Sábado XV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 10 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Miq 2, 1-5: Codician los campos y se apoderan de las casas
Sal 10, 1-2. 3-4. 7-8. 14: No te olvides de los humildes, Señor
Mt 12, 14-21: Les mandó que no lo descubrieran, para que se cumpliera lo que dijo el profeta
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Miqueas 2,1-5: Codician los campos y se apoderan de las casas. El profeta ataca sin piedad a los ricos, preocupados únicamente en acrecentar sus posesiones en detrimento de los pobres. Tendrán su castigo. San Gregorio Magno dice:
«Creen algunos que los preceptos del Antiguo Testamento eran más severos que los del Nuevo; pero sin duda se engañan en su mal modo de pensar; pues en aquél no se castiga el ansia de tener sino la rapiña; en éste se castiga el robo con cuádruple restitución... Por tanto, de aquí debe colegirse ante todo con qué pena será castigado quien arrebata lo ajeno, cuando quien no da lo propio es castigado con la pena del infierno» (Homilía 20,3 sobre los Evangelios).
La injusticia social no es solamente una violación de los derechos de los pobres, sino ante todo es, para el profeta, una falta contra Dios y su Alianza. Dios castiga el pecado, en esta vida con sentido medicinal, para que el pecador se convierta y viva, pues Dios no quiere su muerte.
La ausencia de amor entre los hombres que son miembros del pueblo concierne directamente al honor de Dios. No se trata sólo de deberes sociales, sino de obligaciones religiosas que recaen sobre los miembros de un pueblo asociado a Dios por un puro favor de su benevolencia.
En todo esto se tiene mayor responsabilidad después de la venida de Cristo con su mandamiento nuevo de amar como Él amó.
–Con el Salmo 10 se dice eso mismo: «no te olvides de los humildes, Señor». En este Salmo se presentan dos cuadros muy diversos: el primero es un mundo revuelto por el desorden en el que domina el mal y se agitan los impíos que conjuran y tienden insidias contra los pobres y humildes; en el segundo, se ve a Dios que observa toda acción de los hombres y está siempre dispuesto a intervenir para hacer justicia.
El grito de los pobres que se eleva hasta los oídos de Dios resuena con frecuencia en los Salmos. Es cierto que en ellos no oímos sólo los lamentos de los indigentes, sino también la oración de los perseguidos, de los desgraciados, de los afligidos, todos estos que no dejan de formar parte de los pobres. Sus enemigos son los de Dios, los soberbios y los impíos. Y su aflicción es un título de amor de Dios. Constituyen las primicias del pueblo humilde y modesto, de la Iglesia de los pobres que reunirá el Mesías: «La soberbia del impío oprime al infeliz y lo enreda en las intrigas que ha tramado... Pero Tú, oh Dios, ves las penas y los trabajos... A Ti se encomienda el pobre, Tú socorres al huérfano».
–Mateo 12,14-21: Se dibuja en el horizonte la Pasión por obra de la conspiración de los fariseos. Pero Cristo sigue su misión evangelizadora curando a los enfermos, pero no quiere que se divulgue. San Mateo ve el oráculo de Isaías (42,1-4) en la discreción con que Jesús rodea sus curaciones y milagros. La intención primera era sin duda rechazar las manifestaciones populares en las que el entusiasmo ahogaría la fe. Se ve que desde el principio los cristianos contemplan a Cristo como el verdadero Siervo de Yahvé y así fue considerado en la predicación apostólica y de la primitiva comunidad cristiana. Para San Mateo es Jesús el Siervo que anuncia la justicia a las naciones y cuyo nombres es su esperanza (Mt 12,18-21; Is 42,1-4). En este mismo sentido se expresa San Juan Crisóstomo:
«Todo es humildad, compasión, misericordia. No quiere destruir, sino edificar y reparar; no apagar el rescoldo que ha quedado, sino hacer que prenda allí de nuevo el fuego de su amor. Vino, en una palabra, a renovar, robustecer y vivificar» (Homilía 40,2,sobre San Mateo).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Miqueas 2,1-5
La actividad del profeta Miqueas se sitúa en el contexto social y religioso del Reino de Judá, en la segunda mitad del siglo VIII a. de C. Miqueas, casi contemporáneo del primer Isaías, denuncia la idolatría y las injusticias sociales cometidas por los jefes del pueblo (corte real, sacerdotes, profetas), a las que se ha visto sometida toda la población. El justo juicio de Dios no tardará y el castigo será inevitable, puesto que han abandonado la fidelidad a la alianza. Con todo, al castigo le seguirá la rehabilitación, y a la destrucción la promesa de una nueva fecundidad a partir del pequeño grupo de aquellos que, en medio de tanta iniquidad, han conservado íntegra la fe en YHWH.
El oráculo que constituye el presente texto litúrgico es una invectiva contra aquellos que, ya ricos, recurren a todo para acaparar cada vez más, usurpando casas y terrenos a sus legítimos propietarios y reduciendo a esclavitud a estos últimos. Se presenta a los acaparadores enteramente ocupados en sus lechos en tramar proyectos perversos que ejecutan en cuanto amanece el día, gracias a su poder económico (v. 1). En este estado de cosas, en el que unos pocos ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres son cada vez más numerosos e indigentes, se levanta la voz del profeta, que proclama el juicio de Dios: del mismo modo que los poderosos traman sus acciones inicuas (v la), así también trama el Señor el castigo (v 3b), del que no podrán huir y que será justo sobre la base de la ley del talión (cf. Dt 19,21). Aquellos que, privando a los otros de sus legítimas posesiones y reduciéndolos a esclavitud, los excluyen de hecho de la participación en la promesa de la tierra dada por Dios para siempre, serán hechos esclavos y dejarán de tener tierra. Miqueas expresa ese grave castigo con la metáfora del yugo: del mismo modo que el yugo impide a los hombres esclavos o prisioneros y a los animales levantar la cabeza, así también el grave castigo de Dios sólo permitirá caminar a los malvados con la cabeza inclinada.
En el v. 4 el profeta pone en boca de los acaparadores castigados un canto que explica su destino: despojados de los bienes por los enemigos, que en este contexto son casi seguro los asirios, ven repartidas entre los invasores aquellas tierras cuya propiedad ya no pueden volver a adquirir. Ironías del destino: a ellos, que tramaban todos los modos posibles para enriquecerse, no les tocará ni siquiera un pedazo de la Tierra prometida.
Evangelio: Mateo 12,14-21
El hecho de haber contravenido la ley sobre el reposo sabático acarrea a Jesús el complot de los fariseos. Estos formulan el propósito (por vez primera, según la narración de Mateo) de matarlo. Jesús reacciona continuando en otro lugar su actividad taumatúrgica y cura a todos los que le siguen, sin excepción. Estas curaciones, en el contexto del milagro que acaba de realizar (cf. Mt 12,10-13), dan razón del amor misericordioso de Dios, que Jesús ha venido a anunciar y que constituye el centro y el sentido de su ministerio. Mateo ve realizada aquí la profecía de Is 42,1-4, en la que se presenta la figura del Siervo de YHWH. Este, elegido y enviado por Dios, que lo ha colmado de su Espíritu, llevará a cabo la misión de hacer conocer a todos los pueblos la verdadera relación entre Dios y los hombres. El estilo del Siervo, sencillo y discreto, ajeno al conflicto y al clamor, atento a valorar toda posibilidad de vida, ha sido plenamente realizado por Jesús, que se acaba de declarar «sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29) y pide que se guarde silencio sobre su obrar (cf. Mt 12,16).
Una vez más, el evangelista Mateo, comentando los acontecimientos de la vida de Jesús a la luz del Antiguo Testamento, recuerda que éste representa el cumplimiento de la revelación veterotestamentaria; ayuda a interpretar el acontecimiento-Jesús y a comprender su significado; presenta en Jesús el modelo de obediencia a la Palabra del Padre.
MEDITATIO
Quien más tiene, más quisiera tener. Se trata de un viejo dicho acuñado por la constatación de lo insaciable que se muestra el instinto de posesión. Es de una trágica actualidad el imperio de la ley de la prepotencia de los que son más fuertes desde el punto de vista económico. Los estragos que la codicia de unos pocos realiza a expensas de muchos se perpetran cada día, en todos los puntos del globo. El dinero se muestra como un arma aún más letal que los mecanismos explosivos, cuando se usa exclusivamente en provecho nuestro. Hiere al hombre en su existencia física, aunque también en la psíquica y espiritual. Por dinero la gente está dispuesta a todo, y pisotea afectos y valores éticos. Y es que el dinero, si se convierte en el fin de la vida, no admite rivales. Quien le dedica su misma persona no puede conocer ningún tú, sólo el yo. Por eso dijo Jesús que o escogemos a Dios o escogemos la lógica del dinero, no hay posibilidad de compromiso. Jesús, como vemos, se decidió por el primer miembro de la alternativa y está en relación constante con el tú del Padre y con el tú de los hermanos. Lo demuestra mostrando su preferencia sólo por los abandonados, a los que socorre con una atención especial. Sin estrépito ni clamores en la plaza, sin campañas publicitarias ni sofisticados medios de persuasión; más aún, con tono distendido, aunque seguro, y con palabras verdaderas y coherentes, se va difundiendo el anuncio evangélico del amor de Dios gracias a cualquiera que renuncie a la lógica del atropello, por poco o muy explícita que sea. La esperanza abre en quien la acoge unos horizontes luminosos.
ORATIO
Oh Dios, que has otorgado privilegio a los medios humildes, perdóname cuando sonrío de manera irónica a quien intenta seguirte en tu misma opción y cuando, por mi parte, no desdeño la violencia. Oh Dios, que te hiciste pobre, perdóname cuando pienso y digo que, de todos modos, es preciso arreglárselas y cualquier medio es bueno. Oh Dios, que te has inclinado sobre todo germen de vida y le has dado valor, perdóname cuando, sin remordimiento, pisoteo los derechos de mi hermano, de quien sé que no he de temer reacciones de venganza. Oh Dios, que te has mostrado atento a todos, perdóname cuando busco sólo lo que me conviene, sin preocuparme de los otros.
CONTEMPLATIO
Dice el avaro: «¿A quién hago mal reteniendo los bienes que me pertenecen?».
Mas ¿qué bienes son los que te pertenecen? ¿De dónde te han venido?
Te pareces a un hombre que entró en un teatro y quería impedir la entrada a los otros para gozar él solo del espectáculo al que todos tienen derecho.
Así son los ricos: acaparan los bienes de la sociedad y después sostienen que son ellos los dueños de los mismos por el simple motivo de haber sido los primeros en cogerlos.
Si cada uno retuviera únicamente lo que le sirve para las necesidades normales y dejase lo restante a los indigentes, desaparecerían la riqueza y la pobreza.
¿No saliste desnudo del vientre de tu madre? ¿No estarás de nuevo desnudo cuando vuelvas al polvo? ¿De dónde crees que te han venido estos bienes?
Quizás me respondas: «Del azar». Entonces careces de fe, porque no piensas en tu Creador, y te muestras ingrato con aquel que ha llenado tus manos de dinero.
O bien admitas que son dones de Dios. Entonces explícame por qué ha sido cautivada tanta riqueza precisamente por ti.
¿Se la debes acaso a la «injusticia» de un Dios que reparte de manera desigual los bienes de la vida? ¿Por qué eres tú rico mientras otro es pobre? En lo que a ti respecta, eres rico sólo para que con amor y desinterés administres esos bienes para los otros.
Resulta inconcebible que tú tengas el dinero bajo la campana de vidrio de una insaciable avaricia y pienses que no haces daño a nadie excluyendo de él a una multitud de desdichados.
¿Quién es el avaro? El que no se contenta con lo necesario.
¿Y quién es el ladrón? El que priva a los demás de sus bienes.
¿No eres tú un avaro? ¿No eres tú un ladrón?
Aquellos bienes, cuya administración únicamente te había sido confiada, los has cogido para ti.
A quien asalta a un hombre en el camino y le quita los vestidos le llaman salteador. Y quien no cubre la desnudez del pordiosero, siendo que podía hacerlo, no merece un nombre diferente.
Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido.
Por eso, en vez de ayudar a la gente, eres un explotador.
(Basilio de Cesarea, «Cuando el rico es un ladrón», citado en El buen uso del dinero, DDB, Bilbao 1995, pp. 57-59).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Tú eres justo, Señor» (cf. Miq 2,3).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La Iglesia no es un organismo político. Ahora bien, el rechazo de una función específicamente política no puede hacer olvidar el ansia de justicia y de fraternidad el estímulo encaminado a actuar de manera concreta: no podemos invocar a Dios como Padre si no intentamos construir de modo eficaz la fraternidad en medio de los hombres.
El discurso religioso se hace inevitablemente social. Y fue precisamente esta experiencia eclesial la que puso en marcha en mí la reflexión crítica sobre la situación social que reina en el mundo y, de modo particular, en nuestro sistema democrático occidental, por lo menos tal como se ha venido realizando hasta ahora. Las enormes ciudades del Tercer Mundo, donde, en torno a una zona central de riqueza y dinamismo, crecen cinturones de miseria y de subdesarrollo, la situación de colonialismo económico (no menos grave quizás que el colonialismo político de otros tiempos) en el que son mantenidos los países en vías de desarrollo, hacen dudar de la sinceridad del interés y de la contribución que los pueblos más desarrollados desde el punto de vista industrial ofrecen a los otros pueblos. Y por encima de todo esto, las naciones de las grandes democracias que se sostienen sobre la explotación de otros pueblos son cristianas. Aparece así la paradoja de un cristianismo que parece alimentar la discriminación y la explotación de los pueblos, mientras que el anticristianismo se convierte en la bandera de las legítimas aspiraciones a la igualdad y a la participación. La realidad del mundo pobre, subdesarrollado, explotado, es una crítica viviente a la parcialidad y al egoísmo de nuestros proyectos de desarrollo y se convierte en una contestación dramática de nuestro cristianismo abstracto e individualista (L. Bettazzi, Farsi uomo. Confessioni di un vescovo, Turín 1977).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Miqueas 2,1-5
Durante tres días vamos a escuchar al profeta Miqueas, cayo nombre significa «quien como Dios». Vivió en tiempos de Acaz y Ezequías, y por tanto fue contemporáneo de Isaías, llamado por Dios para hacer oír su palabra en los difíciles tiempos anteriores a la ruina de Judá.
De este profeta conocemos, sobre todo, su oráculo sobre Belén (5,1), que leemos en el Adviento, porque anuncia que de este pequeño pueblo saldrá un caudillo que apacentará a todo el pueblo de Israel (Mt 2, 6). Aquí se nos presentan unas páginas acerca de la situación histórica de su pueblo.
a) Miqueas se enfrenta con los poderosos de su época y denuncia con valentía sus despropósitos: abusan del poder, traman iniquidades, codician los bienes ajenos, roban siempre que pueden, oprimen a los demás, son idólatras de sí mismos.
Y les anuncia el castigo de Dios: les vendrán calamidades sin cuento y serán objeto de burla por parte de todos, cuando caigan en desgracia.
b) Los peligros del poder y del dinero siguen siendo actuales. También en nuestro mundo nos enteramos continuamente de atropellos contra los débiles, de injusticias flagrantes, de abusos cínicos por parte de los poderosos.
Basta leer las llamadas continuas de los Papas por una justicia social en el mundo; por ejemplo en las valientes páginas de la encíclica de Juan Pablo II «Sollicitudo reí socialis», de 1987. O las voces proféticas de tantos misioneros, eclesiásticos o laicos, cristianos o, simplemente, personas honradas, en muchas partes del mundo.
No están anticuadas las situaciones que denuncia el salmo: «la soberbia del impío oprime al infeliz y lo enreda en las intrigas que ha tramado... el malvado dice con insolencia: no hay Dios que me pida cuentas».
Una vez más, nos encontramos con que Dios no quiere que separemos el culto litúrgico de la justicia social para con los pobres y débiles. Pocas veces se eleva la voz de los profetas para reclamar un culto más perfecto en el Templo. Casi siempre lo hacen para denunciar la injusticia con las personas, que son imágenes de Dios: «Pero tú ves las penas y los trabajos... a ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano».
2. Mateo 12,14-21
a) La respuesta de Jesús sobre el sábado, que leíamos ayer, no les gustó nada a los fariseos, que «planearon el modo de acabar con él».
Jesús, aunque intentaba no provocarles innecesariamente, siguió con su libertad y entereza. Ahora bien, este estilo era el que anunciaba Isaías hablando del Siervo de Dios y que ahora Mateo afirma que se cumple a la perfección en Jesús: anuncia el derecho, pero no grita ni vocea por las calles. Tiene un modo de actuar lleno de misericordia: la caña cascada no la quiebra, el pábilo vacilante no lo apaga. Ayer decía aquello de «misericordia quiero y no sacrificios». El es el que mejor lo cumpla can su manera de tratar a las personas.
b) Los que nos llamamos seguidores de Jesús tenemos aquí un espejo en donde mirarnos, o un examen para comprobar si hemos aprendido o no las principales lecciones de nuestro Maestro:
- tenemos que anunciar el derecho, es decir, hacer que llegue el mensaje de Cristo a las personas y a los grupos;
- pero no debemos imponer, sino proponer; no vocear y gritar, coaccionando, sino anunciar motivando, respetando la situación de cada persona en medio de este mundo secularizado y pluralista;
- cuando vemos una caña cascada o un pábilo vacilante, o sea, una persona que ha fallado, o que está pasando momentos difíciles y hasta dramáticos por sus dudas o problemas, la consigna de Jesús es que le ayudemos a no quebrarse del todo, a no apagarse; que le echemos una mano, no para hundirla más, sino para levantarla y darle una nueva oportunidad.
Es lo que continuamente hacia Jesús con los pecadores y los débiles y los que sufrían: con la mujer pecadora, con el hijo pródigo, con Pedro, con el buen ladrón. Es lo que tendríamos que hacer nosotros, si somos buenos seguidores suyos.
«¡Ay de los que meditan maldades!» (1ª lectura II)
«No te olvides de los humildes, Señor» (salmo II)
«La caña cascada no la quebrará» (evangelio)