Miércoles XIV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 5 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Os 10, 1-3. 7-8. 12: Es tiempo de consultar al Señor
Sal 104, 2-3. 4-5. 6-7: Buscad continuamente el rostro del Señor
Mt 10, 1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Oseas 10,1-3.7-8.12: Es tiempo de consultar al Señor. La riqueza de Israel, en vez de contribuir a alabar a Yavé por los abundantes bienes materiales, no ha servido más que para multiplicar los lugares de culto idolátrico y vino el castigo de Dios. «Se acabó Samaria. Su rey es como espuma sobre la superficie de las aguas. Destruidos serán los altos de la impiedad». Sólo con la conversión alcanzarán misericordia y para esto han de acudir a Dios, buscar su rostro y ser fiel a la alianza.
–A esto conduce también el Salmo 104 del responsorio. Dios ha sido fiel a sus promesas, Israel lo sea a la ley. Todo el Salmo canta la alianza de Yavé con los Patriarcas. El cristiano debe tomar conciencia de todos los prodigios realizados por Dios en la Antigua Alianza para llevar adelante las promesas hechas por Dios a Abrahán. Son prodigios que nos afectan también a nosotros, los que seguimos a Cristo. Es lo que afirma San Pablo en su Carta a los Romanos 4,16.18-25.
–Mateo 10,1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel. Es admirable la actitud de Jesucristo por cumplir las promesas hechas a los Patriarcas en favor del pueblo de Israel. Pero no deja de cumplir tampoco su misión universal de la salvación de todos los hombres. Las circunstancias irán perfilando la realización del plan salvífico de Dios que ya apunta en la misma predicación profética. San Juan Crisóstomo dice:
«Veamos ya a dónde y a quiénes envía Jesús sus apóstoles. ¿Quiénes son éstos? Unos pescadores y publicanos... No penséis –les viene a decir el Señor–, que, porque me injurian y me llaman endemoniado, yo los aborrezco y los aparto de mí. Justamente a ellos tengo interés y empeño en curarlos primero, y, apartándoos a vosotros de los demás, os envío a ellos como maestros y médicos. Y no sólo os prohíbo que prediquéis a otros antes que a éstos, sino que no os consiento que toquéis en los caminos que llevan a la gentilidad ni que entréis en ciudad alguna de samaritanos...
«Mirad la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles. No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente... Ninguna gracia hacéis a los que os reciben, pues no habéis recibido vuestros poderes como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones merecen» (Homilía 32,4,sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Oseas 10,1-3.7-8.12
a) Esta vez, el pecado del pueblo de Israel se describe con imágenes tomadas de la vida del campo.
El pueblo elegido era una viña que producía frutos abundantes, pero ahora se ha convertido en campo estéril. Se han olvidado de Dios. Se han fiado de las fuerzas humanas y éstas les fallan: «¿qué podrá hacernos el rey?... su rey, como espuma sobre la superficie del agua».
El único remedio es que Israel se convierta a su esposo, Dios. Que destruya «los altozanos de los ídolos», o sea, las ermitas a dioses falsos que construían en las colinas y montes. Que reconozcan su culpa: «gritan a los montes, "cubridnos", y a los collados, "caed sobre nosotros"» (son las palabras que pone Jesús en labios de las personas asustadas por los síntomas del «día del Señor» al final de los tiempos: Lc 23,30).
b) De nuevo se nos interpela respecto a si somos o no idólatras, si levantamos altares a dioses falsos, si tenemos «el corazón dividido», como Israel, o sea, si decimos que seguimos a Cristo, pero en realidad hacemos más caso a este mundo y sus criterios de vida, caminando, de este modo, derechos al desmoronamiento interior.
Si hay conductas dudosas, o un doble juego en nuestro estilo de vida, o nos dejamos llevar por el egoísmo o la ambición, somos invitados a convertirnos a Dios: «sembrad justicia y cosecharéis misericordia». Ayer nos decía Oseas que quien siembra vientos recoge tempestades. Hoy, nos invita a sembrar justicia para cosechar misericordia.
Claro que nos seducen también las voces que escuchamos en nuestro mundo. Ya Pablo reconocía como dos leyes en su cuerpo: «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero... me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros» (Rm 7,19-23).
«Es tiempo de consultar al Señor». Es tiempo de escuchar su palabra y hacerle caso. Los valores que nos ha enseñado Cristo son los auténticos. «Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro».
2. Mateo 10,1-7
En el capítulo 10, Mateo comienza una nueva sección de su evangelio: el llamado «discurso misionero» o «apostólico».
Terminada la serie de milagros que había narrado después del sermón de la montaña, ahora leemos el segundo de los cinco grandes discursos de Jesús, en el que da a sus apóstoles unas consignas para su misión evangelizadora.
Ya había insinuado la idea al final del evangelio de ayer, cuando Jesús contemplaba la abundancia de la mies y la escasez de obreros para la siega, invitándonos a orar al Padre que envíe trabajadores a su campo.
a) A los discípulos a quienes elige, Jesús los llama «apóstoles», o sea, «enviados». Su misión va a ser, ante todo: «id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca». Pero este anuncio debe ir acompañado de hechos: «expulsar espíritus inmundos, curar toda enfermedad».
Puede parecer extraño que les recomiende que no vayan a tierras de paganos ni a Samaria, sino que se limiten a predicar a «las ovejas descarriadas de Israel». El pueblo judío es el heredero de la promesa: antes de hacerse universal, la salvación se ha de ofrecer a Israel. Al final les dará, según Mateo, la orden: «id y haced discípulos a todas las naciones».
b) La Buena Noticia de Dios, de la salvación y la vida que nos ofrece, debe ser anunciada a toda la humanidad. Cada generación es nueva, en la historia, y necesita ser evangelizada.
Por eso sigue en pie el encargo de Jesús. A unos se lo encomienda de un modo más intenso y oficial: a los obispos de la comunidad eclesial, que son los sucesores de esos doce apóstoles. Como también a sus colaboradores más cercanos, los presbíteros y los diáconos, que reciben para ello una gracia especial en el sacramento del Orden.
Pero es toda la comunidad cristiana la que debe anunciar la salvación de Dios y dar testimonio de ella con palabras y con obras. En el ámbito de la familia, del trabajo, del estudio, de la política, de los medios de comunicación, de la sociedad en general. En tierras de misión y en países cristianos.
Es lo mejor que un cristiano puede hacer, dar testimonio del amor y la cercanía de Dios a su alrededor, curar las dolencias, expulsar los demonios de nuestra sociedad, ayudar a que todos puedan vivir su existencia con esperanza y sentido. No todos somos sucesores de los apóstoles, pero todos somos seguidores de Jesús y debemos continuar -cada uno en su ambiente-, la misión que él vino a cumplir. Todos formamos la Iglesia «apostólica» y «misionera».
«Sembrad justicia y cosecharéis misericordia» (1ª lectura II)
«Buscad continuamente el rostro del Señor» (salmo II)
«Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Oseas 10,1-3; 7-8.12
Oseas compara a Israel con una vid (o viña), una imagen entrañable para los autores bíblicos (cf. Is 3,14; 5,1-7; 27,2; Jr 3,21; 12,10; Ez 15,1; 17,6-10; Sal 80,9-19; Mt 20,1ss). Efectivamente, Israel se ha vuelto cultivador, se ha enriquecido, pero, justamente con el bienestar material, ha tomado impulso para abandonarse a un culto materialista y, al cabo, idólatra. «Tiene dividido el corazón». El profeta subraya con vigor la insinceridad que el formalismo religioso ha producido, en concomitancia con la erección de estelas («massebe», es decir, columnas talladas con ambiciones artísticas), aunque con una depravación idólatra.
El pueblo se lamenta, a continuación, de no tener un rey como las otras naciones. El comentario del profeta constituye, sin embargo, una verdadera desaprobación: sin YHWH, Israel está perdido, tenga o no tenga rey. La destrucción de Samaria, dividida e idólatra, está predicha con vigor junto con el fin de su rey, arrastrado como «una brizna» en las trágicas aguas del asedio. «Espinas y zarzas» (cf. Gn 3,18) treparán por las ruinas de sus altares, y el pueblo, consciente al final de su propio daño, deseará que los montes le caigan encima para ocultar su propia vergüenza. ¿Cómo no sentir aquí algo así como un anticipo del anuncio lucano (Lc 23,30)?
En el v. 12 invita Oseas al pueblo a cambiar de vida: «Sembrad justicia», entendida ésta como obediencia a la voluntad de Dios; entonces cosecharán en un clima de «amor». Todavía una imagen agrícola, un campo, «nuevo» como el corazón del pueblo invitado a realizar esta justicia, una justicia en la que lo que cuenta de modo fundamental es buscar a Dios, es decir, lo que él quiere.
Evangelio: Mateo 10,1-7
Es interesante señalar que al discurso sobre la necesidad de la misión (v. 38: «Rogad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies») le sigue la llamada de los Doce, que son enviados de inmediato. Existe, en efecto, un vínculo profundo entre el ser llamado a «estar» con el Señor y el ser «enviados» con él a los hermanos. Y se trata de una llamada por el propio nombre, es decir, dentro de la propia identidad pensada desde siempre por un Dios que nos ha llamado antes que nada a la vida, por amor. Como en Lc 9,1, Jesús confiere de inmediato su mismo «poder» a sus discípulos, un poder que se concreta en vencer a las fuerzas demoníacas y en curar el mal parcial (la enfermedad), como anticipo y signo de la liberación total del mal.
Mateo se toma un gran interés en la lista de los nombres, que -hacemos hincapié en ello- siguen el mismo orden que en Mc 3,16-19; Lc 6,14-16 y Hch 1,13. No es casualidad que el primero de la lista sea «Simón, llamado Pedro», el primero en dignidad. Los otros nombres aparecen emparejados. El autor del evangelio, el mismo que se llama Mateo, no se avergüenza de añadir a su nombre el poco honorable oficio de publicano. Por último, se recoge el nombre de Judas Iscariote, que pasará tristemente a la historia tal como aquí se dice: «el que lo entregó».
Veamos las primeras instrucciones de Jesús a los enviados: la invitación a consagrar su propia «misión» antes que nada a los israelitas «perdidos» y a anunciar, por el camino, la gran proximidad del Reino de Dios. El significado hemos de buscarlo en el hecho de que Jesús, judío entre los judíos, conoce las posibilidades latentes en su pueblo, que, oprimido por tanta religiosidad, una religiosidad que se había vuelto legalista y formal, carecía de guías espirituales. Toda la Iglesia primitiva -según dicen los Hechos- se movió después con este mismo estilo: anunciando a los judíos antes que a los otros el cumplimiento de las promesas hechas a Abrahán («A través de tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra»: Hch 3,25). Y la realización de la bendición de la que el mismo Israel es portador, si se convierte, es «el Reino de Dios», es decir, la presencia del Dios-Amor que, en Jesús, libera y salva.
MEDITATIO
Puede suceder que nuestras jornadas estén marcadas, a veces, por el sello de la eficiencia a cualquier precio. Se parecen a la vid de Oseas, que da fruto, pero no por el Señor ni para el Señor. Dentro de esta búsqueda «dividida», se resquebraja el corazón y se entorpece. Las consecuencias de esto son nefastas: «espinas» de descontento profundo y «zarzas» de preocupaciones y de falta de sentido. Ahora bien, si el corazón vuelve a buscar al Señor dentro de la «justicia», que es santidad de vida con Dios y para Dios, podrá cosechar «amor» para sí y para los demás. Eso es lo que subraya asimismo el evangelio que presenta Jesús mientras llama a los Doce y los envía, dándoles el poder de liberar del mal y de anunciar que el Reino de Dios (el amor misericordioso del Padre) está cerca de quien, con recto corazón, busca al Señor y su voluntad.
En nuestros días, es importante que el corazón entre en esta dinámica de llamada. Jesús nos llama por nuestro nombre. Para él, yo también soy único e irrepetible. Me conoce y me ama desde siempre. Su proyecto de salvación no consiste sólo en sacarme fuera de la falsedad de una vida centrada en intereses de corto alcance, sino que quiere hacer de mí nada menos que un instrumento de su salvación. Lo que importa es creer que él me da su poder y, en su nombre, puedo llegar a ser luz para los hermanos con tal de que permanezca en contacto con él mediante una fuerte oración y mi corazón esté orientado a él y a los intereses del Reino.
ORATIO
No permitas, Señor, que sea yo como la viña de tu pueblo cuando mi corazón se aleja de ti y se convierte en mentiroso recorriendo caminos de falsa lozanía. Haz que no mire la eficiencia a cualquier precio, la búsqueda de lo que me agrada en el interior de las categorías mundanas: éxito, ropa, dinero, aplauso, imagen, interés personal.
Ayúdame a «sembrar justicia»: la santidad evangélica del responder a tu llamada a realizar, momento a momento, junto a ti, con el poder del Espíritu Santo que me has dado, todo lo que el Padre quiere de mí. Concédeme «roturar el campo nuevo», que consiste en vivir y anunciar el Reino de Dios: reino de paz, de amor, de paciencia, de mansedumbre y de una esperanza que va más allá de cualquier dificultad.
Continúa llamándome por mi nombre, Señor. Y, de viña idólatra, hazme sarmiento vivo de tu ser Vid verdadera. Concédeme dar fruto para el Reino, en ti y por ti.
CONTEMPLATIO
En lo más profundo de sí misma, advierte el alma un movimiento que la atrae hacia Dios. Este le dice, de manera imperceptible, que todo irá bien con tal de que le deje hacer y no viva de otra cosa que de su fe auténtica en medio de un abandono total.
«Ciertamente –dice Jacob– el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía» (Gn 28,16). ¿Buscas a Dios, querida alma? Has de saber que está en todas partes. Todo te lo anuncia, todo te lo da. Incluso ahora ha pasado junto a ti, a tu alrededor, dentro, a través. Mora en ti y tú lo buscas. ¡Cuidado! Buscas la idea de Dios en su sustancia, buscas la perfección, y ésta se encuentra en todo lo que te sale al encuentro. Tus mismas acciones –si las haces por Dios y con Dios-, tus sufrimientos, tus atracciones: todo es enigma bajo el qué Dios elige entregarse a ti. El no necesita tus ideas sublimes para habitar en ti (J. Pierre de Caussade, L"abbandono alla Providenza divina, Milán 1919, p. 35).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Recobrad el ánimo, los que buscáis a Dios» (Sal 69,33).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El amor a lo bello sigue siendo un anhelo fundamental no sólo de la vida monástica, sino de la vida cristiana en general. Dostoievski decía incluso que la belleza podría salvar el mundo, y yo estoy convencido de ello. Ahora bien, ¿dónde se encuentra esta belleza? ¿Dónde puede germinar?
La condición esencial para que florezca la belleza y connote las obras creadas por los cristianos es la pobreza: allí donde está la pobreza, no la miseria, allí donde está la sencillez, esto es, la capacidad de reconducir las cosas a lo esencial, forzosamente acabamos por reconducir las cosas a su armonía, y, entonces, todas las criaturas manifiestan su fuerza sinfónica, su consonancia natural, y crean por sí solas el ambiente que es la obra de arte. Dionisio el Areopagita recuerda que ninguna de las cosas que existen están privadas por completo de belleza, puesto que dice la Escritura que todas las cosas eran muy bellas cuando fueron creadas. De ahí que sea preciso descubrir de nuevo y hacer resaltar esta belleza, convirtiéndonos y convirtiendo las cosas a la unidad y la simplicidad deificante (E. Bianchi, Ricominciare, Génova 1991, p. 58).