Martes XIV Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 5 julio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Os 8, 4-7. 11-13: Siembran vientos y cosechan tempestades
Sal 113, 3-4. 5-6. 7-8. 9-10: Israel confía en el Señor
Mt 9, 32-38: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Oseas 8,4-7.11-13: Siembran vientos y cosechan tempestades. El oráculo hace alusión a las revoluciones palaciegas que se fueron sucediendo en Samaria. Pero, por encima de todo, estigmatiza la perversión del culto, influenciado por las costumbres paganas. El verdadero Dios no puede aceptar los sacrificios de un pueblo que menosprecia la ley. Es un tema muy repetido en la Sagrada Escritura, principalmente en los profetas. Dos partes, dos temas: en primer lugar la infidelidad de Israel. Se ha hecho un ídolo y será llevado al cautiverio como sus adoradores y se reirán de él. Lo que cuenta en los profetas es la alianza. Conforme a ella, la historia de Israel se desenvuelve en una alternativa de bendiciones o castigos, según sea fidelidad o deslealtad a la misma por parte del pueblo elegido. En segundo lugar los actos del culto han de proceder del corazón y no ser meramente externos. Dios quiere ante todo la entrega sincera de sus corazones en el cumplimiento exacto y religioso de su Voluntad.
–Adecuadamente decimos con el Salmo 113: «sus ídolos son plata y oro, hechura de sus manos». La gran lección que da la historia sagrada es la de un Dios vivo y personal, frente a los ídolos paganos, faltos de vida, hechos por la mano del hombre. Él es Dios trascendente que está en los cielos. El Dios personal que todo lo ve y todo lo regula, aunque sea invisible, precisamente porque es trascendente.
La situación que describe el salmo se ha repetido muchas veces en la historia humana que se deja llevar por los ídolos del dinero, de la sensualidad, de la ambición, de los honores, del poder, etc. Ante todo esto, hemos de poner la mirada en el Dios verdadero y en su Cristo, que ha manifestado a todos los hombres su fidelidad y su gracia. Con su presencia caen todos los ídolos mundanos y nos muestra el verdadero culto en espíritu y en verdad. Cristo desenmascara los ídolos, revelando al mundo el rostro del único Dios verdadero al que han de dar culto. Él enseña a los hombres a confiar en el Padre celestial y, realizando la redención, otorgó a todos una bendición sobreabundante, comunicándoles su misma vida.
–Mateo 9,32-38: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos. Dos nuevas curaciones acrecientan aún más la fama de Cristo y manifiestan su compasión por una gran muchedumbre sin rumbo, como ovejas sin pastor. San Juan Crisóstomo comenta:
«Mirad una vez más cuán ajeno es el Señor a la vanagloria, pues para no atraerlos a Él a todos en pos de sí, envió a sus discípulos. Aunque no es ésa la única razón por la que los envía. Él quiere que se ejerciten en Palestina, como en una palestra, y así se preparen para sus combates por todo lo ancho de la tierra. De ahí que cada vez les va ofreciendo más ancho campo a sus combates en cuanto su virtud lo permita, con el fin de que luego se les hicieran más fáciles los que les esperaban... No os envío –parece decirles– a sembrar, sino a segar... Al hablarles así quería el Señor reprimir su orgullo a par de infundirles confianza, pues les hacía ver que el trabajo mayor estaba ya hecho.
«Pero mirad también aquí cómo el Señor empieza por su propio amor y no por recompensa de ninguna clase: porque se compadeció de las muchedumbres... Con estas palabras apuntaba a los príncipes de los judíos; pues habiendo de ser los pastores, se mostraban lobos. Porque no sólo no corregían a la muchedumbre, sino que ellos eran el mayor obstáculo a su adelantamiento» (Homilía 32,2, sobre San Mateo).
Cristo nos da la solución de todo apostolado: «rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies». Esto es siempre necesario en la Iglesia y en el mundo entero. El poder de la oración es grande en toda labor apostólica. Recordemos a San Francisco Javier o a Santa Teresa del Niño Jesús.
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Oseas 8,4-7.11-13
a) El profeta enumera algunos de los grandes pecados de Israel, en su infidelidad a la Alianza con Dios.
No cuentan con Dios. No le piden consejo. Se construyen ídolos, toros y becerros como en tiempos de Jeroboam, para adorarlos, en vez de adorar al verdadero Dios. La religión de esos ídolos se presentaba más fácil y la moral, más permisiva que la de Yahvé y su Alianza.
Oseas anuncia castigos: «siembran vientos y cosechan tempestades». No se extrañen luego de que todo les vaya mal y sus campos y sus esfuerzos sean estériles. Ellos mismos se están cavando la fosa. «Volverán a Egipto». En efecto, está a punto de suceder la desgracia, el destierro del reino del Norte, igual o peor que la esclavitud en Egipto.
b) Cuando hablamos de idolatría, nos viene espontáneo pensar en unas estatuillas hechas de madera, barro o piedra, a las que los idólatras rinden culto, a pesar de saber que no son dioses, sino hechura de sus propias manos.
Pero todos somos idólatras cuando levantamos altares y prestamos nuestra atención a los dioses que nosotros mismos nos hemos fabricado. No serán estatuillas, pero sí el dinero, el poder, el placer, el éxito, una ideología... Somos idólatras cuando damos a los valores secundarios la importancia que sólo los últimos merecen, y entonces faltamos al primero y principal de los mandamientos: «no tendrás otro dios más que a mí».
¿Nos extrañaremos, luego, de nuestra esterilidad, de nuestros fracasos, del deterioro de la sociedad o de la Iglesia? El que siembra vientos recoge tempestades, a corto o largo plazo. El salmo, no sin ironía, describe este fallo básico: «sus ídolos son plata y oro, hechura de manos humanas... tienen boca y no hablan... que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos». Son ídolos que no valen nada y, sin embargo, hay gente que los sigue adorando y poniendo en ellos su confianza.
Nosotros, por el contrario, deberíamos ser el pueblo de la Alianza: «Israel confía en el Señor, él es su auxilio y su escudo». Deberíamos rendir culto sólo a Dios y relativizar todas las demás cosas, también a nosotros mismos.
2. Mateo 9,32-38
a) Jesús cura a un mudo. Probablemente, un sordomudo, porque el término que emplea Mateo puede significar ambas cosas.
La reacción ante el gesto de Jesús es dispar. La gente sencilla queda admirada: «nunca se ha visto en Israel cosa igual». Pero los fariseos no quieren reconocer la evidencia: «este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Jesús, además de su buen corazón, que siempre se compadece de los que sufren -él recorre pueblos y aldeas y se da cuenta de cómo sufre la gente-, está mostrando, para el que lo quiera ver, su dominio contra el mal y la muerte, su carácter mesiánico y divino.
La escena termina con un pasaje que introduce ya el capítulo que seguirá, el discurso «de la misión». Jesús se compadece de las personas que aparecen «extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor», y se dispone a movilizar a sus discípulos para que vayan por todas partes a difundir la buena noticia.
Pero lo primero que les dice no es que trabajen y que prediquen, sino que recen: «rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
b) También ahora el mundo necesita la buena noticia de Jesús.
¡Cuántas personas a nuestro alrededor están extenuadas, desorientadas, sordas a la Palabra más importante, la Palabra de Dios! Si saliéramos de nuestro mundo y «recorriéramos los caminos», nos daríamos cuenta, como Jesús, de las necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1).
Ahora no va Jesús por los caminos. Pero vamos nosotros, y se escucha nuestra voz, la de la Iglesia. Todos estamos comprometidos en la evangelización, en que nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, oigan hablar de Jesús y se llenen de esperanza con su mensaje de salvación. Unos evangelizan desde su ministerio de responsables de la comunidad. Todos, desde su identidad de cristianos bautizados, «sacerdotes», o sea, mediadores de la palabra y de la alegría de Dios para con los demás.
Está bien que el primer consejo que nos da Jesús para el trabajo misionero sea la oración: «la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Para que no nos creamos que todo depende de nuestros talentos o de las estructuras o de las instituciones. Es Dios el que salva, el que quiere que el mundo participe de su vida y de su alegría. Y es a él a quien debemos mirar, en primer lugar, los cristianos, en nuestra misión de anunciadores de la buena noticia.
Además, eso sí, pondremos todos los medios y energías para dar ese testimonio y hacer oír la voz de Dios en nuestros ambientes.
«Siembran vientos y recogen tempestades» (1ª lectura II)
«Israel confía en el Señor: él es su auxilio y escudo» (salmo II)
«Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: Oseas 8,4-7.11-13
El profeta Oseas manifiesta el amor de un Dios que es grande en fidelidad y rico en misericordia. Sin embargo, proclama asimismo la plena desaprobación de Dios respecto a la conducta de un Israel corrupto, cuyo corazón ya no está con el Señor. Estamos en tiempos de Jeroboán II y de las intrigas que siguieron a su muerte: tiempos de egoísmos desencadenados y de una religiosidad insincera. Se trata de la alienación del querer gobernarse por sí mismos, volviendo a elegir jefes no designados por Dios. El mismo culto, al exteriorizarse cada vez más, se había contaminado hasta construir, en tierra de Samaria, un becerro, que, aunque no era al principio un ídolo, sino la expresión de la presencia invisible de YHWH, se deslizó después hacia la idolatría.
Oseas alude al estallido de la «cólera de Dios»: una categoría bíblica que hemos de comprender de manera adecuada. No es Dios un personaje colérico y vengador, sino alguien que se expresa como Amor en todos los sentidos del término. Precisamente por haber creado al hombre libre y responsable de sus decisiones, lo deja a merced de las consecuencias de la idolatría. Que experimenten los hombres lo que es un viento tempestuoso que destruye el grano, lo que es un tallo sin espiga, lo que es una cosecha presa de los extranjeros. El castigo -la «cólera- es, por tanto, consecuencia del pecado y no un juicio externo y arbitrario de Dios.
Cuando la vida no está en sintonía con el culto, multiplicar los altares es sinónimo de pecado. Se trata de una clara alusión a la Ley del Sinaí. La alianza nupcial (berith) es la relación de fondo establecida por Dios con su pueblo, aunque en las condiciones precisas expresadas por la Ley. Por consiguiente, sacrificar a Dios, olvidando lo que él quiere, es la insinceridad que condena Oseas en nombre del Señor. Precisamente esta insinceridad de la vida conducirá a Israel a la esclavitud del exilio babilónico en el nuevo Egipto.
Evangelio: Mateo 9,32-38
La perícopa está estructurada en dos partes. En la primera, tras el milagro de volver a dar la vista a dos ciegos (9,27-31), libera Jesús del demonio y restituye el uso de la palabra a un mudo. La reacción es doble: gente maravillada, inclinada a reconocer las maravillas de Dios y, en claro contraste, los fariseos insinuando que la obra de Jesús es una acción satánica. Inmediatamente después, introduce Mateo el tema de la misión, presentando el carácter itinerante de la predicación del Señor. Este no es, en efecto, uno de los maestros al uso, que disponían de una morada fija a la que acudían los discípulos. En 4,23 lo describe Mateo recorriendo toda la Galilea, pero aquí se abre a una dimensión universal. Jesús va por todos los pueblos y ciudades proclamando el Evangelio y curando todas las enfermedades (cf v. 35).
El punto focal del pasaje se encuentra allí donde el evangelista capta el corazón de Cristo compadeciéndose de la gente cansada, oprimida, sin pastor (cf v. 36). Para comprender toda la intensidad que aquí se encierra basta con referirnos al texto original griego, donde la expresión «sintió con pasión» traduce el verbo splanchnízomai, reservado sólo a Jesús y a alguna parábola que simboliza su «sentir» o el del Padre. El término correspondiente en hebreo es raham, que significa «útero», «vísceras». Se trata, por consiguiente, de la cualidad materna del amor de Jesús por nosotros. Nuestro mal le conmueve hasta tal punto que se compadece (= con-sufrir) hasta hacerse cargo de nosotros en su misterio de muerte y resurrección.
A continuación, compromete Jesús a los discípulos a que pidan al Padre que suscite otras personas dispuestas a seguirle en una evangelización que asemeja a la fatiga de quienes van a trabajar en la siega. La imagen de la mies se «mantiene» aún: una oración litúrgica actual nos asimila a Jesús y nos hace orar así: «Oh Dios, mira la magnitud de tu mies y envía obreros para que se anuncie el Evangelio a toda criatura».
MEDITATIO
Lo que seca el corazón y la vida es no estar centrados y unificados en Dios. Es relativamente fácil pagar el tributo de prácticas religiosas vividas como hábitos separados de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, esto se convierte en idolatría. «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mc 7,6), dice Jesús. Todas las crisis de fe e incluso las de identidad parten de esta «separación» entre religiosidad (formal) y vida. Por otra parte, ¿cómo eludir este «peligro»?
No es el voluntarismo lo que nos salva. Si, con todo, debe haber compromiso y método en la vida espiritual, lo que importa es que todo brote de la conciencia del misterio más grande y consolador: el Señor se compadece de nuestras situaciones escabrosas, difíciles, de nuestra «sed» de él, que, con nuestras pobres fuerzas, no llega a su ser fuente. Es muy necesario que el corazón entre en contacto, a través de la fe, con aquel amor, no sólo materno, sino tiernísimamente materno de Dios que Jesús expresó en su «sentir compasión», en su sentirse conmovido por unas «entrañas de misericordia» respecto a nosotros.
Una vida que sea verdadero camino espiritual parte de una Palabra revelada, fulcro luminoso de nuestro creer, esperar y amar: «El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados» (1 Jn 4,10). Así las cosas, incluso en los momentos de tentación, cuando la carrera del activismo o la fascinación del aplauso o la decepción del fracaso nos turban, la fuerza del Dios-Amor, del Jesús-Presencia en nuestra vivencia nos sostendrá. Podrá suceder todo, pero nuestra unión con el Señor será cierta y será salvación.
ORATIO
Señor, derrama tu Espíritu en mí, para que mi vida, a menudo triturada y con facilidad idólatra, llegue a ser libre, unificada en ti. Crea en mí un corazón sincero, para que me relacione contigo no de una manera ritualista y rutinaria, sino con toda la conciencia de que «tú eres mi dueño, mi único bien; nada hay comparable a ti» (Sal 16,2) y de que «me enseñarás la senda de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha» (Sal 16,11).
Concédeme vivir la certeza de que eres la revelación del infinito amor del Padre, que se inclina hacia mí amándome, hasta compadecer conmigo en tu misterio de pasión-muerte, para abrirme al poder de la resurrección. Señor Jesús, que yo sufra contigo mis dificultades y dolores, y venza contigo todos mis males gracias a tu resurrección. Es dentro de este ritmo de vida pascual donde te ruego que me hagas partícipe de tu ansia de salvación.
Señor, envíame, envía a tantos otros hermanos mejores que yo al campo del Padre, donde ya se dora la mies del Reino.
CONTEMPLATIO
Que el alma, del mismo modo que se reúnen los hijos desviados, reúna sus pensamientos perversos, los vuelva a llevar a la casa del corazón y espere sin tregua, en medio de la sobriedad y el amor, el día en que el Señor venga a visitarla [...]. De este modo, el pecado no hará daño alguno a los que viven en medio de la esperanza y la fe esperando al Redentor.
Cuando él viene, transforma los pensamientos del corazón [...], nos enseña la verdadera oración que permanece estable e inquebrantable. «Caminaré delante de ti, derribaré las fortalezas; romperé las puertas de bronce, quebraré los barrotes de hierro» (Is 45,2) (Seudomacario, Homilía 31,1).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Confío en ti, Señor. Hazme alegre anuncio de tu salvación».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Estos días no he podido leer mucho la Sagrada Escritura. Pero he meditado con atención la Carta de Santiago. Los cinco capítulos que la componen constituyen un resumen admirable de vida cristiana. La doctrina sobre el ejercicio de la caridad (Sant 1,27), el uso de la lengua (Sant 1,19-26), la dinámica del hombre de fe (Sant 2), la colaboración en la paz (Sant 4), el respeto al prójimo, las amenazas al rico injusto y avaro, y, por último, la invitación a la confianza, al optimismo, a la oración (Sant 5): todo esto y otras cosas constituyen un tesoro incomparable de signos, de exhortaciones, para los eclesiásticos y para los laicos, según la necesidad de todos los tiempos. Convendría aprenderla toda de memoria y gustar y regustar punto por punto la doctrina celestial. Ahora, metido ya en los sesenta y ocho años, no me queda más que envejecer. Ahora bien, la sensatez, que siempre es joven, está ahí, en el Libro divino (Juan XXIII, II giornale dell"anima, Ed. de F. Capovilla, Turín 1991, p. 98 [edición española: Diario del alma, Cristiandad, Madrid 1964]).