Viernes XII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 27 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 17, 1. 9-10. 15-22: Circuncidad a todos vuestros varones en señal de mi pacto. Sara te va a dar un hijo
Sal 127, 1bc-2. 3. 4-5: Esta es la bendición del hombre que teme al Señor
Mt 8, 1-4: Si quieres, puedes limpiarme
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (26-06-2015): La importancia de estar cerca
viernes 26 de junio de 2015El primero en mancharse las manos fue Jesús, acercándose a los excluidos de su tiempo. Se ensució las manos, por ejemplo, tocando a los leprosos, curándolos. Y enseñando a la Iglesia la importancia de la cercanía. Lo cuenta el Evangelio de hoy: un enfermo de lepra que se adelanta y se postra ante Jesús, diciéndole: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mt 8,2). Y Jesús lo toca y lo sana.
El milagro ocurre a los ojos de los doctores de la ley, para quienes el leproso era un impuro. La lepra era una condena de por vida, y ¡curar a un leproso era tan difícil como resucitar un muerto! Por eso eran marginados. Jesús, en cambio, tiende la mano al excluido y muestra el valor fundamental de una palabra: cercanía. No se puede hacer comunidad sin cercanía. No se puede hacer la paz sin cercanía. No se puede hacer el bien sin acercarse. Jesús podía haberle dicho: ¡Cúrate! Pero no, se acercó y lo tocó (cfr. Mt 8,3). ¡Y mucho más, porque en el momento en que Jesús tocó al impuro, él mismo se hace impuro! Es el misterio de Jesús: toma sobre sí nuestras suciedades, nuestras cosas impuras. San Pablo lo dice muy bien: Siendo igual a Dios, no lo estimó como cosa a que aferrarse, sino que se anonadó a sí mismo (Flp 2,6-7). Y luego, San Pablo va más allá: Se hizo pecado (2Cor 5,21). ¡Jesús se hizo pecado, se excluyó, tomó sobre sí la impureza, por acercarse a nosotros!
El pasaje del Evangelio recoge también la invitación que Jesús hace al leproso ya curado: No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés (Mt 8,4). Porque para Jesús, además de la proximidad, es fundamental también la inclusión. Muchas veces pienso que es, no digo imposible, pero sí muy difícil hacer el bien sin mancharse las manos. Y Jesús se ensució con su cercanía. E incluso va más allá, y le dice: Ve al sacerdote y haz lo que se hace cuando un leproso se cura. A éste, que era un excluido de la vida social, Jesús lo incluye: lo incluye en la Iglesia, lo incluye en la sociedad: Ve, para que todas las cosas sean como deben ser. ¡Jesús no margina a nadie, jamás! Es más, se margina a sí mismo para incluir a los marginados, para incluirnos a nosotros —pecadores y marginados— con su vida.
Se comprende el asombro que Jesús provoca con sus afirmaciones y sus gestos. Cuánta gente seguía a Jesús en ese momento, y ha seguido a Jesús a lo largo de la historia, porque está asombrada de cómo habla. Cuánta gente mira desde lejos, pero no comprende, o no le interesa. Cuánta gente mira de lejos, pero con mal corazón, para poner a prueba a Jesús, para criticarlo, para condenarlo. Y cuánta gente mira desde lejos, porque no tienen el valor que tuvo el leproso, ¡pero tienen tantas ganas de acercarse! En aquel caso, Jesús le tendió la mano. Hoy, no como en este caso, pero sí esencialmente nos tiende la mano a todos, haciéndose uno de nosotros, como nosotros: pecador como nosotros, pero sin pecado, aunque sí manchado por nuestros pecados. Esa es la cercanía cristiana. Una preciosa palabra, la cercanía. Hagamos examen de conciencia: ¿Sé acercarme? ¿Tengo ánimo, fuerza, valentía para tocar a los marginados? Una pregunta que afecta también a la Iglesia, las parroquias, las comunidades, los consagrados, los obispos, los curas..., ¡a todos!
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 17,1.9-10.15-22: Dios da a Abraham un hijo de su esposa Sara, la libre, Isaac, con quien establecerá su pacto perpetuo. Este pasaje es interpretado en el sentido de que es mejor la nueva alianza que la antigua. Pero ello siempre que se conserve en unión con la verdadera Iglesia, por el bautismo, la fe y las costumbres. Dice San Agustín:
«Hay quien solamente se ha revestido de Cristo por haber recibido el sacramento, pero están desnudos de Él por lo que se refiere a la fe y a las costumbres. También son muchos los herejes que tienen el mismo sacramento del bautismo, pero no su fruto salvador ni el vínculo de la paz... O bien están sellados por los desertores o bien son ellos mismos desertores, llevando el sello del buen rey en carne digna de condenación... Ved que puede darse que alguien tenga el bautismo de Cristo, pero no la fe y el amor de Cristo; que tenga el sacramento de la santidad y no sea contado en el lote de los santos. Ni importa, por lo que se refiere al solo sacramento, el que alguno reciba el sacramento de Cristo, donde no existe la unidad de Cristo, pues también quien ha sido bautizado en la Iglesia, si pasa a ser desertor de la misma, carecerá de la santidad de vida, pero no del sello del sacramento» (Sermón 260,A,2).
–Con el Salmo 127 proclamamos: «ésta es la bendición del hombre que teme al Señor». Los Santos Padres han aplicado las palabras de este Salmo a la Iglesia, Madre fecunda por el Bautismo. San León Magno afirma:
«La fiesta de hoy, del nacimiento de Jesucristo de la Virgen María, renueva para nosotros los comienzos sagrados. Y al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, tratamos de celebrar al mismo tiempo nuestros propios comienzos. La generación de Cristo es, en efecto, el origen del pueblo cristiano, y el aniversario de la Cabeza es también el aniversario del Cuerpo. Aunque cada uno sea llamado en su orden y todos los hijos de la Iglesia se diferencien en la sucesión de los tiempos, sin embargo, como el conjunto de los fieles nacidos de la fuente bautismal ha sido crucificado con Cristo en su pasión, ha resucitado en su resurrección, ha sido colocado a la derecha del Padre en su ascensión, así también con Él ha nacido en esta navidad» (Sermón 6 de Navidad).
–Mateo 8,1-4: Si quieres puedes limpiarme. Comenta San Juan Crisóstomo el diálogo entre Jesús y el leproso:
«Grande es la prudencia, grande la fe de este leproso que se acerca al Señor. Porque no le interrumpió en su enseñanza, ni irrumpió por entre la concurrencia, sino que esperó el momento oportuno y se acercó al Señor cuando éste hubo bajado del monte. Y no le ruega como quiera, sino con gran fervor, postrado a sus pies, como cuenta otro evangelista, con verdadera fe y con la opinión que de Él debe tener...: Si quieres, puedes limpiarme... Todo se lo encomienda a Él; a Él hace Señor de su curación.
«Y Él atestigua que tiene toda autoridad... Lo que hace es aceptar y confirmar lo que el leproso le había dicho. Por ello precisamente no le responde: «queda limpio», sino: «quiero, queda limpio»; con lo que el dogma ya no se fundaba en la mera suposición del leproso, sino en la sentencia misma del Señor. No obraron así los apóstoles... Mas el Señor, que muchas veces habló de sí humildemente y por bajo de lo que a su gloria corresponde, ¿qué dice aquí para confirmar el dogma, en el momento en que todos le admiraban por su autoridad? Quiero, sé limpio. En verdad con haber Él hecho tantos y tan grandes milagros, en ninguna parte aparece repetida esta palabra. Aquí empero, para confirmar la idea que tanto el pueblo como el leproso tenían de su autoridad, añadió ese «quiero». Y no es que lo dijera y luego no lo hiciese, la obra siguió inmediatamente a su palabra» (Homilía 25,1-2 sobre San Mateo).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Génesis 17,1.9-10.15-22
a) La fe de Abrahán, su espera contra toda esperanza, está a punto de ser premiada.
Dios se le aparece de nuevo y renueva su promesa: Sara, su mujer, a pesar de su ancianidad, va a dar a luz. El relato de hoy, en el capitulo 17, es distinto del que leíamos anteayer, en el 1 5: aquella versión era del redactor «yahvista»; el de hoy, del «sacerdotal». Son dos de las tradiciones que se van mezclando en diversos libros del AT.
Los planes de Dios siguen adelante, aunque humanamente parezcan irrealizables. Ya se anuncia el nacimiento de Isaac, a pesar de la sonrisa incrédula de Abrahán. Dios también se preocupa de Ismael, al que asegura gran descendencia: los ismaelitas, los árabes.
El pacto de Dios con Abrahán toma rasgos más concretos: «camina en mi presencia, con lealtad»; y también aparece lo que después será el signo externo de la pertenencia a este pueblo, la circuncisión de los hijos varones. La circuncisión, que en diversas culturas obedece a razones higiénicas o de iniciación sexual, aquí tiene sentido religioso, es signo de pertenencia al pueblo de Dios y de la fidelidad a su alianza. Luego, en el NT, se relativiza su importancia para los cristianos, espiritualizando su sentido.
b) Nosotros pertenecemos a la Iglesia, el pueblo de la nueva Alianza, la que Jesús selló entre Dios y la humanidad en la Cruz, con su sangre. Somos los descendientes de Abrahán en el sentido espiritual de la fe.
Los signos de nuestra pertenencia a esta comunidad son más espirituales, aunque tengan también carácter visible y eclesial: el Bautismo, la celebración de la Eucaristía, la comunión con la Iglesia local y la universal.
Debemos aprender de Abrahán su fe en Dios: él sabe oír su voz y seguir sus caminos, a pesar de que no vea, de inmediato, las realidades que se le prometen. Nosotros, que vivimos después de Cristo, tenemos muchos más motivos para creer en Dios y en su proyecto de un cielo nuevo y una tierra nueva, y esperar contra toda esperanza en el futuro de la Iglesia y el de la humanidad, a pesar de que las apariencias sean desalentadoras.
Dios sigue adelante con sus planes, que son sorprendentes. No le podemos controlar, no podemos predecir su actuación. Cuando todo parece perdido, Dios suscita personas y movimientos que hacen avanzar sus proyectos de salvación. La fe en la fuerza de Dios hará que prosperen nuestros mejores planes: no la alianza con fuerzas humanas, que sólo nos conducen al fracaso.
El salmo nos invita a aumentar esta confianza en Dios: «dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos... esta es la bendición del hombre que teme al Señor; que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida».
2. Mateo 8,1-4
a) Ayer, con el capítulo séptimo de Mateo, terminamos de leer el sermón del monte. Ahora, con el octavo, iniciamos una serie de hechos milagrosos -exactamente diez-, con los que Jesús corroboró su doctrina y mostró la cercanía del Reino de Dios. Como había dicho él mismo, a las palabras les deben seguir los hechos, a las apariencias del árbol, los buenos frutos. Las obras que él hace, curando enfermos y resucitando muertos, van a ser la prueba de que, en verdad, viene de Dios: «si no creéis a mis palabras, creed al menos a mis obras».
Esta vez cura a un leproso. La oración de este buen hombre es breve y confiada: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y Jesús la hace inmediatamente eficaz. Le toca -nadie podía ni se atrevía a tocar a estos enfermos- y le sana por completo. La fuerza salvadora de Dios está en acción a través de Jesús, el Mesías.
b) Jesús sigue queriendo curarnos de nuestros males.
Todos somos débiles y necesitamos su ayuda. Nuestra oración, confiada y sencilla como la del leproso, se encuentra siempre con la mirada de Jesús, con su deseo de salvarnos. No somos nosotros los que tomamos la iniciativa: tiene él más deseos de curarnos que nosotros de ser curados.
Jesús nos «toca» con su mano, como al leproso: nos toca con los sacramentos, a través de la mediación eclesial. Nos incorpora a su vida por el agua del Bautismo, nos alimenta con el pan y el vino de la Eucaristía, nos perdona a través de la mano de sus ministros extendida sobre nuestra cabeza.
Los sacramentos, como dice el Catecismo, son «fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, obras maestras de Dios en la nueva y eterna alianza» (CEC 1116).
Además, tenemos que ser nosotros como Jesús, acercarnos al que sufre, extender nuestra mano hacia él, «tocar» su dolor y darle esperanza, ayudarle a curarse. Somos buenos seguidores de Jesús si, como él, salimos al encuentro del que sufre y hacemos todo lo posible por ayudarle.
«Yo soy el Señor, tu Dios: camina en mi presencia, con lealtad» (1a lectura I)
«Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (salmo I)
«Señor, si quieres, puedes limpiarme» (evangelio).