Jueves XII Tiempo Ordinario (Impar) – Homilías
/ 27 junio, 2017 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
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Gn 16, 1-12. 15-16: Agar dio un hijo a Abrán, y Abrán lo llamó Ismael
Sal 105, 1-2. 3-4a. 4b-5: Dad gracias al Señor, porque es bueno
Mt 7, 21-29: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Francisco, papa
Homilía (25-06-2015): Habla, hacer y escuchar
jueves 25 de junio de 2015El pueblo sigue asombrado a Jesús porque enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas (Mt 7,29). La gente nota cuando un sacerdote —obispo, catequista, cristiano— tiene la coherencia que le da autoridad. Poco antes, Jesús había advertido: guardaos de los falsos profetas (cfr. Mt 7,15). Entonces, ¿cómo discernir los verdaderos profetas de los falsos? ¿Dónde están los auténticos predicadores del Evangelio y dónde los que predican un Evangelio que no es Evangelio?
Hay tres palabras clave: hablar, hacer y escuchar. No todo el que dice «Señor, Señor» entrará en el reino de cielos (Mt 7,21). Esos son los que hablan y hacen, pero les falta la actitud que está precisamente en la base del hablar y del hacer, ¡les falta escuchar! Por eso, sigue Jesús: Quien escucha mis palabras y las pone en práctica... (Mt 7,24). El binomio hablar–hacer no basta, porque muchas veces nos engaña. Jesús lo cambia por otro binomio: escuchar–hacer, poner en práctica: Quien escucha mis palabras y las pone en práctica se parece al hombre prudente que edificó su casa sobre roca (Mt 7,24). En cambio, quien escucha sus palabras pero no las hace suyas —las deja pasar, o sea, ni las escucha en serio ni las pone en práctica— será como quien edifica su casa sobre arena (cfr. Mt 7,26). ¡Y ya sabemos el resultado!
Cuando Jesús advierte a la gente que se guarden de los falsos profetas, añade: por sus frutos los conoceréis (Mt 7,16). Muchas palabras, muchos prodigios, cosas grandes pero no tienen el corazón abierto para escuchar la Palabra de Dios, les da miedo el silencio de la palabra de Dios. Son los falsos cristianos y los falsos pastores. Es verdad que hacen cosas buenas, sí, ¡pero les falta la roca! Les falta la roca del amor de Dios, la roca de la Palabra de Dios. Y sin esa roca no pueden ni profetizar ni construir: es pura fachada, porque al final todo se viene abajo. Son los falsos pastores, los pastores mundanos que hablan mucho, porque temen el silencio, e incluso hacen muchas cosas, pero no son capaces de escuchar, y hacen lo que hablan —sus cosas—, pero no las cosas de Dios.
Recordemos estas tres palabras, que son como una señal: hacer, escuchar, hablar. El que solo habla y hace, no es verdadero profeta, no es cristiano auténtico, y al final todo se cae: porque no está sobre la roca del amor de Dios, no está firme como la roca. Pero quien sabe escuchar y, de la escucha, hace, pone en práctica con la fuerza de la palabra de otro, no la suya, permanece firme, aunque sea una persona humilde y no parezca importante. ¡Cuántos de esos grandes hay en la Iglesia! ¡Cuántos obispos grandes, cuántos sacerdotes grandes, cuántos fieles grandes que saben escuchar y, de la escucha, hacen! Un ejemplo de nuestros días es la Madre Teresa de Calcuta que no hablaba, pero en el silencio supo escuchar, ¡e hizo tanto! No cayeron ni ella ni su obra.
Los grandes saben escuchar y de la escucha hacen, porque su confianza y su fuerza están en la roca del amor de Jesucristo. Que la debilidad de Jesús, que siendo fuerte se hizo débil para hacernos fuertes, nos acompañe en esta celebración y nos enseñe a escuchar y a hacer desde la escucha, y no de nuestras palabras.
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–Génesis 16,1-12.15-16: Agar dio un hijo a Abrahán y Abrahán lo llamó Ismael. San Pablo en su Carta a los Gálatas (4,21-31) ve en la esclava Agar un símbolo de la Sinagoga, el judaísmo esclavo de la ley y en Sara, la mujer libre, la imagen de la Iglesia. Comenta San Agustín:
«Es, pues, el testamento antiguo, correspondiente a Agar, que engendra para la servidumbre. En cambio la Jerusalén que está arriba es libre y ella es nuestra Madre. Así, pues, los hijos de la gracia son los hijos de la libre; los hijos de la letra son los hijos de la esclava. Busca los hijos de la esclava: La letra mata. Busca los hijos de la libre: El Espíritu, en cambio, da vida. La ley del espíritu de vida en Cristo Jesús te libró de la ley del pecado y de la muerte, de la que no pudo librarte la ley de la letra» (Sermón 162,7).
–Con el Salmo 105 proclamamos: «dad gracias al Señor porque es bueno». La tesis que el Salmo 105 desarrolla está en consonancia con los temas del Antiguo Testamento, según los cuales, la misericordia de Dios está muy por encima de los pecados de los hombres. Pero de aquí no se puede deducir que no hay que dar importancia al pecado. Por el contrario, uno de los fines del Salmo es dar a conocer y sentir la enorme injusticia que supone el pecado que es una rebelión de la infidelidad del hombre contra la fidelidad de Dios. De ahí que el salmo pretenda ante todo excitar los sentimientos de arrepentimiento y conversión. No obstante, los versículos escogidos aquí son los primeros que expresan la invitación a alabar a Dios por su misericordia, en relación con la lectura precedente que es la continuación de la historia de la salvación:
«Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia. Acuérdate de mí por amor a tu pueblo. Visítanos con tu salvación: para que vea la dicha de tus escogidos, y me alegre con la alegría de tu pueblo, y me gloríe con tu heredad».
–Mateo 21-29: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena. La religión auténtica consiste en cumplir con la voluntad de Dios. Todo lo demás no pasa de ser ilusión y artificio, merecedor de condenación por parte de Dios. Dice San Agustín:
«Hermanos míos, que vinisteis con entusiasmo a escuchar la palabra: no os engañéis a vosotros mismos fallando a la hora de cumplir lo que escuchasteis. Pensad que es hermoso oírle, ¡cuánto más será el llevarlo a la práctica! Si no escucháis, si no ponéis interés en oírla, nada edificáis. Pero, si la oyes y no la pones en práctica, edificas una ruina.
«Cristo el Señor puso a este respecto una semejanza muy oportuna: Quien escucha mis palabras... ¿Por qué no se derrumbó? Estaba cimentada sobre roca. Por tanto, el escuchar la palabra y cumplirla equivale a edificar sobre roca. El sólo escuchar es ya edificar... Quien la escucha y no la pone en práctica edifica sobre arena y edifica sobre roca quien la escucha y pone en práctica; y quien no la escucha no edifica ni sobre la roca ni sobre la arena... ¿No es esto más seguro? Entonces quedarás sin techo donde cobijarte si nada escuchas... Considera, pues, qué parte vas a elegir... Si te hayas sin techo, necesariamente serás sepultado, arrastrado y sumergido.
«Por tanto, si es malo para ti edificar sobre arena, malo es también no edificar nada; sólo queda como bueno edificar sobre roca. Cosa mala es, pues, no escuchar; mala también escuchar y no obrar; lo único que queda es obrar también» (Sermón 179,8-9).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. Génesis 16,1-12.15-16
a) Al ver que tardaba en cumplirse lo que Dios les había prometido -la descendencia-, Abrahán y Sara recurren a un procedimiento admitido en la época: Sara consiente que su marido tenga un hijo de una esclava, Agar.
Lo que sigue pertenece a esas escenas familiares que se van repitiendo en todos los tiempos: la esclava se envalentona ante su ama, quiere que su hijo sea reconocido como suyo, Sara se deja comer por los celos y la expulsa, el padre tiene que permitirlo, aunque quiere a Agar y al hijo que va a tener... Dios sigue llevando adelante su programa de salvación, también a través de estas miserias humanas.
El hijo que Abrahán tiene de la esclava será el padre de los ismaelitas o agarenos, nómadas beduinos. Por tanto, también los árabes le tienen a Abrahán por patriarca. Su hijo Ismael para los árabes y el hijo que vendrá después, Isaac, para los judíos, son cabeza de una doble descendencia numerosísima. Visto así, parecería que judíos y árabes, por su común origen, están condenados a entenderse. Y nosotros, los cristianos, con los dos.
b) Tendríamos que saber reconocer los caminos de Dios también en direcciones que nos parecen sorprendentes. Porque él es siempre original y escapa a nuestros cálculos.
El hijo de la esclava parece no tener lugar en la historia de la salvación, pero también a él le alcanza el amor de Dios: se llama Ismael, que significa «Dios escucha». El ángel le dice a la desconsolada Agar: «haré tu descendencia tan numerosa, que no se podrá contar... el Señor ha escuchado tu aflicción». Nadie -ni siquiera el pueblo elegido del AT ni la Iglesia en el NT- tiene el monopolio de la gracia de Dios y de la salvación. Dios ama también a los que nosotros consideramos que están fuera.
Recordemos lo que el Concilio Vaticano II dijo (Nostra aetate, n. 3): «la Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente... a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica se refiere de buen grado... Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua».
Las tres grandes religiones monoteístas -cristianismo, judaísmo, Islam- tenemos un común punto de referencia en Abrahán y su fidelidad a Dios. Lástima que no nos conozcamos ni estemos reconciliados. El que Dios ame también a Ismael nos debería enseñar a tener un corazón más universal y ecuménico para con las personas que no son de nuestra raza, de nuestra edad y cultura.
2. Mateo 7,21-29
a) Leemos hoy las últimas recomendaciones del sermón de la montaña.
Si ayer se nos decía que un árbol tiene que dar buenos frutos, y si no, es mejor talarlo y echarlo al fuego, hoy se aplica la misma consigna a nuestra vida: «no todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre». No se trata de decir palabras piadosas, sino de cumplir lo que esas palabras prometen. No debe haber divorcio entre las palabras y los hechos.
A continuación, y como final de todo el discurso, Jesús propone una comparación relacionada con la misma idea: el edificio que se construye sobre roca o sobre arena. Es una imagen muy plástica: si la casa está edificada sobre roca, resistirá las inclemencias. Si sobre arena, pronto se derrumbará.
b) Nosotros escuchamos muchas veces las palabras de Jesús. Pero no basta. Si además intentamos ponerlas por obra en nuestra vida, entonces sí construimos sólidamente el edificio de nuestra persona o de la comunidad. Si nos contentamos sólo con escucharlas y, luego, a lo largo del día, no nos acordamos más de ellas y seguimos otros criterios, estamos edificando sobre arena.
Jesús nos avisa que, si no se dan estos frutos prácticos, no nos valdrá recurrir a que hemos dicho cosas bonitas, o rezado, o profetizado en su nombre, o incluso expulsado demonios. Nosotros mismos, construyendo el futuro en falso, nos estamos abriendo nuestra propia tumba. A la corta o a la larga, vamos a la ruina.
Uno, en la juventud, es libre de edificar su vida como quiera: pero si descuida su salud, o los valores humanos, o la preparación cultural y profesional, o se deja llevar de costumbres y vicios que, al principio, no parecen peligrosos, él mismo está condicionando su futuro.
¿Sobre qué estoy edificando yo mi vida: sobre roca, sobre arena? ¿sobre qué construyo mis amistades, o mi vida de familia, o mi apostolado: sobre engaños y falsedades? ¿y me extrañaré de que los derrumbamientos que veo en otras personas o en otras instituciones me puedan pasar también a mi?
«Dad gracias al Señor, porque es bueno porque es eterna su misericordia» (salmo I)
«El que escucha mis palabras y las pone en práctica, se parece al que edificó su casa sobre roca» (evangelio)
«El que escucha mis palabras y no las pone en práctica, se parece al que edificó su casa sobre arena» (evangelio).