloria de nuestras alabanzas, y él nos da la gloria de su alegría (Francisco de Sales, Teotimo, o Trattato dell"amor di Dio, Milán 1989, pp. 788ss [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1995]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Dios escoge lo que es pequeño» (cf. Mt 13,31).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Hace algún tiempo me sucedió un episodio que me afectó en lo profundo del alma. Estaba en Roma; esperaba el autobús en la parada que se encuentra casi enfrente de la iglesia de San Juan de Letrán. Estaba conmigo mi madre. Se me acercó una señora muy anciana, vestida con un pequeño abrigo negro, ya lustroso por el uso inveterado al que había sido sometido. Caminaba a pequeños pasos, con la típica rigidez senil del tronco, de la cabeza y de las manos. Me preguntó si quería comprar una protección de hilo de algodón rojo de ganchillo, de esas que sirven para coger ollas y cazuelas sin quemarse. Cogido así, de improviso, dije que no me interesaba. Entonces la viejecita se alejó sin insistir y sin dirigirse a nadie más. Me arrepentí de inmediato, porque comprendí que lo importante no era que yo tuviera necesidad de esa protección, sino que ella tuviera necesidad de venderlas a fin de poder ganar algo. Intercambié una mirada con mi madre, que la alcanzó enseguida y le preguntó a cuánto las vendía. «A mil liras la pieza, señora», respondió; «las he hecho yo misma a mano. Tengo noventa y dos años...». «Le compro las cinco que lleva», dijo mi madre, abriendo el monedero. La viejecita miró a mi madre con una sonrisa cansada y apenas marcada; sin decir nada, se alejó con su andar tranquilo, un andar que dejaba inmóviles los brazos, los hombros y la cabeza.
Esta escena la he repensado, meditado, contemplado dentro de mí muchas veces, no sabría decir cuántas. La viejecita ya se había alejado: qué otra cosa -o quién- nos convenció, para comprar no una, sino todas las protecciones que vendía. Esa es la cuestión: hay una fuerza en el ser pequeño, pobre, sufrido y remisivo; una fuerza, sin embargo, que no le es propia, una fuerza que le viene de fuera. Alguien se la ha puesto dentro, alguien que la posee. No es cuestión de perderse en muchas averiguaciones, Señor, porque sólo hay Uno que pueda poseer tal fuerza, sólo Uno puede haber pensado hacer todo esto: tú. Tú la pusiste en la humildad de aquella viejecita, aunque la pusiste también en el corazón de quien la vio y la sintió. Es la única fuerza que ha existido siempre, que existe y que existirá siempre, la única fuerza que forma una sola cosa contigo, que hace de ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un único Dios: la fuerza de tu amor o, mejor aún, la fuerza del amor que eres (A. Marchesini, Piccolo come un seme di senape, Bolonia 1993).