Viernes XVI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 26 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 20, 1-17: La ley se dio por medio de Moisés
Sal 18, 8. 9. 10. 11: Señor, tú tienes palabras de vida eterna
Mt 13, 18-23: El que escucha la Palabra y la entiende, ése dará fruto
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 20, 1-17: La ley se dio por medio de Moisés. Dios entregó a Moisés la ley en el monte Sinaí, en ella figuran los diez mandamientos. Cristo dijo que no vi-no a abolir la ley sino a perfeccionarla con la promulgación del programa que lleva al Reino de los cielos.
El interés del Decálogo no radica sólo en su contenido, sino ante todo en su forma. No dimana del derecho natural o del simple fenómeno étnico. Ante todo es la expresión de la voluntad de Dios. Esa es también la base de la moral cristiana. El comportamiento nace en un mandamiento de Dios que abarca los diez preceptos que se reducen al amor a Dios y al prójimo. Para el cristiano la moral natural es recibida por su yo más profundo, es decir, el que vive con Dios que se revela en Jesucristo. Todo hemos de verlo a lo que dice el Señor de Sí mismo: «Yo soy el Señor tu Dios, un Dios celoso» (Ex 20,5). Orígenes dice:
«Ved la bondad de Dios; para instruirnos y hacernos perfectos no teme asumir la debilidad de las pasiones humanas. Entendiendo de hablar de un Dios celoso, ¿quién no se admirará en seguida viendo en ello un defecto de la humana debilidad? Pero Dios lo hace todo y lo sufre todo por nosotros y, para instruirnos, Él pone en su lenguaje las pasiones que nos son conocidas y familiares. Ved, pues, lo que Él quiere decir con esta palabra: «Dios celoso» (Homilía 8,5 sobre el Éxodo).
–Como canto a la ley del Señor es adecuado el Salmo 18: «Señor, Tú tienes palabras de vida eterna. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulce que la miel de un panal que destila».
–Mateo 13, 18-23: El que escucha la palabra y la entiende ése dará fruto. Explicación de la parábola del sembrador. El reino de Dios comienza ya aquí abajo con las palabras sublimes, y al mismo tiempo sencillas, de Cristo. La acogida que se dé en el espíritu nos convertirán en ciudadanos del Reino.
Jesús se plantea el problema de los fracasos y de las resistencias que se oponen a su mensaje: ceguera de los escribas, entusiasmo superficial de las masas, desconfianza de los parientes, dureza de corazón, afición a las cosas del mundo, a las riquezas, a los honores, al poder. Pretende dar un sentido a esta incomprensión y lo descubre en la oposición entre el trabajo casi infructuoso del sembrador y la rica cosecha que se recogerá en el tiempo oportuno. Jesús piensa en su misión difícil y la analiza a la luz del juicio que se acerca. Dificultades las tuvo Cristo y las ha tenido la Iglesia en toda su historia, pero también ubérrimos frutos de santidad. San Efrén comenta:
«¿Quién es capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos que concentrara su reflexión» (Comentario al Diatésaron 1,18).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Éxodo 20,1-17
a) La página de hoy condensa los diez mandamientos, el Decálogo de la Alianza entre Dios y su pueblo. De los capítulos 20-23 del Libro del Éxodo, sólo leemos el comienzo, para pasar después a la ratificación simbólica de la Alianza en el capitulo 24.
Todo empieza con una frase básica: «yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la esclavitud de Egipto». Las normas de vida que el pueblo recibe no vienen de un Dios extraño, lejano. Vienen del mismo Dios que les quiere como un padre, que les ha liberado de la opresión, que les acompaña en su camino.
Los diez mandamientos -que en los capítulos siguientes están mucho más detallados- resumen el estilo de vida que se pide al pueblo elegido. Unos se refieren a la relación con Dios, empezando por el primero y más importante: «no tendrás otros dioses frente a mí».
Los otros dan normas sobre el trato a los demás, empezando por el «honra a tu padre y a tu madre».
b) Los mandamientos de la primera Alianza siguen siendo válidos. Son «diez palabras» (eso es lo que significa «decálogo») que Dios nos ha dirigido de una vez por todas, para que vivamos según sus caminos.
Jesús no suprimió los mandamientos. Les dio motivaciones más profundas («amaos como yo os he amado») y los completó (sobre todo, con las bienaventuranzas y el sermón de la montaña).
Los mandamientos no nos quitan la libertad: al contrario, son el camino de una vida digna, libre, en armonía con Dios y con el prójimo, que es el mejor modo de estar también en armonía con nosotros mismos. Los mandamientos son el camino para la verdadera liberación.
Podemos decir con humildad y alegría: «tú tienes palabras de vida eterna... la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma... los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón», reconociendo el principio básico: «Yo soy el Señor tu Dios».
Sería muy útil que nos asomásemos hoy a las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a los mandamientos, entendidos ahora desde Cristo (3a parte: «La vida en Cristo»; segunda sección: «los diez mandamientos» no. 2052-2557). Es una buena actualización de esas palabras normativas de Dios, que siguen válidas para toda la humanidad y para nosotros, los cristianos.
2. Mateo 13,18-23
a) Jesús explica otro aspecto de la parábola del sembrador: las diversas clases de terreno que suele encontrar la Palabra de Dios. Jesús mismo hace hoy la «homilía»: la aplicación de la Palabra a nuestra vida.
Los diversos terrenos que encuentra la semilla que sale de la mano del sembrador se describen muy claramente:
- la que cae al lado del camino y desaparece pronto por obra del maligno;
- la que cae entre piedras y no arraiga, porque es superficial e inconstante y ante cualquier dificultad sucumbe;
- la que se siembra entre zarzas y espinas, que no llega a prosperar por las diversas preocupaciones de la vida, sobre todo la de las riquezas;
- y, finalmente, la semilla que cae en tierra buena, la tierra de quien escucha y acoge la Palabra, y produce el ciento o el sesenta o el treinta por uno.
b) Dios quiere que, en nuestro terreno, su Palabra produzca siempre el ciento por ciento de fruto.
¿Nos atreveríamos a decir que es así? Bueno será que nos preguntemos cada uno por qué la semilla del Sembrador, Cristo, no produce todo el fruto que él espera: ¿estamos distraídos? ¿somos superficiales? ¿andamos preocupados por otras muchas cosas y no acabamos de prestar atención a lo que Dios nos dice? ¿tenemos miedo a hacer caso del todo a su Palabra?
A lo largo de las páginas del evangelio, se ve que la predicación de Jesús no en todos produce fruto: por superficialidad, hostilidad o inconstancia. Cuando, por ejemplo, Jesús les anunció el don de la Eucaristía -diciéndoles que sólo si creían en él, más aún, si le comían, iban a tener vida-, se le marchó un buen grupo de discípulos, asustados de lo que exigía el Maestro (Jn 6,60).
La Palabra que Dios nos dirige es siempre eficaz, salvadora, llena de vida. Pero, si no encuentra terreno bueno en nosotros, no le dejamos producir su fruto. ¿Se nos nota durante la jornada que hemos recibido la semilla de la Palabra y hemos recibido a Cristo mismo como alimento?
«Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón» (salmo I)
«El que escucha la Palabra y la entiende, ése dará fruto» (evangelio).