Miércoles XII Tiempo Ordinario (Par) – Homilías
/ 20 junio, 2016 / Tiempo OrdinarioLecturas
Aparte de las homilías, podrá ver comentarios de los padres de la Iglesia desglosados por versículos de aquellos textos que tengan enlaces disponibles, sobre todo de los Evangelios.
Para ver el texto completo de las lecturas haz clic aquí.
2 R 22, 8-13; 23, 1-3: El rey leyó al pueblo las palabras del libro de la Alianza hallado en el templo del Señor, y, en presencia del Señor, estableció la alianza
Sal 118, 33. 34. 35. 36. 37. 40: Muéstrame, Señor, el camino de tus decretos
Mt 7, 15-20: Por sus frutos los conoceréis
Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia
Manuel Garrido Bonaño
Año Litúrgico Patrístico
–2 Reyes 22,8-13.23,1-3: El rey leyó al pueblo el libro de la Alianza encontrado en el templo y selló ante el Señor la Alianza. Se trata de la reforma del rey Ezequías, que señala una vuelta a la fidelidad con respecto al verdadero Dios y de la cual hemos tratado ampliamente en otras ocasiones.
–Por eso con el Salmo 118 cantamos: «muéstranos, Señor, el camino de tus leyes». Este Salmo es el fruto de una continua contemplación interior de la ley de Dios. El piadoso salmista refleja en él su maravillosa e inefable experiencia exaltando la ley del Señor y declarando su amor y su adhesión a ella en todas las circunstancias de su vida, porque en ella ha encontrado el bien supremo, luz, alegría y confortación en las persecuciones y en los sufrimientos.
Todo cristiano ha de encontrar en este Salmo una colección de jaculatorias para expresar los sentimientos que le inspira su amor a la palabra de Dios y al mandato de la caridad, en las circunstancias más diversas de la vida. El Salmo 118 es como un rosario del mandamiento del amor enseñado por Jesucristo como complemento de la ley mosaica.
–Mateo 7,15-30: Por su frutos los conoceréis. Cristo alerta contra los falsos profetas. El árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. San Juan Crisóstomo explica estas palabras de Jesús:
«En todo tiempo tuvo interés el diablo en suplantar la verdad por la mentira. A mi parecer, al nombrar aquí a los falsos profetas, no alude el Señor a los herejes, sino a quienes, siendo de vida corrompida, se ponen la máscara de la virtud, y a quienes el vulgo da el nombre de impostores... No hay mansedumbre, no hay dulzura alguna en los falsos profetas. De ovejas sólo tienen la piel. Por eso es fácil distinguirlos. Y porque no tengas la más ligera duda, te pone los ejemplos de las cosas que han de suceder por necesidad de la naturaleza... El árbol malo produce siempre frutos malos y no puede jamás producirlos buenos... No dice que sea imposible que el malo cambie y que el bueno no pueda caer. El malo puede efectivamente convertirse a la virtud; pero, mientras permanezca en su maldad, no producirá frutos buenos... El Señor mandó que a cada uno se le juzgue por sus frutos» (Homilía 23,6-7 sobre San Mateo).
Zevini-Cabra
Lectio Divina para cada día del año
LECTIO
Primera lectura: 2 Reyes 22,8-13; 23,1-3
A Ezequías, curado milagrosamente por Isaías (2 Re 1,11; cf. Is 36-38), le sucedió el largo reinado de Manasés (687-642), durante el que la apostasía llegó hasta el punto de que se perdieron las huellas del mismo libro de la alianza (2 Re 23,2.21): probablemente se trata de la sección legislativa del Deuteronomio, donde se reivindicaba un solo Dios y un solo templo. El «impío Manasés», comparable a Ajab por su ferocidad, según la tradición hizo cortar en dos al profeta Isaías. Después de él vino Josías (640-609), tataranieto de Ezequías, bajo cuyo gobierno fue encontrado el libro de la Ley, y esto sonó a reproche por la conducta infiel del pueblo de Dios, de cuya parte la profetisa Juldá anunciaba un indefectible castigo (2 Re 22,14-20). Eso impulsó al rey a dar lectura de la Ley y a renovar la alianza, como ya sucedió en el Sinaí (Ex 24,7ss) y en Siquén (Jos 24,25-27), y también a convocar una celebración solemne de la pascua. Por otra parte, Josías continuó esperando la deseada reforma, aprovechando asimismo una menor presión asiria (2 Re 23,4-30).
Evangelio: Mateo 7,15-20
Jesús pone en guardia a sus discípulos contra los «falsos profetas» y les indica el criterio de la verdad de la conducta cristiana. Consiste éste en los «frutos» que se esté en condiciones de producir. Mateo denunciará de manera repetida, en el discurso escatológico del Señor, la insidia que constituyen los falsos profetas (Mt 24,11.24). La enseñanza de la Didajé no difiere de ésta (11, 4-8).
La imagen del árbol -y en particular del árbol de la vid- tiene aquí la función de indicar al pueblo de Dios y era una imagen que resultaba familiar a los oyentes de Jesús (cf. Is 5,lss; Jr 2,21; Mt 15,13; Jn 15,1-8). Por el fruto se reconoce el árbol, del mismo modo que también el árbol produce frutos conformes a su naturaleza: puede tratarse de un árbol bueno o de un árbol enfermo, viciado.
MEDITATIO
Jerónimo nos hace caer en la cuenta de que Jesús nos invita a no detenernos en el «vestido», en las apariencias, y a tomar como criterio de valoración de la conducta humana los «frutos» que produce. Puedo detenerme en la meditación sobre los frutos que acompañan a la vida del cristiano. Los encuentro en las cartas paulinas (Gal 5,22; Rom 14,17; Ef 5,9) y los dispongo siguiendo la triple referencia con la que presenta al ser humano la Escritura, referencia que gravita sobre el corazón, los labios y la mano. El corazón constituye el centro profundo de nuestro ser; la boca preside la comunicación, y la mano, verdadera prolongación de la conciencia, preside la acción.
Realizo un travelín introspectivo, deteniéndome en la meditación sobre los tres centros de gravedad: Corazón: caridad, magnanimidad, fidelidad, justicia. Boca: alegría, benevolencia, mansedumbre, verdad. Mano: paz, bondad, dominio de sí mismo, «dedo de la diestra de Dios».
ORATIO
Señor, soy un sarmiento injertado en ti, árbol de la verdadera vida. De ti me llega la linfa de la Palabra y de la eucaristía. Sólo en ti puedo dar frutos para la vida eterna. Concédeme aceptar las podas que el Padre obra en mí, para que pueda fructificar más.
CONTEMPLATIO
Por lo demás, al decir el Señor que pocos son los que lo encuentran, una vez más puso patente la desidia del vulgo, a la par que enseñó a sus oyentes a seguir no las comodidades de los más, sino los trabajos de los menos. Porque los más -nos dice- no sólo no caminan por ese camino, sino que no quieren caminar, lo que es locura suma. Pero no hay que mirar a los más ni hay que dejarse impresionar por su número, sino imitar a los menos y, pertrechándonos bien por todas partes, emprender así decididamente la marcha. Porque, aparte de ser camino estrecho, hay muchos que quieren echarnos la zancadilla para que no entremos por él. Por eso añade el Señor: ¡Cuidado con los falsos profetas! Porque vendrán a vosotros vestidos con piel de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. He aquí, a la par de los perros y de los cerdos, otro linaje de celada y asechanza, éste más peligroso que el otro, pues unos atacan franca y descubiertamente y otros entre sombras (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 23, 6 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
«Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.» Estas palabras podemos referirlas a todos aquellos hombres que hablan y se las dan de comportarse de un modo, y luego obran de un modo completamente distinto. Pero, en particular, se refieren a los herejes, que presumen de continencia, castidad y ayuno, pero en su interior tienen un alma enferma que les lleva a engañar a los corazones simples de los hermanos. Por los frutos de su alma, con los que arrastran a los simples a la ruina, son comparados con los lobos rapaces [...].
Ésta es la verdad: mientras el árbol bueno no dé frutos malos da a entender que persevera en la práctica de la bondad; por su parte, el árbol malo continúa dando los frutos del pecado hasta que no se convierte a la penitencia. En efecto, nadie que continúe siendo lo que ha sido puede empezar a ser lo que aún no es (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La separación entre el mundo y la comunidad se ha realizado. Pero la Palabra de Jesús penetra ahora en la comunidad misma, juzgando y separando. La separación debe realizarse, de forma incesantemente nueva, en medio de los discípulos de Jesús. Los discípulos no deben pensar que pueden huir del mundo y permanecer sin peligro alguno en el pequeño grupo que se halla en el camino angosto. Surgirán entre ellos falsos profetas, aumentando la confusión y la soledad.
Junto a nosotros se encuentra alguien que externamente es un miembro de la comunidad, un profeta, un predicador; su apariencia, su palabra, sus obras, son las de un cristiano, pero interiormente han sido motivos oscuros los que le han impulsado hacia nosotros; interiormente es un lobo rapaz, su palabra es mentira y su obra engaño. Sabe guardar muy bien su secreto, pero en la sombra sigue su obra tenebrosa. Se halla entre nosotros no impulsado por la fe en Jesucristo, sino porque el diablo le ha conducido hasta la comunidad. Busca, quizás, el poder, la influencia, el dinero, la gloria que saca de sus propias ideas y profecías. Busca al mundo, no al Señor Jesús. Disimula sus sombrías intenciones bajo un vestido de cristianismo, sabe que los cristianos forman un pueblo crédulo. Cuenta con no ser desenmascarado en su hábito inocente. Porque sabe que a los cristianos les está prohibido juzgar, cosa que está dispuesto a recordarles en cuanto sea necesario. Efectivamente, nadie puede ver en el corazón del otro. Así desvía a muchos del buen camino. Quizás él mismo no sabe nada de todo esto; quizás el demonio que le impulsa le impide ver con claridad su propia situación.
Ahora bien, tal declaración de Jesús podría inspirar a los suyos un gran terror. ¿Quién conoce al otro? ¿Quién sabe si detrás de la apariencia cristiana no se oculta la mentira, no acecha la seducción? Una desconfianza profunda, una vigilancia sospechosa, un espíritu angustiado de crítica podrían introducirse en la Iglesia. Esta palabra de Jesús podría incitarles a juzgar sin amor a todo hermano caído en el pecado. Pero Jesús libera a los suyos de esta desconfianza que destruiría a la comunidad. Dice: el árbol malo da frutos malos. A su tiempo se dará a conocer por sí mismo. No necesitamos ver en el corazón de nadie. Lo que debemos hacer es esperar hasta que el árbol dé sus frutos
Cuando llegue su tiempo, distinguiréis los árboles por sus frutos. Y el fruto no puede hacerse esperar mucho. Lo que se trata aquí no es la diferencia entre la Palabra y la obra, sino entre la apariencia y la realidad. Jesús nos dice que un hombre no puede vivir mucho tiempo de apariencias. Llega el momento de dar los frutos, llega el tiempo de la diferenciación. Tarde o temprano se revelará lo que realmente es. Poco importa que el árbol no quiera dar fruto. El fruto viene por sí mismo. Cuando llegue el momento de distinguir un árbol de otro, el tiempo de Ios frutos lo revelará todo. Cuando llegue el momento de la decisión entre el mundo y la Iglesia, lo que puede ocurrir cualquier día, no sólo en las grandes decisiones, sino también en las decisiones ínfimas, vulgares, entonces se revelará lo que es malo y lo que es bueno. En ese instante sólo subsistirá la realidad, no la apariencia (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 126-127).
José Aldazabal
Enséñame tus Caminos
1. II Reyes 22,8-13; 23,1-13
a) En tiempos del joven rey Josías, que fue de los pocos buenos y fieles a Dios, aconteció el hallazgo, en el Templo, del libro de la Ley, el Deuteronomio.
Entre lo que decía el libro, con las palabras de la Alianza, y lo que estaba sucediendo en la historia del pueblo, no había ningún parecido. El rey teme con razón que Dios debe estar muy enojado y que así se explican las calamidades que pasan. La lectura solemne del Deuteronomio lleva a todos, autoridades y pueblo, a renovar y suscribir la Alianza con Dios.
Va a ser un paréntesis -no demasiado largo, porque Josías muere joven- de fidelidad a Dios en medio de una historia llena de idolatrías y de injusticias. El salmo recoge esta voluntad de conversión: «muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y lo seguiré puntualmente... guíame por la senda de tus mandatos, porque ella es mi gozo».
b) Hay períodos en la historia, también en la de la comunidad cristiana, en que hace falta algún «hallazgo», por parte de reyes como Josías, o de profetas como Jeremías -que es el que le ayudó en su programa de reforma religiosa- para que todos recapacitemos y volvamos al camino de la sensatez.
Serán pocas todas las llamadas a la «nueva evangelización». Cada generación nueva se tiene que enterar de la Buena Noticia de la salvación que Dios ofrece en Cristo Jesús y en su comunidad. Y esta evangelización es más urgente cuando el ambiente es pagano, o neo-pagano. Demasiado fácilmente nos olvidamos del «libro de la Ley», descuidamos el evangelio de Cristo, su estilo de vida y la lista de sus bienaventuranzas, dejándonos llevar por idolatrías de todo tipo.
Los cristianos no sólo debemos preocuparnos de ser nosotros mismos fieles a la llamada que hemos sentido de Dios, sino también, de ayudar a otros -niños, jóvenes, alejados- a redescubrir a Dios en sus vidas, a volver a escuchar, si lo han olvidado, el libro de la Palabra de Dios.
Sacerdotes, catequistas, misioneros, profetas, padres, educadores de la fe, maestros cristianos: éstos son el nuevo Josías y el nuevo Jeremías que quieren ayudar a este mundo a descubrir, en los valores cristianos, la verdadera respuesta a sus preguntas y problemas.
2. Mateo 7,15-20
a) Jesús previene a sus seguidores del peligro de los falsos profetas, los que se acercan «con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces».
Les da una consigna: «por sus frutos los conoceréis». La comparación es muy expresiva: un árbol puede ser muy bonito en su forma y en sus hojas y flores, pero si no da buenos frutos, no vale. Ya se puede cortar y que sirva para leña.
b) Tanto el aviso como la consigna son de plena actualidad. Porque siempre ha habido, junto a persecuciones del exterior, el peligro interior de los falsos profetas, que propagan, con su ejemplo o con su palabra, caminos que no son los que Jesús nos ha enseñado.
El criterio que él da lo debe aplicar la comunidad cristiana siempre que surgen nuevos movimientos o personas que llaman la atención, y de los que cabe la duda de si están movidos por el Espíritu de Dios o por otros móviles más interesados.
Pero es también un modo de juzgarnos a nosotros mismos: ¿qué frutos producimos? ¿decimos sólo palabras bonitas o también ofrecemos hechos? ¿somos sólo charlatanes brillantes? Se nos puede juzgar igual que a un árbol, no por lo que aparenta, sino por lo que produce. De un corazón agriado sólo pueden brotar frutos agrios. De un corazón generoso y sereno, obras buenas y consoladoras.
Podemos hablar con discursos elocuentes de la justicia o de la comunidad o del amor o de la democracia: pero la «prueba del nueve» es si damos frutos de todo eso. El pensamiento de Cristo se recoge popularmente en muchas expresiones que van en la misma dirección: «no es oro todo lo que reluce», «hay que predicar y dar trigo», «obras son amores y no buenas razones»...
Pablo concretó más, al comparar lo que se puede esperar de quienes siguen criterios humanos y de los que se dejan guiar por el Espíritu de Jesús: «las obras de la carne son fornicación, impureza, idolatría, odios, discordia, celos, iras, divisiones, envidias... en cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, fidelidad, dominio de sí» (Ga 5,19-26).
«Enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón» (salmo II)
«Por sus frutos los conoceréis» (evangelio)