Jueves XIII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 26 junio, 2016 / EvangeliosLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Am 7, 10-17: Ve y profetiza a mi pueblo
Sal 18, 8. 9. 10. 11: Los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos
Mt 9, 1-8: La gente alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Amós 7,10-19: Ve y profetiza a mi pueblo. El pesimismo de la predicación de Amós le lleva al profeta a ser acusado de alta traición y le acarrea la posibilidad de ser expulsado de su territorio. Amós hace notar el carácter irresistible de su vocación y reitera sus desdichados presagios.
El profeta es el representante de Dios y, por tanto, oponerse a su predicación es oponerse a los designios divinos. Sus opositores serán los primeros en sentir la prueba de la autenticidad de la profecía de Amós. Así ha sucedido siempre. Pero los seguidores de Dios no pueden, no deben abandonar su camino, aunque le cueste la vida. Así actuaron los mártires del cristianismo en todos los tiempos y otros que, sin derramar su sangre, han tenido que sufrir por predicar y enseñar la doctrina del Evangelio.
–El Salmo 18 canta la excelencia de la ley del Señor: «los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos». Es un himno maravilloso en el que se celebra la Sabiduría de Dios que ordena y rige el universo y vivifica y dirige el espíritu y el corazón del hombre. La misma ley divina que se manifiesta en la creación, penetra con su luminosa claridad en la conciencia humana y a través de la razón y de la adhesión libre de la voluntad, armoniza el universo y la historia para una misma celebración de la gloria de Dios en la que el hombre viene a ser como intérprete consciente de todas las voces de la creación y el cantor del cosmos ante el Altísimo.
«La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila».
–Mateo 9,1-8: La gente alaba a Dios que da a los hombres tal potestad. Con ocasión de la curación del paralítico Jesús manifiesta el misterio de su persona. Es el Hijo de Dios, llamado también por Daniel el Hijo del Hombre (Dan 7,13). Posee, por lo mismo, la potestad de perdonar los pecados y transmitirla. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Como todos, pues, daban grandes pruebas de fe el Señor la dio de su poder perdonando con absoluta autoridad los pecados y demostrando una vez más su igualdad con el Padre. Pero notadlo bien: antes la había demostrado por el modo como enseñaba, pues lo hacía como quien tiene autoridad... Aquí, empero, por modo más eminente obliga a sus propios enemigos a que confiesen su igualdad con el Padre, y por boca de ellos hace Él que esta verdad sea patente.
«Por lo que a Él le tocaba, bien claro mostraba lo poco que le importaba el honor de los hombres. Y era así que le rodeaba tan enorme muchedumbre que amurallaban toda la entrada y acceso a Él, y ello obligó a bajar al enfermo por el tejado, y, sin embargo, cuando lo tuvo ya delante, no se apresuró a curar su cuerpo. A la curación de éste fueron más bien sus enemigos los que le dieron ocasión. Él, ante todo, curó lo que no se ve, es decir, el alma, perdonándole los pecados. Lo cual, al enfermo le dio la salvación; pero a Él no le procuró muy grande gloria. Fueron, digo, sus enemigos quienes, molestándole llevados de su envidia y tratando de atacarle, lograron, aun contra su voluntad, que brillara más la gloria del milagro. Y es que, como el Señor era hábil, se valió de la envidia misma de sus émulos para manifestación del milagro» (Homilía 29,1 sobre San Mateo).