Martes XV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 10 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Is 7, 1-9: Si no creéis, no subsistiréis
Sal 47, 2-3a. 3b-4. 5-6. 7-8: Dios ha fundado su ciudad para siempre
Mt 11, 20-24: El día del juicio le será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Isaías 7,1-9: Si no creéis no subsistiréis. El Señor tranquiliza a Ajab, rey de Judá, cuyo reino se ve atacado por los pueblos circundantes. Se invita al rey a un acto de fe en la existencia divina. Dios está presente, incluso en medio de las catástrofes y de los conflictos sociales. Es necesario tener fe, no obstante las contradicciones, las pruebas, los fracasos. Con esa fe participamos en la misma vida de Dios y encontramos en Él apoyo y aliento.
Multitud de veces han tratado de este pasaje bíblico los Santos Padres. Traemos aquí un texto de San Ireneo:
«También, para no sufrir nada semejante, debemos conservar intacta la regla de fe, cumplir los mandamientos, creyendo en Dios, temiéndole porque es Señor y amándole porque es Padre. Ahora bien, el cumplimiento de los mandamientos es una adquisición de la fe, porque si no creéis –dice Isaías– no subsistiréis (7,9), y la verdad lleva a la fe, que tiene por objeto las cosas que realmente existen (Heb 11,1), de manera que creamos en los seres que existen y, creyendo en ellos tal como son, guardemos siempre nuestra convicción con respecto a ellos.
«Y como la fe está íntimamente ligada a nuestra salvación, hay que tener mucho cuidado, a fin de tener una verdadera inteligencia de estos seres. Ahora bien: la fe es la que nos la proporciona, tal como los presbíteros, discípulos de los apóstoles, nos la han transmitido por tradición» (Demostración de la predicación apostólica, 3).
–Es impresionante la seguridad que ofrece el Salmo 47, tomado como responsorio: «Dios ha fundado su ciudad para siempre. Grande es el Señor, y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios. Su monte Santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra. El monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran Rey. Entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar. Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos; pero, al verla, quedaron aterrados y huyeron despavoridos. Y allí los agarró el temblor y dolores como de parto; como un viento del desierto que destroza las naves de Tarsis».
–Mateo 11, 20-24: El día del juicio será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotros. Comienza un período crítico en el ministerio de Jesucristo, pues muchos lo abandonan. Las maldiciones dirigidas contra las ciudades que han rehusado seguir su llamada a la penitencia hacen resaltar la gravedad del aviso divino: un día el juicio divino caerá inexorablemente sobre aquellos que hayan rechazado a su enviado. San Juan Crisóstomo dice:
«Entonces, cuando la sabiduría quedó justificada, cuando les hubo mostrado que todo se había cumplido, púsose el Señor a reprender a las ciudades. Ya que no las pudo convencer, las declara malhadadas, que es más que infundirles miedo. A la verdad, ya les había dado su enseñanza, ya había en ellas realizado milagros. Mas ya que se obstinaban en su incredulidad, ya no le queda sino maldecirlas.. Y no sin razón les pone el ejemplo de Sodoma, pues quiere con él encarecer su culpa. Prueba, en efecto, máxima de maldad es que, por lo visto, aquellos habitantes de Cafarnaún no sólo eran peores que los que entonces vivían, sino más malvados que cuantos malvados habían jamás existido.
«Por modo semejante, establece el Señor otra vez comparación y condena a los judíos con el ejemplo de los ninivitas y de la reina del Sur. Sólo que allí se trata de quienes obraron bien; aquí, empero, la comparación es con quienes pecaron, lo que aumenta la gravedad... Así por todos lados, trata de atraérselos; lo mismo por sus ayes de maldición que por el miedo que les infunde. Escuchemos también nosotros estas palabras del Señor. Porque no sólo contra los incrédulos, contra nosotros mismos, señaló el Señor castigo más duro que el de los habitantes de Sodoma si no acogemos a los huéspedes que acuden a nosotros, pues Él les mandó que sacudieran hasta el polvo de sus pies» (Homilía 37,4-5, sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Isaías 7,1-9
a) Esta vez el profeta se mete en política. No tanto para dar soluciones técnicas o militares, sino para recordar al rey y a las clases dirigentes los criterios de fidelidad religiosa que deben seguir.
Corren aires de guerra. El rey Acaz y sus militares son presas del pánico (el texto dice que están agitados como los árboles del bosque con el viento) ante los dos reyezuelos que les vienen a atacar: el rey de Damasco y el de Israel, el reino del Norte. Todo era cuestión de alianzas militares, o con Asiria, más al Norte (como quería Acaz), o con Egipto, al Sur (como querían Damasco y Samaria).
Isaías recibe el encargo de tranquilizar al rey, y lo hace en nombre de Yahvé, el Dios fiel, que seguirá apoyando a la dinastía de David, la línea de la promesa mesiánica. Con la condición de que también ellos le sean fieles: «si no creéis, no subsistiréis».
El salmo insiste en esta confianza, basada en el amor que Dios tiene a Jerusalén: «Dios ha fundado su ciudad para siempre, su monte santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra... Los reyes se aliaron para atacarla juntos, pero huyeron despavoridos».
Por esta vez, Dios ahorra a su pueblo la catástrofe nacional que ya se ve en el horizonte.
b) Nos irían mucho mejor las cosas, tanto en la Iglesia como en la sociedad, y en cada familia y comunidad, si fuéramos más fieles a Dios y sus caminos.
No es que cada desgracia sea castigo del pecado, o cada éxito, premio a la virtud. Pero nosotros mismos nos vamos construyendo un futuro bueno o malo según qué caminos seguimos. El que siembra vientos recoge tempestades. El mal que hacemos tiene siempre consecuencias. ¿Cómo podrá ser estable un edificio -nuestra vida- si lo construimos basándonos en el interés o la falsedad?
Jesús nos dirá que demos al César lo que es del César, pero a Dios lo que es de Dios.
Es un equilibrio que sanaría tantas situaciones de tensión que se crean debido a nuestros egoísmos e idolatrías. Las soluciones técnicas hay que ponerlas en marcha, pero sin olvidarnos de nuestra fidelidad a Dios. Sin él, todo es deleznable. Ni Egipto ni Asiria nos pueden ofrecer alianzas estables; ni el dinero ni el poder ni la técnica pueden asegurarnos el bienestar, ni a las personas ni a la comunidad.
Es hermoso el gesto simbólico que Dios le sugiere a Isaías. Tiene que ir al encuentro de Acaz acompañado por el hijo del profeta, que lleva por nombre «Sear Yasub», que significa «un resto volverá». Dios nunca cierra del todo la puerta a la esperanza. Los que la cerramos, a veces, somos nosotros, con nuestras desviaciones y olvidos.
2. Mateo 11,20-24
a) Lo que decía ayer Jesús de que no había venido a traer paz, sino espadas y división, se ve claramente en la página siguiente del evangelio.
Tres de las ciudades -Betsaida, Corozaín, Cafarnaúm-, en torno al lago de Genesaret, que tenían que haber creído en él, porque escuchaban su predicación y veían continuamente sus signos milagrosos, se resisten. Jesús se lamenta de ellas. Las compara con otras ciudades con fama de impías, o por paganas (Tiro y Sidón) o por la corrupción de sus costumbres (Sodoma), y asegura que esas ciudades «malditas» serán mejor tratadas que las que ahora se niegan a reconocer en Jesús al enviado de Dios.
En otra ocasión Jesús alabó a la ciudad pagana de Nínive, porque acogió la predicación de Jonás y se convirtió al Señor. Mientras que el pueblo elegido siempre se mostró reacio y duro de cerviz.
b) Los que pertenecemos a la Iglesia de Jesús, podemos compararnos a las ciudades cercanas a Jesús. Por ejemplo, a Cafarnaúm, a la que el evangelio llama «su ciudad».
Somos testigos continuos de sus gracias y de su actuación salvadora.
¿Podríamos asegurar que creemos en Jesús en la medida que él espera de nosotros?
Los regalos y las gracias que se hacen a una persona son, a la vez, don y compromiso.
Cuanto más ha recibido uno, más tiene que dar. Nosotros somos verdaderamente ricos en gracias de Dios, por la formación, la fe, los sacramentos, la comunidad cristiana. ¿De veras nos hemos «convertido» a Jesús, o sea, nos hemos vuelto totalmente a él, y hemos organizado nuestra vida según su proyecto de vida?
¿O, tal vez, otras muchas personas, si hubieran sido tan privilegiadas en gracias como nosotros, le hubieran respondido mejor?
«No temas, no te acobardes» (1ª lectura II)
«El día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Isaías 7,1-9
Sobre el fondo de la guerra siro-efraimita, que opuso a los reyes de Israel y de Siria contra el rey de Judá, se abre con el capítulo 7 de Isaías el así llamado «libro del Enmanuel». «Enmanuel», Dios-con-nosotros, es el nombre del hijo anunciado a Ajaz, rey de Judá, como signo que garantiza la intervención salvífica de YHWH, a pesar de la incredulidad del soberano y de los grandes del reino.
En torno a esta figura se agrupan los oráculos de los capítulos. 7-11, en los que se atribuye al hijo que ha de nacer prerrogativas que superan los confines de su historia contemporánea y lo elevan a símbolo e imagen del mesías que había de venir. Dios cumplirá su promesa y asegurará el futuro de la dinastía davídica. Al rey y al pueblo les corresponde esta adhesión de fe, condición indispensable para participar de la promesa misma.
Frente a la inminente amenaza de Israel y de Siria, que no perdonan a Judá su no participación en la coalición antiasiria, el rey Ajaz, por un lado, dota a Jerusalén de defensas que puedan asegurarle la supervivencia en caso de asedio y, por otro, intenta aliarse con el más fuerte, esto es, precisamente Asiria.
El profeta va al encuentro del rey para recordarle que lo que cuenta y marca la diferencia no es tanto la estrategia política y militar como la fe en Dios (v. 9b), único auténtico soberano de Judá, a quien el profeta representa. El Señor garantiza la victoria sobre los dos reyes, cuyo poder es comparable al de «dos tizones humeantes» (v. 4).
Evangelio: Mateo 11,20-24
El pasaje presenta tres invectivas, de sello profético, dirigidas por Jesús a algunas ciudades de Galilea. Corozaín, Betsaida y Cafarnaún constituyeron el primer espacio operativo de Cristo, fueron espectadoras y beneficiarias de su actividad taumatúrgica y de su primer anuncio del Reino (vv. 21-23). Sin embargo, se las cita como prototipos de la «generación caprichosa» que se parece a los niños en las plazas. Estos últimos, en vez de participar en el juego, se quedan sentados, como dice la parábola que precede al pasaje de hoy (cf. Mt 11,16-19).
Los milagros que realiza Jesús no son fines en sí mismos, sino signos que levantan el velo sobre la verdadera identidad de aquel que los realiza. Son como acciones pedagógicas cuyo objetivo es la acogida de Jesús y de su mensaje en la fe: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15b). Eso supone una disponibilidad radical que germina en la conciencia de nuestra propia necesidad de ser salvados, de ser liberados del mal. Por eso a las ciudades paganas y pecadoras, emblema de las cuales son Tiro, Sidón y Sodoma, se las considera, potencialmente, más dóciles para abrirse al anuncio del Evangelio y a la consiguiente conversión.
MEDITATIO
Estamos inmersos en la historia que vivimos y no podemos evitar hacer lo que podamos para obtener los resultados más ventajosos para nosotros en ella. A buen seguro, no tiene sentido que esperemos ayudas de lo alto que suplan la inhibición y nuestro carácter inoperante. Con todo, no raras veces nos sentimos impelidos hacia dos actitudes extremas: el pragmatismo, completamente escéptico o indiferente respecto al carácter incisivo de la fe en la historia, y el espiritualismo, que invoca a Dios para que resuelva problemas prácticos. Ninguna de las dos posiciones toma en serio a Dios en su verdad de Señor del tiempo y de la historia, y en su opción de confiar al hombre -como «virrey» de lo creado- la suerte de la creación (cf. Gn 1,28; 2,15).
La fe no suprime la perspicacia del análisis de lo que acaece; más aún, permite ver con detenimiento y captar las consecuencias últimas de los fenómenos políticos, sociales, familiares... La fe no nos impide adquirir la necesaria competencia para tratar las cuestiones contingentes; es más, la anima con la confianza de que nada se ha de perder, ni siquiera las derrotas y los fracasos, dado que Dios es el salvador de todo lo que existe.
La fe ensancha el horizonte más allá de las apariencias y permite reconocer la obra del Espíritu Santo, que guía al hombre hacia la plena revelación del Padre en Cristo. Abrirse a este reconocimiento es abrirse a la alegría, aun en medio de las dificultades y los sufrimientos que presenta la historia: alegría por la seguridad de que, incluso en la adversidad, el Señor está con nosotros, con tal de que nosotros no nos cerremos a los signos que revelan su presencia.
ORATIO
Perdona, Señor, mi dureza de corazón. No es tanto la de quien elige pasar de ti, sino el polémico carácter refractario de quien te quiere distinto: o con una potencia más evidente, o menos embarazoso. Perdóname, Padre, por sentirme escandalizado por tu modo de revelarte en la vida de Jesús y por aceptar darte a conocer hoy a través de la vida de la Iglesia, de los cristianos, es decir, también a través de la mía: una vida llena con frecuencia de contradicciones, de incoherencias, de fragilidad y de infidelidad.
Necesito hacerme sencillo y humilde para comprender algo de tu modo de manifestarte o, por lo menos, para acoger con fe y respeto los signos de tu presencia, esos que tú mismo nos has indicado -el pan, la Palabra, el hermano- y los tejidos en la trama de la historia. ¡Ven, Espíritu Santo, padre de los pobres, luz de los corazones!
CONTEMPLATIO
La más alta realización de la conducta cristiana consiste en humillar el propio corazón aunque sea grande en las obras, en el desprecio a la vida, y expulsar la presunción con la ayuda del temor de Dios; de este modo, gozaremos de la promesa no en proporción a los esfuerzos realizados, sino en proporción a la fe y al amor por ella. Dada la grandeza de los dones, no es posible encontrar esfuerzos proporcionados: sólo una gran fe y una gran esperanza están en condiciones de medir la recompensa prescindiendo de los esfuerzos, y el fundamento de la fe está representado por la pobreza de espíritu y del amor desmesurado por Dios (Gregorio de Nisa, Fine, professione e perfezione del cristiano, Roma 1996, p. 45).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«¡Señor, creo en ti!» (cf. Is 7,9b).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La fe —es preciso recordarlo con vigor— no se reduce a una relación con lo divino vivida casi exclusivamente en formas emotivas y compensatorias. No se cree porque «hace bien», sino que se cree porque... Resulta difícil explicarlo. Es cuestión de enamoramiento: ¿puede explicarse el amor?
Aquí se mide la diferencia que media entre la fe pequeña y la grande. No es que hoy falte la fe. El mundo está lleno de muchos hombres con una fe pequeña. Falta, sin embargo, la fe grande. Por desgracia, cada uno de nosotros cultiva una fe pequeña, una fe que nos tranquiliza un poco, remedia algunas de nuestras insuficiencias, colma algunos vacíos y cura algunas heridas. Pero ¿dónde está la gran fe que habla del fuego del Espíritu, de la presencia y del retorno de Cristo, del pecado y de misericordia, de la cruz y de la resurrección? ¿Dónde están los verdaderos creyentes, a saber: los inquietos (no los intranquilos), que, heridos y humillados por la conciencia del pecado y de la derrota, se ponen ante Dios con el peso de su vergüenza, convierten su sufrimiento en una invocación y aman el sentido de la vida más que la vida misma? (L. Pozzoli, E soffia dove vuole, Milán 1997).