Jueves XIII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 29 junio, 2021 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles.
Gn 22, 1-9: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe
Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9: Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida
Mt 9, 1-8: La gente alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
Semana X-XVIII del Tiempo Ordinario. , Vol. 5, Fundación Gratis Date, Pamplona, 2001
–Génesis 22,1-19: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe. El sacrificio de Isaac fue una prefiguración del misterio de la Cruz (cf. Heb 11,17-19). Orígenes así lo explica:
«Que Isaac lleve él mismo la leña para el holocausto es figura de Cristo, que llevó Él mismo la cruz (Jn 19,17). Pero llevar la leña para el holocausto es oficio del sacerdote; por tanto, él es a la vez hostia y sacerdote. Cuando se añade: «Y partieron los dos juntos» se significa lo siguiente: Abrahán, que tenía que hacer el sacrificio, llevaba el fuego y el cuchillo, e Isaac no iba detrás de él, sino juntamente con él, para mostrar que con él desempeña un mismo sacerdocio... Abrahán levanta un altar, pone sobre el altar la leña, ata al hijo y se dispone a degollarlo.
En esta iglesia sois muchos los padres que escucháis esta narración: ¿acaso alguno de vosotros al oír narrar esta historia obtendrá tanta fortaleza y tanta valentía, que cuando tal vez pierda a su hijo por la muerte ordinaria que a todos ha de venir, aunque se trate de un hijo único, aunque se trate de un hijo preferido, se aplicará el ejemplo de Abrahán poniendo ante sus ojos su grandeza de alma? Y aun a ti no se te exigirá tan gran fortaleza de que tú mismo hayas de atar a tu hijo, tú mismo hayas de sujetarlo, tú mismo prepares el cuchillo, tú mismo degüelles a tu unigénito.
«Todos estos oficios no se te pedirán; pero por lo menos mantente firme en tu propósito y en tu voluntad, y agarrado a la fe ofrece con alegría tu hijo a Dios. Sé tú el sacerdote del alma de tu hijo: ahora bien, no es digno que el sacerdote, al ofrecer un sacrificio a Dios, vaya con llanto... Abrahán ofrece a Dios su hijo mortal, que no había de morir; Dios ofrece a la muerte por los hombres a su Hijo inmortal. Ante esto, ¿qué diremos? ¿qué le devolveremos al Señor a cambio de todo lo que nos ha dado? (Sal 105,3). Dios Padre, por amor nuestro, no perdonó a su propio Hijo. ¿Quién de vosotros podrá oír alguna vez la voz de Dios diciendo: Ahora he conocido que tú temes a Dios, porque no has perdonado a tu hijo, o a tu hija, o a tu esposa, o no has perdonado tu dinero, los honores del siglo y las ambiciones del mundo, sino que lo has despreciado todo y lo has tenido por estiércol para ganar a Cristo (Flp 3,8), lo has vendido todo dándolo a los pobres y has seguido la palabra de Dios?» (Homilías sobre el Génesis, VIII).
–Con el Salmo 114 proclamamos: «caminaré en presencia del Señor en el país de la vida». Pocos salmos como éste ponen de relieve que el justo es un siervo de Dios que cumple su voluntad, como la cumplió Abrahán.
«Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante; porque inclina su oído hacia mí, el día que lo invoco. Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor; Señor, salva mi vida. El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos; estando yo sin fuerza me salvó. Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida».
–Mateo 9,1-8: La gente alaba a Dios que da a los hombres tal potestad. Con ocasión de la curación del paralítico Jesús manifiesta el misterio de su persona. Es el Hijo de Dios, llamado también por Daniel el Hijo del Hombre (Dan 7,13). Posee, por lo mismo, la potestad de perdonar los pecados y transmitirla. Comenta San Juan Crisóstomo:
«Como todos, pues, daban grandes pruebas de fe el Señor la dio de su poder perdonando con absoluta autoridad los pecados y demostrando una vez más su igualdad con el Padre. Pero notadlo bien: antes la había demostrado por el modo como enseñaba, pues lo hacía como quien tiene autoridad... Aquí, empero, por modo más eminente obliga a sus propios enemigos a que confiesen su igualdad con el Padre, y por boca de ellos hace Él que esta verdad sea patente.
«Por lo que a Él le tocaba, bien claro mostraba lo poco que le importaba el honor de los hombres. Y era así que le rodeaba tan enorme muchedumbre que amurallaban toda la entrada y acceso a Él, y ello obligó a bajar al enfermo por el tejado, y, sin embargo, cuando lo tuvo ya delante, no se apresuró a curar su cuerpo. A la curación de éste fueron más bien sus enemigos los que le dieron ocasión. Él, ante todo, curó lo que no se ve, es decir, el alma, perdonándole los pecados. Lo cual, al enfermo le dio la salvación; pero a Él no le procuró muy grande gloria. Fueron, digo, sus enemigos quienes, molestándole llevados de su envidia y tratando de atacarle, lograron, aun contra su voluntad, que brillara más la gloria del milagro. Y es que, como el Señor era hábil, se valió de la envidia misma de sus émulos para manifestación del milagro» (Homilía 29,1 sobre San Mateo).