Viernes XII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 20 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
2 R 25, 1-12: Fue deportado Judá lejos de su tierra
Sal 136, 1-2. 3. 4-5. 6: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti
Mt 8, 1-4: Si quieres, puedes limpiarme
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Reyes 25,1-12: Marchó Judá al Desierto. Nueva conquista de Jerusalén por Nabucodonosor. El rey es castigado y deportado a Babilonia. Gran parte de la población corre la misma suerte. Es el fin del reino de Judá.
–Así lo canta el Salmo 136: «Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti... Junto a los canales de Babilonia nos sentábamos a llorar con nostalgia de Sión». Babilonia es la personificación de la multiforme potencia del mal. Este satánico poder que pervierte en el mundo está destinado a autodestruirse. Babilonia es el símbolo de la ciudad terrena, surgida y crecida en oposición a Dios y a todo lo que viene de Él. Es el resultado de todos los egoísmos y concupiscencias humanas.
En su poder y prosperidad, ella acumula sus pecados hasta el cielo, pero Dios recuerda sus iniquidades y la justicia divina la aniquilará. Cristo ha revelado al hombre su miseria y su desgracia, pero no lo ha abandonado en su desesperación. Con sus misterios pascuales nos ha devuelto el paraíso perdido y la posibilidad de cantar los cánticos de la Jerusalén celeste.
La Iglesia, formada por los que creen en la palabra de Cristo, sentada junto a los canales de Babilonia, que son este engañoso mundo que pasa, provocada y oprimida por sus perseguidores, llora en sus miembros que sufren. Pero en su corazón, el deseo de ver a Dios y la nostalgia del cielo son más fuertes que cualquier provocación e insinuación del enemigo.
«Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos» (Gál 5,24). Mientras estamos en este mundo somos como exiliados y deportados (cf. 2 Cor 5,6). Luchamos, pero en Cristo tenemos la esperanza del triunfo (2 Cor 5,8).
–Mateo 8,1-4: Si quieres puedes limpiarme. Comenta San Juan Crisóstomo el diálogo entre Jesús y el leproso:
«Grande es la prudencia, grande la fe de este leproso que se acerca al Señor. Porque no le interrumpió en su enseñanza, ni irrumpió por entre la concurrencia, sino que esperó el momento oportuno y se acercó al Señor cuando éste hubo bajado del monte. Y no le ruega como quiera, sino con gran fervor, postrado a sus pies, como cuenta otro evangelista, con verdadera fe y con la opinión que de Él debe tener...: Si quieres, puedes limpiarme... Todo se lo encomienda a Él; a Él hace Señor de su curación.
«Y Él atestigua que tiene toda autoridad... Lo que hace es aceptar y confirmar lo que el leproso le había dicho. Por ello precisamente no le responde: «queda limpio», sino: «quiero, queda limpio»; con lo que el dogma ya no se fundaba en la mera suposición del leproso, sino en la sentencia misma del Señor. No obraron así los apóstoles... Mas el Señor, que muchas veces habló de sí humildemente y por bajo de lo que a su gloria corresponde, ¿qué dice aquí para confirmar el dogma, en el momento en que todos le admiraban por su autoridad? Quiero, sé limpio. En verdad con haber Él hecho tantos y tan grandes milagros, en ninguna parte aparece repetida esta palabra. Aquí empero, para confirmar la idea que tanto el pueblo como el leproso tenían de su autoridad, añadió ese «quiero». Y no es que lo dijera y luego no lo hiciese, la obra siguió inmediatamente a su palabra» (Homilía 25,1-2 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Reyes 25,1-12
a) El destierro del año 597 no fue el definitivo. Entonces, Nabucodonosor y sus tropas saquearon todo lo valioso de Jerusalén y deportaron a los mejores del pueblo. Quedaron los más sencillos, con unos gobernantes más débiles que los anteriores.
Jeremías fue el profeta que habló en este tiempo, entre la primera y la segunda deportación. Intentó por todos los medios convencer al pueblo para que volviera a la práctica religiosa de la alianza y, políticamente, que desistiera de las alianzas con Egipto, porque no les iban a librar del poderío de los babilonios. No le hicieron caso y, en el año 586 (once años después), volvió Nabucodonosor y el destierro fue ya total.
Es la página más negra de la historia del pueblo elegido: el fin del reino de Judá, como antes había sucedido con el del reino de Samaria. Nabucodonosor quiso dar a Sedecías un castigo ejemplar: mandó ajusticiar en su presencia a sus hijos y luego le dejó ciego. Destruyó Jerusalén y envió a todos al destierro.
El salmo de hoy no podía ser otro: «Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión». Es un salmo que surgió hacia al final de este destierro (un poco antes de que el rey Ciro abriera el camino para que volvieran a Jerusalén los israelitas). Estuvo a punto de consumarse la desaparición total del pueblo y de su religión, incluida la promesa mesiánica. Si también los ancianos se hubieran olvidado de la Alianza, era lógico que dijeran: «si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha... que se me pegue la lengua al paladar» (ya no necesitaban las manos para tocar la cítara o la lengua para cantar salmos).
b) En nuestra historia personal y comunitaria hay días que parecen totalmente negros, como en la del pueblo elegido del AT.
El Templo destruido, la nación deshecha, la fe perdida, las promesas de Dios irrealizables. La Iglesia se debilita, las vocaciones escasean, la sociedad se paganiza, las familias se tambalean en su misma estructura, nuestras fuerzas fracasan.
Muchas veces, es culpa nuestra. Como en el caso de los judíos, que no hicieron caso al profeta Jeremías y se fiaron de alianzas efímeras -políticas, militares- con Egipto, cuando lo que tenían que haber hecho es volver a los caminos rectos de la Alianza, que incluían los verdaderos valores personales y comunitarios, que les hubieran salvado del desastre. Así nosotros, a veces, nos hemos apoyado en alianzas humanas o nos hemos dejado seducir por ideales que no nos llevan a ninguna parte.
Escarmentar en cabeza ajena es de sabios. A la fidelidad de Dios debe responder, día a día, nuestra propia fidelidad, corrigiendo los desvíos que pueda haber en nuestro camino. Pero Dios es fiel a sus promesas. A la oscuridad le sigue la luz, como a la noche la aurora o al túnel la salida. La puerta sigue abierta.
2. Mateo 8,1-4
a) Ayer, con el capítulo séptimo de Mateo, terminamos de leer el sermón del monte. Ahora, con el octavo, iniciamos una serie de hechos milagrosos -exactamente diez-, con los que Jesús corroboró su doctrina y mostró la cercanía del Reino de Dios. Como había dicho él mismo, a las palabras les deben seguir los hechos, a las apariencias del árbol, los buenos frutos. Las obras que él hace, curando enfermos y resucitando muertos, van a ser la prueba de que, en verdad, viene de Dios: «si no creéis a mis palabras, creed al menos a mis obras».
Esta vez cura a un leproso. La oración de este buen hombre es breve y confiada: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y Jesús la hace inmediatamente eficaz. Le toca -nadie podía ni se atrevía a tocar a estos enfermos- y le sana por completo. La fuerza salvadora de Dios está en acción a través de Jesús, el Mesías.
b) Jesús sigue queriendo curarnos de nuestros males.
Todos somos débiles y necesitamos su ayuda. Nuestra oración, confiada y sencilla como la del leproso, se encuentra siempre con la mirada de Jesús, con su deseo de salvarnos. No somos nosotros los que tomamos la iniciativa: tiene él más deseos de curarnos que nosotros de ser curados.
Jesús nos «toca» con su mano, como al leproso: nos toca con los sacramentos, a través de la mediación eclesial. Nos incorpora a su vida por el agua del Bautismo, nos alimenta con el pan y el vino de la Eucaristía, nos perdona a través de la mano de sus ministros extendida sobre nuestra cabeza.
Los sacramentos, como dice el Catecismo, son «fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, obras maestras de Dios en la nueva y eterna alianza» (CEC 1116).
Además, tenemos que ser nosotros como Jesús, acercarnos al que sufre, extender nuestra mano hacia él, «tocar» su dolor y darle esperanza, ayudarle a curarse. Somos buenos seguidores de Jesús si, como él, salimos al encuentro del que sufre y hacemos todo lo posible por ayudarle.
«Nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión» (salmo II)
«Señor, si quieres, puedes limpiarme» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Reyes 25,1-12
Sedecías pensaba que podría contener la amenaza babilónica aliándose con Egipto, a pesar de la predicación contraria de Jeremías. La reacción de Nabucodonosor no se hizo esperar y Jerusalén padeció un asedio de dieciocho meses, tras el que capituló (587) y fue sometida, primero, a saqueo y, después, a una destrucción total, templo incluido (la descripción se encuentra en los vv. 13-17, omitidos en el texto litúrgico). Comienza para Israel el exilio en Babilonia, un exilio que se prolongó durante medio siglo: hasta el año 538, en el que Ciro decretó su fin.
Al profeta Jeremías se le asocia Ezequiel en la predicción de la ruina de Jerusalén, mientras que el Segundo Isaías acompañó a los exiliados para infundirles valor en la prueba. Estos tres grandes profetas anuncian un nuevo éxodo para el «resto de Israel», una nueva alianza y un nuevo templo, reavivando la esperanza mesiánica.
Es un hecho que, tras el hundimiento del reino del Norte (722) y la derrota del reino del Sur (587), la nación israelita perdió, definitivamente, su propia independencia, pasando, de manera sucesiva, bajo la dominación babilónica, persa, griega y, por último, romana.
Evangelio: Mateo 8,1-4
Con el capítulo 8 se abre una nueva sección dedicada a los dieciocho milagros, entendidos como «evangelio en acto»: contraprueba de la verdad de la Palabra divina dispensada por Cristo y signos anticipadores del Reino. La lectura de hoy nos presenta el primero de los tres milagros, que tienen como marco la primera salida de Cristo en misión (Cafarnaún y alrededores), realizados en beneficio de personas golpeadas por la desgracia y en abierta violación de las normas de precaución y de defensa previstas por la ley: Jesús toca al leproso, está dispuesto a entrar en la casa de un pagano, coge la mano de una mujer enferma. Como se intuye de inmediato, se trata de tres categorías «marginales» o, mejor aún, marginadas en la sociedad judía de aquel tiempo.
El leproso le pide a Jesús que lo «purifique» (así dice el texto original al pie de la letra), consciente de que su enfermedad es considerada como fruto del pecado y expresión de impureza legal. Por eso Jesús, que ha venido a cumplir la ley, envía al leproso al sacerdote, para que verifique la curación que ha tenido lugar. El gesto, absolutamente tradicional (cf. 1 Re 19,18), que realiza el leproso con el Señor indica, al mismo tiempo, postración ante la divinidad y beso de su imagen. Lo volvemos a encontrar en otras ocasiones en el evangelio de Mateo (2,2.8; 9,18; 14,33; 15,25; 20,20; 28,9.17).
MEDITATIO
Jesús acompaña su enseñanza con la acción. Es preciso cumplir la ley -de ahí la orden dada al leproso de presentarse a los sacerdotes-, pero la gracia supera a la ley. Por eso Cristo no duda en extender la mano y transmitir al enfermo la energía recreadora. El leproso representa a todo el género humano afectado por el morbo del pecado y, junto con el centurión y la suegra de Pedro (de los que habla el evangelio de mañana), constituye una trilogía representativa de los estrados sociales considerados al margen de mundo judío: los enfermos incurables, los paganos y las mujeres.
El primer acto del leproso es la postración ante el Taumaturgo. Se trata de la misma actitud que realizaba un adepto ante la imagen de la divinidad, inclinándose con veneración y besándola (que es el significado literal del término griego «postrarse»). En segundo lugar, realiza, no de modo diferente a como hará el centurión, un acto de fe. Un acto en el que encontramos una absoluta confianza en la acción del «Señor» (ese es, precisamente, el título que le dirige) y una disposición de ánimo para recibir la intervención sanadora que favorece al máximo su eficacia.
Me identifico con el leproso: ¿cuál es la «lepra» que me afecta? ¿Cuáles son las llagas crónicas que me privan del estado de salud en el que fui creado (cf. Sab 1,14)? Noto el toque taumatúrgico del Señor, toque que alcanza su cima cuando recibo la eucaristía, «el medicamento de la inmortalidad» (Ireneo de Lyon).
ORATIO
Te contemplo presente y operante en mí, oh Señor, ahora que te he recibido en la comunión. Me postro en adoración ante ti y te doy, huésped divino, aquel beso que esperaste en vano de Simón el fariseo, que te había invitado a comer en su casa (cf. Lc 7,45). Pienso en mis llagas y digo, con todo el arrebato de mi fe: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Secundo tu acción, dado que el contacto que has establecido con mi cuerpo en la comunión va mucho más allá que el de un simple toque, aunque sea taumatúrgico. Tú que vives en mí haz pasar a mis miembros el fruto de tu pasión y de tu resurrección.
CONTEMPLATIO
Algo de esto, sin duda, quiso dar a entender el evangelista al decir que le seguían grandes muchedumbres. Es decir, no de magistrados y escribas, sino de gentes que se hallaban libres de malicia y tenían alma insobornable. Por todo el evangelio veréis que éstos son los que se adhieren al Señor. Cuando hablaba, éstos le oían en silencio, sin ponerle objeciones, sin cortarle el hilo de su razonamiento, sin ponerle a prueba, sin buscar asidero en sus palabras, como hacían los fariseos. Ellos son ahora los que, después del discurso sobre el monte, le siguen llenos de admiración.
Mas tú considera, te ruego, la prudencia del Señor y cómo sabe variar para utilidad de sus oyentes, pasando de los milagros a los discursos y de éstos nuevamente a los milagros. Porque fue así que, antes de subir al monte, había curado a muchos, como abriendo camino a sus palabras, y ahora, después de todo aquel largo razonamiento, otra vez vuelve a los milagros, confirmando los dichos con los hechos. Enseñaba él como quien tiene autoridad.
Pues bien, por que nadie pudiera pensar que aquel modo de enseñanza era pura altanería y arrogancia, eso mismo hacía en sus obras, curando como quien tiene autoridad. Así, ya no tenían derecho a escandalizarse de oírle enseñar con autoridad, pues con autoridad también obraba los milagros (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 25, 1 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Si quieres, puedes pacificarme» 8(cf. Mt ,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Estás buscando el modo de encontrar a Jesús. Intentas encontrarlo no sólo en tu mente, sino también en tu cuerpo. Buscas su afecto y sabes que este afecto implica tanto su cuerpo como el tuyo. El se ha convertido en carne para ti, a fin de que puedas encontrarlo en la carne y recibir su amor en la misma. Sin embargo, queda algo en ti que impide este encuentro. Queda aún mucha vergüenza y mucha culpa incrustadas en tu cuerpo, y bloquean la presencia de Jesús. No te sientes plenamente a gusto en tu cuerpo; lo consideras como si no fuera un lugar suficientemente bueno, suficientemente bello o suficientemente puro para encontrar a Jesús.
Cuando mires con atención tu vida, fíjate cómo ha sido afligida por el miedo, un miedo en especial a las personas con autoridad: tus padres, tus profesores, tus obispos, tus guías espirituales, incluso tus amigos. Nunca te has sentido igual a ellos y has seguido infravalorándote frente a ellos. Durante la mayor parte de tu vida te has sentido como si tuvieras necesidad de su permiso para ser tú mismo. No conseguirás encontrar a Jesús en tu cuerpo mientras éste siga estando lleno de dudas y de miedos. Jesús ha venido a liberarte de estos vínculos y a crear en ti un espacio en el que puedas estar con él. Quiere que vivas la libertad de los hijos de Dios.
No desesperes pensando que no puedes cambiarte a ti mismo después de tantos años. Entra simplemente tal como eres en la presencia de Jesús y pídele que te conceda un corazón libre de miedo, donde él pueda estar contigo. Tú no puedes hacerte distinto. Jesús ha venido a darte un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una nueva mente y un nuevo cuerpo. Deja que él te transforme con su amor y te haga así capaz de recibir su afecto en la totalidad de tu ser (H. J. M. Nouwen, La voce dell"amore, Brescia 21997, pp. 62-64, passim [edición española: La voz interior del amor, Promoción Popular Cristiana, Madrid 1997]).