Sábado XVI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 26 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 24, 3-8: Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros
Sal 49, 1-2. 5-6. 14-15: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza
Mt 13, 24-30: Dejadlos crecer juntos hasta la siega
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 24, 3-8: Alianza del Señor con el pueblo de Israel. Este se ha obligado a observar la ley de Dios, por eso se realiza una alianza con Él sellada con la sangre de un sacrificio. La Nueva Alianza estará sellada con la sangre del Hijo de Dios encarnado, para el perdón de los pecados y se hace presente en la Eucaristía. Ya hemos visto que la alianza de Israel con Dios se rompió muchas veces por la infidelidad del pueblo elegido. Pero Dios, infinitamente misericordioso, siempre la reanudó. Lo hemos expuesto con muchos textos patrísticos. como éste de Melitón de Sardes:
«La salvación del Señor y la realidad fueron prefiguradas en el pueblo judío, y las prescripciones del Evangelio fueron preanunciadas por la ley. De esta suerte, el pueblo era como el esbozo de un plan, y la ley, la letra de una parábola; pero el Evangelio es la explicación de la ley y su cumplimiento y la Iglesia el lugar donde aquello se realiza. Lo que era figura era valioso antes de que se diera la realidad, y la parábola era maravillosa antes de que se diera la explicación. Es decir, el pueblo judío tenía un valor antes de que se estableciera la Iglesia, y la ley era maravillosa antes de que resplandeciera la luz del Evangelio» (Números 4-10).
–El pacto es cantado por el Salmo 49, algunos de cuyos versículos forman el Salmo responsorial de hoy: «Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Congregadme a mis fieles que sellaron mi pacto con un sacrificio». Nuestro Pacto ha sido sellado con el sacrificio de Cristo en la Cruz. Esto es reactualizado sacramentalmente en la Eucaristía. En ella hemos de participar con mente y corazón y ser consecuentes con lo que esa participación exige.
–Mateo 13, 24-30: Dejadlos crecer juntos hasta la siega. Manifiesta la paciencia de Dios que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y que viva. Dice Clemente de Alejandría:
«Si decimos, como se admite universalmente, que todas las cosas necesarias y útiles para la vida nos vienen de Dios, no andaremos equivocados. En cuanto a la filosofía, ha sido dada a los griegos como su propio testamento, constituyendo un fundamente para la filosofía cristiana, aunque los que la practican de entre los griegos se hagan voluntariamente sordos a la verdad, ya porque menosprecian su expresión bárbara, ya también porque son conscientes del peligro de muerte con que las leyes civiles amenazan a los fieles.
«Porque igual que la filosofía bárbara, también en la griega ha sido sembrada la cizaña (Mt 13,25) por aquel cuyo oficio es sembrar cizaña. Por esto nacieron las herejías juntamente con el auténtico trigo, y entre ellos, los que predican el ateísmo y el hedonismo de Epicuro, y todo cuanto se ha mezclado en la filosofía griega contrario a la recta razón, son fruto bastardo de la parcela que Dios había dado a los griegos...» (Stromata 6,8,67).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Éxodo 24,3-8
a) Puede parecernos extraño y hasta un tanto macabro el rito simbólico con el que Moisés y el pueblo ratifican su Alianza con Dios. Sellar un pacto con sangre era un ritual bastante repetido en aquella época. La sangre es símbolo de la vida, y la vida es algo sagrado, que viene de Dios.
Es muy expresiva la ceremonia:
- se levanta una piedra grande a modo de altar, que representa a Yahvé, y doce más pequeñas, una por cada tribu de Israel;
- se sacrifican unos animales (con la ayuda de unos jóvenes forzudos) y la sangre se guarda en recipientes;
- Moisés proclama el texto de la Alianza que el pueblo va a hacer con Dios, y todos contestan: «haremos todo lo que dice el Señor»;
- y, entonces, con la mitad de la sangre, asperja el altar y con la otra mitad, las doce estelas: la misma sangre une a Dios y al pueblo de tal manera, que quedan obligados a cumplir la Alianza, bajo pena de que el que falte a ella pueda sufrir el mismo destino que los animales sacrificados.
b) Nosotros hemos sido salvados por Cristo, y la Nueva Alianza que él ha establecido entre nosotros y Dios ha sido ratificada con su Sangre.
La frase de Moisés en el Sinaí y la que Jesús nos dice en la Ultima Cena, cuando nos encarga que celebremos la Eucaristía como memorial de su muerte, son casi idénticas:
- «ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros», dice Moisés;
- «ésta es mi Sangre de la alianza, que es derramada por muchos», afirma Jesús. Jesús ha añadido una palabra: «mi». Ahora ya no es la sangre de animales.
Es la Sangre de Jesús, derramada en la Cruz. El vino de la Eucaristía, nos dice el, será para siempre su Sangre salvadora, con la que ha sellado la Alianza y de la que participamos cada vez que celebramos su memorial eucarístico.
Éste es el sacrificio que nosotros presentamos, una y otra vez, al Padre y con el que entramos en comunión, en la Eucaristía: el sacrificio de Cristo en la Cruz, que no ha terminado, porque está presente en él, y nos está pidiendo que también sea nuestro sacrificio. Todo lo que nos pasa cada jornada podemos interpretarlo como nuestra participación en la ofrenda que Cristo hace de si mismo. Tomamos tan en serio el sacrificio de Cristo, que queremos entrar en él y ofrecernos también nosotros a Dios para la salvación de la humanidad. Como nos invita el salmo: «ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo». La Eucaristía no es sólo un acto de culto, sino que nos compromete a vivir el mismo estilo de vida de Cristo, o sea, la Nueva Alianza.
2. Mateo 13,24-30
a) Otra parábola tomada del campo y también relacionada con la semilla: el trigo que crece mezclado con cizaña.
Jesús les da a sus discípulos una lección de paciencia. Dios ya sabe que existe el mal, pero tiene paciencia y no quiere intervenir cada vez, sino que deja tiempo para que las personas cambien.
A lo largo del evangelio hay momentos en que los apóstoles se muestran impacientes e intolerantes. Como cuando en un pueblo no les recibieron: «Maestro, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo?». Juan el Precursor también usaba un lenguaje duro: «ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Lc 3,9). Pero Jesús mostró paciencia con los pecadores, y contó la parábola de la higuera a la que el dueño, antes de darla definitivamente por estéril, le concedió tiempo para ver si daba fruto.
El jueves de la próxima semana leeremos otra parábola de Jesús, la de la red del pescador que recoge peces buenos y malos, con la misma lección de paciencia que la de hoy.
b) En este mundo -y también en la Iglesia y dentro de cada uno de nosotros- conviven, de momento, el bien y el mal. Conviene que lo recordemos y no nos pongamos nerviosos.
Jesús nos dice que hay quien siembra cizaña en su campo. Más adelante (lo leeremos el martes de la semana próxima), él mismo nos explicará la parábola. Él habla de «un enemigo» que actúa de noche. No hay que extrañarse de que existan fuerzas opuestas al Reino de Jesús. Hay que tener paciencia y serán poco más tolerantes, no ser demasiado precipitados en nuestros juicios ni dejarnos llevar de un excesivo celo, queriendo arrancar a toda costa la cizaña. Si Dios tiene paciencia y concede a todos un margen de rehabilitación, ¿quiénes somos para desesperar de nadie y para tomar medidas drásticas, con un corazón sin misericordia?
Si, pero ¿y el escándalo? ¿y el mal que pueden hacer los «malos» en la comunidad? No es que Jesús nos invite a no luchar contra el mal, o que no nos advierta que hemos de saber discernir lo que es trigo y lo que es cizaña, lo que son ovejas y lo que son lobos. Sino que nos avisa que no seamos impacientes, que no condenemos ni tomemos la justicia por nuestra mano. Eso lo dejamos a Dios, para cuando él crea llegado el momento, «cuando llegue la siega». Y, por tanto, no nos ponemos en una actitud de queja continua ni de condena sistemática de los demás, buscando una comunidad perfecta y elitista, o como los fariseos, que se creían los perfectos y juzgaban a los demás.
Dios no es ciego. Ve el mal, ve a los malos. Pero tiene paciencia. Todo tiene su tiempo.
Jesús come con los pecadores y publicanos, y consigue, a veces, su conversión. El Reino ya está actuando, aunque no lo parezca y conviva, de momento, con el mal. La Iglesia no es la comunidad de los ya perfectos. Es la comunidad de los que van camino de la salvación, luchando contra el mal en sí mismos y en el mundo. Con respeto a la situación personal y al ritmo de maduración de cada uno. Como hizo Jesús.
«Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros» (1a lectura I)
«Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo» (salmo I)
«¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña? No, que podríais arrancar también el trigo» (evangelio).