Jueves XII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 20 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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2 R 24, 8-17: Llevó deportados a Babilonia a Joaquín ya todos los hombres pudientes
Sal 78, 1-2. 3-5. 8. 9: Por el honor de tu nombre, Señor, líbranos
Mt 7, 21-29: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Reyes 24,8-17: Deportación de Jeconías y establecimiento de un monarca vasallo. La Iglesia sufre por la descristianización de los pueblos, en los cuales se ha sembrado abundantemente la palabra de Dios, de los sacerdotes y religiosos secularizados. Ora también por la paz, la libertad y el bienestar de todos los pueblos. Son muchos los que están en guerra continua; se hallan esclavizados y mueren de hambre y de miseria.
–Todo esto está expresado en la oración del Salmo 78: «líbranos, Señor, por el honor de tu nombre. Los gentiles han entrado en tu heredad, han profanado tu santo templo, han reducido a Jerusalén a ruinas». Tanto la liturgia como la tradición patrística ven en este Salmo una súplica de la Iglesia en tiempo de persecución y de prueba, pero también para expresar sentimientos de penitencia y propiciar la misericordia de Dios para con una humanidad pecadora y para con sus hijos arrepentidos y penitentes:
«...echaron los cadáveres de tus siervos en pasto a las aves del cielo, y la carne de sus fieles a las fieras de la tierra. Derramaron su sangre como agua en torno a Jerusalén, y nadie la enterraba. Fuimos el escarnio de nuestros vecinos, la irrisión y la burla de los que nos rodean. ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Vas a estar siempre enojado? ¿Va a arder como fuego tu cólera? No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de tu nombre».
–Mateo 21-29: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena. La religión auténtica consiste en cumplir con la voluntad de Dios. Todo lo demás no pasa de ser ilusión y artificio, merecedor de condenación por parte de Dios. Dice San Agustín:
«Hermanos míos, que vinisteis con entusiasmo a escuchar la palabra: no os engañéis a vosotros mismos fallando a la hora de cumplir lo que escuchasteis. Pensad que es hermoso oírle, ¡cuánto más será el llevarlo a la práctica! Si no escucháis, si no ponéis interés en oírla, nada edificáis. Pero, si la oyes y no la pones en práctica, edificas una ruina.
«Cristo el Señor puso a este respecto una semejanza muy oportuna: Quien escucha mis palabras... ¿Por qué no se derrumbó? Estaba cimentada sobre roca. Por tanto, el escuchar la palabra y cumplirla equivale a edificar sobre roca. El sólo escuchar es ya edificar... Quien la escucha y no la pone en práctica edifica sobre arena y edifica sobre roca quien la escucha y pone en práctica; y quien no la escucha no edifica ni sobre la roca ni sobre la arena... ¿No es esto más seguro? Entonces quedarás sin techo donde cobijarte si nada escuchas... Considera, pues, qué parte vas a elegir... Si te hayas sin techo, necesariamente serás sepultado, arrastrado y sumergido.
«Por tanto, si es malo para ti edificar sobre arena, malo es también no edificar nada; sólo queda como bueno edificar sobre roca. Cosa mala es, pues, no escuchar; mala también escuchar y no obrar; lo único que queda es obrar también» (Sermón 179,8-9).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II 2 Reyes 24,8-17
a) La primera toma de Jerusalén, por parte de Nabucodonosor y sus tropas tuvo lugar el año 597 antes de Cristo, unos ciento veinte años después de la del Norte, que había sido el año 721, a manos de los asirios.
Es una de las páginas más trágicas de la historia para Jerusalén y el pueblo judío. El rey Jeconias, al que se presenta como uno que «hizo lo que el Señor reprueba», tuvo que rendirse al ejército de Babilonia y marchó al destierro junto con las personas más representativas y útiles de la sociedad. Esta vez no pasa como cuando el piadoso rey Ezequías invocó a Dios para que defendiera a su pueblo de los ejércitos de Senaquerib. Nabucodonosor puso en Jerusalén, para los que quedaron, a un rey títere, Sedecías. El salmo expresa bien la catástrofe que todo esto supuso, con la profanación y el pillaje del Templo: «los gentiles han entrado en tu heredad, han profanado tu santo templo... fuimos el escarnio de nuestros vecinos».
b) Cuando suceden catástrofes, tanto personales como comunitarias, deberíamos sacar consecuencias y reflexionar sobre las causas que las han originado y sobre la parte de culpa que todos tenemos.
Muchas veces, la ruina de una persona se debe a fallos que, al principio, eran insignificantes, pero se descuidaron y fueron creciendo. La ruina de una comunidad o de una sociedad también suele tener causas diversas: económicas, políticas, personales; y, muchas veces, también de dejadez religiosa y pérdida progresiva de valores que son necesarios para toda convivencia humana.
Saber escarmentar es una buena sabiduría. Nos hace humildes. Nos predispone a reconocer el protagonismo de Dios y nuestra infidelidad a su amor. El salmo de hoy, además de lamentarse de la desgracia del pueblo, es también una oración que reconoce la culpa y pide a Dios su protección: «¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar siempre enojado?... líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de tu nombre».
Dios saca bien incluso de nuestras miserias: nos purifica, nos hace recapacitar, nos ayuda a aprender las lecciones de la vida para no volver a caer en las mismas infidelidades y fallos.
2. Mateo 7,21-29
a) Leemos hoy las últimas recomendaciones del sermón de la montaña.
Si ayer se nos decía que un árbol tiene que dar buenos frutos, y si no, es mejor talarlo y echarlo al fuego, hoy se aplica la misma consigna a nuestra vida: «no todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre». No se trata de decir palabras piadosas, sino de cumplir lo que esas palabras prometen. No debe haber divorcio entre las palabras y los hechos.
A continuación, y como final de todo el discurso, Jesús propone una comparación relacionada con la misma idea: el edificio que se construye sobre roca o sobre arena. Es una imagen muy plástica: si la casa está edificada sobre roca, resistirá las inclemencias. Si sobre arena, pronto se derrumbará.
b) Nosotros escuchamos muchas veces las palabras de Jesús. Pero no basta. Si además intentamos ponerlas por obra en nuestra vida, entonces sí construimos sólidamente el edificio de nuestra persona o de la comunidad. Si nos contentamos sólo con escucharlas y, luego, a lo largo del día, no nos acordamos más de ellas y seguimos otros criterios, estamos edificando sobre arena.
Jesús nos avisa que, si no se dan estos frutos prácticos, no nos valdrá recurrir a que hemos dicho cosas bonitas, o rezado, o profetizado en su nombre, o incluso expulsado demonios. Nosotros mismos, construyendo el futuro en falso, nos estamos abriendo nuestra propia tumba. A la corta o a la larga, vamos a la ruina.
Uno, en la juventud, es libre de edificar su vida como quiera: pero si descuida su salud, o los valores humanos, o la preparación cultural y profesional, o se deja llevar de costumbres y vicios que, al principio, no parecen peligrosos, él mismo está condicionando su futuro.
¿Sobre qué estoy edificando yo mi vida: sobre roca, sobre arena? ¿sobre qué construyo mis amistades, o mi vida de familia, o mi apostolado: sobre engaños y falsedades? ¿y me extrañaré de que los derrumbamientos que veo en otras personas o en otras instituciones me puedan pasar también a mi?
«Socórrenos, Dios Salvador nuestro, líbranos y perdona nuestros pecados» (salmo II)
«El que escucha mis palabras y las pone en práctica, se parece al que edificó su casa sobre roca» (evangelio)
«El que escucha mis palabras y no las pone en práctica, se parece al que edificó su casa sobre arena» (evangelio)
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Reyes 24,8-17
A la amenaza de Asiria (que mientras tanto se había apoyado en Egipto para contener el expansionismo babilónico) subintró el de Babilonia. Una vez caída Nínive (612), Nabucodonosor se convirtió en rey de Babilonia (605) y se apoderó del frágil reino de Jeconías. Conquistó Jerusalén en la primavera del año 598 y procedió a una primera deportación en la que se vio implicado el profeta Daniel. En sustitución de Jeconías, un inepto para las armas, fue nombrado Sedecías (598-587) como rey de Judá. En esta situación se desarrolló la labor del profeta Jeremías (Jr 22,13-17).
El autor sagrado relaciona siempre los dramas de su pueblo con la infidelidad al Señor (v. 9, que recuerda los funestos acontecimientos acaecidos bajo Joaquín, padre de Jeconías, narrados al comienzo del capítulo 24).
Evangelio: Mateo 7,21-29
La conclusión del «sermón del monte» incluye una puesta en guardia contra la presunción de salvarse en virtud de la invocación del nombre divino, sin que esta invocación vaya acompañada de un comportamiento coherente, o en virtud de acciones carismáticas que no van acompañadas por la caridad (cf. 1 Cor 13), aun cuando puedan ser signos de la propia fe, como nos enseña Mc 16,17. «Profetizar, realizar milagros y expulsar demonios», sostiene Jerónimo, «no revela en ocasiones los méritos de quien realiza tales acciones: es la invocación del nombre de Cristo lo que hace posibles semejantes hechos, que son concedidos para condena de aquellos que invocan a Cristo y en beneficio de cuantos son testigos suyos. Los que realizan milagros, aunque desprecien a los hombres, honran, no obstante, a Dios, en cuyo nombre se llevan a cabo los prodigios». La alternativa frente a la que se nos pone está contenida entre los términos «decir» y «hacer».
Hay que señalar, a continuación, que Cristo se pone a sí mismo como referencia (me dirán...; estas palabras mías...) en el juicio final (cf. Mt 25). También resulta indicativo el subrayado del muchos: «Muchos me dirán...». En el texto original se lee un «entonces yo declararé» que es una clara alusión al «día del Señor», al día del juicio. El hecho de que Cristo declare no conocer (como en la parábola de las vírgenes necias: Mt 25,12) a tales «obradores de iniquidad» (cf. Mt 13,41; 24,12, donde se repite el mismo término) recuerda la fórmula judía de excomunión pronunciada por el maestro, fórmula que comportaba la suspensión temporal del discípulo.
El sermón del monte vuelve a proponer el gran esquema de las bendiciones y de las maldiciones frente a las que se ponía al pueblo de la alianza (Lv 26; Dt 28) y termina con la expresión «su ruina fue grande», que establece un contraste singular con las palabras del comienzo: «Dichosos...». Hemos de señalar aún el simbolismo escondido en los términos «roca» (Cristo) y «casa» (Iglesia).
Por último, presenta Cristo una doble escucha: la superficial y no comprometida y la activa, así como el diferente desenlace de una y otra. No sin razón nos pone en guardia el Señor en el evangelio de Lucas, diciendo: «Prestad atención a cómo escucháis» (Lc 8,18). También Santiago vuelve en su Carta (1,22-25) sobre la doble escucha. «Por consiguiente, el hombre no teme de palabra las nubladas supersticiones, porque no se puede entender de manera diferente la lluvia cuando se usa como símbolo de un mal; no teme las charlas de los hombres que supongo en analogía con los vientos, o bien el río de esta vida que discurre, por así decir, sobre la tierra con los estímulos carnales. Quien se deja conducir por el curso favorable de estas tres eventualidades se ve arrollado por la inversión del curso. En cambio, no teme nada de la lluvia ni del viento quien ha construido su casa sobre la roca, o sea, quien no sólo escucha, sino que pone en práctica la Palabra del Señor. Y quien la escucha y no la pone en práctica se arriesga a todo esto; en efecto, carece de un fundamento firme; al escuchar y no practicar construye su caída» (Agustín).
MEDITATIO
«Si alguien vive la Palabra de Dios, se convierte en hijo de Dios» (Jerónimo) y como tal será reconocido a su entrada en el Reino. Jesús censura a cuantos «enseñan bien y viven mal» (Glosa), a cuantos reconocen su señorío pero no cumplen sus leyes, a cuantos olvidan que «la santidad sólo es perfecta en quien cumple con las obras lo que enseña con la palabra» (Jerónimo). Cristo, con la intención de resumir su mensaje, nos presenta la parábola de la casa y de los dos terrenos sobre los que ha sido construida. San Atanasio escribe que la roca es el mismo Cristo; la casa construida sobre él es el edificio de nuestra fe; los vientos que la agitan son las fuerzas del mal; las aguas representan el conjunto de las tentaciones que amenazan con arrollar la vida de los justos.
No tengo más que preguntarme, en la meditación, sobre qué fundamento estoy construyendo mi edificio espiritual: «El día del Señor pondrá de manifiesto la obra de cada cual, porque ese día vendrá con fuego, y el fuego pondrá a prueba la obra de cada uno. Aquel cuyo edificio resista recibirá premio» (1 Cor 3,13-14).
ORATIO
Señor, ¿estaré entre aquellos a quienes alejarás de ti sin remisión en el día del juicio? ¡Cuántas veces he invocado tu nombre! ¡Cuántas obras estruendosas he realizado en tu nombre! Sin embargo, la solidez de mi edificio espiritual no ha estado a la altura. La superficialidad, la incoherencia y la inconstancia me impiden construir una casa digna de convertirse en tu morada estable.
CONTEMPLATIO
Cierto, insufribles son el infierno y el castigo que allí se padece. Sin embargo, aun cuando me pongas mil infiernos delante, nada me dirás comparable con la pérdida de aquella gloria bienaventurada, con la desgracia de ser aborrecido de Cristo, de tener que oír de su boca: No te conozco; de que nos acuse de que le vimos hambriento y no le dimos de comer. Cierto, más valiera que mil rayos nos abrasaran que no ver que aquel manso rostro nos rechaza y que aquellos ojos serenos no pueden soportar el mirarnos. Porque si, cuando yo era enemigo suyo y le aborrecía y le rechazaba, de tal modo me amó que no se perdonó a sí mismo y se entregó a la muerte por mí, ¿con qué ojos podré mirarle si después de todos esos beneficios, cuando le vi hambriento, no le di un pedazo de pan?
Mas considerad aún aquí su mansedumbre, pues no nos hace la enumeración de sus beneficios ni nos echa en cara que, después de tantos recibidos, le hemos despreciado. No nos dice el Señor: «Yo soy el que te saqué del no ser al ser, yo te inspiré el alma, yo te constituí sobre todas las cosas de la naturaleza. Por ti hice la tierra y el cielo y el mar y el aire y cuanto existe, y tú me despreciaste y me tuviste en menos que al diablo. Y, sin embargo, ni aun así te abandoné, sino que, después de todo eso, inventé mil invenciones de amor y quise hacerme esclavo y fui abofeteado y escupido y crucificado, y morí con la más afrentosa de las muertes. Y por ti intercedo también en el cielo, y te hice gracia del Espíritu Santo, y te concedí por mi dignación mi propio Reino, y quise ser cabeza tuya; tu esposo, y tu vestido, y tu casa, y tu raíz, y tu alimento, y tu bebida, y tu pastor, y tu rey, y tu hermano, y tu heredero, y coheredero, y te saqué de las tinieblas al poder de la luz» (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 23, 8 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«El hombre sensato edifica su casa sobre roca» (cf. Mt 7,24).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Pero la separación provocada por la llamada de Jesús al seguimiento es aún más profunda. Tras la separación del mundo y de la Iglesia, de los cristianos falsos y verdaderos, la separación se sitúa ahora en medio del grupo de los discípulos que confiesan su fe. Pablo afirma: «Nadie puede decir "Jesús es señor" sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3). Con la propia razón, con las propias fuerzas, con la propia decisión, nadie puede entregar su vida a Jesús ni llamarle su señor. Pero aquí se tiene en cuenta la posibilidad de que alguno llame a Jesús su señor sin el Espíritu Santo, es decir sin haber escuchado la llamada de Jesús.
Esto resulta tanto más incomprensible cuanto que en aquella época no significaba ninguna ventaja terrena llamar a Jesús su señor; al contrario, se trataba de una confesión que implicaba un gran peligro. «No todo el que me dice: "Señor, Señor" entrará en el Reino de los Cielos...». Decir «Señor, Señor» es la confesión de fe de la comunidad. Pero no todo el que pronuncia esta confesión entrará en el Reino de los Cielos.
La separación se producirá en medio de la Iglesia que confiesa su fe. Esta confesión no confiere ningún derecho sobre Jesús. Nadie podrá apelar nunca a su confesión. El hecho de que seamos miembros de la Iglesia de la confesión verdadera no constituye un derecho ante Dios. No nos salvaremos por esta confesión.
Jesús revela aquí a sus discípulos la posibilidad de una fe demoníaca, que le invoca a él, que realiza hechos milagrosos, idénticos a las obras de los verdaderos discípulos de Jesús, hasta el punto de no poder distinguirlos, actos de amor, milagros, quizás incluso la propia santificación, una fe que, sin embargo, niega a Jesús y se niega a seguirle. Es lo mismo que dice Pablo en el c. 13 de la primera carta a los corintios sobre la posibilidad de predicar, de profetizar, de conocerlo todo, de tener incluso una fe capaz de trasladar las montañas... pero sin amor, es decir, sin Cristo, sin el Espíritu Santo (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 127-129).