Miércoles XIV Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 12 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 43, 55-57; 42, 5-7. 17-24a: Estamos pagando el delito contra nuestro hermano
Sal 32, 2-3. 10-11. 18-19: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti
Mt 10, 1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 41,55-57; 42,5-7.17-24: Estamos pagando el delito contra nuestro hermano. José vendido por sus hermanos y convertido en el personaje más importante de Egipto por una serie de acontecimientos providenciales. Los hijos de Jacob, sin reconocerle, se postran ante su propio hermano, quien los pone a prueba a fin de que reconozcan el mal que hicieron.
San Gregorio Magno, después de narrar todo el episodio de José, dice:
«¡Oh tormento de la misericordia! Castiga y ama. Ya vueltos, postrados en tierra y llorando, imploran el perdón; pues, acordándose de lo que acerca de él habían prometido al padre, veíanse oprimidos por una insoportable tristeza. Entonces, no pudiendo contenerse más la piedad oculta, prorrumpe, y de aquel rostro severo saca lágrimas de caridad; fue echada a un lado la aparente ira, y la misericordia, que existía y no aparecía, hízose patente. De tal manera aquel santo varón perdonó y castigó en sus hermanos el crimen, de tal manera mantuvo viva la misericordia con sus hermanos, que ni fue piadoso sin castigo ni riguroso sin piedad...
«He ahí cuál es el magisterio de la disciplina: saber perdonar discretamente las culpas y corregirlas con piedad. Pero los que no tienen espíritu de corrección, o bien perdonan los pecados de manera que no los corrigen, o bien, al corregirlos, hieren como si no los perdonaran» (Homilía 9 sobre Ezequiel).
–El Salmo 32 es como un himno a la providencia de Dios con su pueblo: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti... El Señor deshace los planes de las naciones; frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su Corazón de edad en edad».
Si el creyente de todos los tiempos tiene motivos para confiar alegre y esperanzado en la Palabra divina, llena de amor y misericordia, el cristiano sabe que esa Palabra se ha hecho hombre (Jn 1,14) para llevar a cabo los proyectos del Corazón de Dios y llenar así con su misericordia toda la tierra. Es la misma Palabra que un día dirá todos los cristianos: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).
–Mateo 10,1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel. Es admirable la actitud de Jesucristo por cumplir las promesas hechas a los Patriarcas en favor del pueblo de Israel. Pero no deja de cumplir tampoco su misión universal de la salvación de todos los hombres. Las circunstancias irán perfilando la realización del plan salvífico de Dios que ya apunta en la misma predicación profética. San Juan Crisóstomo dice:
«Veamos ya a dónde y a quiénes envía Jesús sus apóstoles. ¿Quiénes son éstos? Unos pescadores y publicanos... No penséis –les viene a decir el Señor–, que, porque me injurian y me llaman endemoniado, yo los aborrezco y los aparto de mí. Justamente a ellos tengo interés y empeño en curarlos primero, y, apartándoos a vosotros de los demás, os envío a ellos como maestros y médicos. Y no sólo os prohíbo que prediquéis a otros antes que a éstos, sino que no os consiento que toquéis en los caminos que llevan a la gentilidad ni que entréis en ciudad alguna de samaritanos...
«Mirad la grandeza del ministerio, mirad la dignidad de los apóstoles. No se les manda que hablen de cosas sensibles, ni como hablaron antaño Moisés y los profetas. Su predicación había de ser nueva y sorprendente... Ninguna gracia hacéis a los que os reciben, pues no habéis recibido vuestros poderes como una paga ni como fruto de vuestro trabajo. Todo es gracia mía. De este modo, pues, dad también vosotros a aquéllos. Porque, por otra parte, tampoco es posible hallar precio digno de lo que vuestros dones merecen» (Homilía 32,4,sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
Génesis 41,55-57; 42,5-7.17-24
a) Dentro del ciclo del patriarca Jacob, leeremos, durante varios días, la deliciosa historia de José.
Saltamos algunos capítulos del Génesis, por ejemplo la narración de cómo sus hermanos, por la envidia que sentían hacia José, el predilecto de Jacob, le vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto, de cómo allí fue esclavo y estuvo en la cárcel, hasta que por su don de interpretar los sueños del Faraón, llegó a escalar posiciones muy altas en la corte, siendo nombrado primer ministro y administrador del reino. Esa página la leemos el viernes de la segunda semana de Cuaresma, porque a José se le ve como figura de Cristo, también vendido por los suyos.
Aquí empalma la lectura de hoy. La sabia previsión de José le hace persona importante en el momento de sequía que azota a Egipto y a los países limítrofes, incluido el de Canaán. Por eso vienen sus hermanos a comprar víveres para sus familias. José no se da a conocer de inmediato y los pone a prueba, pidiéndoles que le traigan al hermano menor, Benjamín, a quien quiere de modo especial porque son hijos de la misma madre (Raquel).
¡Sorpresas de la vida! Uno de los motivos de la ojeriza de sus hermanos contra José había sido que él, ingenuamente, les había contado un sueño en que los veía arrodillados a sus pies. Y, en efecto, ahora lo están, aunque de momento no le reconozcan.
b) El salmo nos ayuda a interpretar desde una perspectiva religiosa la historia de José. A pesar de las intrigas de sus hermanos, que le vendieron para deshacerse de él, Dios lo convierte todo en bien: «dad gracias al Señor con la cítara... el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad... Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre».
La historia es una invitación a creer en la providencia de Dios, que, como tantas veces, escribe recto con líneas que han resultado torcidas por los fallos de los hombres. Cuántas veces, en la historia de la Iglesia, acontecimientos que parecían catastróficos, no lo fueron, sino que incluso resultaron providenciales para indicarnos los caminos de Dios y purificarnos de nuestras perezas o ambiciones. Por ejemplo, la invasión de los pueblos del Norte, en el siglo V, o la pérdida, en el siglo pasado, de los Estados Pontificios.
También en nuestra historia particular hemos experimentado tal vez que lo que creíamos un fracaso ha resultado un bien para nosotros. Como para Ignacio de Loyola su herida en el sitio de Pamplona. Como para Jesús, cuya muerte -vendido como José por unas monedas- parecía el fracaso de todos sus planes salvadores, y fue precisamente el hecho decisivo de la redención de la humanidad.
Dios sabe sacar siempre bien del mal.
2. Mateo 10,1-7
En el capítulo 10, Mateo comienza una nueva sección de su evangelio: el llamado «discurso misionero» o «apostólico».
Terminada la serie de milagros que había narrado después del sermón de la montaña, ahora leemos el segundo de los cinco grandes discursos de Jesús, en el que da a sus apóstoles unas consignas para su misión evangelizadora.
Ya había insinuado la idea al final del evangelio de ayer, cuando Jesús contemplaba la abundancia de la mies y la escasez de obreros para la siega, invitándonos a orar al Padre que envíe trabajadores a su campo.
a) A los discípulos a quienes elige, Jesús los llama «apóstoles», o sea, «enviados». Su misión va a ser, ante todo: «id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca». Pero este anuncio debe ir acompañado de hechos: «expulsar espíritus inmundos, curar toda enfermedad».
Puede parecer extraño que les recomiende que no vayan a tierras de paganos ni a Samaria, sino que se limiten a predicar a «las ovejas descarriadas de Israel». El pueblo judío es el heredero de la promesa: antes de hacerse universal, la salvación se ha de ofrecer a Israel. Al final les dará, según Mateo, la orden: «id y haced discípulos a todas las naciones».
b) La Buena Noticia de Dios, de la salvación y la vida que nos ofrece, debe ser anunciada a toda la humanidad. Cada generación es nueva, en la historia, y necesita ser evangelizada.
Por eso sigue en pie el encargo de Jesús. A unos se lo encomienda de un modo más intenso y oficial: a los obispos de la comunidad eclesial, que son los sucesores de esos doce apóstoles. Como también a sus colaboradores más cercanos, los presbíteros y los diáconos, que reciben para ello una gracia especial en el sacramento del Orden.
Pero es toda la comunidad cristiana la que debe anunciar la salvación de Dios y dar testimonio de ella con palabras y con obras. En el ámbito de la familia, del trabajo, del estudio, de la política, de los medios de comunicación, de la sociedad en general. En tierras de misión y en países cristianos.
Es lo mejor que un cristiano puede hacer, dar testimonio del amor y la cercanía de Dios a su alrededor, curar las dolencias, expulsar los demonios de nuestra sociedad, ayudar a que todos puedan vivir su existencia con esperanza y sentido. No todos somos sucesores de los apóstoles, pero todos somos seguidores de Jesús y debemos continuar -cada uno en su ambiente-, la misión que él vino a cumplir. Todos formamos la Iglesia «apostólica» y «misionera».
«Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti» (salmo I)
«Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca» (evangelio).