Miércoles XV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 10 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 10, 5-7. 13-16: ¿Se envanece el hacha contra quien la blande?
Sal 93, 5-6. 7-8. 9-10. 14-15: El Señor no rechaza a su pueblo
Mt 11, 25-27: Has escondido estas cosas a los sabios, y se las has revelado a la gente sencilla
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Isaías 10,5-7.13-16: ¿Se envanece el hacha contra quien la blande? Dios escoge sus instrumentos para su obra, como lo hizo con el rey de Siria para castigo de Israel, pero si el instrumento se sobrepone a Dios, Él le retira su asistencia. El primero y el peor de los pecados es la soberbia. Así lo reitera Orígenes:
«¿Cuál es el mayor de todos los pecados? Ciertamente aquel por el que cayó el diablo. ¿Cuál es ese pecado, en el que cayó tanta altura, del que elevado cae en el juicio del diablo? Dice el Apóstol: la inflación, la soberbia, la arrogancia es el pecado del diablo; y por tales delitos cayó a la tierra desde el cielo. De aquí que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. ¿Para que te ensoberbeces tierra y ceniza, de manera que el hombre, olvidado de lo que es y en qué vaso tan frágil está encerrado, y en qué estiércol está metido y qué suciedades arroja de su cuerpo, se subleve con arrogancia?
«¿Qué dice la Escritura? ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? Ya en vida vomitas la entrañas (Eclo 10,9). La soberbia es el mayor de todos los pecados y el principal pecado del mismo diablo. Cuando la Escritura descubre los pecados del diablo, encontrarás que todos ellos brotan de la fuente de la soberbia. Dice: «con la fuerza de mi brazo he hecho eso... me he apoderado de la tierra toda» (Is 10,13-14).
«Mira sus palabras: hasta qué punto son soberbias y arrogantes, y lo desprecia todo. Tales son todos los que andan hinchados por la jactancia y la soberbia. Materia de la soberbia, las riquezas, las dignidades, la gloria secular. Causa frecuente de soberbia es para aquel que ignora tener la dignidad eclesiástica, el orden sacerdotal o el grado de los levitas. ¡Cuántos presbíteros se olvidan de la humildad! ¡Como si hubieran recibido el orden sagrado para dejar de ser humildes!» (Homilías sobre Ezequiel 9,17).
Dice San Agustín:
«Cuanto más humilde sea el hombre ante sí mismo, más grande será ante Dios; el soberbio, cuanto más glorioso aparece ante los hombres, más abyecto es delante de Dios» (Sermón sobre la humildad 3).
–El castigo de Dios es siempre medicinal en este mundo, con él quiere Dios provocar la conversión. Esto es lo que se manifiesta en el Salmo 93: «El Señor no rechaza a su pueblo. Trituran, Señor, a tu pueblo, oprimen a tu heredad; asesinan a viudas y forasteros, degüellan a los huérfanos. Y comentan: Dios no lo ve, el Dios de Jacob no se entera. Enteraos, los más necios del pueblo, ignorantes, ¿cuándo discurriréis? El que plantó el oído ¿no va a oír? El que formó el ojo, ¿ no va a ver? El que educa a los pueblos, ¿no va a castigar? El que instruye al hombre, ¿no va a saber? Porque el Señor no rechaza a su pueblo, no abandona su heredad; el justo obtendrá su derecho, y un porvenir, los rectos de corazón».
–Mateo 11, 25-27: Has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a la gente sencilla. A la incredulidad de los pueblos cultos se contrapone la fe de los sencillos. Comenta San Agustín:
«Confesamos ya cuando alabamos a Dios, ya cuando nos acusamos a nosotros mismos. Piadosas son ambas confesiones, ya cuando te reprendes tú que no estás sin pecado, ya cuando alabas a Aquel que no puede tener pecado... A los ridículos sabios y prudentes, a los arrogantes, en apariencia grandes y en realidad hinchados, opuso a los incipientes, no los imprudentes, sino los pequeños. ¿Quiénes son estos pequeños? Los humildes... ¡Oh camino del Señor! O no existía o estaba oculto, para que se nos revelase a nosotros. ¿Y por qué exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños.
«Debemos ser pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no se nos revelará el camino. ¿Quiénes son grandes? Los sabios y prudentes, diciendo que son sabios (Rom 1,22). Pero tienes el remedio por contraste. Si diciendo que eres sabio te haces necio, dí que eres necio y será sabio. Pero dílo, y dílo interiormente. Porque no es así como lo dices. Si lo dices, no lo digas ante los hombres y lo calles ante Dios... Con tu Luz, Señor, iluminarás mis tinieblas (Sal 17,29). Nada tengo, sino tinieblas, pero Tú eres la Luz que disipas las tinieblas al iluminarme. La luz que tengo no viene de mí, sino que es luz participada de ti» (Sermón 67,1 y 8).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Isaías 10,5-7.13-16
a) Una de las ideas básicas de Isaías y de los profetas del AT es que Dios es quien conduce la historia a su modo, y no los que, a primera vista, parecen los protagonistas. Isaías pronuncia varios oráculos «contra las naciones paganas». Hoy leemos un ejemplo: unas palabras dirigidas, probablemente, contra el asirio Senaquerib, que con sus ejércitos se había llegado a creer todopoderoso, y a quien Dios le tenía preparada una buena humillación. Leímos en los libros históricos -el martes de la semana 12ª- el fracaso de este general, que se tuvo que retirar del asedio a Jerusalén.
La idea fundamental es que Dios se sirve de estos personajes extranjeros para purificar y hacer madurar a su pueblo. Asiria y sus ejércitos son «la vara de mi ira», la vara con la que Dios castiga al hijo díscolo. Como, más tarde, se servirá de Ciro para facilitar la vuelta de su pueblo del destierro a Israel. Lo que no permite es que estos «instrumentos» se crean independientes y se enorgullezcan. Las comparaciones son expresivas: el hacha o la sierra o el bastón no podrían hacer nada sin la persona que los maneja. No son autónomos. Si Asiria se pasa en su misión castigadora, recibirá a su vez el castigo.
b) A lo largo de la historia, vemos cómo van cayendo los poderosos, y los que se creían omnipotentes son aniquilados. Es, una vez más, lo que dijo la Virgen en el Magníficat: «derriba del trono a los poderosos y a los ricos los despide vacíos».
Vivimos en unos tiempos en que se suceden los cambios políticos y se derrumban ideologías e imperios que parecían indestructibles. Siguen teniendo vigencia las exclamaciones del salmista: «trituran a tu pueblo, oprimen a tu heredad, y comentan: Dios no lo ve... Enteraos, los más necios del pueblo, ignorantes, ¿cuándo discurriréis?».
Es evidente también cómo Dios saca bien del mal y, a través de las vicisitudes de la historia, purifica a su pueblo y le ayuda a recapacitar y a madurar. A Atila le llamaron «el azote de Dios», como Asiria lo había sido en la época que estamos leyendo en el AT. Los síntomas de deterioro que nos hacen sufrir, tanto en la sociedad como en la misma comunidad cristiana, ¿no son, en parte, fruto de nuestras desviaciones, y señales que Dios nos hace de que las cosas no pueden continuar así?
Todo esto es una llamada a la fidelidad y a la salvaguarda de los valores humanos y cristianos, que están en la base de todo progreso.
2. Mateo 11,25-27
a) Las personas sencillas, las de corazón humilde, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma Jesús, por una parte, dolorido, y por otra, lleno de alegría.
Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción. A Dios no lo descubren los sabios y los poderosos, porque están demasiado llenos de sí mismos. Sino los débiles, los que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones.
Entre «estas cosas» que no entienden los sabios está, sobre todo, quién es Jesús y quién es el Padre. Pero la presencia de Jesús en nuestra historia sólo la alcanzan a conocer los sencillos, aquellos a los que Dios se lo revela.
b) En el evangelio podemos constatar continuamente este hecho. Cuando nació Jesús en Belén, le acogieron María y José, sus padres, una humilde pareja de jóvenes judíos; los pastores, los magos de tierras lejanas y los ancianos Simeón y Ana. Los «sabios y entendidos», las autoridades civiles y religiosas, no lo recibieron.
A lo largo de su vida se repite la escena. La gente del pueblo alaba a Dios, porque comprenden que Jesús sólo puede hacer lo que hace si viene de Dios. Mientras que los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer.
La pregunta vale para nosotros: ¿somos humildes, sencillos, conscientes de que necesitamos la salvación de Dios? ¿o, más bien, retorcidos y pagados de nosotros mismos, «sabios y entendidos», que no necesitamos preguntar porque lo sabemos todo, que no necesitamos pedir, porque lo tenemos todo? Cuántas veces la gente sencilla ha llegado a comprender con serenidad gozosa los planes de Dios y los aceptan en su vida, mientras que nosotros podemos perdernos en teologías y razonamientos. La oración de los sencillos es más entrañable y, seguramente, llega más al corazón de Dios que nuestros discursos eruditos de especialistas.
Nos convendría a todos tener unos ojos de niño, un corazón más humilde, unos caminos menos retorcidos, en nuestro trato con las personas y, sobre todo, con Dios. Y saberles agradecer, a Dios y los demás, tantos dones como nos hacen. Siguiendo el estilo de Jesús y el de María, su Madre, que alabó a Dios porque había puesto los ojos en la humildad de su sierva.
«El Señor no rechaza a su pueblo ni abandona su heredad» (salmo II)
«Has revelado estas cosas a la gente sencilla» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Isaías 10,5-7.13-16
El oráculo contra Asiria que nos presenta este fragmento debe ser colocado en el contexto de la inminente amenaza de la invasión asiria, que marca la época de la profecía de Isaías. Los reyes de Judá, primero Ajaz y, después, su hijo Ezequías, adoptan una política diferente respecto a la potencia extranjera: de alianza-vasallaje el primero, de oposición el segundo. Sin embargo, ninguno de los dos sigue los consejos del profeta, que exhorta a buscar en la fe en Dios y no en las alianzas políticas la estabilidad y la seguridad del Reino. De este modo, Isaías considera a Asiria unas veces como enemiga que ha de ser castigada, y otras, como instrumento del que se sirve Dios para amonestar a su pueblo e incitarle al arrepentimiento.
En este oráculo se llama a Asiria «vara» y «bastón» de la cólera de Dios (v 5), instrumento eficaz destinado a que el pueblo tome conciencia de la impiedad en que vive. Sin embargo, Asiria trueca en ventaja suya la tarea que le ha sido confiada: el castigo que debe infligir a Israel y a Judá se está transformando en su propia destrucción. Se ha puesto a sí misma como árbitro de sus propias opciones. De este modo, el «bastón del furor» de YHWH (v. 5b) pretende «mover a quien lo lleva» (v. 15c). El destino que le está reservado, siguiendo la lógica de la retribución temporal, será un castigo ejemplar (v 16).
Evangelio: Mateo 11,25-27
Jesús alaba al Padre y le da gracias por su obrar, tan diverso y sorprendente con respecto a la lógica humana, que exalta el poder y la fuerza en todos los ámbitos de la existencia. No son los que cuentan exclusivamente con su propia sabiduría, no son los que ponen el fundamento de su propia seguridad sobre las capacidades en continuo devenir de la inteligencia, sino que son los «pequeños» los beneficiarios de la revelación del Padre (v. 25). Así, el grito de dolor de Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, refractarias o indiferentes con respecto a su palabra (cf. Mt 11,20-24), va seguido del grito de alegría de Jesús por aquellos que, por el contrario, han abierto su corazón a la Palabra. A las ciudades galileas, que conocían bien al «hijo del carpintero» (Mt 13,55) porque eran su patria, les resulta incomprensible la novedad del Evangelio, que se revela, en cambio, a quienes, privados de títulos de méritos y sin estar en condiciones de apoyarse en prerrogativas humanas, son capaces de confiar en Dios, seguros de su fidelidad. Jesús constata con alegría la elección preferencial del Padre, jamás desmentida a lo largo de toda la revelación, por los que son pequeños, pobres, sencillos. Así le parece bien al Padre (v. 26) y así le parece a Jesús.
El evangelista aprovecha esta ocasión para declarar la conciencia de Jesús y la fe de la Iglesia en el misterio de las relaciones trinitarias. El Padre da al Hijo todo por amor, el Hijo lo acoge todo y lo restituye al Padre por amor. El movimiento eterno de entrega recíproca entre el Padre y el Hijo sigue siendo incognoscible para la criatura. Sin embargo, por obra del Espíritu, perenne efusión de amor, el Padre se hace accesible en el Hijo y se revela a sí mismo (v 27). Tal manifestación es incomprensible para la sabiduría racional humana. Sólo quien se hace «pequeño» en el corazón, en toda su existencia, sólo quien se vuelve disponible para entrar en la lógica del don gratuito de Dios, puede comprenderla. El apóstol Pablo dirá con otras palabras: «Lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1, 25a).
MEDITATIO
La tentación originaria del hombre es la de excluir a Dios de su propia existencia. Homo faber fortunae suae se convierte en el lema que marca las raíces de la voluntad humana y sella sus opciones. La conciencia de vivir en la edad adulta no puede tolerar la dependencia ni la sumisión a ningún Dios.
El hombre que rechaza a Dios -tanto si lo reconoce como si no- se cierra en el gueto de sus propios instintos, de sus propias opiniones, de una inteligencia que, por mucho que pueda recorrer los espacios siderales o adentrarse en las partículas infinitesimales de la materia, no sabe encontrar el camino de la alegría, de la paz, de la plenitud interior. De esta suerte, paradójicamente, el hombre que se siente señor del mundo así como de su propia existencia y de la ajena no consigue hacerse con el corazón del vivir, con su significado último, que es lo único que le da consistencia. Eso es, sin embargo, lo que se revela a quien acepta la realidad de ser criatura pequeña frente al Creador, aunque tan preciosa para él que la llama a participar de su misma vida. Es «pequeño» quien se muestra contento con lo que es, quien sabe que no es omnipotente y, por eso, se abre a la relación con Dios. Es «pequeño» quien reconoce haber recibido todo como don y lo usa no como dueño o como predador, sino como siervo, con gratitud. Quien es «pequeño» de este modo conoce algo del amor del Padre y del Hijo.
ORATIO
Bendito seas, Padre, que nos has dado a Jesús, tu Hijo, y en él nos has dicho y mostrado lo mucho que nos quieres. Nunca hubiéramos podido imaginarlo. Si tú no hubieras decidido manifestarte a nosotros, no hubiera sido posible que yo estuviera ahora aquí, hablando contigo con la confianza de un hijo.
Te lo ruego, Padre: renueva también en mi corazón la certeza de la presencia de tu Espíritu. Que él me dé la certeza de que tú eres mi Padre, de que Jesús es el Señor, de que estoy llamado a la comunión contigo para la eternidad. Que él me haga gustar la belleza de ser criatura, pequeña pero preciosa, y me libere de la presunción de la autosuficiencia, de la sabihondez de quien quiere darte consejos, considerándolos como los mejores.
Espíritu de sabiduría y de piedad, enciende en mí el gusto por la pequeñez, por la sencillez que me dispone a acoger tu manifestación.
CONTEMPLATIO
Los grandes discursos no nos hacen santos y justos, sino que es la vida virtuosa la que nos vuelve agradables a Dios. Es mucho mejor experimentar compunción que conocer su definición. Ésta es, por consiguiente, la suprema sabiduría: tender al Reino de los Cielos mediante el desprendimiento del mundo. ¿Qué ventajas nos procura el saber sin el temor de Dios? No te engrías por el arte o la ciencia que posees: que estos dones sean para ti más bien motivo de temor. Feliz aquel que es adoctrinado directamente por la Verdad tal como ella es. Del único Verbo proceden todas las cosas, sólo de él nos hablan todas, y éste es el Principio que nos habla también a nosotros. Cuanta más capacidad de recogimiento y de sencillez interior hayamos alcanzado tanto más seremos capaces de comprender con amplitud y profundidad, y sin fatiga, por qué recibimos de lo alto la luz de la inteligencia (La imitación de Cristo, 3, 7, 9).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Sólo tú, Señor, eres Dios» (cf. Is 10,15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El modelo al que hemos de adecuarnos en el cristianismo no es el «adulto», sino, al contrario, el «niño»; no es el «intelectual» -que, en la perspectiva ilustrada, es el «adulto» por definición-, sino, al contrario, el «sencillo», el «ignorante». Este, en la perspectiva evangélica, está simbolizado precisamente por el «pequeño», por el «niño». Pablo VI, papa «intelectual», hombre cultísimo, elevó en 1970 al rango de «doctor de la Iglesia» -el más elevado en la jerarquía espiritual- a santa Catalina de Siena, que a duras penas era capaz de leer y sólo al final de su vida aprendió a escribir.
No sin razón esta biblioteca mía en la que estamos hablando, compuesta por demasiados libros, a menudo arduos y escritos en muchas lenguas modernas y antiguas, está presidida (como puede ver) por la imagen de una muchacha de catorce años que aún no era mujer, asmática, desnutrida, hija de la familia más despreciada de su pueblo y, como es natural, analfabeta. La Madre de Cristo, para confiar su mensaje de llamada a la fe, no eligió ni a profesores, ni a notables, ni a periodistas, ni a otros cristianos ya «adultos», «ya mayores de edad». Dieciocho veces, hablando su dialecto, se le apareció, en la gruta donde se guarecía la piara de cerdos de propiedad comunal, a esta pobre ignorante para el mundo, a esta maravillosa sabia según el Evangelio que es santa Bernadette Soubirous, la hija de un molinero fracasado de la oscura Lourdes. No es una sorpresa; es sólo la enésima confirmación de una estrategia divina (V. Messori - M. Brambilla, Qualche ragione per credere, Milán 1997).