Lunes XIV Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 10 julio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 28, 10-22: Vio una escalinata y ángeles de Dios que subían y bajaban y a Dios que hablaba
Sal 90, 1-2. 3-4. 14-15ab: Dios mío, confío en ti
Mt 9, 18-26: Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, y vivirá
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)
El Nuevo Pueblo de Dios
El sueño de Jacob acerca de la escalera que se levantaba por encima de su cabeza y sobre la que subían y bajaban los ángeles de Dios (Gén 28,12), indujo desde el principio a una exégesis alegórica. Partamos una vez más de un pensador medieval, san Buenaventura, como el segundo gran representante de la escolástica, para asir más claramente lo peculiar de la exposición agustiniana.
Según un sermón sobre Cristo Maestro, inspirado en el escrito pseudo-agustiniano (el cual se remonta tal vez a Alquerio de Claraval): De spiritu et anima -que se supone consiguientemente inspirado por Agustín-, habría dos formas de contemplación : el paso hacia dentro para contemplar la divinidad y el paso hacia afuera para contemplar la humanidad de Cristo, de acuerdo con las dos naturalezas del Verbo encarnado.
Buenaventura prosigue: «Este entrar en la divinidad y salir a la humanidad (de Cristo) no es otra cosa que el subir al cielo y bajar a la tierra, que se realiza en Cristo como por una escalera, de la cual se habla en el capítulo 28 del Génesis: Jacob vio en sueños una escalera...» Según eso, con el subir y bajar se significaban las dos formas de la contemplación: contemplación de la divinidad y de la humanidad de Cristo; las dos naturalezas están en él unidas y hacen de él una como escalera que conduce hacia arriba.
San Agustín recuerda la imagen de la escalera de Jacob en el primero de los llamados salmos graduales que comienza con el lema Adscensiones y evoca así a los ángeles que suben y bajan por la escala de Jacob. Acepta por de pronto una interpretación que parece serle impuesta por otros, cuyas huellas se encuentran también en Euquerio de Lyón: el subir podría significar el adelantamiento en el bien, bajar, el apartamiento del mismo; ambas cosas se dan en el pueblo de Dios. Pero esta exposición le dice poco: "bajar" es cosa distinta de "caer". Adán cayó, Cristo bajó. Caer es efecto de la soberbia, bajar servicio de la misericordia. Así, con los ángeles que suben se significan aquellos hombres que adelantan en la inteligencia espiritual de la Escritura; con los que bajan, los heraldos de la palabra, que se inclinan a los pequeños y les dan la comida que pueden soportar.
Gregorio e Isidoro conservaron fielmente en este punto la línea agustiniana de interpretación. Gregorio ve en los ángeles que suben y bajan por la escalera de Jacob la imagen de los buenos predicadores de la palabra, cuyo deseo va no sólo hacia arriba, a los goces de la contemplación, sino que se inclina igualmente por la compasión hacia abajo, a los miembros de Cristo. Isidoro, siguiendo su tendencia a las fórmulas exactas, especifica más la interpretación: El sueño de Jacob significa la pasión de Cristo, la piedra a Cristo mismo, la casa de Dios es Belén. Además, la escalera es Cristo, que se llamó a sí mismo «camino», los ángeles que están sobre ella son los evangelistas y predicadores, que suben para encontrar su divinidad y bajan para salir al encuentro de su humanidad; pero también suben los "carnales" para hacerse «espirituales», y bajan los "espirituales" para dar "leche" a los otros. Cristo empero, está arriba, en su cabeza, y abajo, en su cuerpo, que es la Iglesia: el subir y bajar desemboca por igual en él.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 28,10-22: Vio una escalinata y a ángeles de Dios que subían y bajaban y a Dios que hablaba. Es el sueño de Jacob: una escalera que une el cielo y la tierra. Dios renueva sus promesas. Explica San Agustín:
«Cuando Jacob ungió la piedra que había puesto como cabecera para dormir, ocasión en la que tuvo un gran sueño, es decir, unas escaleras que llegaban de la tierra al cielo y a unos ángeles que bajaban y subían por ellas, apoyándose sobre las mismas el Señor, comprendió que debía simbolizar algo; con el gesto de la unción nos manifiesta que él no fue ajeno a la comprensión de aquella visión y revelación: la piedra simbolizaba a Cristo. No te extrañe de la unción, puesto que Cristo recibió este nombre de ella» (Sermón 89,5).
Y añade en otro texto:
«Él, en efecto, es la Piedra rechazada por los edificadores, que vino a ser cabeza de esquina... Se tropezó contra la Piedra en la tierra, y vendrá de arriba cuando llegue de las alturas para juzgar a vivir y muertos. ¡Ay de los judíos por haber tropezado en Cristo, cuando era un pobre canto rodado!... ¡Insensato! ¡Te ríes de ver la piedra en el suelo! Mas te ríes por estar ciego, y, por estar ciego, tropiezas, y porque tropiezas, te haces añicos, y hecho añicos caiga sobre ti para reducirte a polvo. ¿Ungió, pues, Jacob la piedra para convertirla en ídolo? No; para convertirla en símbolo» (Sermón 122, 2).
–Con el Salmo 90 decimos: «Dios mío, confío en ti». Se trata de un himno triunfal de la confianza en Dios. Es una especie de tratado sobre la Providencia manifestada amorosamente en aquellos que confían en Dios, como lo fue con Jacob, cuando salió de Bersaba y se dirigió a Harán. Dios es fiel a sus promesas y ampara a sus elegidos. De modo especial hay que ver este salmo cumplido en Cristo: «Él habita al amparo del Altísimo y se confió totalmente en las manos del Padre». Los versos 11-12 se aplican a Cristo (cf. Mt 4,6).
Estos sentimientos de Cristo han pasado a los miembros de su Cuerpo místico, a la Iglesia que, no obstante las persecuciones, los obstáculos y las contradicciones triunfará. «Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella». Lo mismo también a los cristianos a los que se refiere también este Salmo. Ellos confían plenamente en Dios a pesar de las pruebas y dificultades. Nos sugiere este Salmo el abandono confiado en las manos del Señor, el cual, por otra parte, no nos impide actuar de modo responsable y poner de nuestra parte todo lo que podamos.
–Mateo 9,18-26: Mi hija acaba de morir. Pero ven Tú y vivirá. Jesús es la Vida por excelencia y la da. San Juan Crisóstomo dice:
«Considerad, os ruego, no sólo la resurrección, sino el mandato que da el Señor de no decir nada a nadie. Y aprendamos siempre la lección que nos da de humildad y de modestia. Después de esto, pensemos también que el Señor echó fuera a toda aquella chusma del duelo y los declaró indignos de presenciar el milagro de la resurrección de la niña. Por vuestra parte, no os salgáis con los tañedores de flauta, sino quedaos dentro juntamente con Pedro, con Juan y con Santiago. Porque, si entonces arrojó afuera a aquéllos, mucho más los arrojará ahora. Entonces no era aún claro que la muerte fuera sólo un sueño; mas ahora esta verdad es más clara que el sol.. Mas, ¿me objetas que el Señor no ha resucitado ahora a tu hija? Pero la resucitará con absoluta certeza y con más gloria que ahora. La hija del presidente de la sinagoga, después de resucitar, volvió otra vez a morir; mas la tuya, cuando resucite, permanecerá inmortal para siempre. Nadie haga, pues, duelo, nadie se lamente y rebaje así la gloria de Cristo. Porque Cristo ha vencido a la muerte. ¿A qué, pues, lamentarse inútilmente? La muerte se ha convertido en un sueño» (Homilía 31,3, sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Génesis 28,10-22
a) Escapando de las iras de su hermano Esaú, Jacob emprende la huida. Y es aquí donde le espera Dios.
La escena de hoy, con la escala misteriosa que une cielo y tierra, por la que suben y bajan ángeles, y que conduce hasta Dios, parece que tiene una primera intención: justificar el origen del santuario de Betel, en el reino del Norte. Jacob erige un altar a Dios y llama a aquel lugar «casa de Dios», que es lo que significa Betel. Todos los lugares sagrados de las diversas culturas se suelen legitimar a partir de alguna aparición sobrenatural o de un hecho religioso significativo, más o menos histórico. En el fondo, los pueblos muestran su convicción de la cercanía de Dios y de su protección continua a lo largo de la historia.
Pero, sobre todo, esta historia quiere legitimar, de alguna manera, el que la línea de la promesa de Dios, que había empezado por Abrahán e Isaac, y que en rigor hubiera tenido que seguir en el primogénito Esaú, ahora pasa por Jacob, aunque sea por medio de intrigas y trampas. Las palabras de Dios a Jacob son casi idénticas a las que escuchara Abrahán: «Yo soy el Señor, el Dios... todas las naciones se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo». Desde ahora, Yahvé será para los judíos «el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob». Dios sigue escribiendo recto con líneas torcidas.
b) Los caminos de Dios son misteriosos. Actúa con libertad absoluta a la hora de elegir a sus colaboradores en la historia de la salvación. Incluso de las debilidades y fallos humanos saca provecho para llevar adelante la salvación de la humanidad.
Muchas de estas personas, como Jacob, se muestran disponibles a este proyecto de Dios y aceptan ser un anillo más de esa cadena humana de que se sirve Dios para su Reino.
También nosotros nos sentimos enviados de Dios a este mundo, cada uno en su ambiente. No tendremos sueños como el de Jacob. Tenemos algo mejor: Jesús es nuestro Mediador, que nos abre el acceso a Dios y nos ha llamado a ser discípulos suyos y a colaborar con él, siendo luz y sal y fermento en este mundo.
Ante las dificultades que esto comporta, tenemos que saber escuchar la voz de Dios: «yo estoy contigo». Él nos ayuda en el camino, nos conoce, nos está cerca.
Tenemos que compartir la confianza que expresa el salmo 90, el que rezamos tantas veces en Completas, antes de acostarnos: «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti; él te librará de la red del cazador».
2. Mateo 9,18-26
a) Mateo nos narra hoy dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro: un hombre le pide que devuelva la vida a su hija que acaba de fallecer, y una mujer queda curada con sólo tocar la orla de su manto.
Ambas personas se le acercan con mucha fe y obtienen lo que piden. Jesús es superior a todo mal, cura enfermedades y libera incluso de la muerte. En eso consiste el Reino de Dios, la novedad que el Mesías viene a traer: la curación y la resurrección.
b) En los sacramentos es donde nos acercamos con más fe a Jesús y le «tocamos», o nos toca él a nosotros por la mediación de su Iglesia, para concedernos su vida.
En el caso de aquella mujer, Jesús notó que había salido fuerza de él (como comenta Lucas en el texto paralelo). Así pasa en los sacramentos, que nos comunican, no unos efectos jurídicamente válidos «porque Cristo los instituyó hace dos mil años», sino la vida que Jesús nos transmite hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado. Como dice el Catecismo, «los sacramentos son fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante» (CEC 1116).
El dolor de aquel padre y la vergüenza de aquella buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, Jesús nos quiere atender y llenarnos de su fuerza y su esperanza. En la Eucaristía se nos da él mismo como alimento, para que, si le recibimos con fe, nos vayamos curando de nuestros males.
«Yo estoy contigo, yo te guardaré donde quiera que vayas» (1a lectura I)
«Animo, hija. Tu fe te ha curado» (evangelio).