Jueves XVI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 26 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 19, 1-2. 9-11. 16-20b: El Señor bajará al monte Sinaí a la vista del pueblo
Dn 3, 52. 53. 54. 55. 56: Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres.
Mt 13, 10-17: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 19, 1-2.9-11.16-20: El Señor bajará al monte Sinaí a la vista de todos. La teofanía del Sinaí fue impresionante: nube, tormenta, relámpagos. Todo para revelar Dios su mensaje a Moisés, mediador entre Dios y su pueblo. Trascendencia de Dios. Comenta San Agustín:
«Allí el pueblo se mantuvo en pie a distancia; existe el temor, aún no el amor. En efecto, a tanto llegó su temor que dijeron a Moisés:«háblanos tú, y no el Señor, no sea que muramos». Descendió, pues, según está escrito, Dios al monte Sinaí en el fuego, pero atemorizando al pueblo, que se mantenía a pie a distancia, y escribiendo con su dedo en la piedra, no en el corazón. En cambio, cuando vino el Espíritu Santo, los fieles estaban congregados en unidad; no sólo no los aterrorizó en el monte, sino que entró en la casa. En efecto, de repente se produjo un estruendo procedente del cielo, como de un viento fuerte; a pesar del estruendo nadie se asustó. Escuchaste el estruendo ya, ve ahora el fuego y el ruido, pero allí había también humo, mientras que aquí se trataba de un fuego sereno» (Sermón 105,6).
–Como salmo responsorial se ha escogido algunos versos del cántico de los tres jóvenes del libro de Daniel, 3: «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros Padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito en el templo de tu santa gloria... sobre el trono de tu reino..., sentado sobre querubines...»
Composición bellísima. Empieza a alabar al Dios de los Padres que con ellos ha hecho la alianza y que se ha manifestado glorioso en su nombre en la historia prodigiosa de Israel. A pesar de esas manifestaciones Él sigue siendo Altísimo y trascendente, sentado sobre querubines y penetrando con su mirada lo más profundo de los abismos. Desde el cielo asiste majestuoso, desplegando su providencia sobre su pueblo y sobre los justos. Por eso todas las criaturas lo alaban y nosotros con ellas y en nombre de ellas.
–Mateo 13 10-17: A vosotros se os ha dado a conocer los secretos del Reino. La razón del empleo de las parábolas en la predicación de Cristo. Sólo los cercanos a Él, sus íntimos, pueden entender su pleno sentido. Clemente de Alejandría comenta:
««Al que tiene se le dará» (Mt 13,12). Al que tiene fe se le dará conocimiento; al que tiene conocimiento, amor; al que tiene amor, la herencia. Esto acontece cuando el hombre está adherido al Señor por la fe, por el conocimiento y por el amor, y se remonta con él al lugar donde está Dios, el Dios preservador de nuestra fe y nuestro amor, de donde procede el conocimiento para aquellos que son capaces de este privilegio y que son elegidos por su anhelo de una mejor preparación y entrenamiento. Estos son los que están dispuestos a oír lo que les dice, a poner en orden sus vidas a progresar por una cuidadosa observancia de la ley de la justicia. Este conocimiento es lo que les conduce hasta el fin, el término final que no tiene fin, enseñándoles la vida que hemos de poseer, una vida según Dios, cuando quedemos liberados de todo castigo y corrección que ahora soportamos a consecuencia de nuestras maldades, como disciplina salvadora. Cuando, pues, hayan recibido esta liberación, los perfectos alcanzarán su recompensa y sus honores» (Stromata 7,10,55-56).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Éxodo 19,1-2.9-11.16-20
a) Fue espectacular la escenografía con la que Dios se apareció a su pueblo, en el monte Sinaí o el Horeb, donde ya se había aparecido a Moisés y hará después con Elías. Dios se sirve también de los fenómenos naturales para dar a conocer su presencia salvadora. Como la zarza ardiente había sido un signo en el encuentro con Moisés, aquí es lo que se podría interpretar como una gran tormenta resonando en el macizo de la montaña, o como un movimiento sísmico o incluso un fenómeno de erupción volcánica, con humaredas grandiosas, fuego y estrépito. Dios prepara psicológicamente al pueblo antes de dictarle las cláusulas de la Alianza: los próximos cinco capítulos del Éxodo los ocupa el texto de esta Alianza.
El pueblo reconoce la grandeza de Dios y se purifica para encontrarse con él aunque sólo Moisés es invitado a subir al monte. El cántico de Daniel es muy adecuado para prolongar el clima de la lectura: «Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres... Bendito eres en el templo de tu santa gloria, tú que sondeas los abismos».
b) En el NT Dios se nos ha acercado mucho más suavemente. Como a Elías en una ligera brisa, a nosotros nos ha venido en la forma de un niño que nace en Belén, como un trabajador, como una persona que no quiere quebrar la caña medio cascada ni apagar el pábilo vacilante.
Es verdad que, en Pentecostés, el envío del Espíritu sobre la primera comunidad también se expresa con un lenguaje que recuerda la teofanía del Sinaí: ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso y unas lenguas como de fuego. Pero el estilo del acercamiento de Dios a nosotros es mucho más pacífico que el del Sinaí.
Nuestro encuentro con él es, por ejemplo, la proclamación de su Palabra, o la celebración de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, o a través de las palabras y los ejemplos de las personas que nos rodean.
Además de sentir la misma admiración por las grandes obras de Dios y de reconocer su grandeza y su fuerza, ojalá sepamos descubrirle en estas cosas tan sencillas y tan profundas a la vez, en lo de cada día, no en los milagros, las apariciones o los fenómenos extraordinarios. El camino que nos ha enseñado Jesús es el de la sencillez y la cotidianidad.
2. Mateo 13,10-17
a) «¿Por qué les hablas en parábolas?». Las parábolas de Jesús tienen claridad y pedagogía para hacer entender su intención a todos. Menos a los que no quieren entenderla.
Si ayer la parábola del sembrador empezaba hablándonos de la siembra y del fruto final, hoy la explicación que empieza a dar Jesús -y que terminará mañana- se fija, más bien, en aquellas personas que no están dispuestas a que la semilla produzca fruto en sus vidas.
¿Por qué unos entienden y otros no? Las parábolas pueden resultar sencillas de entender o impenetrables... Jesús habla de personas que oyen pero no entienden, y miran pero no ven: la explicación es que «son duros de oído y han cerrado los ojos para no ver ni oír ni entender ni convertirse».
En el fondo, la conducta de cada uno y las actitudes que ha tomado ya previamente, son las que deciden si ve o no ve, si quiere ver o no. Cada persona es responsable de captar el don de Dios, acogerlo o rechazarlo.
b) Es de suponer que Jesús nos puede dirigir a nosotros la bienaventuranza: «dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen». Los ojos de los sencillos son los que descubren los misterios del Reino. No los ojos de los orgullosos o complicados.
Hemos recibido de Dios el don de la fe y con sencillez intentamos responder a ese don desde nuestra vida. Nos hemos enterado del proyecto de salvación de Cristo y lo estamos siguiendo.
Pero también podemos hacer ver que no oímos o que no entendemos, porque, en el fondo, no nos interesa aceptar el contenido de lo que oímos o de lo que vemos. Y no hay peor sordo que el no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver.
¿Hacemos caso, cada día, de la Palabra que oímos? ¿nos dejamos interpelar por ella también cuando resulta exigente y va contra la corriente de este mundo o contra los propios gustos? Nosotros, que hemos recibido más gracias de Dios que otros muchos, deberíamos ser también mucho más generosos en nuestra aceptación de su semilla y dar más frutos que otros. Si tomásemos en serio las lecturas, nuestra vida seria bastante distinta.
«Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, a ti gloria y alabanza por los siglos» (salmo I)
«Dichosos vuestros ojos porque ven» (evangelio).