Martes XVI Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 24 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 14, 21—15,1: Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto
Ex 15, 8-9. 10 y 12. 17: Cantemos al Señor: sublime es su victoria
Mt 12, 46-50: Señalando con la mano a los discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 14, 21-15,1: Los israelitas entraron en medio del mar Rojo a pie enjuto. Todo esto se ha interpretado en el Nuevo Testamento y en la tradición patrística como figura de la liberación del pecado original por medio del bautismo. Predica San Agustín en una Vigilia Pascual celebrada en Hipona:
«Amadísimos, ningún fiel dudará de que el paso de aquel pueblo por el mar Rojo fue figura de nuestro bautismo. Así, liberados por el bautismo y bajo la guía de nuestro Señor Jesucristo, de quien era figura Moisés; del diablo y de sus ángeles, quienes cual Faraón y egipcios, nos atribulaban, sometiéndonos a fabricar ladrillos, es decir, al lodo de la carne... Para nosotros están muertos aquellos que ya no pueden someternos a su dominio, porque nuestros mismos delitos, causantes de nuestra sumisión, han sido destruidos y como sumergidos en el mar. Cantemos, por lo tanto, al Señor... arrojó caballo y caballero (Ex 15,1); destruyó en el bautismo a la soberbia y al soberbio. Este cántico lo entona quien ya es humilde y súbdito de Dios.
«El Señor no se ha mostrado grande y glorioso en favor del soberbio, que busca su propia gloria y se engrandece a sí mismo. En cambio el impío, justificado ya, creyendo en el que justifica al impío, para que su fe se le compute como justicia, a fin de que el justo viva de la fe, no sea que, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se someta a la de Dios, canta con toda verdad como su ayuda y protector, en orden a la salvación, al Señor, su Dios, al que honra... Arrojó al mar el carro del Faraón y su ejército (Ex 15,3-4).
«Destruyó en el bautismo la altanería humana y la caterva de los innumerables pecados que militaban en nosotros a favor del diablo... El que hizo sagrado el bautismo con su cruenta muerte, en la que se consumieron nuestros pecados, sumergió en el mar Rojo a todos los enemigos...» (Sermón 363,1-2).
–El Salmo responsorial es el canto de Moisés del que se trató ayer y en la lectura anterior.
–Mateo 12, 46-50: Estos son mi madre y mis hermanos, dijo Jesús señalando a sus discípulos. La primacía espiritual está sobre la carne. San Agustín ha comentado muchas veces este evangelio:
«Mientras trataba algunas cosas del reino de los cielos con sus discípulos, la madre estaba fuera y se le dijo que estaba allí. Digo que le anunciaron que su madre con sus hermanos, esto es, con sus parientes, estaba fuera. ¿Qué madre? Aquella madre que le concibió por la fe, aquella madre que, permaneciendo virgen, le dio a luz, aquella madre fiel y santa, estaba fuera y se lo anunciaron. Si Él hubiera interrumpido las cosas que trataba y hubiera salido a su encuentro, habría edificado en su corazón un afecto humano, no divino.
«Para que tú no escucharas a tu madre, cuando te retrae del reino de los cielos, Él, por hablar del reino de los cielos, desdeñó hasta a la buena María. Si Santa María, queriendo ver a Cristo, es desdeñada, ¿qué madre habrá de ser oída cuando impide ver a Cristo? Recordemos lo que entonces respondió cuando le anunciaron que su madre y sus hermanos, esto es, los parientes de su familia, estaban fuera. ¿Qué respondió?... extendiendo la mano a sus discípulos, estos son, dijo, mis hermanos. «Quien hace la voluntad de mi Padre que me envió es para Mí un hermano, hermana y madre» (Mt 12,48-50). Rechazó la sinagoga de la que fue engendrado, y encontró a los que Él engendró. Y si los que hacen la voluntad del que le envió son madre, hermano y hermana, queda comprendida su Madre María» (Sermón 65,A,6).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Éxodo 14,21-15,1
a) Los versículos centrales del paso del Mar Rojo, que hoy escuchamos, también los leemos en nuestra Vigilia Pascual.
Para Israel, este hecho es como el artículo fundamental de su fe: Dios los ha salvado de la esclavitud de Egipto. No nos extrañemos que haya varias tradiciones o versiones de este acontecimiento, con repeticiones y divergencias. Unas son más sobrias, otras han mitificado la gran victoria de Dios contra los enemigos de Israel.
La versión más plausible es la primera de las que escuchamos hoy. Los judíos supieron aprovechar una especie de marea baja, cuando el fuerte viento del este secó las aguas más superficiales de aquel paso. Mientras que a los egipcios se les nublaron las ideas, obcecados por dar alcance a los fugitivos, y no se dieron cuenta de que las aguas volvían a su cauce. No tenían que haber entrado en el terreno pantanoso, que fue la ruina de sus carros y de todos ellos. El lenguaje bíblico dice que «Dios endureció sus corazones». La otra versión, que también aparece en la lectura, más épicamente contada, es que las aguas formaron como una muralla a derecha e izquierda del pueblo.
Lo importante es que el pueblo interpreta que «aquel día el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto: Israel vio la mano grande del Señor y temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo».
El salmo narra de nuevo el paso del Mar Rojo, más poéticamente, haciéndonos cantar el cántico que el Éxodo trae a continuación de este suceso fundamental: «cantemos al Señor, sublime es su victoria... al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas...».
b) Cuando leemos este episodio en la noche pascual, o lo cantamos en las vísperas dominicales, deberíamos entender la Pascua en un triple nivel:
- como los judíos, estamos convencidos de que aquel día Dios salvó a Israel; lo cantamos en el pregón pascual: «ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y les hiciste pasar a pie el Mar Rojo»; era la primera pascua;
- esa pascua es figura de la segunda, la de Cristo, que pasa a la Nueva Vida de Resucitado a través de la muerte: «esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo»;
- pero también recordamos que esa pascua de Jesús nos ha salvado a todos, y que los cristianos, por las aguas del Bautismo, hemos experimentado, de alguna manera, el paso de la tiniebla a la luz, de la esclavitud a la libertad: «esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos». O, como dice la oración que sigue a la lectura en la Vigilia: «el Mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo liberado de la esclavitud, imagen de la familia cristiana».
Ya sabemos que ese paso es el inicio del camino: toda la vida estaremos luchando contra el mal, intentando liberarnos de toda esclavitud. Pero en el Bautismo ya nos ha alcanzado el amor de Dios y su gracia liberadora, que no nos abandonarán ya nunca más.
Es una convicción que nos debe dar ánimos en todo momento y que debemos saber comunicar a otros, ante las dificultades de su vida.
2. Mateo 12,46-50
a) El episodio es sencillo: la madre y los parientes de Jesús quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir.
Jesús, quien, seguramente, luego les atendería con toda amabilidad, aprovecha para anunciarnos el nuevo concepto de familia que se va a establecer en torno a él. No van a ser decisivos los vínculos de la sangre: «el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Naturalmente, no niega los valores de la familia humana. Pero aquí le interesa subrayar que la Iglesia es suprarracial, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. La familia de los creyentes no se va a fundar en criterios de sangre o de raza. Los que creen en Jesús y cumplen la voluntad de su Padre, ésos son su nueva familia. Incluso a veces, si hay oposición, Jesús nos enseñará a renunciar a la familia y seguirle, a amarle a él más que a nuestros propios padres.
b) Jesús habla de nosotros, los que pertenecemos a su familia por la fe, por el Bautismo, por nuestra inserción en su comunidad. Eso son nuestro mayor titulo de honor.
Pero también podemos aceptar otra lección: pertenecer a la Iglesia de Jesús no es garantía última, ni la prueba de toque de que, en verdad, seamos «hermanos y madre» de Jesús. Dependerá de si cumplimos o no la voluntad del Padre. La fe tiene consecuencias en la vida. Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús.
Como María, la Madre, que entra en pleno en esta nueva definición de familia, porque ella sí supo decir -y luego cumplir- aquello de «hágase en mi según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Los Padres decían que fue madre antes por la fe que por la maternidad biológica. Es el mejor modelo para los creyentes.
Cuando acudimos a la Eucaristía, a veces no conocemos a las personas que tenemos al lado. Pero también ellas son creyentes y han venido, lo mismo que nosotros, a escuchar lo que Dios nos va a decir, a rezar y cantar, a celebrar el gesto sacramental de la comunión con el Resucitado. Ahí es donde podemos acordarnos de que la familia a la que pertenecemos como cristianos es la de los creyentes en Jesús, que intentan cumplir en sus vidas la voluntad de Dios.
Por eso, todos con el mismo derecho podremos elevar a Dios la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro, que estás en el cielo...».
«Israel vio la mano grande del Señor y creyó en el Señor» (1a lectura I)
«El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (evangelio).