Jueves XVI Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 18 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Jer 2, 1-3. 7-8. 12-13: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes agrietados
Sal 35, 6-7ab. 8-9. 10-11: En ti, Señor, está la fuente viva
Mt 13, 10-17: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Jeremías 2,1-3.7-8.12-13: Hicieron aljibes agrietados y me abandonaron a Mí, Fuente de agua viva. Tiempo de decadencia en Israel. Su pecado está bien expresado y se muestra en toda su maldad. Los responsables del pueblo –sacerdotes, legistas, reyes y profetas– no han reconocido a Yavé en el don de la tierra prometida con la misma fuerza que han sentido su presencia en la ley, el culto y el poder (7-8). Nada tiene entonces de asombroso que sus sistemas legalistas o litúrgicos, aislados de la Fuente de agua viva, sean cisternas incapaces para retener el agua. Todo el esfuerzo religioso se construye sin el auxilio divino y sin su conocimiento de su presencia es vano e infructuoso. San Ireneo dice:
«Porque donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y la totalidad de la gracia. El Espíritu es la verdad... Por esto, los que no participan del Espíritu, ni van a buscar el alimento en los pechos de su Madre (La Iglesia), ni reciben nada de la limpidísima fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que por el contrario ellos mismos se construyen «cisternas agrietadas» (Jer 2,13) hurgando la tierra y beben el agua maloliente del fango, al querer escapar a la fe de la Iglesia por temor de equivocarse rechazan el Espíritu, y así no pueden recibir enseñanza alguna. Puesto que se han apartado de la verdad, es natural que se revuelvan en toda suerte de errores y que se sientan zarandeados por ellos» (Contra las herejías III, 24,1).
–Por eso decimos con el Salmo 35: «en Ti, Señor, está la fuente viva y en tu Luz nos haces ver la luz». «Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes; tu justicia hasta las altas cordilleras, tus sentencias son como el océano inmensas. ¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a las sombras de tus alas, se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias. Porque en Ti está la Fuente viva y en tu Luz nos hace ver la luz. Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, tu justicia con los rectos de corazón».
–Mateo 13 10-17: A vosotros se os ha dado a conocer los secretos del Reino. La razón del empleo de las parábolas en la predicación de Cristo. Sólo los cercanos a Él, sus íntimos, pueden entender su pleno sentido. Clemente de Alejandría comenta:
««Al que tiene se le dará» (Mt 13,12). Al que tiene fe se le dará conocimiento; al que tiene conocimiento, amor; al que tiene amor, la herencia. Esto acontece cuando el hombre está adherido al Señor por la fe, por el conocimiento y por el amor, y se remonta con él al lugar donde está Dios, el Dios preservador de nuestra fe y nuestro amor, de donde procede el conocimiento para aquellos que son capaces de este privilegio y que son elegidos por su anhelo de una mejor preparación y entrenamiento. Estos son los que están dispuestos a oír lo que les dice, a poner en orden sus vidas a progresar por una cuidadosa observancia de la ley de la justicia. Este conocimiento es lo que les conduce hasta el fin, el término final que no tiene fin, enseñándoles la vida que hemos de poseer, una vida según Dios, cuando quedemos liberados de todo castigo y corrección que ahora soportamos a consecuencia de nuestras maldades, como disciplina salvadora. Cuando, pues, hayan recibido esta liberación, los perfectos alcanzarán su recompensa y sus honores» (Stromata 7,10,55-56).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Jeremías 2,1-3.7-8.12-13
a) De nuevo leemos en Jeremías -como lo habíamos hecho en Miqueas el lunes pasado una querella judicial de Yahvé contra su pueblo. Esta vez pone como testigos a los cielos, para que oigan su queja: «espantaos, cielos, horrorizaos y pasmaos...»
¿Qué había hecho Yahvé? Sólo el bien: había liberado al pueblo, lo había conducido con cariño inmenso a la tierra prometida.
¿Cómo respondió Israel? Al principio, en el desierto -reciente todavía la salida de Egipto- sí, amaba a Dios con amor de novia y le seguía. Pero luego, cuando entró en Canaán, se sucedieron las infidelidades: profanaron la Alianza con toda clase de idolatrías. Los sacerdotes, los doctores de la ley, los pastores y los profetas -las clases dirigentes- fueron los primeros en desviarse de su deber, dando mal ejemplo a todos.
Unos y otros cayeron en la peor necedad: «me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua».
b) ¿Mereceríamos nosotros, los cristianos -y, más aun, los religiosos o los ministros ordenados de la Iglesia- este reproche de Dios?
Las lecturas no se proclaman para que nos enteremos de lo que pasaba seiscientos años antes de Cristo. Son una palabra dicha por el Dios viviente, hoy y aquí, para nosotros.
Esta palabra nos interpela seriamente. ¿Hemos aflojado en nuestro amor primero y en nuestra memoria agradecida hacia los beneficios continuos de Dios? ¿hemos sido infieles a la Alianza? Y si somos religiosos o ministros en la comunidad, ¿hemos guiado mal a los demás, escandalizándolos con nuestro ejemplo de infidelidad?
También nosotros podríamos reconocer, si somos sinceros, que nos estamos construyendo cisternas agrietadas, de aguas contaminadas, que no apagarán nunca nuestra sed.
Jesús se presenta a sí mismo como el agua viva, en el diálogo con la samaritana, junto al pozo de Jacob. Y nos ha dicho: «si alguno tiene sed, venga a mí y beba». El agua viva y fresca que nos da Cristo es su Espíritu (Jn 7,37-39). ¿Estamos, más o menos conscientemente, tratando de saciar nuestra sed (nuestras varias clases de sed) en otros aljibes, que ya se nos ha avisado que no nos servirán para nada?
Podemos rezar por nuestra cuenta el salmo: «¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Tú nos das a beber del torrente de tus delicias. Porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz».
2. Mateo 13,10-17
a) «¿Por qué les hablas en parábolas?». Las parábolas de Jesús tienen claridad y pedagogía para hacer entender su intención a todos. Menos a los que no quieren entenderla.
Si ayer la parábola del sembrador empezaba hablándonos de la siembra y del fruto final, hoy la explicación que empieza a dar Jesús -y que terminará mañana- se fija, más bien, en aquellas personas que no están dispuestas a que la semilla produzca fruto en sus vidas.
¿Por qué unos entienden y otros no? Las parábolas pueden resultar sencillas de entender o impenetrables... Jesús habla de personas que oyen pero no entienden, y miran pero no ven: la explicación es que «son duros de oído y han cerrado los ojos para no ver ni oír ni entender ni convertirse».
En el fondo, la conducta de cada uno y las actitudes que ha tomado ya previamente, son las que deciden si ve o no ve, si quiere ver o no. Cada persona es responsable de captar el don de Dios, acogerlo o rechazarlo.
b) Es de suponer que Jesús nos puede dirigir a nosotros la bienaventuranza: «dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen». Los ojos de los sencillos son los que descubren los misterios del Reino. No los ojos de los orgullosos o complicados.
Hemos recibido de Dios el don de la fe y con sencillez intentamos responder a ese don desde nuestra vida. Nos hemos enterado del proyecto de salvación de Cristo y lo estamos siguiendo.
Pero también podemos hacer ver que no oímos o que no entendemos, porque, en el fondo, no nos interesa aceptar el contenido de lo que oímos o de lo que vemos. Y no hay peor sordo que el no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.
¿Hacemos caso, cada día, de la Palabra que oímos? ¿nos dejamos interpelar por ella también cuando resulta exigente y va contra la corriente de este mundo o contra los propios gustos? Nosotros, que hemos recibido más gracias de Dios que otros muchos, deberíamos ser también mucho más generosos en nuestra aceptación de su semilla y dar más frutos que otros. Si tomásemos en serio las lecturas, nuestra vida seria bastante distinta.
«En ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz» (salmo II)
«Dichosos vuestros ojos porque ven» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Jeremías 2,1-3.7-8.12ss
La palabra que el Señor confía a Jeremías para que la transmita tiene aquí la forma de una requisitoria severa y apasionada, en la que YHWH pone a Israel frente a sus propias responsabilidades y le pide cuentas de su infidelidad a la alianza. Dios tiene presente en el corazón y en la mente el tiempo del Éxodo y de la estancia en el desierto, un tiempo idílico de comunión, en el que el pueblo respondía con docilidad y obediencia a su amor absoluto (v 2). Por su parte, Dios ha tutelado de todos los modos posibles a Israel, su propiedad (v. 3), y, fiel a la promesa, lo guió a la rica y fértil tierra de Canaán (v. 7a).
El cambio de actitud del pueblo motiva la acusación: una vez en sitio seguro, Israel abandonó a su Dios; su pecado ha profanado la tierra que habita y que es santa por ser de Dios (v 7b). Es extraordinariamente grave que los guías del pueblo (sacerdotes, reyes, profetas) hayan sido los primeros en traicionar la alianza volviéndose a los ídolos. Toda la creación está llamada a ser testigo de un hecho tan absurdo: aunque el pueblo ha experimentado la plenitud de vida en la comunión con el Dios vivo, lo abandona ahora prefiriendo a los ídolos. Es el mismo estúpido dramatismo de quien, sediento, en vez de dirigirse a la fuente de agua viva, prefiere ponerse a excavar aljibes que, al agrietarse, acaban por perder el agua que retenían (vv 12ss).
Evangelio: Mateo 13,10-17
Al comienzo del largo «sermón en parábolas», inserta Mateo la pregunta sobre el «porqué» de las parábolas y del rechazo de la Palabra de Jesús por parte de Israel. Era ésta una pregunta importante para los cristianos de las primeras comunidades, que, por una parte, se encontraban frente a la necesidad de explicar e interpretar un tipo de anuncio que se había vuelto inaccesible de manera inmediata y, por otra, sufrían la oposición y el escándalo del pueblo elegido, que, en una gran parte, no había acogido al Mesías. La respuesta parte del reconocimiento de la antítesis aparecida ya en la parábola del sembrador: hay quien se muestra disponible y quien, por el contrario, ofrece resistencia a la Palabra de Jesús. La diferente disposición interior establece la diferencia entre el «ver» y el «oír»: conversión y consecuente bienaventuranza para los unos, incomprensión y exclusión del don para los otros. El texto profético de Is 6,9ss, en el que Dios anuncia al profeta los obstáculos que encontrará en el ejercicio de su misión, da razón de lo que antes Jesús y después la Iglesia tendrán que vivir. Si bien el lenguaje semítico refiere a Dios la causa primera de los acontecimientos, no es ciertamente él quien determina la docilidad y la dureza del corazón. El hombre está llamado a asumir en primera persona la responsabilidad de su propia elección frente a la Palabra que hoy se le dirige, puesto que hoy es el tiempo favorable para la salvación (cf. 2 Cor 6,2).
MEDITATIO
No es difícil ver, si miramos alrededor, cuántas relaciones superficiales existen. Y no sólo las de «conveniencia», en las que apenas se intercambian el saludo o dos palabras sobre el tiempo o sobre el partido de fútbol, sino también en otras que son fundamentales: entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre personas que comparten una misma opción religiosa, existencial...
Vemos relaciones sin raíces profundas, que terminan. Y estaría bien que nos preguntáramos por qué resulta tan difícil embarcarse en un compromiso que dure toda la vida. La Palabra del Señor nos propone hoy que miremos dentro de nuestro corazón, que lo toquemos, que verifiquemos la disponibilidad que tiene para hacer un esfuerzo e ir más allá de la superficialidad; también en nuestra relación con el Señor. De manera diferente, nos escapa el sentido de lo que vivimos, y puede pasarnos que seamos como los judíos, que, por no mostrarse disponibles a comprometerse a fondo con el Señor, rechazaban su amor vivificante por cultos de muerte. Resulta paradójico, pero tal vez no alejado de nuestra experiencia, que -estando hambrientos de amor- no veamos a Dios, que es amor, y no escuchemos en serio su Palabra; que -estando desorientados por el vacío y la falta de sentido del vivir- cerremos los ojos y los oídos frente a quien nos da testimonio de Dios como verdad y como vida. Toquemos nuestro corazón: todavía estamos a tiempo de convertirnos.
ORATIO
Es verdad, Señor, a veces soy precisamente un holgazán. El empleo de productos de todo tipo «listos para usar» me ha acostumbrado al «todo fácil», al «todo enseguida», y me he convencido de que también en las cosas del espíritu funcionan las cosas así. Confieso, Señor, que he preferido las muchas palabras brillantes, aunque inconsistentes, proclamadas por el charlatán de turno, a tus palabras, duras de comprender, pero vivificantes. También yo he pensado que la fe en ti era una baratija infantil, una baratija que hemos de conservar en el desván, metida en el baúl de los viejos recuerdos...
Perdóname, Señor, no he comprendido nada. Sostén en mí el deseo de convertirme a ti: necesito unos ojos limpiados por la fe y unos oídos que no se confundan entre tantos sonidos, sino que sepan distinguir tu voz. Necesito sobre todo, Señor, un corazón disponible para acoger la verdad sobre ti y la verdad sobre mí, dispuesto a amar y suficientemente humilde para dejarse amar como tú quieres amarlo. Lo necesito y sé que tú estás dispuesto desde hace mucho tiempo a darme todo esto: sólo estás esperando mi «sí». Entonces podré correr y calmar mi sed ardiente no en los «aljibes» de la moda y del mercado, sino en la «fuente de agua viva» de tu Palabra y de tus sacramentos. Y tal vez, si yo voy, también otros vendrán conmigo.
CONTEMPLATIO
Oh, si tú, Dios misericordioso y Señor piadoso, te dignaras llamarme a la fuente para que también yo, junto con todos los que tienen sed de ti, pudiera beber del agua viva que mana de ti, fuente de agua viva. Oh Señor, tú mismo eres esa fuente eternamente deseable, en la que continuamente debemos beber y de la que siempre tendremos sed. Danos siempre, oh Cristo Señor, esta agua viva que brota para la vida eterna. Tú lo eres todo para nosotros: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios. Te ruego, oh Jesús nuestro, que inspires nuestros corazones con el soplo de tu Espíritu y que traspases con tu amor nuestras almas, para que cada uno de nosotros pueda decir con toda verdad: «Hazme conocer a aquel que ama mi alma» (cf. Cant 1,6); estoy herido, en efecto, por tu amor (Columbano, Instrucción XIII sobre Cristo fuente de vida, 2ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Que mis ojos vean, y que oigan mis oídos».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Volviéndose después a los discípulos, les dijo en privado: "Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis"» (Lc 10,23). Una bienaventuranza que, sin embargo, ni siquiera a los discípulos les sirvió de mucho. Y es que, aunque fueron testigos oculares de las maravillas del Reino, y fueron compañeros de Cristo y compartieron con él los días y fueron comensales suyos, a pesar de todo se ha escrito de ellos que -todos- al final le abandonaron y le traicionaron. Con eso está dicho lo difícil que resulta ser coherente y creer de verdad y aceptar a Cristo. Una bienaventuranza que yo, por ejemplo, pienso que me podría ser atribuida con gran dificultad.
Es cierto, la pregunta es sólo una: Ha sido creído Jesús alguna vez en serio? ¿Quién le ha acogido?
«Dichosos los ojos que ven...». No, esos ojos no eran dichosos, porque «no veían». ¡Si al menos fueran bienaventurados nuestros ojos! ¡Y decir que nosotros vemos, que sabemos! Estamos convencidos de que no hay otras respuestas a estas benditas cuestiones eternas: por qué sufrir, por qué morir, cómo salvarnos, qué hacer para tener la vida. Estamos convencidos de que él es la respuesta que todos buscan, la razón por la que vale la pena luchar. No, nuestros ojos no son dichosos. Ni siquiera vemos el mal mortal que nos causamos con nuestras propias manos. Está escrito que no es con la dialéctica como Dios quiere salvar al hombre. Puedo hacer el más bello discurso religioso, pero si no tengo fe no me ayuda en nada. Más aún, si no tengo ni fe ni amor tampoco sirve de nada: dado que el amor es el signo supremo de la fe, el signo verdadero en el que creo (D. M. Turoldo, Anche Dio é infelice, Casale M. 1991).