Viernes XV Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 17 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Ex 11, 10—12, 14: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18: Alzaré el cáliz de la salvación, invocando el nombre del Señor
Mt 12, 1-8: El Hijo del Hombre es señor del sábado
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Éxodo 11, 10-12.14: La Pascua del Señor. El cordero pascual es símbolo de Cristo. El memorial de la Nueva Pascua es la Eucaristía. Comenta San Cirilo de Alejandría:
«Los israelitas en Egipto inmolaron un cordero siguiendo las órdenes e instrucciones de Moisés. Se les mandó también añadir panes ázimos y verduras amargas... Así pues, aquel verdadero cordero, que quita el pecado del mundo, se inmoló también por nosotros, que estamos llamados a la santidad mediante la fe. Acerquémonos en su compañía a aquellos banquetes espirituales, sublimes y realmente santos, prefigurados en cierto modo por los ázimos prescritos en la ley, y que espiritualmente han de ser recibidos.
«De hecho, en las sagradas Escrituras la levadura ha sido siempre considerada como símbolo de iniquidad y del pecado. Por lo cual, nuestro Señor Jesucristo exhorta a sus santos discípulos que se abstengan del pan fermentado de los fariseos y saduceos... Igualmente, el doctísimo Pablo escribe a los santificados que se mantengan lo más alejados posible de la levadura de la impureza que mancha el alma... Para estar espiritualmente unidos a Cristo, nuestro Salvador, y tener un alma pura, no es, pues, inútil, antes muy necesario y hemos de tomarlo muy a pecho, librarnos de nuestras miserias y evitar el pecado; en una palabra, mantener nuestra alma alejada de todo lo que pudiera contaminarla» (Homilía pascual 19).
–Con el Salmo 115 decimos: «alzaré el cáliz de la salvación, invocando el nombre del Señor». Lo primero que se preguntaba el salmista, y también nosotros debemos hacerlo, es: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?». La respuesta la da él mismo: «Tomaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor». La Eucaristía es, en efecto, no sólo la mayor prenda de la misericordia divina, sino que es el medio mejor de dar gracias a Dios por todo cuanto de Él hemos recibido.
–Mateo 12, 1-8: El Hijo del hombre, Señor del sábado. San Juan Crisóstomo explica sobre los preceptos referidos al sábado:
«Habla de Sí mismo. Marcos, nos cuenta que también se refirió el Señor a la común naturaleza humana, y así dijo: «el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado». Entonces ¿por qué fue castigado de muerte aquel que recogía leña el día de sábado? (Num 15,33ss). Porque si desde el principio se hubiera tolerado el desprecio de la ley, mucho menos se hubiera observado posteriormente.
«Y a la verdad, muchos y grandes provechos vino a traer en los comienzos la guarda del sábado. El sábado, por ejemplo, hacía que los judíos fueran más blandos y humanos para con sus propios familiares, les enseñaba a conocer la providencia y la obra de Dios, como dice Ezequiel (20, 12,20), y los iba instruyendo para que, poco a poco, se apartaran de la maldad, y les obligaba, al fin, a prestar alguna atención a las cosas del espíritu.
«Si Dios, al promulgar la ley del sábado, les hubiera dicho: «el día del sábado haced el bien, pero no os entreguéis al mal», no habrían contenido. De ahí que se lo prohibió todo por igual. No hagáis absolutamente nada. Y ni aun así le obedecieron. Sin embargo, el mismo que les da la ley del sábado, aun dentro de aquella generalidad, deja entender que solo quiere que se abstengan de toda obra mala. Porque no haréis nada –dice– fuera de lo que haga el alma (Ex 12,16) Y todo aquello se hacía en el templo y se hacía con duplicado fervor y multiplicada faena. De este modo, por la sombra misma, revelábales el Señor a sus contrarios la verdad» (Homilía 39,3, sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Éxodo 11,10 -12,1-14
a) Hoy se nos describe la cena pascual, tal como la celebran cada año los judíos, proyectada ya a aquella noche decisiva de su historia, cuando Moisés, con la ayuda de Dios, los condujo en la salida de Egipto. Empieza el éxodo.
No leemos todos los pasos de esta historia. Por ejemplo, las plagas con que Dios fue castigando a Egipto para que dejara salir a los judíos (plagas que, en principio, podían ser fenómenos naturales catastróficos, que los judíos interpretaron como castigo de Dios): sólo leemos la décima y última, la muerte de los primogénitos de las familias egipcias, o la muerte del primogénito del Faraón, que llenó de consternación a todo Egipto.
La cena de despedida está descrita con los ritos que luego se harían usuales: la reunión familiar, el sacrificio del cordero con cuya sangre marcan las puertas, la cena a toda prisa, con panes ácimos, sin acabar de fermentar...
Esta celebración, repetida cada año, será para Israel un memorial, «un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor para siempre». Es la gran prueba de amor de Dios, que salva a su pueblo: «mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles», dice el salmo de hoy. Pero su amor y su poder divino hacen lo que parecía imposible.
b) La experiencia de Israel en la primera Pascua nos ayuda a entender toda la riqueza de la segunda, la Pascua de Jesús, que se nos comunica ahora a nosotros, sobre todo en la Eucaristía.
«Pascua» significa «paso, tránsito». Fue Dios el que «pasó de largo» ante las puertas de los judíos, señaladas con sangre. E Israel el que «pasó» de la esclavitud a la libertad, sobre todo a través de las aguas del Mar Rojo hacia nuevos horizontes.
Para nosotros, la Pascua verdadera se ha cumplido en Cristo: «antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre...» (Jn 13, 1 ). Él atravesó las aguas de la muerte para entrar en la nueva existencia, a la que, como nuevo Moisés, nos conduce a todos sus seguidores.
De esta Pascua -acontecimiento irrepetible, su muerte y resurrección-, se nos hizo partícipes ya el día de nuestro Bautismo: «¿o es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4).
Pero, además, nos encargó que celebráramos un memorial de esa Pascua en la Eucaristía. Cada vez que celebramos la misa, el mismo Señor, ahora Resucitado, nos hace participar en su paso de muerte a vida, nos hace entrar en su Pascua.
En nuestra diaria marcha de la esclavitud a la libertad, nos apoyamos en esa cercanía y ese alimento: el Cuerpo de Cristo entregado por nosotros, su Sangre derramada por nosotros. El es el Cordero cuya Carne nos alimenta, cuya Sangre nos salva.
2. Mateo 12,1-8
a) Según los evangelistas, la controversia con los fariseos se refería, una y otra vez, al tema del sábado.
Ciertamente, los fariseos exageraban en su interpretación: ¿cómo puede ser falta arrancar unas espigas por el campo y comérselas? Jesús defiende a sus discípulos y aduce argumentos que los mismos fariseos solían esgrimir: David, que da de comer a los suyos con panes de la casa de Dios, y los sacerdotes del Templo, que pueden hacer excepciones al sábado para ejercer su misión.
Pero la afirmación que más les dolería a sus enemigos fue la última: «el Hijo del Hombre es señor del sábado».
b) La lección nos toca también a nosotros, si somos legalistas y exigentes, si estamos siempre en actitud de criticar y condenar.
Es cierto. Debemos cumplir la ley, como lo hacía el mismo Jesús. La ley civil y la religiosa: acudía cada sábado a la sinagoga, pagaba los impuestos... Pero eso no es una invitación a ser intérpretes intransigentes. El sábado, que estaba pensado para liberar al hombre, lo convertían algunos maestros en una imposición agobiante. Lo mismo podría pasar con nuestra interpretación del descanso dominical, por ejemplo, que ahora el Código de Derecho Canónico interpreta bastante más ampliamente que antes: «se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso («relaxationem») de la mente y del cuerpo» (CIC 1247).
Jesús nos enseña a ser humanos y comprensivos, y nos da su consigna, citando a Oseas: «quiero misericordia y no sacrificios». Los discípulos tenían hambre y arrancaron unas espigas. No había como para condenarles tan duramente. Seguramente, también nosotros podríamos ser más comprensivos y benignos en nuestros juicios y reacciones para con los demás.
«Celebraréis fiesta en honor del Señor, de generación en generación, para siempre» (1a lectura I)
«Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles» (salmo I)
«Quiero misericordia y no sacrificios» (evangelio).